Fotografía

Fotografía: Marisol Zurita Aguilera. Isla de Chiloé. Chile.

Federico García Lorca

Veleta
Julio de 1920
(Fuente Vaqueros, Granada)

Viento del Sur.
Moreno, ardiente,
llegas sobre mi carne,
trayéndome semilla
de brillantes
miradas, empapado
de azahares.

Pones roja la luna
y sollozantes
los álamos cautivos, pero vienes
¡demasiado tarde!
¡Ya he enrollado la noche de mi cuento
en el estante!

Sin ningún viento,
¡hazme caso!
Gira, corazón;
gira, corazón.

Aire del Norte,
¡oso blanco del viento!,
llegas sobre mi carne
tembloroso de auroras
boreales,
con tu capa de espectros
capitanes,
y riyéndote a gritos
del Dante.
¡Oh pulidor de estrellas!
Pero vienes
demasiado tarde.
Mi almario está musgoso
y he perdido la llave.

Sin ningún viento,
¡hazme caso!
Gira, corazón;
gira, corazón.

Brisas, gnomos y vientos
de ninguna parte,
mosquitos de la rosa
de pétalos pirámides,
alisios destetados
entre los rudos árboles,
flautas en la tormenta,
¡dejadme!
Tiene recias cadenas
mi recuerdo,
y está cautiva el ave
que dibuja con trinos
la tarde.

Las cosas que se van no vuelven nunca,
todo el mundo lo sabe,
y entre el claro gentío de los vientos
es inútil quejarse.
¿Verdad, chopo, maestro de la brisa?
¡Es inútil quejarse!

Sin ningún viento,
¡hazme caso!
Gira, corazón;
gira, corazón.



Aire de nocturno
1919


Tengo mucho miedo
de las hojas muertas,
miedo de los prados
llenos de rocío.
Yo voy a dormirme;
si no me despiertas,
dejaré a tu lado mi corazón frío.

«¿Qué es eso que suena
muy lejos?»
«Amor,
el viento en las vidrieras,
¡amor mío!»

Te puse collares
con gemas de aurora.
¿Por qué me abandonas
en este camino?
Si te vas muy lejos
mi pájaro llora
y la verde viña

no dará su vino.
«¿Qué es eso que suena
muy lejos?»
«Amor,
el viento en las vidrieras,
¡amor mío!»

Tú no sabrás nunca,
esfinge de nieve,
lo mucho que yo te hubiera querido
esas madrugadas
cuando tanto llueve
y en la rama seca
se deshace el nido.

«¿Qué es eso que suena muy
lejos?»
«Amor,
el viento en las vidrieras,
¡amor mío!»


Ritmo de otoño

A Manuel Ángeles

Amargura dorada en el paisaje.
El corazón escucha.

En la tristeza húmeda
el viento dijo:
«Yo soy todo de estrellas derretidas,
sangre del infinito.
Con mi roce descubro los colores
de los fondos dormidos.
Voy herido de místicas miradas,
yo llevo los suspiros
en burbujas de sangre invisibles
hacia el sereno triunfo
del Amor inmortal lleno de Noche.
Me conocen los niños,
y me cuajo en tristezas
sobre cuentos de reinas y castillos.

Soy copa de la luz. Soy incensario
de cantos desprendidos
que cayeron envueltos en azules
transparencias de ritmo.
En mi alma perdiéronse solemnes
carne y alma de Cristo,
y finjo la tristeza de la tarde
melancólico y frío.
Soy la eterna armonía de la Tierra,
el bosque innumerable.

Llevo las carabelas de los sueños
a lo desconocido.
Y tengo la amargura solitaria
de no saber mi fin ni mi destino.»

Las palabras del viento eran suaves,
con hondura de lirios.
Mi corazón durmióse en la tristeza
del crepúsculo.

Sobre la parda tierra de la estepa
los gusanos dijeron sus delirios:
«Soportamos tristezas
al borde del camino.
Sabemos de las flores de los bosques,
del canto monocorde de los grillos,
de la lira sin cuerdas que pulsamos,
del oculto sendero que seguimos.

Nuestro ideal no llega a las estrellas,
es sereno, sencillo;
quisiéramos hacer miel, como abejas,
o tener dulce voz o fuerte grito,
o fácil caminar sobre las hierbas,
o senos donde mamen nuestros hijos.

Dichosos los que nacen mariposas
o tienen luz de luna en su vestido.
¡Dichosos los que cortan la rosa
y recogen el trigo!
¡Dichosos los que dudan de la Muerte
teniendo Paraíso,
y el aire que recorre lo que quiere
seguro de infinito!
Dichosos los gloriosos y los fuertes,
los que jamás fueron compadecidos,
los que bendijo y sonrió triunfante
el hermano Francisco.
Pasamos mucha pena
cruzando los caminos.
Quisiéramos saber lo que nos hablan
los álamos del río.»

Y en la muda tristeza de la tarde
respondióles el polvo del camino:
«Dichosos, ¡oh gusanos!, que tenéis
justa conciencia de vosotros mismos,
y formas y pasiones
y hogares encendidos.

Yo en el sol me disuelvo
siguiendo al peregrino,
y cuando pienso ya en la luz quedarme
caigo al suelo dormido.»

Los gusanos lloraron y los árboles,
moviendo sus cabezas pensativos,
dijeron: «El azul es imposible.
Creímos alcanzarlo cuando niños,
y quisiéramos ser como las águilas
ahora que estamos por el rayo heridos.
De las águilas es todo el azul.»
Y el águila a lo lejos:
«¡No, no es mío!
Porque el azul lo tienen las estrellas
entre sus claros brillos.»
Las estrellas: «Tampoco lo tenemos:
está sobre nosotras escondido.»
Y la negra distancia: «El azul
lo tiene la esperanza en su recinto.»
Y la esperanza dice quedamente
desde el reino sombrío:
«Vosotros me inventasteis, corazones.»
Y el corazón...:
«¡Dios mío!»

El otoño ha dejado ya sin hojas
los álamos del río.
El agua ha adormecido en plata vieja
al polvo del camino.
Los gusanos se hunden soñolientos
en sus hogares fríos.
El águila se pierde en la montaña;
el viento dice: «Soy eterno ritmo.»
Se oyen las nanas a las cunas pobres,
y el llanto del rebaño en el aprisco.

La mojada tristeza del paisaje
enseña como un libro
las arrugas severas que dejaron
los ojos pensadores de los siglos.

Y mientras que descansan las estrellas
sobre el azul dormido,
mi corazón ve su ideal lejano
y pregunta:
«¡Dios mío!»
Pero, Dios mío, ¿a quién?
¿Quién es Dios mío?
¿Por qué nuestra esperanza se adormece
y sentimos el fracaso lírico
y los ojos se cierran comprendiendo
todo el azul?

Sobre el paisaje viejo y el hogar humeante
quiero lanzar mi grito,
sollozando de mí como el gusano
deplora su destino.
Pidiendo lo del hombre: Amor inmenso
y azul como los álamos del río.


Azul de corazones y de fuerza,
el azul de mí mismo,
que me ponga en las manos la gran llave
que fuerce al infinito.
Sin terror y sin miedo ante la muerte,
escarchado de amor y de lirismo.
Aunque me hiera el rayo como al árbol
y me quede sin hojas y sin grito.

Ahora tengo en la frente rosas blancas
y la copa rebosando vino. 


Canción primaveral

28 de marzo de 1919
(Granada)


I


Salen los niños alegres
de la escuela,
poniendo en el aire tibio
del Abril, canciones tiernas.
¡Qué alegría tiene el hondo
silencio de la calleja!
Un silencio hecho pedazos
por risas de plata nueva.

II

Voy camino de la tarde
entre flores de la huerta
dejando sobre el camino
el agua de mi tristeza.

En el monte solitario
un cementerio de aldea
parece un campo sembrado
con granos de calaveras.
Y han florecido cipreses
como gigantes cabezas
que con órbitas vacías
y verdosas cabelleras
pensativos y dolientes
el horizonte contemplan.

¡Abril divino, que vienes
cargado de sol y esencias,
llena con nidos de oro
las floridas calaveras!


El concierto interrumpido
1920
A Adolfo Solazar


Ha roto la armonía
de la noche profunda
el calderón helado y soñoliento
de la media luna.

Las acequias protestan sordamente,
arropadas con juncias,
y las ranas, muecines de la sombra,
se han quedado mudas.

En la vieja taberna del poblado
cesó la triste música,
y ha puesto la sordina a su aristón
la estrella más antigua.

El viento se ha sentado en los torcales
de la montaña oscura,
y un chopo solitario -el Pitágoras
de la casta llanura-
quiere dar, con su mano centenaria,
un cachete a la luna.








 





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LOS RUIDOS DE LA CASA es una mirada íntima de los sonidos detectados por el espíritu como residencia suprema de los sentidos, en especial del sentido auditivo, el cual se afina para escuchar los sonidos que están dentro y que asoman el vínculo entre lo estético y la intangibilidad del alma. Las imágenes estremecidas por los ruidos se manifiestan y se van haciendo parte del cuerpo consolidando y convirtiendo la casa estremecida con los sonidos de Dios, en un canto donde el amor deja al dedo enredado en los hilos del mantel. Las imágenes del ruido, la casa, los fantasmas, la cama, la puerta, son un todo, son uno en la vida del espíritu del autor. “En mi casa hay miles de jarrones un perro llorón por las noches una sonrisa pegada en la pared izquierda una almohada en el salón de nieve y un cuarto de estrellas lleno de grillos.”