Lourdes Espínola Wiezell (Paraguay, 1954) |
Dedicatoria
a Dios,
de quien vienen todos los dones,
entre ellos la poesía y la vida.
a Vincent, porque lo merece.
Prólogo
Libro de balances, de replanteamientos, hechos «en medio del camino»,... constituye un angustioso y reflexivo cuestionamiento en una encrucijada «con todos los tiempos trastocados». La diversidad de temas trascendentales, de preguntas planteadas a sí misma, son pruebas de ello. La autora evoca su historia familiar a través de personajes y hechos altamente simbólicos: «...un pan de infancia / un olor de madre / un sonido; las pisadas del padre en la escalera...»; «un hermano que juega con aviones...» / «... una hermana que venda descalza / jazmines en Domingo...». Hay un recodo crucial en esa trayectoria: «La fragante adolescencia húmeda que marca un rasgo constante -la esencia femenina- en su palabra poética. Esa historia pasa, gozosa, por la certidumbre de la maternidad, la constancia del «hijo deseado»: «Hay un niño que duerme/ en la pieza de al lado / y mi corazón vaga ciego, / tanteando en la obscuridad / hasta besar el suyo». La corriente transcurre, pesarosa, por los oscuros pasadizos de la «Patria mía»: «...yo sé que tu palabra fue el silencio, / oprimida la sílaba, / humillado el vocablo...». Reflexiona, grávida, sobre la vocación poética, conjura las palabras para conseguir «...la alianza / de la eternidad y del instante...». El deambular se afirma en su condición femenina: «Soy mujer, desobedezco», «Escribo tinta de mujer», «Escribo vida de mujer», son títulos de poemas que lo atestiguan. El trayecto se realiza así en esa dimensión de la plenitud femenina, que es el amor. Siempre dije -y aquí me ratifico- que Lourdes es una de nuestras escritoras que, en forma raigal y coherente, asume la feminidad, no como reivindicación feminista -o no solamente-, sino como una manifestación sincera del impulso amoroso, del fuego sensual, trasvasados con honda y precisa intensidad en su poesía. Esa dimensión atraviesa su palabra, su aliento vital, de manera constante y espontánea, certera y decidida, con la fatalidad gozosa de lo que constituye una esencia. Ella lo define muy bien al referirse al «pozo interminable», al «peligroso abismo». Y lo ejemplifica con el mismo signo metafórico: «...precipicio, / el blando pozo de tu cuerpo». La atracción de esa hondonada no le espanta; por el contrario, le atrae, la seduce: «La noche -en tanto- cabalgando / y nosotros amarrados al borde del abismo».
Son sumamente variados los matices de la sensualidad en la palabra poética de Lourdes, eso que llama, con ingenua y sencilla certidumbre «...el rumor de las calladas voces de mi cuerpo / navegando en mi sangre desde siempre».
Cabe comenzar este rápido recorrido por los recursos, rara vez utilizados en nuestra poesía, femenina o masculina; la alusión franca a las sensaciones corporales, a los humores que el organismo secreta para ritmar el placer de los sentidos, esos que la mojigatería hipócrita pretende mantener en estúpido secreto». El poema «Merlín» es un ejemplo excepcional del juego que va de las emanaciones sensoriales a las sorprendentes imágenes poéticas: «Merlín / artes mágicas / con anillos de trébol / en el banquete de mis piernas: / las proféticas fuentes». El juego se prosigue en un vaivén de ambiguas correspondencias: «Merlín con los dorados jugos / de maligno dios...». El contrapunto no se deja esperar: «...permanezco como un lago / que vuelve; / orilla-arena-agua». Para culminar con la «...cautiva coronación: Merlín sumergido en acuosa ingle». La ilusión sobrenatural, el poder de la seducción encantatoria, propio al ámbito de «Merlín de las estrellas y de los dragones...», es sutilmente utilizado en este bello poema para marcar la evolución compulsiva, el movimiento in crescendo de las situaciones eróticas producidas dentro del cuadro mágico en el que la «lógica» del amor sensual restablece el exacto equilibrio de los componentes.
No resisto a transcribir una imagen redonda que tiene la misma fuerza erótico poética que las anteriores: «Tu rostro perfumado / en la nocturna espuma de mis piernas, / y mis huracanes lamen tus muertes». La intensidad de la metáfora, resplandeciente por el chisporroteo libido-húmedo-tibio, vuelve superfluo cualquier comentario.
En un tono más suave, con ritmo de ballet acuático, Lourdes describe los pasos lentos de un «pausado giro» erótico de gran delicadeza y elegancia: «Te acercas: / agua-desierto-miel, / y me extiendo / miel-desierto-agua. / Y no sé dónde empiezas, / dónde empiezo... / como la danza del delfín en el océano».
El paisaje de «Jardín de las delicias», esbozado en los fragmentos transcriptos, mezcla los desvaríos del viejo Bosco, maestro precursor, con reminiscencias de las atrevidas e insólitas imágenes plásticas incandescentes de Frida Kalo y las sorprendentes asociaciones eróticas surrealistas de la extraordinaria poeta Joyce Mansour.
He hablado de matices y, deliberadamente, he insistido en los momentos pintados al sesgo, en los que las ambiguas medias tintas sensoriales los vuelven más intensos y percutantes.
Las otras situaciones tienen colores más unidos, lo que les da una firme convicción, ratificando la firme y constante vocación amorosa y sensual de la poesía de Lourdes «navegando en mi sangre desde siempre», como ella dice. Ese sentimiento que se desnuda de piel en sus impulsos, hasta quedar en carne viva, ardiente en el arrebato concéntrico y urgente del deseo: «Mi piel se desvistió a jirones, / excavo el deseo en cada círculo, / hasta lamer el paraíso...». Amor que busca su correspondencia como un juego de fuegos contagiosos: «...sólo importa tu piel / o el extraño sabor de mi corazón / despellejado junto a mis sentidos».
Ya para terminar quiero evocar, junto a los otros, el sentido del tacto, que Lourdes sublima, con razón, para expresar el inicio, ya sin término del deseo. Hay dos fragmentos poéticos referidos a la mano, que revelan situaciones distintas pero de igual intensidad: «...un cosquilleo volcánico / me arrebato entera / y todos los silenciosos cánticos / que habitaban en mí... / se extendieron / hasta encontrar la pulposa, / la tibia presencia de tu mano». Esta sensación «de momento» se vuelve certidumbre, decisión irrevocable, no menos sensual: «Hoy te advierto / que voy a quedarme para siempre / jadeando en tu cuerpo, en el borde infinito de tu mano...».
Lourdes Espínola sabe conjugar el verbo de la palabra amorosa, sin remilgos ni falsos pudores, sabe convertir el deseo, el fuego de las sensaciones en canto encendido. Y quedar siempre «desnuda, niña, vulnerable: / poeta desde los años sin memoria».
Rubén Bareiro Saguier
«Para bien y para mal, el escritor verdadero escribe sobre la realidad que ha sufrido y mamado, es decir sobre la patria; aunque a veces parezca hacerlo sobre historias lejanas en el tiempo y en el espacio. Por eso aún los grandes expatriados, como Ibsen o Joyce, siguieron tejiendo y destejiendo esa misma y misteriosa trama. El escritor de nuestro tiempo debe ahondar en la realidad. Y si viaja debe ser para ahondar, paradojalmente, en el lugar y en los seres de su propio rincón.»
Ernesto Sábato
Como homenaje a Julio Cortázar que en Años de alambradas culturales nos enseñó cómo viajar con la patria a cuestas.
Merlín
Merlín de las estrellas y dragones,
Merlín:
artes mágicas
con anillos de trébol
en el banquete de mis piernas:
las proféticas fuentes.
Te llamo «Merlín»
bajo la máscara.
Merlín con los dorados jugos
de maligno dios,
permanezco como un lago
que vuelve:
orilla – arena – agua.
Cautiva coronación:
Merlín sumergido en acuosa ingle.
Escribo letra de mujer
Existe un espacio entre libros,
sólo mujeres
en su propia compañía
y luego papeles y escrituras
buceando en sí mismas.
Verbo coloreado por la otra mitad,
emerjo en mi poesía
nacida,
pendular
en el espacio del medio.
Soy mujer, desobedezco
Y serán de nuevo las palabras
de las sopranos de Babel.
Cuerdas vocales trenzadas:
los dialectos de África,
los murmullos de India,
los gemidos esquimales,
los sollozantes cantos de las Cholas.
Las oraciones de las musulmanas
y las alto de Milan...
callando todas las notas.
Acordes emergiendo,
la raza inmensa que amamanta
la simiente del sol,
desde la espera.
Patria mía
a Armando
América: acuéstate callada al lado mío
deja caer tu pelo en mi almohada,
aprieta junto a mi cuerpo
el cobre estirado de tu piel...
Déjame contarte de David y Goliat,
de los libros que escribí,
de los papeles que tiré,
de cada palabra: verso y prosa,
para saberme siempre hablando
en la casa del extraño...
yo sé que tu palabra fue el silencio,
oprimida la sílaba
humillado el vocablo.
América: amante-mía
no quiero que te duermas...
quiero contarte un mito,
déjame, amor, que te hable
de David y Goliat.
La vida es un mal pasajero
An act like this is prepared
within the silence of the heart,
as is a great work of art.
Albert Camus (The Myth of Sisyphus)
Hoy estuvieron de visita todos mis
fantasmas,
desordenadamente pero firmes...
fatales en la cita:
mi adolescente niñez, mi ayer y mi futuro.
Hoy tengo temor del teléfono
o del timbre,
no quiero en la casa solitaria
hallarme cara a cara,
con mi sombra.
Escribo tinta de mujer
I
Tejer desde mi vientre
hasta lo alto
espumas de palabras,
y el deseo vital
hilvanando, insomne.
Construir montañas de palabras
Libros – túnel
para tapar
esta ausencia:
el nunca más
del hijo deseado.
II
Temblar, temer
esperar agazapada
que cese el sueño,
la noche, el dolor.
Los gritos – bisturí
en las calladas bocas.
Los días se confunden con horas
las mañanas con los meses.
Despierto lenta
a una asustada esperanza.
III
Hay un niño que duerme
en la pieza de al lado
y mi corazón vaga ciego,
tanteando en la obscuridad
hasta besar el suyo.
La vida es una metáfora
Compañera con olor a mis años,
con cuerpo de mis horas.
Vida,
déjame enmadejarme pequeña
en el regazo de mi padre.
Sólo una vez
en nombre de los años,
déjame que te diga
que a veces no me gustas,
porque siento...
que en esta partida, compañera
sacaste más de lo que pusiste.
Que te quedaste, vida
con lo mejor de mí.
No me cuesta cargar hoy con la máscara:
Canas, arrugas, ceño envejecido,
pero sí no tener:
a mi niño pequeño,
una madre que ría,
y un hermano que juegue con aviones.
Un padre casi omnipotente
y una hermana que venda descalza
jazmines de Domingo...
Quiero desmadejar la hebra,
volver «había una vez»
hacia mi historia
robarte distraída una esperanza.
Y ellos estaban también allí
La sangre de los constructores de pirámides
mezclada con el humo de los hornos de Auschwitz
(comida de leones en la primera era).
El hongo de Hiroshima y
el naranja vietnamita
con voces de remeros fenicios.
Un pirata atado a un indio
en un palo de azotes...
son sombras que en la noche
claman y reclaman.
Ellos están aquí
también ahora.
Ahora es el tiempo
a Vincent
Descorrimos el cielo,
para buscar el astro
que eras en mi vientre.
Te encontré, te encontraste:
firmamento movedizo
y empezaste a desatar el futuro.
Cada nudo fue pregunta
y el anochecer calló solemne
ante tu esperanza
y mis temores.
Una estrella fugaz,
una constelación en sinfonía
o una magna luz en su circular destino:
fuimos tú y yo, hijo mío,
buscando el astro que eras en mi vientre.
Rompiendo códigos
Ni demasiados años para la vejez,
ni excesiva juventud para un futuro,
desorientada en «medio del camino»
con todos los tiempos trastrocados,
el inicio de todas las mañanas
y la memoria de todos los ayeres.
Erguidos, preguntando...
¿Cómo volver atrás?
¿Cómo enmendarse?
Para reescribir nuestra historia, precisamos:
un pan de infancia,
un olor de madre,
un sonido: las pisadas del padre en la
escalera.
(Aunque se te congelen las venas)
Hoy te advierto
que voy a quedarme para siempre
jadeando en tu cuerpo,
en el borde infinito de tu mano,
en tu espalda que es espada.
En tu lengua que es la mía.
Sólo tu corazón sabrá
si es,
promesa o amenaza,
pero me quedo para siempre
y basta.
El dolor es un mal pasajero
I
Hay un mapa afuera
que crece feroz y mentiroso.
Si confías: perdiste
si desconfías: mueres.
Cada vez la nube más obscura...
Y me vuelvo un caracol,
la casa a cuestas.
II
Vuelvo hacia mí,
a mi Dios
a los dorados ojos de mi hijo,
vuelvo al mapa
seguro de tu mano.
Como la danza del delfín en el océano
Si pudiera presentarme
desnuda ante ti.
Si tuviera el valor,
o tal vez la chance...
Para que vieras que no hay nada que
temer,
o que todo es de temer.
Cada hueco de mi cuerpo es seguro,
y va a estar,
intocado y fiel como la naturaleza más
salvaje.
(O como el océano que amas).
Pero eres tan poderoso...
a veces me das miedo.
Y me visto con disfraces dispares,
para ocultarme
o parecer temible.
Y entre los dos -extrañamente-
termina el absurdo territorio del poder.
Te acercas:
agua – desierto – miel,
y me extiendo
miel – desierto – agua.
Y no sé dónde empiezas,
dónde empiezo...
como la danza del delfín en el océano.
Brújula
Una brújula del tamaño de tus ojos
aquella que contenga el universo,
o una estrella
que multiplique el misterio,
del anudado corazón.
Una brújula
de cómplice latido,
un caracol
que cuenta historias al oído.
Y aún hay cosas cuyo
nombre ignoro...
«Do not go gentle
into that good night...
Rage, rage, against
the dying of the light»
Cortando el exilio de la obscuridad
he vivido, inclinada sobre mi corazón.
Sabiendo que si no estoy alerta
moriré sin que nadie lo sepa,
ni siquiera yo misma.
He abierto con los dientes la cerradura del
dolor
y toqué la sombra de la alegría
hasta verla (ante mí) entera y desnuda.
Mi piel se desvistió a jirones
excavó el deseo en cada círculo,
hasta lamer el paraíso...
¡Y aún hay cosas cuyo nombre ignoro!
Escribo vida de mujer
A contraviento del destino
doy la espalda a mis sueños
y empiezo cada día haciendo lo correcto.
Ordeno mi rutina
en filas estériles
esperando no sé qué absurdas batallas.
Y camino presurosa, firme, intensa
hacia adelante...
para ver que se cambió la brújula,
que está borracha la rosa de los vientos...
que sólo importa tu piel
o el extraño sabor de mi corazón
despellejado junto a mis sentidos.
Cuando estoy al final
veo recién el punto de partida,
y el corazón: rompecabezas de
formas diferentes,
cuando lo tocaba quedó como distante.
De nuevo dilucidar:
¿dónde está la verdad,
dónde quedó la diseminada máscara?
Y renazco
hasta que escucho,
el rumor de las calladas voces de mi cuerpo
navegando en mi sangre desde siempre.
a Constantino Kavafis
Dignifico mi vida a cada hora,
no ofendo a la eternidad matando el tiempo...
Al final del día me lavo en oraciones,
y en memorias y me bautizo con mis libros
queridos.
Escucho los cantos de sirena de la
infiel poesía
y me entrego a mi incertidumbre.
Sabiendo lo que desconozco,
y amando demasiado y a sabiendas.
No reverencio mi vida,
la dignifico, viviendo a contrapelo cada hora.
Baile de máscaras
Perfecto minué,
bien demarcado, cada cual con su máscara.
La pareja apropiada, adaptada, aceptada.
Seguimos los ritos señalados:
saludos, cortesías, media vuelta.
El minué perfecto;
y escenario previamente montado
para efectos.
Los ojos -sin embargo-
se escapaban -los míos y los tuyos-
de sus caras
y se tocaban aleteando temblorosos
donde conjugan los desafíos y los sueños.
Los poetas
Tratamos de converger
una confusa zona:
de códigos distintos,
de códigos iguales...
para buscar la alianza
de la eternidad y del instante.
Un mundo de formas superpuestas
a un universo de sonidos.
Papeles sumergidos en mágicas alquimias
para develar:
deseos, miedos, sueños...
Mientras las palabras de los ritos
llenan el espacio de conjuros.
Para que se toquen y desnuden
las formas y el sonido.
Poesía
Iniciado el rito de aprisionar la hora,
en la magia de un papel;
de descubrir cada minuto:
una forma, un tacto,
en la obscuridad y estando solo.
Yo querría llegar a ti con mi palabra,
inundarte de cánticos los ojos
o susurrarte el eco de una palabra extraña.
Para poder, de una vez -y casi por asalto-
ser yo la que aprisione la memoria.
Trampas a destiempo
¡Si yo te hubiera echado mis conjuros!,
aquellos traicioneros,
si hubiera amasado mi corazón
hasta hacerlo callar...
Si te hubiera tendido:
la trampa del deseo,
del verbo, de la mente...
Si hubiera masticado mi verdad
hasta deglutirla en un bocado,
sin que te percataras:
cómo se puede amar rabiosamente.
Si hubiera, en definitiva,
dado vuelta la mesa...
serías tú, de madrugada,
escribiendo el margen doloroso:
de estos versos.
Abismo
Y fui, cayendo
en el hechizo de la noche clara
o de tus ojos,
tu locura de pez
donde me arrojas.
Y yo avivando el fuego,
leyéndote poesía empapada en vino.
El latido de la noche,
profundo y precoz en tu inocencia
era terrible pecado...
y yo alquimista:
mezclando el bien y el mal.
La noche -en tanto- cabalgaba
y nosotros hamacados
al borde del abismo.
Soledad
Me arrojo a la marea
de mi propia soledad.
Me reconozco en cada vértice y sonido.
Muerdo el exilio,
me busco y reconozco,
desnuda como la primera vez.
Mastico el nombre del silencio
desmadejando memorias.
Y espero,
espero,
que al final del desierto
me aguarde el paraíso.
Iluminar mañanas
Recorro solitaria
el callado camino de tu cuerpo dormido.
Tu espalda extendida hacia el mañana
agita sábana y memorias.
Y las manos... palma arriba
se alargan pidiendo más dones a mis
manos.
Si pudiera invadir tus pupilas,
besarte por debajo,
con las claves ocultas del silencio.
Y me acerco a tocarte,
inútil envoltorio del amor
tan todo-nada.
Esta vida que insiste en escaparse
cuando inadvertida trato de atraparla
en juego pendular casi perverso
¿por qué al tenerla desperdicio?
Días sin escribir
horas sin labios
sin contornos de niños en las sillas.
Aférrate mi Dios,
entrónate aclamando
el sitio merecido.
Para rescatar la memoria futura,
retener la esperanza pasada
mientras anoto para no olvidarme y que no
olviden.
Días y horas apiladas
que gané o perdí...
pero se fueron
y quedaba tu voz
o tus manos mirando
largas suaves, uvas...
O minutos o meses:
la nada,
tus piernas extendidas invitando...
tus hombros-precipicio,
el blando pozo de tu cuerpo.
Y el cielo que consume
las horas navegantes,
las pobres, las perdidas en la nada...
Un despellejado abrazo
un beso,
un beso sin piedad,
un pozo interminable.
Una espada en mi cuerpo,
una afilada estrella
atravesándome:
así te siento.
Y me desvanece
el centro de tu nombre,
el peligroso abismo de tu brazo
tu mirada de pez...
y el delicioso espejo de tu cuerpo,
el peligroso abismo.
Ser mujer...
En estado de inocencia y esperando
enfrento cada día mis mañanas
un caos de horas y de calles,
sin orden aparente, ni destino.
La fragilidad del verbo no consuela,
ni el paisaje verde o el cemento,
tampoco el afecto bizantino
ni la barroca objetividad del psicoanálisis.
Los juegos, las palabras y los números
el placer, los quehaceres, los horarios
quiebran significados en un idioma extraño.
Como niña esperando la noche de Reyes
olvido la razón y tiemblo en el milagro.
Me han sacado la palabra
han huido todas las vocales a tu encuentro...
enloquecieron adjetivos
y las cuerdas vocales se tensaron
hasta dispararse cual saeta,
y no fue mía la voz
y un cosquilleo volcánico
me arrebató entera
y todos los silenciosos cánticos
que habitaban en mí...
se extendieron
hasta encontrar la pulposa,
la tibia presencia de tu mano.
Soledad de poeta
Pórtico custodiado por dos ángeles:
el rostro dulce y del enemigo.
Escribir para huir
y en el poema desnudarse entera.
Tacto clarividente del papel,
mi yo despellejado,
iluminar mi vida
con la fruta de toda la poesía.
A mitad de camino
entre la hojarasca y la misericordia,
desnuda, niña, vulnerable:
poeta desde los años sin memoria,
cíclico destino
de decir mi verdad desmarañada
-y amando el verbo que es antídoto-
apago la luz;
porque estoy sola.
La vida es un mal pasajero II
Desde mi débil perfección me yergo
y digo de la vida su esperanza
para alejar los monstruos
que lamen mi cintura, me tocan los cabellos
y me susurran de su asqueroso amor a mis
oídos.
Murmuro conjuros
y como el día primero
amaso vida de la nada.
¡Otro día de luchar contra mi muerte,
de salpicar de eternidad mi sangre!
Las alas de la lluvia
El olor de la infancia despertando caliente...
reverdecida, saltando una piedra,
salpicando luminosa una tristeza,
horadando caminos.
La fragante adolescencia húmeda
tritura: musgo, tierra y penas
y el viento va cortando los presagios;
de la tarde que se bebe el cielo.
Yo era un ciego
explorando de su corazón los secretos
jardines...
Palpando bocas de silencio,
y sabiendo que había espejos que no podía
ver.
Escuchando el huracán de los sentidos...
Yo era un ciego, o un niño despertando
en el alto refugio de su sueño.
Cántico
El pico más alto de mi cuerpo
se alza para ti,
y extrañamente borrado por tu cuerpo
quedan mis huecos y rincones...
La ciudad de mi corazón
confusa entre tus manos
se quiebra en meridianos.
Tu rostro perfumado
en la nocturna espuma de mis piernas,
y mis huracanes lamen todas tus muertes.
Alocados molinos agotan las memorias,
pero quedan tus ojos...
pero quedan tus ojos.
Y fueron noches y fueron días
de vagar en ciegos laberintos,
de caminar descalzos
en praderas de vidrio...
hasta tocar tu cuerpo.
Morder poemas, colores y cánticos
con la certeza del destino cumplido.
(Hoy me aterra el pensar
que pudimos no hallarnos)
O muere la noche o nace el día
y allí te doblas en mi cuerpo,
y remontas sus aguas
enredas sus anillos...
-Te lamo el corazón
y con apremio adivino tu peligro
que enlaza, que enceguece.
Suave me acometes, callado paraíso,
corteza de cuerpo recobrada.
¡Volvemos de regreso de las muertes!
Destino de poeta
Los años de mi cuerpo, desnudan
los libros guardados por mi corazón.
El molino de sangre muele poesía
y mis horas fueron volúmenes de palabra
escrita.
Y en el lenguaje se me va la vida.
Late, late la trampa del verbo
agazapada en mi aliento;
presagia mi destino eterno y circular.
Escribo, y es muerte de extremo gozo
y aún
soy eterno extranjero en la patria del
hombre.
Manuscrito en gaveta
a Jorge Luis Borges
Existe un libro en estado de gracia,
un manuscrito -dicen- de mi obra,
una ciudad contada, un adjetivo,
las claves, los códigos y el habla.
Unas páginas -dicen- unos versos,
un número infinito, una cifra,
la fatua sentencia que es la vida.
La obra es hermética, ilegible,
sus metáforas túneles al hueco de mi tiempo,
-sus títulos el juego de amurallar palabras-
su destino, se ignora, como el nuestro.
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