Wislawa Szymborska (Polonia, 1923 - 2012) |
Poemas de Llamando al Yeti (1957)
Autora: Wislawa Szymborska
Noche
Y dijo Dios: “Toma ahora a tu hijo, el único
que tienes, al que amas, Isaac, y ve a la
región de Moriah, y allí lo ofrecerás en
holocausto en un monte que yo te indicaré”.
¿Pues qué habrá hecho Isaac?,
dígame, padre catequista.
¿Quizás rompió con su pelota el vidrio del vecino?
¿Quizás rasgó sus pantalones nuevos
al cruzar la cerca?
¿Tal vez robaba lápices?
¿Espantaba gallinas?
¿Soplaba en los exámenes?
Que los adultos
duerman su estúpido sueño,
yo esta noche
debo pasarla en vela.
Esta noche calla,
pero calla contra mí
y es negra
como el fervor de Abraham.
¿Dónde me ocultaré
cuando el bíblico ojo divino
se pose sobre mí
como se posó sobre Isaac?
Dios puede revivir, si quiere,
historias antiguas.
Por eso me oculto entre las mantas,
congeladas de miedo.
Al poco tiempo, algo
blanquea tras la ventana,
un pájaro o el viento
comienza a susurrar por mi cuarto.
Pero no hay pájaros
con alas tan grandes,
ni viento
con un camisón tan largo.
Dios finge
que entró volando sin querer,
que no, que para nada es aquí,
y luego se lleva a papá hasta la cocina
para ponerse de acuerdo;
desde una gran trompa le sopla en el oído.
Y cuando mañana, apenas amanezca
papá me lleve consigo,
iré, iré
negra de odio.
En ninguna bondad, en ningún amor
voy a crecer,
más indefensa
que las hojas de noviembre.
Ni a confiar,
en nada vale la pena confiar.
Ni voy a amar,
a llevar el corazón vivo en el pecho.
Cuando suceda lo que ha de suceder,
cuando suceda,
me latirá un hongo seco
en lugar de corazón.
Y Dios espera,
y desde un balcón de nubes mira
si la hoguera prende
bien, parejo,
pero va a ver
cómo se muere a despecho,
pues así voy a morir,
¡no dejaré que me salve!
Desde esa noche,
de un insomnio terrible,
desde esa noche,
de espantosa soledad,
comenzó Dios,
poco a poco,
día a día,
la mudanza
de lo literal
a lo figurado.
Algo evidente
Henos aquí, amantes desnudos,
bellos – y mucho – para nosotros mismos,
sólo cubiertos con hojas de párpados,
recostados en una noche profunda.
Pero saben ya de nosotros, saben,
estas cuatro esquinas, este quinto horno,
esas sombras sagaces sentadas en las sillas
y la mesa con su muy significativo silencio.
Y saben los vasos por qué, en el fondo,
el té se enfría sin que nadie se lo tome.
Swift ya no tiene ninguna esperanza,
nadie lo leerá esta noche.
¿Y los pájaros? No te hagas ilusiones:
ayer vi cómo en el cielo
escribían abierta y claramente
el nombre con el que te llamo.
¿Y los árboles? Dime qué quiere
decir su murmullo infatigable.
Dices: tal vez el viento tenga a bien saber.
¿Y cómo supo el viento de lo nuestro?
Entra por la ventana una mariposa nocturna
y con sus alas velludas
ensaya despegues y aterrizajes
zumbando terca sobre nuestras cabezas.
¿Acaso ve más que nosotros
con la agudeza de su vista de insecto?
Yo no lo presentí, tú no lo adivinaste:
nuestros corazones brillan en la oscuridad.
Bufo
Pasará primero nuestro amor,
más tarde cien años, y doscientos,
más tarde volveremos a estar juntos:
comediantes, él y ella,
los predilectos del público,
nos llevarán a escena.
Una farsa: algún cuplé,
baile, un poco, muchas risas,
un agudo cuadro de costumbres
y aplausos.
Estarás más que gracioso
en esa escena, con tu celos,
tu corbata.
Mi cabeza vuelta atrás,
mi corazón, mi corona,
mi corazón bobo que se rompe
y una corona que cae.
Pasaremos a encontrarnos,
separarnos – carcajadas en la sala –,
inventarnos
mil y un cuentos como excusa.
Y por si tuviéramos pocos
sufrimientos y desgracias,
nos daremos la puntilla con palabras.
Y después saludaremos
y ya está.
Todo el mundo irá a dormir
medio muerto de la risa.
Ellos seguirán su feliz vida,
ellos el amor irán domando,
y comerá de su mano el feroz monstruo.
Y nosotros, siempre estando más o menos,
y nosotros con gorritos, campanillas,
y en su ruido animalmente
concentrados.
Conmemoración
Se amaron entre avellanos,
bajo soles de rocío,
de hojas secas y tierra
se les llenó el cabello.
Corazón de golondrina,
ten piedad de ellos.
Se arrodillaron junto al lago,
se quitaron las hojas,
y los peces se acercaban
a la orilla como estrellas.
Corazón de golondrina,
ten piedad de ellos.
El reflejo de los árboles humeaba
en la diminuta ola.
Golondrina, haz que nunca
lo olviden.
Golondrina, espina de la nube,
ancla del aire,
Ícaro mejorado,
frac en el séptimo cielo,
golondrina, caligrafía,
manecilla sin minutos,
gótico temprano de pájaros,
estrabismo en los cielos,
golondrina, silencio agudo,
luto alegre,
aureola de los amantes,
ten piedad de ellos.
Anuncios clasificados
Quienquiera que sepa dónde está
la compasión (fantasía del alma),
¡que lo diga!, ¡que lo diga!
Que lo cante a voz en cuello
y que baile como si hubiera perdido la razón,
alegre bajo el delicado sauce
siempre a punto de romper en llanto.
Enseño a callar
en todos los idiomas
con un método contemplativo:
del cielo estrellado,
las mandíbulas del sinantropus,
el salto del grillo,
las uñas del recién nacido,
el plancton,
el copo de nieve.
Devuelvo al amor.
¡Atención! ¡Ganga!
En la hierba de hace un año,
con el sol hasta el cuello
recostados mientras danza el viento
(coreógrafo de sus cabellos).
Para ofertar ver: Sueño.
Se necesita persona
para llorar
a los viejos que mueren
en los asilos. Favor
de no solicitar por escrito
ni anexar ningún tipo de actas.
Se destruirán los documentos
sin acuse de recibo.
Por las promesas de mi marido
– quien con todos los colores
del populoso mundo, su lenguaje,
su canción en la ventana y el perro de los vecinos
les hizo creer que nunca estarían solos
en penumbra, en silencio y sin aliento –
yo no puedo responder.
La Noche, viuda del Día.
Minuto de Silencio
Por Ludwika Wawrzyńska
Y tú a dónde,
ahí ya hay sólo fuego y humo.
-¡Hay cuatro niños ajenos,
voy por ellos!
¿Pero es acaso posible
de pronto desacostumbrarse
a sí mismo,
al orden del día y de la noche,
a la nieve del próximo año,
al rubor de las manzanas,
a las penas de amor,
del que nunca hay suficiente?
Sin despedirse, sin ser despedida
corre a salvar a los niños,
miren, los trae en los brazos,
se hunde en el fuego hasta las rodillas,
y tiene un cierto brillo en los alocados cabellos.
Y quería comprar un boleto,
irse unos días,
escribir una carta,
abrir la ventana después de la tormenta,
recorrer un sendero en el bosque,
no cansarse de admirar a las hormigas,
ver cómo el lago
se entorna por el viento.
Un minuto de silencio por los muertos
dura a veces hasta entrada la noche.
Soy un testigo ocular
del vuelo de las nubes y los pájaros,
oigo cómo crece la hierba
y sé darle nombre,
he leído millones
de signos impresos,
y con el telescopio he pasado
por excéntricas estrellas,
pero nadie hasta el momento
me ha llamado en su ayuda,
¿y si me pesa
la hoja, el vestido, el poema?...
Nos conocemos a nosotros mismos
en la medida en que nos ponen a prueba.
Se lo digo a ustedes
desde mi ignorado corazón.
Rehabilitación
Aprovecho el más antiguo derecho de la imaginación
y por primera vez en la vida convoco a los muertos,
observo sus rostros, escucho sus pasos,
aunque sé que el que ha muerto ha muerto de verdad.
Ya es hora de tomar nuestra propia cabeza entre las manos
y decirle: pobre Yorick, ¿dónde está tu ignorancia,
dónde tu confianza ciega, dónde tu ingenuidad,
tú ya – saldrá – de – alguna – forma, el equilibrio de tu alma
entre la verdad comprobada y la no comprobada?
Creí en su traición, creí en que no merecen nombre
ya que la mala hierba se burla de sus desconocidas tumbas
y los imitan los cuervos y las nevascas se mofan de ellos
– pero éstos fueron, Yorick, sólo falsos testigos.
La eternidad de los muertos dura
mientras se les paga con memoria,
moneda inestable. Y no hay día
en que alguien no pierda su eternidad.
Hoy de la eternidad sé aún más:
se puede dar y quitar.
Al que se ha llamado traidor
tiene que morir junto con su nombre.
Pero nuestro poder sobre los muertos
exige una balanza imperturbable:
para que el juicio no se haga de noche
y para que el juez no esté desnudo.
La tierra hierve y ellos, que ya son tierra,
se levantan, terrón tras terrón, puñado a puñado,
salen del silencio, vuelven a sus nombres,
a la memoria del pueblo, a los laureles y aplausos.
¿Dónde está mi poder sobre la palabra?
Las palabras cayeron al fondo de las lágrimas,
palabras, palabras incapaces de resucitar a la gente,
descripción muerta como una fotografía junto al resplandor
del magnesio.
Y ni siquiera a un mínimo aliento los puedo despertar
yo, Sísifo asignado al infierno de la poesía.
Vienen hacia nosotros. Y filosos como diamantes
– en las vitrinas brillosas por enfrente,
en las ventanas de acogedores departamentos,
en los lentes rosados, en los vasos,
cerebros, corazones – calladamente van cortando.
A mis amigos
Conocedores de los espacios
de la tierra a las estrellas,
nos perdemos en el espacio
de la tierra a la cabeza.
Es interplanetario,
del lamento a la lágrima.
En el camino de la falsedad a la verdad
dejas de ser joven.
Nos dan risa los aviones a reacción,
esa grieta del silencio
entre el vuelo y la voz,
como récord del mundo.
Ha habido vuelos más veloces.
Su voz que llega con retraso
no nos arranca del sueño
sino años después.
Se oye un grito:
¡Somos inocentes!
¿Quién grita? Corremos,
abrimos las ventanas.
La voz se corta de repente.
Detrás de las ventanas, las estrellas
caen, como cae después de una salva
el yeso de pared.
Entierro (1)
Sacaron cráneos del barro
y los pusieron en mármol
arrullando unas medallas
en almohadillas moradas.
Sacaron cráneos del barro.
Leyeron de unas tarjetas
a) éste fue un buen campesino,
b) que empiece a tocar la orquesta,
c) lástima que no fue eterno.
Leyeron de unas tarjetas.
Y tú valora, nación,
y tú respeta el botín,
que quien sólo una vez nace,
puede dos tumbas tener.
Y tú valora, nación.
No faltaron los desfiles
para miles de trombones
y policía antimotines
y repicar de campanas.
No faltaron los desfiles.
Tenían ojos evasivos,
de la tierra hacia los cielos
¿volarán ya las palomas
llevando en sus picos bombas?
Tenían ojos evasivos.
Entre ellos y la gente
sólo había árboles previstos,
y sólo lo que en las hojas
se calla y se tararea.
Entre ellos y la gente.
Y aquí puentes levadizos,
y aquí un barranco de piedras:
fondo plano por los tanques,
y un eco para que suenen.
Y aquí puentes levadizos.
Todavía ensangrentado
el pueblo ya nada espera,
no sabe aún que de espanto
palidecen las campanas.
Todavía ensangrentado.
***
Una historia detenida
me acompaña con trompetas.
El pueblo en que vivía
se llamaba Jericó.
De mí se va desprendiendo,
tra ta ta, muro tras muro.
Quedo del todo desnuda
bajo el ropaje del viento.
Toque trompetas, en orden,
toquen con toda la orquesta.
En cuanto caiga mi piel
se me blanquearán los huesos.
Los dos monos de Brueghel
Éste es mi gran sueño de examen final:
en la ventana hay dos monos encadenados.
Detrás de la ventana vuela el cielo
y se baña el mar.
Es el examen de historia de la gente.
Tartamudeo y me confundo.
Con la mirada fija, un mono, irónico, me escucha
– el otro como que dormita - ,
y cuando a la pregunta le sigue el silencio,
me sopla la respuesta
con un discreto sonido de cadenas.
Todavía
En vagones sellados
van los nombres a través del país,
¿hasta dónde irán así,
bajarán alguna vez?: no pregunten, no lo diré, no lo sé.
El nombre Natán golpea la pared con el puño,
el nombre Isaac canta enloquecido,
el nombre Sara pide agua para el nombre
Aarón que se muere de sed.
No saltes en marcha, nombre de David.
Tú eres el nombre que condena a la derrota,
el no dado a nadie, sin hogar,
demasiado pesado para ser llevado en este país.
Nuestro hijo, que tenga un nombre eslavo,
porque aquí cuentan los pelos en la cabeza,
porque aquí separan el bien del mal
según el nombre y la forma de los párpados.
No saltes en marcha. Nuestro hijo se llamará Lech.
No saltes en marcha. No es el momento aún.
No saltes. La noche resuena como la risa
y remeda el traqueteo de las ruedas en los rieles.
Una nube de gente atraviesa el país,
de una gran nube poca lluvia, una lágrima,
poca lluvia, una lágrima, un tiempo seco.
Las vías conducen a un bosque negro.
Así es, suena la rueda. Bosque sin claros.
Así es. Por el bosque va un transporte de gritos.
Así es. Despertada en la noche, oigo,
eso es, el retumbar del silencio en el silencio.
Naturaleza muerta con globo
En lugar de que vuelvan los recuerdos
en el instante de la muerte
solicito el regreso
de las cosas perdidas.
Por las puertas y ventanas: los paraguas,
la maleta, los guantes, el abrigo,
para poder decir:
qué me importa todo eso.
Alfileres, este peine, aquél,
la rosa de papel, la cuerda, el cuchillo,
para poder decir:
nada de eso echo de menos.
Dondequiera que estés, llave,
trata de llegar a tiempo,
para poder decir:
la herrumbre, querida, la herrumbre.
Descenderá una nube de constancias,
de pases, de expedientes,
para poder decir:
el sol se pone.
Reloj, fluye desde el río,
deja que te tome en mi mano,
para poder decir:
finges la hora.
Aparecerá también el globo
secuestrado por el viento,
para poder decir:
aquí no hay niños.
Vuela por la ventana abierta,
vuela por el amplio mundo,
que alguien exclame: ¡Ay!
para poder llorar.
De una expedición no efectuada al Himalaya
Ajá, así que esto es el Himalaya.
Montaña corriendo hacia la Luna.
El momento del despegue eternizado
En un cielo de pronto descosido.
Un desierto de nubes perforado.
Golpe en la nada.
Eco: blanca mudez.
Silencio.
Yeti, abajo es miércoles:
hay pan, abecedario,
dos y dos son cuatro
y la nieve se derrite.
Hay una manzana roja
partida en cruz.
Yeti, no sólo el crimen
es posible.
Yeti, no todas las palabras
condenan a muerte.
Heredamos la esperanza,
don del olvido.
Verás cómo parimos
en las ruinas.
Yeti, tenemos a Shakespeare.
Yeti, tocamos el violín.
Yeti, en la penumbra
encendemos la luz.
Aquí, ni la Luna ni Tierra,
y se congelan las lágrimas.
¡Yeti, cuasiconejo lunar,
piénsalo bien y vuelve!
Así, entre cuatro paredes de avalanchas,
llamaba al Yeti y pataleaba,
para entrar en calor,
sobre las nieves
perpetuas.
Prueba
Ay, canción, de mí te burlas,
pues aunque fuera hacia arriba no me abriría como rosa.
Como rosa florece la rosa y nadie más. Lo sabes.
Intenté tener hojas. Quise poblarme de arbustos.
Conteniendo el aliento – para que fuera más rápido -
esperé el momento de convertirme en rosa.
Canción, tú que de mí no te apiadas:
tengo un cuerpo individual que en nada se transforma,
y soy desechable hasta la médula de los huesos.
Las cuatro de la madrugada
Hora de la noche al día.
Hora de un costado al otro.
Hora para treintañeros.
Hora acicalada para el canto del gallo.
Hora en que la tierra niega nuestros nombres.
Hora en que el viento sopla desde los astros extintos.
Hora y – si – tras – de – nosotros – no – quedara – nada.
Hora vacía.
Sorda, estéril.
Fondo de todas las horas.
Nadie se siente bien a las cuatro de la madrugada.
Si las hormigas se sienten bien a las cuatro de la madrugada,
habrá que felicitarlas. Y que lleguen las cinco,
si es que tenemos que seguir viviendo.
Sueño de una noche de verano
El bosque de las Ardenas está brillando ya.
No te acerques a mí.
Tonta, tonta,
me codeaba con el mundo.
Comía pan, bebía agua,
el viento me azotó, la lluvia me mojó.
Por eso, aléjate de mí, ten cuidado.
Y por eso, tápate los ojos.
Vete, vete, pero no por tierra.
Zarpa, zarpa, pero no por mar.
Vuela, vuela, mi bien,
pero sin tocar el aire.
Mirémonos con los ojos cerrados.
Hablemos con las bocas cerradas.
Tomémonos a través de un grueso muro.
Una pareja más bien poco ridícula, la nuestra:
en vez de la luna brilla el bosque
y una ráfaga de viento le arranca a tu dama,
Píramo, su abrigo radiactivo.
Atlántida
Existieron o no existieron.
En una isla o no en una isla.
Un océano o no un océano
se los tragó o no.
¿Hubo quién amara a quién?
¿Hubo quién con quién luchara?
Sucedió todo o nada
allí o no allí.
Había siete ciudades.
¿Seguro?
Querían estar para siempre
¿Y las pruebas?
No inventaron la pólvora, no.
Inventaron la pólvora, sí.
Hipotéticos. Dudosos.
No conmemorados.
No extraídos del aire,
del fuego, del agua, de la tierra.
No encerrados en la piedra
ni en la gota de lluvia.
Incapaces de servir
en serio como moraleja.
Cayó un meteoro.
No era un meteoro.
Un volcán hizo erupción.
No era un volcán.
Alguien gritó algo.
Nadie nada.
En esta más / menos Atlántida.
Planeo el mundo
Planeo el mundo, segunda edición,
segunda edición, corregida,
como risa para los idiotas,
llanto para los melancólicos,
peine para los calvos,
zapatos para los perros.
He aquí el capítulo:
Lenguaje de los Animales y las Plantas,
y junto a cada especie
su respectivo diccionario.
Hasta un simple buenos días
intercambiado con un pez
tanto a ti como al pez y a todos
los reafirma en la vida.
¡Esa desde antaño presentida
y de repente real
improvisación de palabras por el bosque!
¡Esa épica de las lechuzas!
¡Esos aforismos del erizo
compuestos justo
cuando estamos convencidos
de que, nada, sólo duerme!
El tiempo (capítulo segundo)
tiene derecho a entrometerse
en todo, lo malo y lo bueno.
Sin embargo, ese triturador de montes,
desplazador de océanos,
presente en el girar de los astros,
no tiene el menor poder
sobre los amantes, pues están tan desnudos,
tan abrazados, con el alma aguzada
como un gorrión en el hombro.
La vejez es sólo una moraleja
en la vida de un criminal.
Así pues, ¡todos son jóvenes!
El sufrimiento (capítulo tercero)
no ultraja al cuerpo.
La muerte
llega cuando duermes.
Y sueñas
que para nada necesitas respirar,
que el silencio sin aliento
es buena música,
que eres pequeño como una chispa
y a ese compás te apagas.
Sólo una muerte así. Sentiste más
dolor sujetando una rosa entre los dedos,
y mucho más terror
al ver caer un pétalo a la tierra.
Y sólo un mundo así. Sólo vivir
así. Y morir sólo tanto.
Y todo lo demás, como Bach
tocado de momento
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