CANTOS DE INOCENCIA
Introducción
Tocando mi flauta por los
valles indómitos
Tocando canciones
placenteras y jubilosas
en una nube vi a un niño
que riendo me dijo:
«¡Toca un cantar que hable
de un cordero!»
Y yo lo toqué con feliz
brío.
«Flautista, sopla otra vez
ese cantar»;
volví a entonarlo; pero al
escucharme lloró.
«Deja tu flauta, tu alegre
flauta,
y canta tus canciones de
alegres acentos.»
Volví pues a cantar lo mismo
mientras él escuchaba
llorando de alegría.
«Siéntate y escribe
eso es un libro para que
todos puedan leerlo.»
Se desvaneció de mis ojos
y yo tomé un junco hueco.
Hice entonces una tosca
pluma
y manché las claras aguas
y escribí mis felices cantos
para que todos los niños se
alegren al oírlos.
Un sueño
Cierta vez un sueño trenzó
una sombra
sobre mi cama, que un ángel
guardián custodiaba;
un hada perdió su rumbo
por la hierba donde creía
hallarme tendido.
Turbada, confundida y
solitaria,
sorprendida por la noche,
exhausta,
enredada entre múltiples
matas
y llena de desconsuelo, le
oí decir:
«¡Oh, hijos míos! ¿Lloran?
¿Escuchan los suspiros
paternos?
Ora miran al infinito,
Ora regresan y lloran por
mí.»
Compasivo, derramé una
lágrima,
pero vi a una luciérnaga
cercana
la cual preguntó: «¿Qué
chillona criatura
llama al guardián de la
noche?»
«Me dispongo a alumbrar la
tierra
mientras el escarabajo hace
su ronda;
sigue tú del escarabajo el
zumbido.
El pequeño vagabundo te
guiará hasta tu hogar»
La niñita perdida
En el futuro
proféticamente veo
que la tierra del sueño
(grave y profunda sentencia)
se levantará en busca
de su manso hacedor;
y el desierto salvaje
se tornará en ameno jardín.
En el reino meridional
donde la plenitud del estío
nunca se desvanece,
la bella Lyca yace.
Siete veranos de edad
la amable Lyca cuenta.
Ha deambulado mucho
y oído la canción del pájaro
silvestre.
«Dulce sueño, ven a mí
que estoy bajo este árbol.
¿Lloran su padre y su madre?
¿Dónde dormirá Lyca?»
«Perdida en salvaje desierto
está vuestra pequeña.
¿Cómo puede Lyca dormir
si su madre llora?»
«Si el corazón le duele,
que despierte Lyca.
Si mi madre duerme,
Lyca no llorará.»
«Ceñuda, ceñuda noche,
brilla sobre este desierto.
Que tu luna se levante
mientras cierro yo los
ojos.»
Dormida Lyca yace
mientras las bestias de
presa,
salidas de lo profundo de
sus cavernas,
contemplan a la doncella
dormida.
El regio león se detuvo
y a la virgen observó.
Brincó luego a su alrededor
sobre la tierra consagrada.
Leopardos y tigres juegan
en torno a ella mientras
descansa,
al tiempo que el viejo león
inclina su melena dorada
Su seno lame
y sobre su cuello
de los ojos flamígeros de la
fiera
caen lágrimas de rubí.
Entretanto la leona
suelta el sutil vestido de
la niña
y ambos desnuda conducen
a la durmiente doncella
hacia sus cuevas.
La niñita hallada
Toda la noche, dolientes,
van los padres de Lyca
por profundos valles
mientras lloran los
desiertos.
Cansados y transidos de
angustia,
roncos de tanto gemir,
del brazo, durante siete
días
recorrieron los caminos del
desierto.
Siete noches durmieron
entre profundas sombras
soñando que veían a la pequeña
morir de hambre en el
salvaje desierto.
Pálida, por tierras sin
caminos,
la imaginada imagen vaga,
famélica, llorosa, débil,
lanzando cavernosos y
lastimeros gemidos.
Venciendo su inquietud
la temblorosa mujer
continuaba,
con pies de cansada pena;
no podía ya ir más lejos.
En sus brazos la lloraba
armado con su dolor;
hasta que delante del camino
vieron un león acostado.
Volver atrás ya era vano;
pronto la pesada melena del
león
les lanzó al suelo.
Luego se puso al acecho,
husmeando su presa.
Pero los temores de los dos
humanos desaparecieron
cuando les lamió las manos.
Silencioso permaneció luego
cerca de ellos.
Miraron sus ojos
llenos de profunda sorpresa
y maravillados contemplaron
un espíritu armado de oro.
Sobre su cabeza, una corona;
colgando de sus hombros
caía el áureo pelo.
Sus temores desaparecieron.
«Seguidme», dijo,
«no lloréis por la doncella.
En las profundidades de mi
palacio
Lyca duerme».
Siguieron entonces
a la visión
viendo a la durmiente niña
en medio de tigres salvajes.
Desde ese día moraron
en un valle solitario
sin temer el alarido del
lobo
ni el rugir de los leones.
El cordero
Corderino ¿quién te hizo?
¿Sabes quién te hizo?
¿Quién te dio vida y te
alimentó
junto al arroyo y en los
prados?
¿Quién te brindó deliciosas
ropas,
de lana suave y alegres?
¿Quién te dio voz tierna
y capaz de regocijar todos
los valles?
¿Quién te hizo, corderino?
¿Sabes quién te hizo?
Corderillo, te lo diré;
corderillo, te lo diré:
le llaman por tu nombre,
pues él mismo se dice
Cordero.
Es humilde y manso.
Tomó la forma de un niñito.
Yo, un niño, y tú, un
cordero,
somos llamados por el mismo
nombre.
¡Que Dios te bendiga, corderillo!
¡Que Dios te bendiga, corderillo!
El capullo
¡Dichoso, dichoso gorrión!
Bajo el follaje verde
intenso
un feliz capullo
ve que, vivaz cual flecha,
buscas tu estrecha cuna
junto a mi pecho.
¡Bonito, bonito petirrojo!
Bajo el follaje verde intenso
un feliz capullo
te oye sollozar, sollozar.
Bonito petirrojo, bonito
petirrojo
junto a mi pecho.
El Prado de los Ecos
El sol se eleva
y hace feliz al cielo;
resuenan las alegres
campanas
para dar la bienvenida a la
Primavera;
la alondra y el zorzal del
firmamento
y las aves del matorral
cantan más alto por doquier
al compás del gozoso sonido
de las campanas
y nuestros juegos se verán
en el Prado delos Ecos.
El anciano John con su pelo
cano
se libra riendo de sus
preocupaciones.
Está sentado bajo el roble,
entre los viejecitos.
Ríen al vernos jugar
y no tardan en decir:
«así, así era la dicha
cuando a todos nosotros,
niñas y niños,
en nuestros tiempos nos
contemplaban
en el Prado de los Ecos».
Hasta que los pequeños, ya
cansados,
no pueden divertirse más.
El sol se pone, en verdad
y terminan nuestros juegos.
En torno a los regazos
maternales
muchas hermanas y hermanos,
como pájaros en sus nidos,
se disponen a descansar
y ya no se ven juegos
en el Prado de los Ecos.
La imagen divina
A la Misericordia, la
Compasión, la Paz y el Amor
todos rezan en su aflicción
y a tales virtudes
deliciosas
brindan su reconocimiento.
Misericordia, Compasión, Paz
y Amor
son Dios, amado padre
nuestro;
y Misericordia, Compasión,
Paz y Amor
son el Hombre, hijo por Él
protegido.
La Misericordia tiene
corazón humano;
la Compasión, humano rostro;
el Amor, divina forma humana
y la Paz, humanos atavíos.
De modo que cada hombre, en
cualquier parte,
que ruega en su aflicción,
reza a la divina forma
humana,
al Amor, a la Misericordia,
a la Compasión y a la Paz.
Todos han de amar a la forma
humana,
así fuesen paganos, turcos o
judíos,
pues donde moran la
Misericordia, el Amor y la Compasión
también mora Dios.
El deshollinador
Al morir mi madre era yo muy
joven
y mi padre me vendió. Mi
lengua
apenas podía exclamar
«¡deshollinador!, ¡deshollinador!...»;
de modo que vuestras
chimeneas limpio y en el hollín
duermo.
El pequeño Tom Dacre lloró
cuando su cabeza,
poblada de rizos iguales al
del lomo de un cordero, le
afeitaron. Le dije pues:
«¡Calla, Tom! No importa.
Piensa que con la cabeza
rapada
el hollín no echará a perder
tu pelo claro.»
Se tranquilizó; y aquella
misma noche,
al dormir, tuvo un sueño
en el que miles de
deshollinadores, entre los que se
hallaban
Dick, Joe, Ned y Jack,
se veían encerrados en
negros ataúdes.
Un ángel se les aproximó
llevando una llave reluciente
y abrió los féretros,
dejándoles en libertad;
entonces, brincando y riendo
por un verde llano,
corrieron
a bañarse en el río y a
brillar al sol.
Luego, desnudos y blancos,
con sus sacos dejados atrás,
subieron a las nubes y
jugaron con el viento.
El ángel dijo a Tom que si
era buen chico
tendría a Dios por padre y
nunca sería privado de la
alegría.
Tom despertó entonces. Nos
incorporamos en las tinieblas
y cogimos sacos y escobillas
para ir al trabajo.
Aunque la mañana era fría,
Tom estaba abrigado y feliz.
Si todos desempeñaran sus
deberes, nadie tendría que
temer daño alguno.
Alegría infantil
«Carezco de nombre:
sólo cuento dos días.»
¿Cómo te llamaré?
«Feliz soy,
dicha es mi nombre.»
¡Que la dulce dicha sea
contigo!
¡Hermosa dicha!
Dulce dicha que apenas tienes
dos días,
dulce dicha, te llamo.
Tú sonríes
mientras yo canto.
¡Que la dulce dicha sea
contigo!
El Pastor
¡Qué dulce es el dulce
destino del Pastor!
De la mañana a la noche va a
la ventura.
Sigue a sus corderos durante
todo el día
y su boca se llena de
alabanzas
pues escucha la inocente
llamada del cordero
y escucha la tierna
respuesta de su cría.
Él vigila mientras ellos
están apacibles
pues saben cuando está cerca
el Pastor.
Noche
El sol desciende por el
oeste,
la estrella de la tarde
brilla.
Los pájaros están
silenciosos en sus nidos
y yo he de buscarme el mío.
La luna, cual una flor,
en lo alto de los cielos
mora;
con silencioso deleite,
se instala y sonríe en la
noche.
Adiós, verdes campos y
dichosos bosquecillos
do los rebaños se
deleitaron,
do los corderos pacieron; el
silencio mueve
los pies de resplandecientes
ángeles.
Invisibles, derraman
bendiciones
y dicha sin cesar
en cada brote y capullo,
y en cada seno durmiente.
Ellos escrutan cada
descuidado nido
donde los pájaros se
abrigan;
visitan las cuevas de todas
las bestias
para guardarlas de todo mal
y, si ven gemir a alguna
que debiera dormir,
derraman sueño sobre sus
cabezas
y se sientan a la vera de
sus lechos.
Cuando lobos y tigres aúllan
por la presa,
piadosamente velan y lloran
intentando desviar su sed
hacia otra parte
y apartándoles del redil.
Pero si acometen con furor,
los ángeles muy atentos
reciben cada alma dócil
y le dan nuevos mundos en
herencia.
Y allí, leones de encarnados
ojos
llorarán lágrimas de oro
y, compadecidos, con tierno
llanto,
recorrerán el aprisco
diciendo: «La ira, por su
mansedumbre,
y la enfermedad por su
salud,
serán expulsados de nuestro
día inmortal.»
«Y ahora, junto a ti,
cordero balador,
puedo descansar y dormir
o pensar en quien tu nombre
llevara;
pacer luego de ti y llorar.
Pues, lavada en el río de la
vida,
mi brillante melena por
siempre
brillará como el oro
mientras yo guardo el
redil.»
Canción de cuna
Dulces sueños, formad una
glorieta
sobre la cabeza de mi
hermoso niño.
Dulces sueños de placenteras
corrientes
bajo los felices y
silenciosos rayos lunares.
Dulce sueño, con suave
plumón
teje en tu frente una corona
infantil.
Dulce sueño, ángel dócil,
ciérnete sobre mi dichoso
niño.
Dulces sonrisas, en la noche
cerníos sobre mi tesoro.
Dulces sonrisas, sonrisas
maternas,
toda la santa noche
cautivan.
Dulces quejas, suspiros de
paloma,
no alejan el sueño de tus
ojos.
Dulces quejas, sonrisas más
dulces aún,
todas las quejas de paloma
cautivan.
Duerme, duerme, niñito
dichoso.
Toda la creación se ha
dormido, sonriendo.
Duerme, duerme, sueño
dichoso,
mientras tu madre por ti
llora.
Dulce niñito, en tu rostro
una sagrada imagen
discierno.
Cierta vez, como tú, dulce
niñito,
tu hacedor se acortó y lloró
por mí,
lloró por mí, por ti, por
todos,
cuando era un niño pequeño.
Tú siempre verás su imagen,
rostro celestial que te
sonríe,
que te sonríe, y también a
mí y a todos.
Se encarnó en un niño
pequeño;
las sonrisas infantiles son
sus propias sonrisas.
Cielo y tierra hacia la paz
hechizan.
El niñito perdido
«¡Padre, padre! ¿Adónde vas?
No camines tan deprisa.
Habla, padre, habla a tu
hijito
o me sentiré perdido.»
La noche era oscura y no se
veía padre alguno.
El niñito estaba empapado
por el rocío.
El pantano era hondo y el
pequeño lloró.
El vapor se esfumó.
El niñito hallado
El niñito perdido en el
pantano solitario
seguía la vagabunda luz.
Comenzó a llorar; pero Dios,
siempre cercano,
se le apareció bajo forma de
padre, vestido de blanco.
Besó al pequeño y, tomándole
de la mano,
lo llevó a su madre
que, pálida de pesar, en el
solitario valle
a su hijito llorando
buscaba.
Canción del aya
Cuando se oyen en el verde
las voces de los niños
y llegan a la colina las
risas
el corazón me descansa en el
pecho
y todo el resto está quieto.
«Venid a casa, niños míos,
que el sol ha descendido
y despierta el rocío de la
noche;
venid, venid, dejad vuestros
juegos y recojámonos
hasta que la mañana aparezca
en los cielos.»
«No, no, juguemos, que aún
es día
y no podemos irnos a dormir.
Por otra parte, en el cielo
vuelan los pajarillos
y las colinas están
cubiertas de corderos.»
«Bien, bien, seguid jugando
hasta que la luz se desvanezca.
Entonces volved a casa para
dormir.»
Los pequeños brincaron y
gritaron y rieron
y todos los montes
devolvieron sus ecos.
Jueves Santo
Fue en un Jueves Santo. Con
limpios rostros inocentes,
los niños iban por parejas,
vestidos de rojo, azul y verde.
Bedeles de pelo cano iban
delante, con varas blancas
como la nieve, la nieve,
hasta que la alta cúpula de
la Catedral de Pablo invadieron,
como si fuesen las aguas del Támesis.
¡Qué multitud parecían
formar aquellas flores de la ciudad
de Londres!
Sentados en grupo mostraban
con un brillo particular.
El vago susurro de las
multitudes era patente; pero de
una multitud de corderos.
Miles de niñitos y niñitas
levantaban sus manos inocentes.
Ahora, como poderoso
vendaval, elevan al cielo la voz del
cantar
o, como armonioso trueno,
las sedes entremezcladas del
cielo.
Debajo de ellos están los
prudentes guardianes de los
pobres.
Aprecia la misericordia; no
sea que alejes a un ángel de
tu puerta.
Sobre el pesar ajeno
¿Puedo contemplar el dolor
de alguien
sin sentir con él tristeza?
¿Puedo ver el pesar de
alguien
sin intentar aliviarlo?
¿Puedo contemplar la lágrima
derramada
sin compartir el dolor?
¿Puede un padre ver a su
hijo
llorar sin verse embargado
por la pena?
¿Puede una madre escuchar
impávida
el lamento de un niño, el
temor de un niño?
¡No, no! ¡Imposible!
Nunca, nunca será eso
posible.
¿Puede aquél que a todo
sonríe
oír los gemidos del
pajarillo?
¿Oír a sus pequeñuelos
apesadumbrados y necesitados?
¿Escuchar el llanto de los
niños que sufren?
¿Sin sentarse a la vera del
nido
rociando de piedad sus
pechos?
¿Sin sentarse junto a la
cuna
vertiendo lágrimas sobre las
lágrimas del niño?
¿Y no pasarse noche y día
enjugando nuestras lágrimas?
Oh, no; eso nunca será
posible.
Nunca, nunca será posible.
Nos depara a todos su
alegría;
se transforma en chavalillo;
se transforma en hombre
compasivo.
También él siente pesar.
Piensa que eres incapaz de
suspirar un suspiro
sin que tu hacedor no esté a
tu lado;
piensa que no puedes llorar
una lágrima
sin que tu hacedor no esté
cerca.
Ah, nos da la alegría
que destruye nuestras penas.
Hasta que nuestro pesar se
haya esfumado
junto a nosotros se
lamentará.
Primavera
¡Que suene la flauta!
Ahora está muda.
Los pájaros se deleitan
día y noche.
El ruiseñor
en el valle
la alondra en el cielo,
alegremente.
Alegremente, alegremente,
para dar la bienvenida al año.
Niñito
lleno de gozo,
niñita
dulce y pequeña,
el gallo canta
y también tú.
Alegre voz,
sonidos infantiles,
alegremente, alegremente,
para dar la bienvenida al año.
Corderino,
aquí estoy.
Ven a lamer
mi blanco cuello.
Deja que toque
tu suave lana,
deja que bese
tu dulce rostro:
alegremente, alegremente,
damos la bienvenida al año.
El escolar
Me gusta levantarme en las
mañanas de verano,
cuando los pájaros cantan en
los árboles;
cuando el cazador distante
hace sonar su cuerno
y la alondra canta conmigo.
¡Ah, qué dulce compañía!
Pero ir a la escuela en las
mañanas de verano
disipa toda alegría.
Mustios, sometidos a un ojo
cruel,
los pequeñuelos pasan el día
entre suspiros y
desalientos.
Ah, suelo dejarme caer en mi
asiento
y pasar así más de una
ansiosa hora.
No puedo hallar placer en un
libro
ni en sentarme en la
glorieta del saber
calado hasta los huesos por
la tediosa lluvia.
¿Cómo podría el pájaro,
nacido para la dicha,
cantar encerrado en una
jaula?
¿Cómo podría un niño, presa
del miedo,
evitar que caiga su ala
tierna
olvidando sus bríos de
juventud?
Oh padre, oh madre, si los
capullos se cortan
y las flores se dispersan;
si las plantas tiernas son
despojadas
de su alegría en un día
primaveral
por el dolor y el
desaliento,
¿Cómo podría el estío
despertar jubiloso?
¿Cómo aparecerían los frutos
del verano?
¿Cómo juntar lo que el dolor
destruye?
¿Cómo festejar las dulzuras
del año
cuando aparecen las
bocanadas del invierno?
Canción de la risa
Cuando los verdes bosques
ríen con la voz de la alegría
y el riacho corre, riendo y
formando hoyuelos;
cuando el aire ríe con
nuestras joviales ocurrencias
y la verde colina ríe al
oírlas;
Cuando los prados ríen con
animado verde
y el saltamontes ríe en el
divertido escenario;
cuando Mary, Susan y Emily,
con sus dulces bocas
redondas cantan «¡Ja, ja, ji!»
Cuando los pájaros pintados
ríen en la sombra
donde está dispuesta nuestra
mesa con cerezas y nueces,
venid y alegraos y uníos a
mí
para cantar el dulce coro:
«¡Ja, ja, ji!»
El negrito
Mi madre me engendró en el
salvaje sur
y soy negro. Pero ¡ah!, mi
alma es blanca.
Blanco como un ángel es el
niño inglés;
pero yo soy negro, como
desposeído de luz.
Mi madre me instruyó bajo un
árbol
y allí sentada, antes del
pleno calor del día,
me atrajo a su seno,
besándome.
Luego, señalando el este,
comenzó a decir:
«Mira el sol naciente. Allí
mora Dios
e imparte su luz y regala su
calor
y flores y árboles y bestias
y hombres reciben
solaz por la mañana y dicha
al mediodía.
Y se nos puso en la tierra
para que aprendamos a
soportar los rayos del amor;
y estos negros cuerpos y
estos rostros tostados
son sólo una nube y
semejantes a un umbrío bosquecillo.
Pues cuando nuestras almas
hayan aprendido el calor a
soportar
la nube se desvanecerá.
Oiremos su voz
que nos dirá: «Salid del
bosque, mis bien amados,
y en torno a mi tienda de
oro, como corderos, regocijaos.»
Así habló mi madre,
besándome
y así lo cuento al niñito
inglés.
Cuando yo me libere de mi
nube negra y él de la suya
blanca
y como corderos nos
regocijemos en torno a la tienda de
Dios,
Le protegeré del calor hasta
que pueda soportarlo
y se incline dichoso sobre
la rodilla de nuestro padre.
Y entonces me estaré de pie,
acariciando su plateado
cabello
y seré como él; y en
adelante me amará.
La voz del viejo bardo
Deliciosa juventud, acércate
a ver cómo crece la mañana,
imagen de verdad recién
nacida.
La duda se ha esfumado y
nubes de razón
oscuras disputas y
artificiosas bromas.
La insensatez es un
laberinto sin fin;
raíces entrelazadas
confunden sus caminos.
¡Cuántos han caído en él!
Tropiezan la noche entera
con los huesos de los muertos
y piensan que sólo saben
afligirse.
Y quieren guiar a otros,
cuando ellos eran los que nece -
sitaban ser guiados.
Gracias por compartir poemas tan hermosos
ResponderEliminarEs un placer tener su visita a esta Isla Inquieta. Desde aquí se espera seguir aportando a esto de vivir poéticamente. Gracias, muchas gracias.
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