Fotografía

Fotografía: Marisol Zurita Aguilera. Isla de Chiloé. Chile.

William Blake



 
William Blake (Londrés, 1757 - 1827)
CANTOS DE INOCENCIA

Introducción

Tocando mi flauta por los valles indómitos
Tocando canciones placenteras y jubilosas
en una nube vi a un niño
que riendo me dijo:

«¡Toca un cantar que hable de un cordero!»
Y yo lo toqué con feliz brío.
«Flautista, sopla otra vez ese cantar»;
volví a entonarlo; pero al escucharme lloró.

«Deja tu flauta, tu alegre flauta,
y canta tus canciones de alegres acentos.»
Volví pues a cantar lo mismo
mientras él escuchaba llorando de alegría.

«Siéntate y escribe
eso es un libro para que todos puedan leerlo.»
Se desvaneció de mis ojos
y yo tomé un junco hueco.

Hice entonces una tosca pluma
y manché las claras aguas
y escribí mis felices cantos
para que todos los niños se alegren al oírlos.

Un sueño

Cierta vez un sueño trenzó una sombra
sobre mi cama, que un ángel guardián custodiaba;
un hada perdió su rumbo
por la hierba donde creía hallarme tendido.

Turbada, confundida y solitaria,
sorprendida por la noche, exhausta,
enredada entre múltiples matas
y llena de desconsuelo, le oí decir:

«¡Oh, hijos míos! ¿Lloran?
¿Escuchan los suspiros paternos?
Ora miran al infinito,
Ora regresan y lloran por mí.»

Compasivo, derramé una lágrima,
pero vi a una luciérnaga cercana
la cual preguntó: «¿Qué chillona criatura
llama al guardián de la noche?»

«Me dispongo a alumbrar la tierra
mientras el escarabajo hace su ronda;
sigue tú del escarabajo el zumbido.
El pequeño vagabundo te guiará hasta tu hogar»

La niñita perdida

En el futuro
proféticamente veo
que la tierra del sueño
(grave y profunda sentencia)

se levantará en busca
de su manso hacedor;
y el desierto salvaje
se tornará en ameno jardín.

En el reino meridional
donde la plenitud del estío
nunca se desvanece,
la bella Lyca yace.

Siete veranos de edad
la amable Lyca cuenta.
Ha deambulado mucho
y oído la canción del pájaro silvestre.

«Dulce sueño, ven a mí
que estoy bajo este árbol.
¿Lloran su padre y su madre?
¿Dónde dormirá Lyca?»

«Perdida en salvaje desierto
está vuestra pequeña.
¿Cómo puede Lyca dormir
si su madre llora?»

«Si el corazón le duele,
que despierte Lyca.
Si mi madre duerme,
Lyca no llorará.»

«Ceñuda, ceñuda noche,
brilla sobre este desierto.
Que tu luna se levante
mientras cierro yo los ojos.»

Dormida Lyca yace
mientras las bestias de presa,
salidas de lo profundo de sus cavernas,
contemplan a la doncella dormida.

El regio león se detuvo
y a la virgen observó.
Brincó luego a su alrededor
sobre la tierra consagrada.

Leopardos y tigres juegan
en torno a ella mientras descansa,
al tiempo que el viejo león
inclina su melena dorada

Su seno lame
y sobre su cuello
de los ojos flamígeros de la fiera
caen lágrimas de rubí.

Entretanto la leona
suelta el sutil vestido de la niña
y ambos desnuda conducen
a la durmiente doncella hacia sus cuevas.

La niñita hallada

Toda la noche, dolientes,
van los padres de Lyca
por profundos valles
mientras lloran los desiertos.

Cansados y transidos de angustia,
roncos de tanto gemir,
del brazo, durante siete días
recorrieron los caminos del desierto.

Siete noches durmieron
entre profundas sombras
soñando que veían a la pequeña
morir de hambre en el salvaje desierto.

Pálida, por tierras sin caminos,
la imaginada imagen vaga,
famélica, llorosa, débil,
lanzando cavernosos y lastimeros gemidos.

Venciendo su inquietud
la temblorosa mujer continuaba,
con pies de cansada pena;
no podía ya ir más lejos.

En sus brazos la lloraba
armado con su dolor;
hasta que delante del camino
vieron un león acostado.

Volver atrás ya era vano;
pronto la pesada melena del león
les lanzó al suelo.
Luego se puso al acecho,

husmeando su presa.
Pero los temores de los dos humanos desaparecieron
cuando les lamió las manos.
Silencioso permaneció luego cerca de ellos.

Miraron sus ojos
llenos de profunda sorpresa
y maravillados contemplaron
un espíritu armado de oro.

Sobre su cabeza, una corona;
colgando de sus hombros
caía el áureo pelo.
Sus temores desaparecieron.

«Seguidme», dijo,
«no lloréis por la doncella.
En las profundidades de mi palacio
Lyca duerme».

Siguieron entonces
a la visión
viendo a la durmiente niña
en medio de tigres salvajes.

Desde ese día moraron
en un valle solitario
sin temer el alarido del lobo
ni el rugir de los leones.

El cordero

Corderino ¿quién te hizo?
¿Sabes quién te hizo?
¿Quién te dio vida y te alimentó
junto al arroyo y en los prados?
¿Quién te brindó deliciosas ropas,
de lana suave y alegres?
¿Quién te dio voz tierna
y capaz de regocijar todos los valles?
           ¿Quién te hizo, corderino?
           ¿Sabes quién te hizo?

           Corderillo, te lo diré;
           corderillo, te lo diré:
le llaman por tu nombre,
pues él mismo se dice Cordero.
Es humilde y manso.

Tomó la forma de un niñito.
Yo, un niño, y tú, un cordero,
somos llamados por el mismo nombre.
           ¡Que Dios te bendiga, corderillo!
           ¡Que Dios te bendiga, corderillo!

El capullo

¡Dichoso, dichoso gorrión!
Bajo el follaje verde intenso
un feliz capullo
ve que, vivaz cual flecha,
buscas tu estrecha cuna
junto a mi pecho.
¡Bonito, bonito petirrojo!

Bajo el follaje verde intenso
un feliz capullo
te oye sollozar, sollozar.
Bonito petirrojo, bonito petirrojo
junto a mi pecho.

El Prado de los Ecos

El sol se eleva
y hace feliz al cielo;
resuenan las alegres campanas
para dar la bienvenida a la Primavera;
la alondra y el zorzal del firmamento
y las aves del matorral
cantan más alto por doquier
al compás del gozoso sonido de las campanas
y nuestros juegos se verán
en el Prado delos Ecos.

El anciano John con su pelo cano
se libra riendo de sus preocupaciones.
Está sentado bajo el roble,
entre los viejecitos.
Ríen al vernos jugar
y no tardan en decir:
«así, así era la dicha
cuando a todos nosotros, niñas y niños,
en nuestros tiempos nos contemplaban
en el Prado de los Ecos».

Hasta que los pequeños, ya cansados,
no pueden divertirse más.
El sol se pone, en verdad
y terminan nuestros juegos.
En torno a los regazos maternales
muchas hermanas y hermanos,
como pájaros en sus nidos,
se disponen a descansar
y ya no se ven juegos
en el Prado de los Ecos.

La imagen divina

A la Misericordia, la Compasión, la Paz y el Amor
todos rezan en su aflicción
y a tales virtudes deliciosas
brindan su reconocimiento.

Misericordia, Compasión, Paz y Amor
son Dios, amado padre nuestro;
y Misericordia, Compasión, Paz y Amor
son el Hombre, hijo por Él protegido.

La Misericordia tiene corazón humano;
la Compasión, humano rostro;
el Amor, divina forma humana
y la Paz, humanos atavíos.

De modo que cada hombre, en cualquier parte,
que ruega en su aflicción,
reza a la divina forma humana,
al Amor, a la Misericordia, a la Compasión y a la Paz.

Todos han de amar a la forma humana,
así fuesen paganos, turcos o judíos,
pues donde moran la Misericordia, el Amor y la Compasión
también mora Dios.

El deshollinador

Al morir mi madre era yo muy joven
y mi padre me vendió. Mi lengua
apenas podía exclamar «¡deshollinador!, ¡deshollinador!...»;
de modo que vuestras chimeneas limpio y en el hollín
        duermo.

El pequeño Tom Dacre lloró cuando su cabeza,
poblada de rizos iguales al del lomo de un cordero, le
         afeitaron. Le dije pues:
«¡Calla, Tom! No importa. Piensa que con la cabeza
         rapada
el hollín no echará a perder tu pelo claro.»

Se tranquilizó; y aquella misma noche,
al dormir, tuvo un sueño
en el que miles de deshollinadores, entre los que se
        hallaban Dick, Joe, Ned y Jack,
se veían encerrados en negros ataúdes.

Un ángel se les aproximó llevando una llave reluciente
y abrió los féretros, dejándoles en libertad;
entonces, brincando y riendo por un verde llano,
        corrieron
a bañarse en el río y a brillar al sol.

Luego, desnudos y blancos, con sus sacos dejados atrás,
subieron a las nubes y jugaron con el viento.
El ángel dijo a Tom que si era buen chico
tendría a Dios por padre y nunca sería privado de la
          alegría.

Tom despertó entonces. Nos incorporamos en las tinieblas
y cogimos sacos y escobillas para ir al trabajo.
Aunque la mañana era fría, Tom estaba abrigado y feliz.
Si todos desempeñaran sus deberes, nadie tendría que
         temer daño alguno.

Alegría infantil

«Carezco de nombre:
sólo cuento dos días.»
¿Cómo te llamaré?
«Feliz soy,
dicha es mi nombre.»
¡Que la dulce dicha sea contigo!

¡Hermosa dicha!
Dulce dicha que apenas tienes dos días,
dulce dicha, te llamo.
Tú sonríes
mientras yo canto.
¡Que la dulce dicha sea contigo!

El Pastor

¡Qué dulce es el dulce destino del Pastor!
De la mañana a la noche va a la ventura.
Sigue a sus corderos durante todo el día
y su boca se llena de alabanzas

pues escucha la inocente llamada del cordero
y escucha la tierna respuesta de su cría.
Él vigila mientras ellos están apacibles
pues saben cuando está cerca el Pastor.

Noche

El sol desciende por el oeste,
la estrella de la tarde brilla.
Los pájaros están silenciosos en sus nidos
y yo he de buscarme el mío.
La luna, cual una flor,
en lo alto de los cielos mora;
con silencioso deleite,
se instala y sonríe en la noche.
Adiós, verdes campos y dichosos bosquecillos
do los rebaños se deleitaron,
do los corderos pacieron; el silencio mueve
los pies de resplandecientes ángeles.
Invisibles, derraman bendiciones
y dicha sin cesar
en cada brote y capullo,
y en cada seno durmiente.

Ellos escrutan cada descuidado nido
donde los pájaros se abrigan;
visitan las cuevas de todas las bestias
para guardarlas de todo mal
y, si ven gemir a alguna
que debiera dormir,
derraman sueño sobre sus cabezas
y se sientan a la vera de sus lechos.

Cuando lobos y tigres aúllan por la presa,
piadosamente velan y lloran
intentando desviar su sed hacia otra parte
y apartándoles del redil.
Pero si acometen con furor,
los ángeles muy atentos
reciben cada alma dócil
y le dan nuevos mundos en herencia.

Y allí, leones de encarnados ojos
llorarán lágrimas de oro
y, compadecidos, con tierno llanto,
recorrerán el aprisco
diciendo: «La ira, por su mansedumbre,
y la enfermedad por su salud,
serán expulsados de nuestro día inmortal.»

«Y ahora, junto a ti, cordero balador,
puedo descansar y dormir
o pensar en quien tu nombre llevara;
pacer luego de ti y llorar.
Pues, lavada en el río de la vida,
mi brillante melena por siempre
brillará como el oro
mientras yo guardo el redil.»

Canción de cuna

Dulces sueños, formad una glorieta
sobre la cabeza de mi hermoso niño.
Dulces sueños de placenteras corrientes
bajo los felices y silenciosos rayos lunares.

Dulce sueño, con suave plumón
teje en tu frente una corona infantil.
Dulce sueño, ángel dócil,
ciérnete sobre mi dichoso niño.

Dulces sonrisas, en la noche
cerníos sobre mi tesoro.
Dulces sonrisas, sonrisas maternas,
toda la santa noche cautivan.

Dulces quejas, suspiros de paloma,
no alejan el sueño de tus ojos.
Dulces quejas, sonrisas más dulces aún,
todas las quejas de paloma cautivan.

Duerme, duerme, niñito dichoso.
Toda la creación se ha dormido, sonriendo.
Duerme, duerme, sueño dichoso,
mientras tu madre por ti llora.

Dulce niñito, en tu rostro
una sagrada imagen discierno.
Cierta vez, como tú, dulce niñito,
tu hacedor se acortó y lloró por mí,

lloró por mí, por ti, por todos,
cuando era un niño pequeño.
Tú siempre verás su imagen,
rostro celestial que te sonríe,

que te sonríe, y también a mí y a todos.
Se encarnó en un niño pequeño;
las sonrisas infantiles son sus propias sonrisas.
Cielo y tierra hacia la paz hechizan.

El niñito perdido

«¡Padre, padre! ¿Adónde vas?
No camines tan deprisa.
Habla, padre, habla a tu hijito
o me sentiré perdido.»

La noche era oscura y no se veía padre alguno.
El niñito estaba empapado por el rocío.
El pantano era hondo y el pequeño lloró.
El vapor se esfumó.

El niñito hallado

El niñito perdido en el pantano solitario
seguía la vagabunda luz.
Comenzó a llorar; pero Dios, siempre cercano,
se le apareció bajo forma de padre, vestido de blanco.

Besó al pequeño y, tomándole de la mano,
lo llevó a su madre
que, pálida de pesar, en el solitario valle
a su hijito llorando buscaba.

Canción del aya

Cuando se oyen en el verde las voces de los niños
y llegan a la colina las risas
el corazón me descansa en el pecho
         y todo el resto está quieto.

«Venid a casa, niños míos, que el sol ha descendido
y despierta el rocío de la noche;
venid, venid, dejad vuestros juegos y recojámonos
hasta que la mañana aparezca en los cielos.»

«No, no, juguemos, que aún es día
y no podemos irnos a dormir.
Por otra parte, en el cielo vuelan los pajarillos
y las colinas están cubiertas de corderos.»

«Bien, bien, seguid jugando hasta que la luz se desvanezca.
Entonces volved a casa para dormir.»
Los pequeños brincaron y gritaron y rieron
y todos los montes devolvieron sus ecos.

Jueves Santo

Fue en un Jueves Santo. Con limpios rostros inocentes,
los niños iban por parejas, vestidos de rojo, azul y verde.
Bedeles de pelo cano iban delante, con varas blancas
       como la nieve, la nieve,
hasta que la alta cúpula de la Catedral de Pablo invadieron,
        como si fuesen las aguas del Támesis.

¡Qué multitud parecían formar aquellas flores de la ciudad
        de Londres!
Sentados en grupo mostraban con un brillo particular.
El vago susurro de las multitudes era patente; pero de
        una multitud de corderos.
Miles de niñitos y niñitas levantaban sus manos inocentes.

Ahora, como poderoso vendaval, elevan al cielo la voz del
         cantar
o, como armonioso trueno, las sedes entremezcladas del
         cielo.
Debajo de ellos están los prudentes guardianes de los
         pobres.
Aprecia la misericordia; no sea que alejes a un ángel de
         tu puerta.

Sobre el pesar ajeno

¿Puedo contemplar el dolor de alguien
sin sentir con él tristeza?
¿Puedo ver el pesar de alguien
sin intentar aliviarlo?

¿Puedo contemplar la lágrima derramada
sin compartir el dolor?
¿Puede un padre ver a su hijo
llorar sin verse embargado por la pena?

¿Puede una madre escuchar impávida
el lamento de un niño, el temor de un niño?
¡No, no! ¡Imposible!
Nunca, nunca será eso posible.

¿Puede aquél que a todo sonríe
oír los gemidos del pajarillo?
¿Oír a sus pequeñuelos apesadumbrados y necesitados?
¿Escuchar el llanto de los niños que sufren?

¿Sin sentarse a la vera del nido
rociando de piedad sus pechos?
¿Sin sentarse junto a la cuna
vertiendo lágrimas sobre las lágrimas del niño?

¿Y no pasarse noche y día
enjugando nuestras lágrimas?
Oh, no; eso nunca será posible.
Nunca, nunca será posible.

Nos depara a todos su alegría;
se transforma en chavalillo;
se transforma en hombre compasivo.
También él siente pesar.

Piensa que eres incapaz de suspirar un suspiro
sin que tu hacedor no esté a tu lado;
piensa que no puedes llorar una lágrima
sin que tu hacedor no esté cerca.

Ah, nos da la alegría
que destruye nuestras penas.
Hasta que nuestro pesar se haya esfumado
junto a nosotros se lamentará.

Primavera

         ¡Que suene la flauta!
         Ahora está muda.
         Los pájaros se deleitan
         día y noche.
         El ruiseñor
         en el valle
         la alondra en el cielo,
         alegremente.
Alegremente, alegremente, para dar la bienvenida al año.

         Niñito
         lleno de gozo,  
         niñita 
         dulce y pequeña,
         el gallo canta
         y también tú.
         Alegre voz,
         sonidos infantiles,
alegremente, alegremente, para dar la bienvenida al año.

        Corderino,
        aquí estoy.
        Ven a lamer
        mi blanco cuello.
        Deja que toque
        tu suave lana,
        deja que bese
        tu dulce rostro:
alegremente, alegremente, damos la bienvenida al año.

El escolar

Me gusta levantarme en las mañanas de verano,
cuando los pájaros cantan en los árboles;
cuando el cazador distante hace sonar su cuerno
y la alondra canta conmigo.
¡Ah, qué dulce compañía!

Pero ir a la escuela en las mañanas de verano
disipa toda alegría.
Mustios, sometidos a un ojo cruel,
los pequeñuelos pasan el día
entre suspiros y desalientos.

Ah, suelo dejarme caer en mi asiento
y pasar así más de una ansiosa hora.
No puedo hallar placer en un libro
ni en sentarme en la glorieta del saber
calado hasta los huesos por la tediosa lluvia.

¿Cómo podría el pájaro, nacido para la dicha,
cantar encerrado en una jaula?
¿Cómo podría un niño, presa del miedo,
evitar que caiga su ala tierna
olvidando sus bríos de juventud?

Oh padre, oh madre, si los capullos se cortan
y las flores se dispersan;
si las plantas tiernas son despojadas
de su alegría en un día primaveral
por el dolor y el desaliento,

¿Cómo podría el estío despertar jubiloso?
¿Cómo aparecerían los frutos del verano?
¿Cómo juntar lo que el dolor destruye?
¿Cómo festejar las dulzuras del año
cuando aparecen las bocanadas del invierno?

Canción de la risa

Cuando los verdes bosques ríen con la voz de la alegría
y el riacho corre, riendo y formando hoyuelos;
cuando el aire ríe con nuestras joviales ocurrencias
y la verde colina ríe al oírlas;

Cuando los prados ríen con animado verde
y el saltamontes ríe en el divertido escenario;
cuando Mary, Susan y Emily,
con sus dulces bocas redondas cantan «¡Ja, ja, ji!»

Cuando los pájaros pintados ríen en la sombra
donde está dispuesta nuestra mesa con cerezas y nueces,
venid y alegraos y uníos a mí
para cantar el dulce coro: «¡Ja, ja, ji!»

El negrito

Mi madre me engendró en el salvaje sur
y soy negro. Pero ¡ah!, mi alma es blanca.
Blanco como un ángel es el niño inglés;
pero yo soy negro, como desposeído de luz.

Mi madre me instruyó bajo un árbol
y allí sentada, antes del pleno calor del día,
me atrajo a su seno, besándome.
Luego, señalando el este, comenzó a decir:

«Mira el sol naciente. Allí mora Dios
e imparte su luz y regala su calor
y flores y árboles y bestias y hombres reciben
solaz por la mañana y dicha al mediodía.

Y se nos puso en la tierra
para que aprendamos a soportar los rayos del amor;
y estos negros cuerpos y estos rostros tostados
son sólo una nube y semejantes a un umbrío bosquecillo.

Pues cuando nuestras almas hayan aprendido el calor a
        soportar
la nube se desvanecerá. Oiremos su voz
que nos dirá: «Salid del bosque, mis bien amados,
y en torno a mi tienda de oro, como corderos, regocijaos.»

Así habló mi madre, besándome
y así lo cuento al niñito inglés.
Cuando yo me libere de mi nube negra y él de la suya
         blanca
y como corderos nos regocijemos en torno a la tienda de
         Dios,

Le protegeré del calor hasta que pueda soportarlo
y se incline dichoso sobre la rodilla de nuestro padre.
Y entonces me estaré de pie, acariciando su plateado
        cabello
y seré como él; y en adelante me amará.

La voz del viejo bardo

Deliciosa juventud, acércate
a ver cómo crece la mañana,
imagen de verdad recién nacida.
La duda se ha esfumado y nubes de razón
oscuras disputas y artificiosas bromas.
La insensatez es un laberinto sin fin;
raíces entrelazadas confunden sus caminos.
¡Cuántos han caído en él!
Tropiezan la noche entera con los huesos de los muertos
y piensan que sólo saben afligirse.
Y quieren guiar a otros, cuando ellos eran los que nece -
        sitaban ser guiados.

2 comentarios:

  1. Gracias por compartir poemas tan hermosos

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    Respuestas
    1. Es un placer tener su visita a esta Isla Inquieta. Desde aquí se espera seguir aportando a esto de vivir poéticamente. Gracias, muchas gracias.

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