Fotografía

Fotografía: Marisol Zurita Aguilera. Isla de Chiloé. Chile.

Poema: Ruta 110 de Seamus Heaney

 

Seamus Heaney (Irlanda, 1931 - 2013)


SEAMUS HEANEY

 

RUTA 110

 

Para Anna Rose

 

I

 

Con su manchada bata abotonada al frente,

Café opaco, ribeteada en carmesí la orla.

Desde el sector de Clásicos a un pasillo se orienta.

 

Oloroso a algo seco descompuesto - mirada al frente -

Y a desinfectante, mano derecha a la obra;

Emerge, absorta, contando monedas

 

Dentro de la floja bolsa marsupial

Donde guarda el cambio, pensando cuánto se cobra

Por un ejemplar usado del Tomo Sexto de la Eneida.

 

Una nube de polvo agitado en la boca cubicular

Fue lo que yo inhalé cuando ella deslizó mi compra

Dentro de una bolsa de papel café de borde que picotea.

 

II

 

Mercado Smithfield sabatino. La tienda de mascotas

Fétida por las heces en las jaulas de conejos,

Melodiosa por los canarios, verdes y dorados,

 

Pero en silencio, como el lago del Averno sin aves, ahora.

Me apresuré hacia los autobuses, en pos de algún vericueto,

Esquivando los choques con mi ejemplar de Virgilio

embolsado,

 

Pasando por puestos y puestos con sus mochilas de lona

Expuestas, mapas, grabados, placas de yeso,

Plumeros, flores artificiales, y en el acto

 

Perchero de trajes y abrigos que ondulaban ahora

Al encuentro con aquel armazón cargado en exceso

Como los toldos de sus dueños, en la barca de Caronte

apiñados.

 

III

 

Una vez que el conductor la manija giraba,

Salían los nombres de estaciones adelantados

Uno a uno en sus tablero, y al punto

 

Todo vida cobraba. Los pasajeros llegaban

En parvada a la parada como grajos agitados

En torno a una grajera, con gran rapidez

 

Y bastante indecisión. Así, quien se encontraba

De estación de autobuses y autobús a cargo

Separaba y dirigía a todo el mundo,

 

Y no los nombres sino los números de ruta convocaba,

De modo que, según mandato, pudiéramos dispersarnos.

Yo, para la Ruta 110: Cookstown vía Toome y Magherafélt.

 

IV

 

Tieso como el alquitrán, negro como el carbón,

puños filosos

Como la pizarra, el típico saco largo de guardia

de ferrocarril

Que alguna vez compré de segunda mano: valía la

pena sufrir

 

Su castigo en cuello y puños aunque causara

Consternación al entrar ya muy de noche,

Criatura de ventoleras frías y lluvia de alerones.

 

Y luego, al mejorar el tiempo, como de rayo

Rumbo a Italia, en traje de barata de invitado

A una boda, del mejor tejido, de verano y holgado,

 

Gris como tórtola de Venus, de prisa entre los bronceados

Expatriados, cuesta arriba por colinas etruscas rumbo a

una ermita

De ladrillo, para toparme con que era yo quien más

en casa se sentía.

 

V

 

¿Tórtolas de Venus? ¿Por qué no palomas de McNicholls,

Mensajeras fuera de sus palomares?

Conducen infaliblemente a la cocina de McNicholls

 

Y al cirio votivo sobre el tocador.

Así que alcánzame no gencianas, sino tallos

Del ramo que ahí se erguía, plateado el color

 

De cada cabeza de avena, cada grano por separado

En un segundo hollejo de papel resplandeciente

De aquellos antiguos chocolates, pellizcado y ajustado

 

"Para darle una pizca de brillo al altarcito".

La noche en que la Sra. Nick, como le decíamos,

Me dio uno, rumbo a casa me iluminó el camino.

 

VI

 

Era la época de los fantasmas. De las linternas de mano.

De las luces en movimiento a la distancia para saber quién

Y por qué, en qué casa en el camino, el velorio de quien,

 

En aquella dirección: de Michael Mulholland el primero

Al que asistí como participante en serio, en vela

Hasta que la familia se sintió con fuerzas

 

Como extraños ante sí mismos y nosotros. Un velorio

Sin el cadáver de su mal aconsejado ser querido,

Hijo - hermano nadador, perdido en el Canal de Bristol.

 

Mantuvimos el hilo de la conversación tres noches

En torno a los caballetes de espera. A la cuarta,

El ataúd ocupaba su lugar, cerrada la tapa.

 

VII

 

La casa de los difuntos era entonces hospitalaria casa

De corrido hasta la madrugada, el juego de cartas

En curso interrumpido constantemente por rondas

 

De cigarrillos en charola, tazas de té, galletitas,

Antífona recitada de actividades consabidas.

Así como otras raras, clandestinas, en voz baja.

 

Alumno dilecto de su escuela nocturna, me fui a casa

Con la ropa apestando a humo, a pie la última mañana.

Como si hubiera atizado una pira; hasta el gablete llegué

 

En compañía de la madre, para indicar el derecho

De paso por sus campos a nuestro camino trasero,

Y quedar, formalmente, de la transgresión absuelto.

 

VIII

 

Como cuando se ve a principios de mes la luna nueva

Desvaneciéndose hacia la mañana,  es de nueva

Cuenta su rostro en la ventana, su dolor nuevo aún.

 

Mi mirada llena de prisa conforme quito el seguro,

Inicio la marcha, meto reversa, acelero y me esfumo

Es el coche que ella habrá seguido con los ojos,

 

Cintilando allá en la esquina las luces de frenos

Como linternas rojas al alba en manos de patrulleros

Del RUC por los caminos previos a la violencia,

 

Después de los bailes, después de aguantar

Y aguantarnos, épocas del mucho besar

Y decir que no, épocas de la impureza.

 

IX

 

¿Y qué quedaría por enterrar, al fin y al cabo,

Del Sr. Lavery, que en su pub voló en pedazos

Por llevar y seguir llevando el arma cargada

 

A media mañana rumbo a la puerta por donde

Se colaba el sol de Ashley House? ¿O del pobre

Louis O´Neill aquel miércoles, en el sitio equivocado,

 

Cuando enterraron en Derry a los trece ejecutados?

O de los cuerpos sin glorificar, contados y embolsados

Tras los cordones del duelo: con tal que no yacieran

 

En tumbas de guerra dignas del lujo honorario,

Ni en lotes que conmemoran, con fuego de aniversario,

Unidades emperifolladas y jamás reconciliadas.

 

X

 

Las felices sombras de Virgilio en puros y blanqueados

Atavíos contienden en verdes praderas, mientras Orfeo

Se entreteje en ellas, barriendo hilos, virando

 

Al pulso de su propia ejecución y para esquivar

A los luchadores, bailarines, corredores sobre el pasto.

Muy parecido a un día deportivo en Bellaghy,

 

El tenor trémulo del Flaco Whitman amplificado

Sobre chispeantes carros chocones y canastas voladoras,

Un buen trecho de camino con coches estacionados

 

En el crepúsculo y equipos de hombres adultos

semidesnudos

Y en acción, corriendo a todo vapor hasta el silbido final,

Dejando rastros de tornillo sobre el alquitrán y todo el

mundo.

 

XI

 

Aquellas tardes de espera y aguarda, mirando

Y pescando. Y la tarde en que apareció en la corriente

La cabeza de la nutria, ¿o sería acaso solamente

 

Un pliegue en la superficie y un destello confundido

Con la cabeza de nutria? Qué duda cabe, da lo mismo

El destello, urdimbre volcada entre aguas oscuras,

 

Veloces. O en duda acerca del sólido terreno

Del campo a orillas del río, a media luz y a flote

Entre siluetas y sombras agitadas al borde.

 

Arrastrados por la corriente, mirando

Ahí de pie espera y aguarda, necesitados,

Más que nunca, de traducción profunda.

 

XII

 

Y ahora, la época de los nacimientos. Como esa vez

De madrugada al pie de nuestro jardín trasero,

Cuando el último en partir llegó con flores recién

 

Cortadas a sofocar cuanto olor de bebida y humo hubiera

Quedado flotando, pues madre y criatura

Llegarían más tarde esa mañana de vuelta

 

De la clínica. En acción de gracias para quien la larga

Espera ha concluido a las orillas sombreadas, llego

Yo con mi ramo de tallos largos y cabezas plateadas,

 

Cual cirios cuyas luz no se desvanecerá al romper

Su luz terrenal y al reunirnos todos a una

Hablando como bebés.     

 

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LOS RUIDOS DE LA CASA es una mirada íntima de los sonidos detectados por el espíritu como residencia suprema de los sentidos, en especial del sentido auditivo, el cual se afina para escuchar los sonidos que están dentro y que asoman el vínculo entre lo estético y la intangibilidad del alma. Las imágenes estremecidas por los ruidos se manifiestan y se van haciendo parte del cuerpo consolidando y convirtiendo la casa estremecida con los sonidos de Dios, en un canto donde el amor deja al dedo enredado en los hilos del mantel. Las imágenes del ruido, la casa, los fantasmas, la cama, la puerta, son un todo, son uno en la vida del espíritu del autor. “En mi casa hay miles de jarrones un perro llorón por las noches una sonrisa pegada en la pared izquierda una almohada en el salón de nieve y un cuarto de estrellas lleno de grillos.”