Fotografía

Fotografía: Marisol Zurita Aguilera. Isla de Chiloé. Chile.

Poemas de Kenneth Rexroth

 

 

Kenneth Rexroth (USA, 1905 - 1982)

 Poemas de Kenneth Rexroth


Traducción de José Coronel Urtecho y Ernesto Cardenal

 

TARJETA DE NAVIDAD PARA GERALDINE UDELL

 

 

Las flores de los prados, las lunas enormes

de otoño, vuelven a su tiempo?

Debs, Berkman, Larkin, Haywood, están muertos ahora.

Todas las muchachas están envejecidas.

Tanto se me ha ido, tanto yace cubierto

en la memoria, y ensordecido

como los truenos retumbando en el sueño, que me

      despertaban,

para ver parpadear la ciudad

a la luz violeta bajo la lluvia tupida

las rayerías son raras aquí,

en este clima estadísticamente perfecto.

El eucalipto regaba

ramas, golpeaban puertas, se rompían vidrios; el mar

      derrumbaba sus muros.

Yo, en mi cama estrecha,

recordaba otros tiempos —los años de esperanza de la

      posguerra—

Exultantes, desaliñadas

fiestas, exultantes ojos, desaliñadas bocas;

ojos velados ahora, y bocas aplastadas,

fiestas muertas que han perdido sus motivos.

Me acuerdo de ti, en Gas,

la heroína en la víspera de la explosión;

o furiosa, blanca, y petrificada,

discutiendo conmigo sobre el libro trágico de Sasha.

Aquí en la noche vacía,

enciendo la luz y busco papel y lápiz.

Un millón de dormidos se dan vuelta,

soñando en bombardeos aéreos, y la tormenta se va,

retumbando en los montes.

Vira el viento trayendo el frio olor orgánico

del mar llenando.

  

¿RECUERDAS AQUEL DESAYUNO DE NOVIEMBRE?

 

Recuerdas aquel desayuno de noviembre—

frías uvas negras ligeramente olorosas

al corcho en que estaban empacadas,

bollos duros con miga blanca, caliente,

y espeso chocolate, endulzado con miel?

Y las fiestas de noche, la ginebra y los tangos?

Las redecillas rotas, las mancuernillas perdidas?

Adonde se habrán ido,

las muchachas bonitas, las horas olvidadas?

Decían que estábamos perdidos, que éramos locos e

    inmorales,

que interferíamos con los planes del gobierno

y ahora, millones y millones, enterrados vivos,

en los ataúdes de las circunstancias,

golpean en las tapas de los ataúdes,

se apiñan en los sótanos de las ruinas, y riñen

por su carne fragmentada.

 

IRRESOLUTO, DETENIÉNDOME EN UN DUDOSO

VIAJE

 

Irresoluto, deteniéndome en un dudoso viaje;

nuevamente, después de tanto tiempo, el singular esplendor

del otoño en el Hudson septentrional en torno mío;

paseo en el jardín familiar

hace tiempo olvidado. La casa no fue nunca

ocupada otra vez, los vidrios están rotos,

los paseos y emparrados están en ruinas,

los parterres son matorrales,

los setos están destrozados,

el membrillo y el oxiacanto rotos y muriéndose.

Uno a uno los recuerdos de veinte años

se desvanecen y no quedan rastros de ellos.

Yo he andado inquieto en muchos lugares

desde que tuve quietud aquí.

Los matorrales secos están llenos de verde-grises

currucas migratorias. Desde el otoño pasado

han estado en Guatemala y Labrador

y ahora van otra vez hacia el sur.

Sus remotos antepasados hicieron lo mismo

cuando yo estuve aquí. Todas las generaciones

se han detenido una tarde de otoño

aquí, en este lugar, todos los años.

 

MIÉRCOLES SANTO DE 1940

 

En la ventana oriental sobre la naciente luna

florece espasmódicamente una tormenta;

en el Oeste, entre la bruma, los planetas

palpitan como meteoros inmóviles.

Estamos escuchando en la oscuridad el Oficio de Tinieblas,

una música más antigua que la Resurrección,

la voz del Levante en desorden y ruinas:

“Por qué se siente solitaria

la ciudad que estaba llena de gente?”

Las voces de los benedictinos son macizas, impersonales;

no temen esta agonía ni se avergüenzan de ella.

Piensa... hace seis horas en Europa,

miles de gentes cantaban estas palabras,

apagando las candelas, salmo tras salmo...

Albi como una fortaleza en la fría oscuridad,

Aechen, las voces revoloteando bajo la vieja bóveda,

la luz de la última candela

en Munich sobre las talladuras retorcidas.

“Jerusalén, Jerusalén,

retorna al Señor tu Dios.”

Miles arrodillados en la oscuridad,

diciendo: “Ten misericordia de mí, oh Dios.”

Nosotros escuchamos con apreciación, fumando, charlando

      en voz baja,

las voces que han recorrido tres mil millas.

Sobre el muro blanco del jardín las sombras

del dátil se mueven violentamente;

la luna llena de primavera ya esta alta,

y hay un ventarrón con ella.

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LOS RUIDOS DE LA CASA es una mirada íntima de los sonidos detectados por el espíritu como residencia suprema de los sentidos, en especial del sentido auditivo, el cual se afina para escuchar los sonidos que están dentro y que asoman el vínculo entre lo estético y la intangibilidad del alma. Las imágenes estremecidas por los ruidos se manifiestan y se van haciendo parte del cuerpo consolidando y convirtiendo la casa estremecida con los sonidos de Dios, en un canto donde el amor deja al dedo enredado en los hilos del mantel. Las imágenes del ruido, la casa, los fantasmas, la cama, la puerta, son un todo, son uno en la vida del espíritu del autor. “En mi casa hay miles de jarrones un perro llorón por las noches una sonrisa pegada en la pared izquierda una almohada en el salón de nieve y un cuarto de estrellas lleno de grillos.”