Fotografía

Fotografía: Marisol Zurita Aguilera. Isla de Chiloé. Chile.

Carlos Luis Torres Gutiérrez: Poemas de: A punto de llover

 

 

Carlos Luis Torres Gutiérrez (Colombia, 1956)

 Nubes negras

 I.

 Dolor profundo

 

Me duelen los dientes,

no por apretarlos...

pues he tenido la boca entreabierta

desde el día de mi muerte.

 

Es un profundo dolor

de muerto viejo,

de maceración continua,

de un rumiar la misma pena,

de un lamer la misma roca.

 

Me duele ese lugar...

indefinido

ese que está allá

donde la mano pusiste

ese día.

 

Me duele...

es la oquedad,

la distancia remota,

la ausencia de luz

y de la sonrisa tuya

que se marchó

cuando alguien me brindó este lecho.

 

II.

 

No me interrumpas

esta tarde.

Pacté con el rojo sol

un silencio de nube

y este viento.

 

Le cambié a alguien

la sombra de esta hoja seca

por mi última sonrisa.

Le di a un pasante viejo

un puñado de versos

y en su lugar

colocó en mis manos

este desierto,

que te dejo a ti...

y mi aliento.

 

 

Debajo de mis palabras

encontrarás un puñal

y bajo este,

 

un silencio oscuro,

un gorjear muy bajo

y una mueca, que deseo que te lleves

... a cambio del olvido.

 

III.

 

No hay viento,

se marchó esta tarde.

¿Ves esa planicie de cal y arena,

de un rojo tan profundo

que nos espanta?

Allá al fondo, Elizabeth,

había un bosque,

dos pequeños pájaros

y una nube.

Allá al fondo,

parpadearon

tres palabras mías

y la música de tus manos.

¿Lo ves Elizabeth?

Mujer de sombra,

casi un sueño...

había nubes

y un sol cayendo.

 

Había viento...

se marchó esta tarde,

tan sólo quedó la roca

y este amargo...

 

IV.

 

¡Qué extraño!

he vivido muchos años

sobre esta lámina de cemento.

He visto deslizarse atardeceres,

a veces sin lágrimas,

he columpiado sobre mis recuerdos

tu piel y tus palabras.

Desde aquí he visto

morir un pájaro,

un caer de nube,

siete cuchillos deslizarse

como estrellas en el cielo,

veinte gritos de sol,

miles de lechos desnudos

...y mi muerte.

 

 

¡Qué extraño!

Esta tarde...

no me había dado cuenta,

al caer el sol,

 

un sembrado de flores,

ahí al borde de mi puerta.

 

¡Qué extraño!

Escher, después de tantos años

pasó por aquí.

 

V.

 

Y la ciudad se quedó

con él adentro,

resignada a soportarle,

a ver su rostro

perdido, un tanto

sumergido en la noche.

 

Se quedó

mirándole, con los dientes

apretados.

Escuchándole esa vieja canción

y su deambular nostálgico,

mirando siempre la luna,

que por pan,

la había confundido

este hambriento... verso.

 

VI.

 

Este intento cotidiano

por hacer un verso

de una cáscara.

Esta imagen borrosa

de tu rostro asomándose,

cual papel al viento.

 

Me sorprendo de tu

sombra y mis dedos

que deambulan este

universo de arcilla,

este río de colores grises

y esta mudez mía

que siente miedo

un miedo oscuro,

húmedo, resbaladizo,

donde todo falta.

 

VII.

No detengas ese cuchillo

sino no es para mirarte en el espejo.

 

Un corredor muy angosto

separa tu poesía

de mis palabras.

Pues caminar al borde de la muerte

tiene en ti ese hálito

de inmediatez, que a la vez encanta

y enternece.

 

(Mira...

... jamás tantos vivos

habitaron la casa de los muertos,

me dijiste como quien recuerda un verso

o una verdad irrefutable).

 

Nos acercamos dulzonamente

hacía la muerte,

pues ella no se busca,

tampoco se le encuentra,

está allí... agazapada,

con la tenue sonrisa

de un poema tuyo,

o aquel desdén mío con la vida.

 

Darle otra vuelta

y escribir un verso,

degustar la misma cuesta,

y deambular el mismo libro

paria y sin destino,

se han convertido

en la tarea diaria,

en la rutina adquirida

para sobrevivir

esta vida que amenaza.

 

 

Pon los ojos sobre el muro

y aspira ese olor a cal,

para qué añorar un verde

o el olor triste de este invierno,

 

tampoco intentes mover un dedo

que la poesía se escribe así,

en el silencio... y en medio de la muerte.

 

VIII.

 

Cansado de la longitud

pues la vida es más larga que el camino.

 

Tanto trepar,

tanto entrecerrar los ojos

con un gesto.

Tanto apretar las manos

por este miedo eterno

que impide... un respiro largo,

un deambular la tarde,

el simple contemplar

tu piel, o la caricia

lenta de tus palabras.

 

Cansado de distancias,

pues la vida es más larga que el camino.

 

 

Me quedo mudo,

a la espera de ese algo

que aquí... al borde del abismo,

 

tiene la magia de un final

para este pedazo de vida,

que sin uso nos sobra...

sin hacernos falta.

 

Cansado... la vida es más larga que el camino.

 

IX.

 

Afuera está llorando

y yo, aquí dentro... lluevo

 

Los árboles tienen húmedas y oscuras

sus cortezas.

Sus verdes hojas miran el suelo

y las aguas inundan los andenes.

 

El cielo con ojos de anciano

mira triste los antiguos empedrados

... y llora,

mientras aquí dentro,

a pesar de los libros,

del lento pentagrama

y de ese color amarillo,

aquí dentro... llueve.

 

X.

 

Una calle.

La soledad de un poste,

la crudeza de un cielo plomizo

y humedecido.

La sensatez de dos perros

que se acercan y se huelen sin mirarse.

El asfalto que se mueve

metiéndose por las ventanas.

Este olor a lata,

a caucho negro,

este aire tenue sin sabor

de pájaros,

esta calle sucia

... repleta de hombres.

 

XI.

 

Ese viento frío

cargado de nostalgias.

Esa nube de aceite,

de polvo seco.

Ese aliento de pantano,

de musgo viejo,

de años.

 

Ese olor a corteza,

a fango,

a multitud,

a pájaros perdidos,

a estrellas sin luz,

ese olor a nada y a todo.

 

XII.

 

Ahí agazapada...

durante tantos años.

Como delicada mortaja,

cual sutil suspiro

o un recuerdo leve

traído por el viento.

 

Te pre-siento ahí... muy cerca...

al acecho.

Esperando un guiño o

mi inmovilidad,

o cualquier pretexto

para brindarme una lágrima,

dos palabras lentas,

tres gotas de sal y el abismo.

 

Agazapada... ahí te pre-siento

¡mi adorada tristeza!.

 

XIII.

 

Nunca te he dicho que te quiero.

Tampoco te he besado con pasión.

He conversado contigo,

te he tomado de las manos,

he recorrido la lentitud de tu cuerpo

y mis recuerdos los he bañado

con lágrimas.

 

Para qué mentir...

Has sido a trechos compañía.

 

Pero hoy, después de casi un siglo

pienso que te necesito...

melancolía.

 

XIV.

 

Soy una especie

de hombre feliz

que llora... llora mucho.

 

XV.

 

No mires,

No encontrarás el mar.

 

Cielo Nublado

 XVI.

 Qué frío hace aquí...

 

Qué frío hace aquí

donde los pasos puse un día igual a este.

Qué largo viento sopla sordo

por entre mis brazos.

Qué lluvia tan oscura cae

sobre los paraguas.

Qué silencio tan extenso,

qué profunda sordera la mía.

 

Qué haces aquí,

si tú eres sólo una sombra vieja.

Vete, vete por ahí,

que ese es el camino de regreso.

Vete que es muy temprano aún

para volver contigo.

 

 

Qué frío hace y aún

no ha llegado la mañana.

Lentos y fríos como un sudario,

 

mis pensamientos se deslizan

mojados y cansados.

 

Qué frío hace,

tocan a la puerta...

mejor no abrir...

tengo mucho miedo de que no seas tú...

...mi muerte antigua.

 

XVII.

 

Silencio

 

No me hables...

que hoy todo me sobra.

Me sobra ese pequeño ramo de pino verde.

Me sobra la nube blanca

y el vuelo leve de aquella hoja seca.

Me sobra el aire,

me sobra el agua,

el murmullo tierno de esa flor

y el color del mar.

 

No me hables,

que me sobra todo...

todo... menos tu voz.

 

XVIII.

 

No lo intentes...

no es cosa simple.

Tiene la forma de un nudo

inmenso.

No lo intentes,

tal vez tus manos,

por lo delicadas,

no son capaces de sostenerlo.

 

No lo intentes,

que el vivir conmigo

no es tan simple

soy... tal vez, un nudo eterno

o un barco ya hundido.

 

IXX.

 

La puerta entreabierta.

Sobre los pocos muebles,

la sombra tenue de un recuerdo.

Y sobre mis manos

estas voces que tan sólo se atreven

a afirmar que entraste algún día.

 

Ahí están aún:

tres sonrisas tuyas acaballadas,

dos disparos de luz sobre

este lienzo oscuro,

la suavidad de tus palabras

durmiendo sobre ese antiguo verso...

 

ah... y tu humedad... lo olvidaba.

 

La puerta está entreabierta...

(...por favor no la cierres).

 

XX.

 

La luna tiene

la cara igual que yo:

pálida, alargada,

nostálgica, eterna,

cansada y un

tanto sin lugar.

 

Ese abismo,

ese mar de arena,

ese cráter sin borde,

esa huella que

tan sólo es un conejo

sin rostro,

esa luna y mi alma

tienen el sabor

amargo de la distancia.

 

Esta noche,

bordeando este

universo nostálgico,

escribo este poema... a ti...

para que sólo te abrace mi soledad.

 

XXI.

 

La tenue ventana

por la que tan sólo alcanzo

a percibir un brillo,

tiene la silueta curva

de una vida tan larga

que arruga el alma,

encanece el tiempo

y las lágrimas.

 

Mira el mar,

... es tan tarde ya.

La noche venció

como tu y yo lo esperábamos.

No nos queda más que nuestro

deambular a tientas.

 

 

No lo dudes,

lo que acabó fue el día

y la noche larga que comienza

 

tiene un ritmo,

una desarmonía y el peligro

de la muerte.

 

XXII.

 

Me asalta esta lágrima

inconsulta e indeseada.

Tiene ella las características

de mi vida:

larga, angosta,

turbia y salobre.

Una dolorosa lágrima

que en silencio brota

como cualquier ser

que nace una noche

al borde del abismo.

 

XXIII.

 

A Cristina...

 

Tu cuerpo de sombra...
sobre el agua

era un manojo de gotas,

un murmullo triste,

un deslizar lento.

Y tu voz apenas...

desde lejos.

 

Tu cuerpo sobre el agua

quedó cubierto

con pedazos rotos de

mi tiempo.

 

XIV.

 

Ese caer de lágrimas

sobre la roca,

esa sonrisa tuya

húmeda y salobre.

 

Llorad mujer,

llorad esta noche eterna,

que el viento

sabe de distancias y de tiempos.

Llorad esta vida larga,

estas manos duras

y este aliento.

 

Ese caer de lágrimas

o ese partir

sin un regreso.

Llorad que la vida tal vez es eso...

tan sólo un beso

y ese llanto tenue que se escapa.

 

XV.

 

Tengo fiebre o quizás

un poco de calentura.

Estoy temblando y

hace mucho frío.

 

No te preocupes...

lo que pasa es que...

estoy amando.

 

XVI.

 

Estuve solo esta tarde,

sólo con mis recuerdos.

Mordí la arena,

recorrí otra vez

aquel desierto de lodo

y flores viejas.

 

Ya ves, no estuve en lugar tierno,

por el contrario

me sorprendió un viento

de arenisca

y un fétido mar

que afortunadamente

perdí en el tiempo.

Estuve solo esta tarde,

mas tan sólo incómodo

y mucho menos triste.

 

 

Lo sé... hoy tengo otro desierto,

un puñado de hojas secas entre mis

 

cuarteadas manos.

Un dolor sordo,

un sabor indefinible,

y esta brisa lenta,

cual raro murmullo

que se extiende...

 

Ah,... y mi vida ahí pegada

a una roca, esperando... en silencio.

 

Lluvia continua

 

XXVII.

 

A mi hijo Camilo Torres

 

Sólo tú puedes verla,

tiene el tamaño

del polen rojo

y un olor tan dulce

que enmudece.

 

Mírala allí...

al lado de la muerte.

Tiene miedo

pues la sangre puede

humedecer su voz

tierna de pájaro.

 

¡Mírala!...

mírala desde el borde

de tus siete años,

que tan sólo tu puedes verla...

mírala... es apenas la esperanza.

 

XXVIII.

 

Tiene las marcas de la guerra,

los rostros miran horrorizados

un cielo ensombrecido,

sus brazos se alzan

equívocamente cruzados

y sus bocas desechas y deformadas

lanzan al aire un mudo grito.

Un hombre con una lámpara

ilumina infructuosamente el mundo

mientras un dios-sol bordeado de espinas

se entrecruza con la luz eléctrica.

 

Mujeres desechas,

brazos cargando niños muertos,

pedazos de estatuas y ladrillos

sobre el suelo,

y espadas rotas

en medio de una población en ruinas.

 

Después de las bombas,

no hay fuego,

no hay ruido,

tan sólo el cielo negro.

 

Tiene...

las marcas de la guerra

este cuadro criollo...

perplejo, al igual que Guernica,

cual desolado paisaje inmenso

se yergue hoy en este doloroso verso.

 

XXIX.

 

Teníamos las manos untadas

de noche

y el cuerpo cubierto

por esa pátina fría...

y la nostalgia.

 

Te hablé sin mirarte,

olí tu cuerpo sin

poder tocar tus manos.

Me derrumbé en silencio

porque se me agotó el alma.

 

¿Qué lugar es este?,

me preguntaste al no encontrar orillas.

Te mostré el horizonte

de cal y sangre.

Te mostré el mar sin olas

y una sonrisa triste.

 

¿En qué lugar estamos?

lo dijiste sin los labios.

Aquí donde hemos vivido siempre,

donde la vida

tiene un borde

y la muerte es la única salida.

 

Tu lo sabes...

se trata del comienzo.

 

XXX.

 

Silencio que no puedo pensar.

Ahí está el horizonte de color púrpura,

como un socavón inmenso.

Allí, al fondo, presiento

un aire fétido y un corazón abierto.

 

Se acabaron las manos de luna,

se enmudecieron los ríos,

se agotó el canto azul

de nube y pájaro,

se le enredó la sonrisa

a aquella niña de cabellos rojos,

se le quebraron los huesos

a ese hermoso espantapájaros de trigales,

... se nos oscureció el alma.

 

Silencio que no puedo hablarte.

Detén ese horizonte púrpura,

enjuágate la boca

y canta una canción cuando todo cese.

 

Por si escampa

 

Por fin París

 

Por fin París, donde sólo pude estar un sueño.

Qué temporada tan corta pero tan intensa.

Esa ciudad tiene la rosa roja de tu rostro en la tarde.

La nota barroca de Albinoni y tu aliento.

La intensidad de un violín

o el sonido de tu cuerpo.

 

Por fin París, tus ojos en la calle,

un pequeño suspiro de ave,

el sol cálido y tu piel,

Oye... oye...,... silencio,...no mires

no hace falta,...oye... oye ese violín cayendo.

Albinoni en esta tarde.

París, la nuit y este verso.

 

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