Mare Nostrum
El horizonte es intuitivo
pero las palmas a la orilla del mar
se sirven té y hablan de los clásicos.
El horizonte es intuitivo y la noche y los barcos
que a esta hora retorna a puerto
por los confines del Atlántico.
Hay un bar de roída madera
donde el agua se rompe en marejada.
Hay una casa miserable
con el grito de un niño en las paredes,
un grito azul, de náufrago.
La luna ronda blanca e intuitiva
pero las palmas conservan sus gafas.
Abstraídas prosiguen sus charlas
ante el mar, ante el salobre té del mar,
sorbo tras sorbo y hablan de los clásicos.
Pájaros
Oigo los pájaros afuera,
otros, no los de ayer que ya perdimos,
los nuevos silbos inocentes.
Y no sé si son pájaros,
si alguien que ya no soy los sigue oyendo
a media vida bajo el sol de la tierra.
Quizás es el deseo de retener su voz salvaje
en la mitad de la estación
antes que de los árboles se alejen.
Alguien que he sido o soy, no sé,
oye o recuerda,
si hay algo real adentro de mí son ellos,
más que yo mismo, más que el sol afuera,
si es musical la fuerza que hace girar el mundo,
no ha habido nunca pájaros,
ni canto de los pájaros
quenos trae y nos lleva.
Quita la piedra que soy
Quita la piedra que soy
lo que le sobra,
martilla, esculpe, talla.
Sé que tu mano puede dar la forma exacta,
sé que tu amor puede alcanzarme
más allá del peso de las horas
y la ciega tiranía de los astros.
No soy sólo esta sombra en la tierra
que persigue la muerte,
lee las vocales de mi cuerpo,
las palabras que buscan la vida
al fondo, venidas desde lejos, las que estallan
en el sueño;
haz que a tus ojos sea legible, sea nítido,
quiero indagar mi noche estrella por estrella.
Quita a la piedra que soy
su oscuridad,
su pátina terrestre,
frente a frente quiero ver mi deseo.
Creo en la vida
Creo en la vida bajo la forma terrestre.
tangible, vagamente redonda,
menos esférica en sus polos,
por todas partes llena de horizontes.
Creo en las nubes, en sus páginas
nítidamente escritas,
y en los árbole, sobre todo al otoño.
(A veces creo que soybun árbol.)
Creo en la vida como terredad,
como gracia o desgracia.
- Mi mayor deseo fue nacer,
a cada vez aumenta.
Creo en la duda agónica de Dios,
es decir, creo que no creo,
aunque de noche, sólo,
interrogo a las piedras,
pero no soy ateo de nada
salvo de la muerte.
La mesa
¿Qué puede una mesa sola
contra la redondez de la tierra?
Ya tiene bastante con que nada se caiga
cuando las sillas entran en voz baja
y en su torno a la hora se congregan.
Si el tiempo amella los cuchillos,
lleva y trae comensales,
varía los temas, las palabras,
¿qué puede el dolor desu madera?
¿Qué puede contra el costo de las cosas,
contra el ateísmo de la cena,
de la Última Cena?
Si el vino se derrama, si el pan falta
y los hombres se tornan ausentes,
¿qué puede sino estar inmóvil, fija,
entreel hamre y las horas,
con qué va a intervenir aunque desee?
Trópico absoluto
Palmares azules y blancos,
nítidos solmarino a orilla de la costa,
viento yodado, cuerpos desnudos, oleajes...
Estoy contemplando esta tierra como sila viese por primera vez
o fuese a dejarla.
Me aferro a ella, celebro su antiguo deseo
en cada roca, en cada pequeño guijarro.
Es el mismo paisaje modulando las voces
tantas veces oídas en ciudades y aldeas,
es el mismo sol que ardía
en las absortas retinas de mis padres.
Ya no sé si las veo desde otro mundo
y vago ausente ahora
a través de los aires soñando.
Esta luz me compendia la vida y la muerte
en un haz de flotantes colores
que mi silencio me dibuja en palabras.
En esta luz la falsa perla del truhán,
la negra de turbante que se santigua,
los harapos del niño buhonero,
el alcatraz, la cigarra, el bochorno de las marismas,
se me despliegan en un vasto arco iris
donde la magia del trópico absoluto
crece en un grito al fondo de mi sangre.
Dos cuerpos
Cuántas veces a tientas , en la noche,
sueñan dos cuerpos fundirse en uno solo
sin saber que al final son tres o cuatro.
Ocurre siempre ante el desnudo de la carne
y su ávido misterio:
de pronto un ojo extraño se abre en las almohadas
cruzan labios volando por la niebla,
surgen intempestivas voces
de olvidados amantes.
Los espejos protegen a esos duendes
interpuestos en los jadeos
y los susurros.
Nada delata en las alcobas
sus crueles usurpaciones sentimentale.
Solamente la luna
sabe qué manos verdaderas se acarician,
qué rostros ríen detrás de las máscaras
y quiénes envueltos en la sombra
con pasos furtivos se reencuentran.
Solamente la luna que es redonda,
lenitiva y amarga.
Mi padre regresa y duerme
Mi padre regresa y duerme
se halla en ese límite de blanco
y de negro que me levanta
y me hunde. Me palpa
con su mano en el sueño.Se quita
su ser y su no ser, se cae
sobre sus restos hacinados
que respiran. Sabe lo que fui,
lo que seré (lo olvida al despertar).
Sus ojos hundidos yacen
en el pozo profundo
donde he sido procesado .
Mi padre regresará para nombrarme,
ahora duerme lejano; sus pies
desnudos se detienen
soñandome las leguas del camino
que habré de recorrer.
Orfeo
Orfeo, lo que de él queda (si queda),
lo que aún puede cantar en la tierra.
¿a qué piedra, a cuál animal enternece?
Orfeo en la noche, en esta noche
(su lira, su grabador, su casete),
¿para quién mira, ausculta las estrellas?
Orfeo, lo que en él sueña (si sueña),
la palabra de tanto destino,
¿quién la recibe ahora de rodillas?
Sólo, con un perfil en mármol, pasa
por nuestro siglo tronchado y derruido
bajo la estatua rota de una fábula.
Viene a cantar (si canta) a nuestra puerta,
ante todas las puertas. Aquí se queda,
aquí planta su casa y paga su condena
Retornos
El tiempo es redondo y atormenta...
Voy mirando toda mi vida
bajo la huella de una carreta.
En el próximo pueblo hay un rostro
al que he conocido hace siglos;
salvo la lluvia y el polvo,
salvo el tacto en los espejos,
me reconocerá por el caballo
y los cascos llenos de nieve.
Todas las formas del paisaje
pasarán del negro al verde
y otra vez del verde al negro,
según las vueltas de la rueda...
Y en los galopes se hará el viento
con los vapores del misterio,
cuando los ojos del auriga
palpen las piedras del camino,
cada vez que sueño y cabalgo,
mientras vuelvo y desaparezco.
Terredad
Estar aquí por años en la tierra,
con las nubes que lleguen, con los pájaros,
suspensos de horas frágiles.
A bordo, casi a la deriva,
más cerca de saturno, más lejanos,
mientras el sol da vuelta y nos arrastra
y la sangre recorre su profundo universo
más sagrado que todos los astros.
Estar aquí en la tierra: no más lejos
que un árbol, no más inexplicables;
livianos en otoño, henchidos en verano,
con lo que somos o no somos, con la sombra,
la memoria, el deseo, hasta el fin
(si hay un fin) voz a voz,
casa por casa,
sea quien lleve la tierra, si la llevan,
o quien la espere, si la aguardan,
pariendo juntos cada vez el pan
en dos, en tres, en cuatro,
sin olvidar la parte de la hormiga
que siempre viaja de remotas estrellas
para estar a la hora en nuestra cena
aunque las migas sean amargas.
Vuelve a tus dioses profundos
Vuelve a tus dioses profundos
están intactos,
están al fondo con sus llamas esperando;
ningún soplo del tiempo los apaga.
Los silenciosos dioses prácticos
ocultos en la porosidad de las cosas.
Has rodado en el mundo más que ningún guijarro;
perdiste tu nombre, tu ciudad,
asido a visiones fragmentarias;
de tantas horas ¿qué retienes?
La música de ser es disonante
pero la vida continúa
y ciertos acordes prevalecen.
La tierra es redonda por deseo
de tanto gravitar;
la tierra redondeará todas las cosas
cada una a su término.
De tantos viajes por el mar.
de tantas noches al pie de tu lámpara,
sólo estas voces te circundan;
descifra en ellas el eco de tus dioses;
están intactos,
están cruzando mudos con sus ojos de peces
al fondo de tu sangre.
Los ausentes
Viajan conmigo mis amigos muertos.
Adonde llego, van por todas partes,
apresurados me siguen, mi preceden,
gentiles, cómodos e incómodos,
en grupos, solos, conversando, paseando.
A mi paso se mezclan sus huidizos colores
hasta envolverme en un lento crepúsculo...
Tantos y tantos, cada quien en su estatua,
y en torno siempre las máscaras del sueño.
Y mi estatua también a su lado, flotando.
Muertos de nunca habernos muerto,
de estar en algún tiempo, en algún parque,
juntos y apartes, conforme, inconformes,
mudos, charlando, con voces, sin voces,
es verdad ya ni vivos ni muertos:
algo intermedio que tampoco es estatua,
aunque tengamos ya de piedra los ojos
y unos y otros nos sigamos, corteses, polémicos,
contentos de estar en la tierra y de no estar en ella,
en eternas tertulias donde, se hable o no se hable,
todo queda para después o para antes,
para cuando no sabíamos que después era entonces
ni que nuestra sombra de pronto levitaban
visibles e invisibles en el aire.
Un instante de nuevo me reúno con ellos,
conversando otra vez esta tarde, tan tarde,
en un Café de ruidos urbanos, suburbanos...
Es decir, bebiendo sin beber, un poco abstemios,
pues los muertos no beben, pero beben a veces,
juntos y alegres, aunque no tanto, sino alegres,
con un trago o ninguno, pero con un trago,
creyendo que el tiempo ya pasó y no ha pasado,
y por eso pasó sin pasar, es decir, nunca pasa.
Cada quien con un whisky sin hielo o con hielo,
más cálido que frío, sin instante un instante,
con el recuerdo que nada recuerda esta tarde
y por eso se acuerda ahora de todo...
Bebiendo con ellos que fuman y charlan,
que parten y vuelven, dialogan, discuten,
hablando por hablar y a veces por no hablar,
hasta decirnos qué de Picasso hay en la ausencia,
cuánto cubismo en la manera de alejarnos,
el modo de mirarnos con ojos verticales
y saludarnos con la mano a la inversa,
la forma de beber un solo vaso roto
que ya no tiene vidrio ni licor ni volumen,
el modo de no beber creyendo que se bebe
y seguir todos juntos ahora que estoy solo.
Canto sin gallo
Canto sin gallos, pero que se oye,
canto solo, sin plumas ni animal que lo fabrique,
canto de un gallo, muerto en otro siglo
que fue dicho una vez y sobrevive
sin que sepamos dónde ni hasta cuándo.
No hay campos cerca, sino edificios, ruidos urbanos,
la religión del dinero con sus máquinas...
¿Dónde se esconde el eco de ese canto
que se quedó sin gallo,
que no cuenta con patios ni verdores?
Canto sin gallo que no requiere plumas
ni terrestre alimento para su forma,
que no necesita estrellas para expandirse.
Canto puro, cortante, con su grito
venido de más allá del gallo,
canto que atravesó su cuerpo,
se valió de su noche, su garganta,
y con su furia se quedó en la tierra
emparedado dentro de sus ecos.
Adiós a mi padre
Mi padre muerto iba delante
y detrás junio, de verdor ubérrimo,
y la geórgica lluvia venida de tan lejos.
Al paso de su sombra
los refranes carruajes nos seguían.
Mi padre hablaba del camino,
de cafetales con piel de adormidera
que a un simple roce ya eran calles y torres.
Hablaba dormido,
con voz inubicable,
una voz rápida de cuando era muy joven
y yo no había nacido...
Atravesamos un bosque de apamates
que en lenta fila también iban marchando
no sé adónde.
Después sólo se oyeron las cigarras
estremecidas en un coro compacto.
Mi padre acaso creyó que las oía
pero ya entonces a bordo de un relámpago
su alma cruzaba remotas intemperies.
Fotografía
Fotografía: Marisol Zurita Aguilera. Isla de Chiloé. Chile.
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Itinerario. LIbro de Poesía. De: Gilberto Aranguren Peraza
En nuestro día a día, perdemos de vista las cosas sencillas de la vida, el autor Gilberto Aranguren, a través del género poético, construye imágenes que conforman la interioridad de su mundo, le da importancia a cada aspecto de su vida y elige con cuidado aquello que le parece valioso y que pueda marcar totalmente la diferencia, él sabe que hay un mundo en su interior invisible para los demás y que cada evento exterior representa una ventana a su interior, ¡sus poemas son su reflejo!
LIBRO ITINERARIO
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Los ruidos de la casa
LOS RUIDOS DE LA CASA es una mirada íntima de los sonidos detectados por el espíritu como residencia suprema de los sentidos, en especial del sentido auditivo, el cual se afina para escuchar los sonidos que están dentro y que asoman el vínculo entre lo estético y la intangibilidad del alma. Las imágenes estremecidas por los ruidos se manifiestan y se van haciendo parte del cuerpo consolidando y convirtiendo la casa estremecida con los sonidos de Dios, en un canto donde el amor deja al dedo enredado en los hilos del mantel. Las imágenes del ruido, la casa, los fantasmas, la cama, la puerta, son un todo, son uno en la vida del espíritu del autor.
“En mi casa hay miles de jarrones
un perro llorón por las noches
una sonrisa pegada en la pared izquierda
una almohada en el salón de nieve
y un cuarto de estrellas
lleno de grillos.”
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Noticias e Inquietudes
Libro: Un Ojo en la Luciérnaga
“Un ojo en la luciérnaga” es un libro que reúne diez cuentos del escritor venezolano Gilberto Aranguren Pedraza, escritos desde su exquisito inconsciente colectivo popular y el folklore centroamericano y una pluma creativa que delata su talento, oficio y años de escritura, le permite desarrollar relatos enigmáticos bien armados, con toda la picardía, el misterio y la ironía que caracterizan a la actual narrativa latinoamericana y obviamente la suya.
Los protagonistas en sus cuentos, escapan muchas veces al papel del héroe urbano, la opulencia del novio o la elite post colonial que disfrutan algunas familias republicanas en nuestras ciudades mestizas, sino más bien los enfoca en aquellos muchas veces relegados a un segundo nivel del hilo dramático de nuestra realidad cotidiana, a esa América morena del bullying, las crisis familiares, la pobreza escondida por el estado o las trifulcas sociales y políticas, que al final nos hablan de una realidad actual en el continente. Personajes entremezclados en lo más bajo del lumpen y/o las andanzas infantiles pueblerinas a veces inocentes y otras que rallan en el morbo de los mitos del campo o marginales, convierten a este libro en un entretenido encuentro con el pasado y presente latinoamericano, que además descansa en el rico lenguaje del autor, su vocabulario y acento caribeño y el aleteo de su luciérnaga bien domada.
Los editores
A quienes quieran adquirir un ejemplar de "Un ojo en la luciérnaga", escribir a editorialletraclara@gmail.com o enviar mensaje por interno. Valor $12.000.- más gastos de envíos o por pagar en destino vía Starken.
Diálogos Inquietantes
Libro: PANDORA. Todo está escodido en el baúl
Pandora es un viaje a la oscuridad guardada en el pasado, donde el alma, como baúl, esconde los retratos de cada evento vivido. Un pasado tanto verdadero como imaginario, que se va revelando en cada una de sus páginas y textos. Es el encuentro con la memoria que a veces es guardada como reliquia en una caja y cuando se destapa salen de ella un sinfín de recuerdos atrapados y singularizados, porque son propios del autor quien sin miedo se atreve a compartir. Son como pequeñas franjas de sombras que se arrastran en las faldas de la niñez del autor, quien los va revelando uno a uno con un estilo propio, a veces trágico y en otras sarcástico. Es un libro escrito desde la defensa de la autonomía, porque en él se ofrecen verdades incómodas que se pierden en la memoria, por el simple hecho de olvidar por olvidar. Pero no, aquí se trata de recordar para olvidar y de dar paso a los sentimientos más genuinos y bondadosos del ser humano. Escrito con una poesía que tiende a ser conversacional y reflexiva, matiz que hace de Pandora un libro diferente y auténtico.
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