Fotografía

Fotografía: Marisol Zurita Aguilera. Isla de Chiloé. Chile.

Rafael María Baralt (1810 - 1860)



ADIÓS A LA PATRIA

¡Tierra del sol amada,
donde, inundado de su luz fecunda,
en hora malhadada,
y con la faz airada,
me vio el lago nacer que te circunda!

¡Campo alegre y ameno,
de mi primer amor mudo testigo,
cuando virgen, sereno,
de traiciones ajeno,
era mi amor de la esperanza amigo!

¡Adiós, adiós, te queda!
Ya tu mar no veré cuando amorosa,
mansa te ciñe y leda,
como delgada seda
breve cintura de mujer hermosa;

Ni tu cielo esplendente,
de purísimo azul y oro vestido,
do sospecha la mente
si en mar de luz candente
la gran masa del sol se ha derretido;

Ni tus campos herbosos,
do en perfumado ambiente me embriagaba
y, en jugos amorosos,
de nardos olorosos
la frente de mi madre coronaba;

Ni la altiva palmera,
cuando en tus apartados horizontes
con majestad severa
sacude su cimera,
gigante de las selvas y los montes;

Ni tus montes erguidos
que en impío reto hasta los cielos subes,
en vano combatidos
del rayo y circuidos
de canas nieves y sulfúreas nubes.

¡Adiós! El dulce acento
de tus hijas hermosas; la armonía
del suave concento
de la mar y del viento
que el eco de tus bosques repetía;

De la fuente el ruido;
del hilo de agua el plácido murmullo,
más amable a mi oído
que en su cuna mecido
es grato al niño el maternal arrullo;

Y el mugido horroroso
del huracán, cuando, a los pies postrado
del Ande poderoso,
se detiene sañoso
y a la mar de Colón revuelve airado;

De la Cóndor el vuelo,
cuando desde las nubes señorea
tu frutecido suelo
y en el campo del cielo
con los rayos del sol se colorea;

Y de mi dulce hermano
y de mi tierra hermana las caricias;
y las que vuestra mano
en el albor temprano •
de mi vida sembró, puras delicias;

¡Oh madre!, ¡oh padre mío!
Y aquella en que pedisteis, mansión santa,
con alborozo pío
el celestial rocío
para mí, débil niño, frágil planta;

Y tantos, ¡ay me!, tantos
caros objetos que, en mi triste historia
de miserias y llantos,
marcan a mis quebrantos
breve tregua tal vez con su memoria:

Todos yacen perdidos;
que ausente del hogar en tierra extraña,
mis penates queridos
lloran entristecidos
en tu almo suelo al refugiarse, España.

Puedas grande y dichosa
subir, ¡oh patria!, del saber al templo
y en tu marcha gloriosa
al orbe, majestuosa,
dar de valor y de virtud ejemplo

¡No te duela mi suerte,
no maldigas mi nombre, no me olvides!,
que aun vecino a la muerte
pediré con voz fuerte
victoria a Dios para tus justas lides.

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LOS RUIDOS DE LA CASA es una mirada íntima de los sonidos detectados por el espíritu como residencia suprema de los sentidos, en especial del sentido auditivo, el cual se afina para escuchar los sonidos que están dentro y que asoman el vínculo entre lo estético y la intangibilidad del alma. Las imágenes estremecidas por los ruidos se manifiestan y se van haciendo parte del cuerpo consolidando y convirtiendo la casa estremecida con los sonidos de Dios, en un canto donde el amor deja al dedo enredado en los hilos del mantel. Las imágenes del ruido, la casa, los fantasmas, la cama, la puerta, son un todo, son uno en la vida del espíritu del autor. “En mi casa hay miles de jarrones un perro llorón por las noches una sonrisa pegada en la pared izquierda una almohada en el salón de nieve y un cuarto de estrellas lleno de grillos.”