Esta entrevista fue publicada en el número 417 de la Revista Quimera, dossier Juan José Arreola.
“No me interesa la literatura que
se toma totalmente en serio a sí misma”
Por FERNANDO
CLEMOT
Han pasado
ya doce años desde la aparición de Nocilla Dream (Candaya, 2006), la
primera novela de Agustín Fernández Mallo (La Coruña, 1967), que lo convirtió
en pocos meses en uno de los referentes de la literatura española de los
últimos años. Tras el éxito de Nocilla Dream, llegaron Nocilla
Experience, Nocilla Lab y Limbo, todas ellas con Alfaguara.
En 2018, su última novela, Trilogía de la guerra, ha ganado el Premio
Biblioteca Breve e inaugura una nueva fase de la narrativa de Fernández Mallo,
probablemente más densa y más alejada de la estética de la trilogía Nocilla.
Nos gustó mucho su novela y con él queríamos hablar sobre ella, para
contrastar y profundizar en esta nueva aventura del autor.
– ¿Qué ha
representado dentro de tu obra Trilogía de la guerra? ¿Qué ha cambiado?
R: El salto
hacia otro lugar, el resultado de cinco años de intenso trabajo, profundizando
en algunos asuntos e intuiciones que en otros libros ya había apuntado, y
abriendo puertas a contextos nuevos, relacionados con la narración de los
individuos en un mundo en permanente conflicto, observar la cotidianidad desde
una puerta trasera para que las cosas que ya hemos visto siempre, y que ya
hemos dotado de ciertas narrativas, nos descubran experiencias vivas y
cercanas, otros pactos entre el lector y el mundo. Por otra parte, todo libro
que escribes es el resultado de toda una vida, en la escritura se
arrastran toda clase de materiales que desde que tienes uso de razón has ido
sedimentando. El libro arranca con una experiencia personal, puesta en boca de
un personaje: visité la isla de San Simón, en la ria de Vigo, que fue campo de
concentración en la Guerra Civil Española. Dormí tres días en unos de los
pabellones en que estuvieron los presos, sientes claramente el peso y los
sedimentos de los huesos, las balas y objetos que hay bajo tus pies. Ocurrió
entonces que a las preguntas que aquel lugar me formulaba, mi poética no podía
dar respuesta, pero tampoco me valía el relato oficial, de modo que hice lo
único que los escritores sabemos hacer: coloqué a un personaje en esa isla, a
la que va durante dos meses, en soledad y clandestinamente –la isla no puede
visitarse sin un permiso-, para ver qué le ocurre, hacia donde deriva, qué
siente. Y comienzan a ocurrirle cosas muy raras. Después ya aparecieron otros
escenarios, Nueva York, Uruguay, Shanghai, Cuba o Normandía, y otros
personajes.
-La isla de
San Simón, Nueva York, Normandía, la Luna. ¿Qué hilo une estos escenarios a
primera vista distantes?
R: los
hilos, y aparte de la evidencia de que son escenarios de guerra, están en otros
lugares, son metáforas que como redes internas atraviesan todo el libro, la
idea de que la red social más grande que existe es la nos une a los vivos con
los muertos, y que los muertos nunca se mueren completamente pero que los vivos
tampoco estamos nunca vivos del todo. En esa interzona habitamos, conectados.
Uno de los personajes dice que, si te fijas bien, toda alegoría elaborada por
el ser humano termina en dos metáforas, que son la misma, la clásica del agua de
río y la contemporánea del satélite de comunicaciones. La conexión –de los
viajes colonos a las asociaciones de barrio, de las novelas a los viajes a la
Luna- es cuanto nos ha movido, y en esa conexión aparece la guerra, y, en
general, el conflicto. Mis personajes, con sus peripecias y singulares vidas,
puede parecer que se mueven en un mundo un tanto aluciando, pero en realidad lo
único que están haciendo es abrir más canales a esas conexiones entre los vivos
y los muertos, entre lo que se ve y lo que no se ve.
-¿Por qué
«es un error dar por hecho lo contemplado»? ¿En qué nos engaña?
R: Es un
verso de Carlos Oroza, que recorre todo el libro. Es la idea de que lo ya
ocurrido, cuando la memoria lo trae al presente, toma otros sentidos, de ahí
que la Historia nunca sea un relato lineal, sino complejo y en red, que va
dibujando significaciones según los contextos. Por ejemplo, la mujer que nos
cuenta su caminata por Normandía porque –nos dice- quiere ver qué siente ella,
como mujer, al pisar la arena en la que murieron miles de varones por hecho de
ser varones, también nos cuenta que su viaje coincide en el tiempo con la
votación del Brexit, y que al mismo tiempo en los diferentes televisores de los
hoteles en los que aloja ve cómo los refugiados sirios están muriendo en
nuestras costas de Europa. Es entonces cuando el verso Oroza, parafraseado,
viene su ayuda, algo así como “es un error dar por no existentes a aquellos que
están ahí, más allá de Europa, y que no queremos ver, porque más tarde o más
temprano llamarán a nuestra puerta”. Y esto le lleva a preguntarse algo que
atraviesa todo ese tercer libro: por qué los europeos queremos cargarnos
la Unión Europea y, sin embargo, el resto del planeta se mata para venir aquí.
Vivimos en el primer macroestado de la Historia creado sin derramamiento de
sangre, es decir, creado con los mecanismos propios del posmodernismo: la
seducción y la publicidad. Para llegar a eso se han necesitado decenios de
guerras y muerte, que ya no recordamos, por eso en toda la UE no aparecen más
que conatos de desgajamientos y nacionalismos excluyentes. Que la UE deba ser
mejorada en ningún caso debería implicar destruirla.
-La figura
del flâneur planea una y otra vez en la novela, enlaza las historias.
¿Cuáles serían las cualidades de un buen paseante y cuáles crees que son las
condiciones de flâneur que tiene el protagonista de Trilogía de la guerra?
R: El flaneur
aparece aquí para problematizar nuestra a veces visión vaga, nos alerta y
señala detalles que la mirada, acostumbrada a eslóganes cognitivos, ya ni ve.
Hay en el libro decenas de ejemplos, pongo uno: el supuesto Dalí que, a fecha
de hoy, en la ciudad de Nueva York se pasea y da discursos acerca de la
importancia de la basura, lo que le lleva a cuestionarse qué sentido tiene el
reciclaje de todas las cosas, y que si lo reciclamos todo los futuros
arqueólogos tendrán que trabajar con archivos informáticos, se quedarán sin
registros materiales, y esto le lleva a preguntarse por qué parece que detestamos
la materia, como si quisiéramos dejarla atrás, hacerla virtual, y si, puestos a
reciclar, tiene sentido reciclar la memoria, la Historia y los cuerpos. Y esto,
tiene en el libro una implicación más: las diferencias que aparecen al
conceptualizar qué es un cuerpo y qué es un enemigo por parte de los católicos
del sur de Europa y de los protestantes del norte de Europa. Evidentemente, la
carne, el dinero, así como la mentira como cohexión social y la guerra como
resolución de situaciones límite, son conceptos que ambas culturas diseñan y
solucionan de un modo totalmente diferente. De hecho, es obvio que la crisis
económica vivida en Europa en los últimos años no es más que una versión
contemporánea de la histórica confrontación entre el supuesto puritanismo del
Norte y el supuesto libertinaje del Sur. No se puede entenderse la geopolítica
actual sin acudir a la historia de las religiones y a cómo éstas van
“reciclando” sus discursos. Pues bien, este flaneur, que es ese supuesto Dalí,
nos dice todo eso mientras observa un simple remolino de basura en el río
Hudson. He ahí la importancia de los paseos y sus derivas.
-El
protagonista-narrador en Nueva York parece más lacerante, más dandi, más
desquiciado mientras que los otros protagonistas-narradores (en Galicia, en
Normandía) parecen más fijados en lo introspectivo. ¿Qué diferencias observas
entre ellos y qué crees que aporta cada voz al desarrollo de la novela?
R: Bueno,
supongo, que responden a diferentes voces que intuitivamente pongo en la novela
para de algún modo abarcar los máximos mundos posibles, abrir distintos ecos
narrativos. En la segunda novela, titulada con el verso de Bowie “Mickey
Mouse ha crecido y ahora es una vaca” –correlato de la monstruosa metamorfosis
que ha experimentado EEUU desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta
hoy-, el protagonista, que es un anciano astronauta que nos cuenta vida desde
su retiro en Miami, comienza contándonos algo que en principio tiene un cariz
cómico: estuvo en el primer viaje a la luna pero no aparece en ninguna foto
porque él era quien hacía las fotos, y antes de la existencia del selfie quien
hacía la foto no aparecía en ella –o lo que es lo mismo, quien registraba la
Historia no salía en la Historia, como si la objetividad absoluta fuera posible-.
Y esto, que tiene algo de absurdo, también es de una lógica aplastante, así que
las 200 siguientes páginas se ese segundo libro se desarrollan con el espíritu
de llevar la realidad hasta sus límites para, precisamente, cuestionarse qué es
la realidad, qué es la identidad, y esto le imprime a toda esa parte en un tono
más de humorístico, es decir, una máscara para abordar de otro modo asuntos muy
serios. Y eso requiere su particular registro narrativo.
-W.G. Sebald
se transforma también en personaje en una parte de la novela. Entendemos que
hay un cierto homenaje. ¿Qué te atrae de él?
R: Tal como
alguien dice en la novela, me atrae su fractal forma de narrar: se fija en un
detalle y no te lo describe como un novelista al uso, ni como un historiador
lineal, sino que abre un verdadero pozo narrativo que parece hundirse en cada
detalle y que se conecta con toda clase de escalas históricas, sentimentales,
políticas, científicas y narrativas. Creo acertada la idea que se ha dicho de
que Trilogía de la guerrale debe mucho a Sebald y a David Lynch, dos
poéticas muy distintas que de un modo no sé cómo han venido aquí a anudarse.
– Siempre te
has reconocido como poeta, ¿en qué crees que te facilita y en qué te entorpece
la experiencia poética a la hora de escribir una novela?
R: En mi
caso, lo facilita todo. Abordo la escritura de mis novelas como lo hago con un
poema, comienzo guiado por un horizonte que por algún motivo me atrae
fuertemente –como cuando ves a una persona desconocida que, no sabes por qué,
te atrae como imán- y en el que no tengo ni idea qué me encontraré, y voy hacia
ese horizonte sin programar mi camino ni saber qué escribiré en la siguiente
página. Por otra parte, para mí, lo importante en mis novelas son las metáforas
-que emanan siempre de detalles cotidianos- y que atraviesan las páginas para
crear una red de uniones. En términos musicales diríamos que son armónicos que
cícliclamente van apareciendo para resonar un instante y retirarse hasta la
siguiente ocasión. Pero, ojo, no ha de haber retórica: cada uno de esos
destellos armónicos han de aportan algo nuevo.
– En muchas
páginas desarrollas una corriente de pensamiento (párrafo tirado,
encadenamiento de pensamientos, soliloquio sin llegar a monólogo interior) que
en algún momento nos recuerda otras experiencias estilísticas como las
Faulkner, Cela, Goytisolo, Julián Ríos, etc. ¿Cómo planificas este trabajo
estilístico?
R: Admiro y
leo a estos autores que citas, pero la verdad que no planifico nada.
Sinceramente, voy escribiendo según mis experiencias cotidianas me indican. Hay
un sexto sentido que en cada momento me dice si tal estilo o tal contenido son
pertinentes o no –una vez más como en la poesía-, es una forma de trabajar en
red y por capas que se infiltran unas en otras, buscando siempre una armonía de
conjunto más que una lógica formal o una perfección estilística. Por hacer un
símil: es algo orgánico, como nuestros cuerpos, que están llenos de virtudes y
de defectos, pero es precisamente esa combinación la que hace que nuestros
cuerpos sean creíbles, estén vivos; con esa pulsión de “armónica imperfección”
procedo cuando escribo.
– Aparecen
temas recientes como el Brexit o la llegada masiva de refugiados. ¿En qué se
está transformando Europa? ¿Hacia dónde vamos?
R: Aunque ya
hemos hablado antes de eso, apunto una cosa más. Cuando viajas fuera de nuestro
continente te das cuenta de que Europa es una anomalía terrestre. El mundo,
fuera de aquí, es menos garantista. Pensemos que en la mayoría del planeta la
gente está obligada a salir a calle con alguna clase protección, cuando no
directamente con un arma. Cuando hablas con gente no europea, a menudo nos
toman por niños mimados, no llegan a entender por qué no valoramos lo que
tenemos. Algo de ese sentimiento planea sobre la novela, aunque no se verbalice
en esos términos.
– Las redes
sociales y la soledad parecen estar en el trasfondo de algunas tramas.
R: las redes
sociales, están, sí, por asuntos que ya hemos comentado, pero también la
soledad. Esto de la soledad es algo que es una contante en mi obra, y no
sé por qué. Mis personajes siempre están solos o en pareja. Y si hay más gente,
ya son colectividades, grupos, conjuntos incontables, casi estadísticos.
Sospecho que los tríos sólo funcionan en fantasiosas santísimas trinidades,
como ocurre en el cristianismo, o en el deporte y su pódium, oro, plata y
bronce.
– ¿Los
muertos gobiernan a los vivos?
R: es obvio
que sí, aunque sea como supuestos argumentos de autoridad. No hacemos más que
apelar a ellos para justificar cualquiera de nuestros aciertos o
barbaridades. Lo que demuestra que son muertos construidos desde el
presente. Todo –Historia incluida- lo construimos aquí y ahora.
– Pese a la
severidad de algunos temas el humor aflora en muchos rincones de la novela,
como en buena parte de tu obra. ¿No concibes la literatura sin esos
afloramientos humorísticos, sin la ironía?
R: Sin humor
no concibo nada, ni en la literatura ni fuera de ella. El humor me parece uno
de los grandes generadores de realidad, además de uno de los más brillantes
mecanismos de la inteligencia. En resumen: no me interesa la literatura que se
toma totalmente en serio a sí misma. Para que una ficción sea creíble ha de
llevar dentro la refutación de sí misma, y eso es humor e inteligencia, admitir
que somos frágiles y jugar con ello.
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