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José Emilio Pacheco (México, 1939 - 2014) |
Ante - Noche
A: Susana Zanetti
de "La arena errante"
Poeta: José Emilio Pacheco
Las flores del mar
Danza sobre las olas, vuelo flotante,
ductilidad, perfección, acorde absoluto
con el ritmo de la marea,
la insondable música
que nace allá en el fondo
y es retenida
en el santuario de las caracolas.
La medusa no oculta nada,
más bien despliega
su dicha de estar viva por un instante.
Parece la disponible, la acogedora
que solo busca la fecundación
no el placer ni el famoso amor
para sentir: "Ya cumplí.
Ya ha pasado todo.
Puedo morir tranquila en la arena
donde me arrojarán las olas que no perdonan."
Medusa, flor de mar. La comparan
con la que petrifica a quien se atreve a mirarla.
Medusa blanca como la Xtabay de los mayas
y la Desconocida que sale al paso y acecha,
desde el Eclesiastés, al pobre deseo.
Flores del mar y el mal, las medusas.
Cuando eres niño te advierten:
"Limítate a contemplarlas.
No las toques. Las espectrales
te dejarán su quemadura,
la marca a fuego que estigmatiza
a quien codicia lo prohibido."
Y uno responde en silencio:
"Pretendo asir la marea,
acariciar lo imposible."
Pero no: las medusas
no son de nadie celestial o terrestre.
Son de la mar que nunca será ni mujer ni prójimo.
Son peces de la nada, plantas del viento,
gasas de espuma ponzoñosa
(sífilis, sida).
En Veracruz las llaman aguas malas.
La arena errante
(Otro poema de Veracruz)
Los misteriosos médanos cambiaban
de forma con el viento.
Me parecían las nubes que al derrumbarse por tierra
se transformaban en arena errante.
De mañana jugaba en esas dunas sin forma.
Al regresar por la tarde
ya eran diferentes y no me hablaban.
Cuando soplaba el Norte hacían estragos en casa.
Lluvia de arena como el mar del tiempo.
Lluvia de tiempo como el mar de arena.
Cristal de sal la tierra entera inasible.
Viento que se filtraba entre los dedos.
Horas en fuga, vida sin retorno.
Médanos nómadas.
Al fin plantaron
las casuarinas para anclar la arena.
Ahora dicen: "Es un mal árbol.
Destruye todo."
Talan las casuarinas.
Borran los médanos.
Y a la orilla del mar que es mi memoria
sigue creciendo el insaciable desierto.
Hondo segundo
Opacas las imágenes de ayer.
Los días se confunden en uno solo extensísimo.
Imposible decir que fue mi tiempo.
El tiempo no es de nadie: somos suyos.
Somos del tiempo que nos da un segundo
en donde cabe nuestra extensa vida.
La noche de los muertos
"La noche es de los muertos", decía la nana
para el temor y asombro de mis cuatro años.
"No salgas a la calle porque les pertenece la noche.
Vuelven a despedirse y a reclamar lo que es suyo".
"La noche es de los muertos.
No estés afuera
cuando ya ha oscurecido".
Pero una vez al fin la descubrieron mis padres
y le ordenaron que no atemorizara a los niños
con fantasmas, espantos y supersticiones.
Al cabo de los años la nana tuvo razón:
Ya no se puede salir de noche a la calle.
No es, desde luego, culpa de los muertos.
Fin del mundo
"El 18 de mayo del 50
se va a acabar el mundo.
Confiésate y comulga y encomienda tu alma
a la misericordia de Dios Padre
y pídele a la Virgen que ruegue por nosotros."
Todo esto me dijeron varias personas.
El 18 de mayo esperé el terremoto,
el diluvio de fuego, la bomba atómica.
Como es obvio, no pasó nada.
Hay otras fechas para el fin del mundo.
El fornicador
En plena sala ante la familia reunida
- padres, abuelos, tíos y otros parientes -
abro el periódico
para leer la cartelera.
Me llama la atención una película
de Gary Cooper en el cine Palacio,
o en el Palacio Chino, ya no recuerdo.
Lo que no olvido es el título.
Pregunto con la voz del niño entonces:
"¿Qué es El fornicador?"
Silencio, rubores,
dura mirada de mi padre.
Me interrogo en silencio
"¿Qué habré dicho?"
La tía Socorro me salva:
"Hay unas cajas de vidrio
en que puedes meter hormigas
para observar sus túneles y sus nidos.
Se llaman fornicarios.
Fornicador
es el hombre que estudia las hormigas.
Periquitos de Australia
Las flores en sus tallos,
libres los pájaros.
Desde muy niño he aborrecido las jaulas.
Me dan tristeza los arreglos florales.
A los doce años no pude rechazar el obsequio:
Periquitos de Australia.
"Periquitos de amor" los llaman en México.
Loro en miniatura, me parecieron adustos.
Despreciaron mi afán de congraciarme con ellos:
trapecio, alpiste, agua, material para el nido,
hueso para afilar garras y pico.
No debí hacerlo nunca.
Cierta noche hubo un pleito
conyugal en la jaula de los loritos.
Por la mañana hallé el cadáver sangrante,
despedazado hasta lo inverosímil
con un sadismo humano (valga el pleonasmo).
Los animales - dicen - jamás son crueles.
Sólo matan por hambre y de un solo golpe.
Después de lo que vi no estoy seguro.
El asesino o la asesina, la hembra o el macho,
comía inmutable alpiste junto a su víctima.
Se burlaba de mí con su ojo irónico.
La sentencia inmediata: condena a muerte,
sin mancharme las manos.
Abría la jaula
y voló hacia la selva de los gorriones.
Segundo error ignorante:
en vez de quemarlo
o arrojarlo por el desagüe
sepulté en la maceta el cuerpo ultrajado.
A las pocas horas
ejército de moscas atronaban la tierra.
Me parecieron bandas de pericos de Australia.
El castillo de los Cárpatos
Jules Verne se anticipa en el Castillo de los Cárpatos
a la invención del cinematógrafo cuando imagina
a un hombre, el barón de Gortz que inventa un medio
de preservar la imagen y la voz de Stilla, su amada muerta.
Miguel Mondragón, Verne, Wells y nosotros
Un sueño realizado aquél de Verne
en El Castillo de los Cárpatos,
novela que leí a los once años,
cuando ignoraba la vejez, desde luego,
y pensaba que los ancianos
habían nacido así: eran de otro planeta,
o quizá de otra especie,
de modo alguno enemiga
pero distinta, aparte, remota.
Nada que ver con la novedad que yo era,
la promesa total que fui (como todo niño),
la infinita página en blanco
donde la vida escribiría a traición
su novela pésima, su absurdo melodrama
su farsa abyecta.
En larga transición me hundí velozmente
en la decrepitud.
(La madurez pasó sin tocarme.)
y no perdí la memoria
de la muchacha muerta que ahora
está más joven que nunca
en el videoteip que se cae de viejo.
Cuento de espantos
Ayer la vi. No me lo van a creer.
Ayer me encontré con ella en el parque
por donde caminábamos a los veinte años.
Está igual que siempre.
En todo caso la muerte
la ha embellecido, la rejuvenece, la hace
adolecer de adolescencia.
Ya no tiene veintidós años,
sino dieciocho a lo sumo.
Quien penetra el misterio
de estos números y estos años,
su más tiempo de muerta que edad de viva.
Pero cómo ilumina los dos orbes
y es la estrella
del alba y el crepúsculo:
muchacha para siempre, también sombra
que nunca volverá de las tinieblas.
La vi de lejos y como es natural
me fue imposible dominar el impulso
de acercarme, verla de nuevo, implorarle:
"No sabes cómo te extraño.
No me resigno a perderte.
No te he olvidado."
Abrí la boca. No pude
pronunciar la menor palabra.
Me congeló la mirada
que sin decirlo decía:
"¿Cómo se atreve, señor?
¿No se ha visto al espejo?
¿No hay calendarios?
¿No toma en cuenta
las edades que nos separan?"
Y de este modo yo,
el aún vivo,
me convertí en el fantasma.
Memoria
No tomes muy en serio
lo que te dice la memoria.
A lo mejor no hubo esa tarde.
Quizá todo fue autoengaño.
La gran pasión
sólo existió en tu deseo.
Quién te dice que no te está contando ficciones
para alargar la prórroga del fin
y sugerir que todo esto
tuvo al menos algún sentido.
¿Qué fue de tanto amor?
¿Qué fue de tanto amor? Un cuaderno
en papel que ya no se usa
y está amarillento
y comido por los ratones.
Escrito a máquina,
algo que ya parece tan anticuado
como las runas ahora.
Un libro inédito
y en modo alguno publicable.
En la próxima limpia
de la casa los versos tan románticos
irán a la basura,
donde no se unirán en ningún símbolo
con las fotografías abolidas.
Ya son ridículas
por el cambio de moda y en los peinados
- para no hablar de los avances
en la técnica fotográfica.
Blanco y negro. Mejor sería
un daguerrotipo
o una silueta recortada estilo siglo xviii,
o una gacela en la cueva.
Porque el blanco y el negro
las sitúa en la prehistoria:
Lascaux, Altamira.
No pregunte, don Jorge, qué se hicieron
las juventudes perdidas y los amores fracasados,
los versos lamentables que se inspiraron en ellos.
Ni siquiera los salva citar las Coplas,
ellas sí al parecer eternas
(aunque mañana quién sabe).
Todo se ha deshecho.
Ha regresado al polvo.
Está a punto
de ser vacío
en el vacío que aquel amor
colmó por un instante.
Pero ya basta.
Edades
Llega un triste momento de la edad
en que somos tan viejos como los padres.
Y entonces se descubre en un cajón olvidado
la foto de la abuela a los catorce años.
¿En dónde queda el tiempo, en dónde estamos?
Esa niña
que habita en el recuerdo como una anciana,
muerta hace medio siglo,
es en la foto nieta de su nieto,
la vida no vivida, el futuro total,
la juventud que siempre se renueva en los otros.
La historia no ha pasado por ese instante.
Aún no existen las guerras ni las catástrofes
y la palabra muerte es impensable.
Nada se vive ni antes ni después.
No hay conjugación en la existencia
más que el tiempo presente.
En él yo soy el viejo
y mi abuela es la niña.
Realidad virtual
Hay que decirlo aunque se ría la gente:
la realidad virtual fue inventada en México,
en la colonia del Valle,
alrededor de 1950.
El telescopio de mi primo Juan
- un juguete comprado
de segunda o tercera mano en La Lagunilla -
era capaz de reinventar la luna
como base de ovnis y morada
de criaturas de otra galaxia.
Dibujaba marcianos de tres cabezas
en donde ahora sabemos que todo es piedra.
Ya en el colmo del misticismo,
descubrió el cielo en Venus
y el infierno en Saturno.
Riverside Drive
Juega con su amiguito en Riverside Drive.
(Han caído las bombas y ha terminado la guerra)
Una tarde por fin lo invita a casa.
Ambos tienen cinco o seis años.
Nada saben de historia o geopolítica.
La madre le prepara el mejor sándwich
que ha probado en su vida.
El padre intenta ser no menos amable:
"Conozco tu país.
Pasé una noche en Tijuana.
Estas son las palabras que me sé de tu idioma:
puta, ladrón, auxilio, me robaron".
Tres poemas mortales
- Encuentro
Nació conmigo la muerte.
Le dieron cuerda
y la echaron a andar
pero en silencio.
Hemos vivido juntos mucho tiempo.
Sin embargo nada sé de ella.
No la conozco.
No puedo imaginarla.
Nunca me ha dirigido la palabra.
Sé que está aquí: le pertenezco
y me pertenece.
Cuando se acabe la cuerda
conoceré a la inseparable de mí,
la indivisible invisible:
lo único que en el mundo puedo llamar,
sin jactancia y de verdad, mío.
- Mi
Tan grandes y tan ávidos como el pronombre yo
sus dos brazos
las dos letras que forman el posesivo mí,
el más ambicioso, el más ilusorio,
el que más decepciona.
Cómo puedo hablar de mi vida
si los días son obra del ciego azar
y de las voluntades ajenas.
Tampoco vale
decir mi ciudad:
ya no están los lugares,
nunca podré
regresar a los ámbitos sagrados.
La vida no es de nadie,
la recibimos en préstamo.
Lo único de verdad nuestro será la ausencia.
- Hermanos
El cuerpo quiere irse de quien lo encierra en un
nombre.
Codicia
el anonimato del fin,
la disolución plural y final
en que todos somos hermanos de todos
la familia de los ausentes.
Admonición de la hechicera
Quita de allí la mano o saldrán las hormigas rojas
que no se andan con cuentos: si te picaran
infiltrarían al demonio en tu sangre.
No grites: despertarás al lirón que duerme su eterna siesta
en la hamaca de aquellas ramas. ¿Nadie te ha dicho
que su mirada infunde una pereza mortal
en aquellos que intentan desafiarla?
No pises fuerte: saldrá indignado el gran topo ciego
que mina el campo. Si te mordiera
te llevaría a su laberinto - y de allí no sales.
Mejor cállate y vuelve hasta tu rincón
y obedece mis instrucciones:
Prende una vela negra a medianoche
y encomienda tu vida que es tenue y frágil
a la mortalidad de todas las cosas.
Niños y adultos
A los diez años creía
que la tierra era de los adultos.
Podían hacer el amor, fumar, beber a su antojo,
ir adonde quisieran.
Sobre todo, aplastarnos con su poder indomable.
Ahora sé por larga experiencia el lugar común:
en realidad no hay adultos,
sólo niños envejecidos.
Quieren lo que no tienen:
el juguete del otro.
Sienten miedo de todo.
Obedecen siempre a alguien.
No disponen de su existencia.
Lloran por cualquier cosa.
Pero no son valientes como lo fueron a los diez años:
lo hacen de noche y en silencio y a solas.
Tal por cual
Tal por cual era un insulto atroz en mi infancia.
Jamás he vuelto a escucharlo.
Pero suena muy bien, llena de espuma la boca.
En el fondo percibo oblicua
una alusión a la ilegitimidad, una manera
de decirle bastardo al enemigo.
"No te llamas así.
Te haces pasar por otra persona.
No eres el hijo de quien supones tu padre."
(Como en tanta injuria,
se les echa la culpa a las mujeres.)
Y, con todo, bastardo jamás se emplea en español como agravio.
Me parece un misterio
saber por qué la gente se golpeaba si alguien
llamaba tal por cual a su adversario.
Propongo convertir en afrenta grave
otras palabras inocentes:
lontananza, arabesco, rada,
erial, relieve, barbecho.
Impurezas
Hablaban de impurezas
a nosotros los niños de ocho o nueve años.
"La impureza es un pecado mortal.
Tu alma eternamente padecerá entre las llamas.
Debes ser puro. La salvación está en juego.
Que no te contamine el demonio."
La pureza es como un instrumento quirúrgico, metal estéril
que pretende dañar para hacer el bien
e imponer el triunfo absoluto
de quien lo blande omnipotente.
Pero sin impureza no hay vida, que es decir cambio.
Todo sigue igual,
no produce su fruto y se apaga en vano.
Todo es impuro porque todo es dos.
Se hace de noche en el día.
Amanece el sol.
Perturba la pureza de la aurora
(que, sin embargo, existe porque hubo sombra).
Llega la muerte
y hace de nuestro cuerpo la más impura carroña.
Proceso
Si en un principio fui
ya estoy dejando de ser,
me alejo de este lugar, disminuyo
como un camino en el bosque
cuando el avión cobra altura.
Todo se va apagando en sucesión,
como las luces en un barco
que avanza a ciegas
por el océano minado
y es capaz de estallar en cualquier momento.
Prosigo en línea recta,
no hacia el naufragio
(todavía no, falta poco),
sino hacia el hondo Mar de los Sargazos
que no permite el retorno.
Elogio de la fugacidad
Triste que todo pase…
Pero también qué dicha este gran cambio perpetuo.
Si pudiéramos
detener el instante
todo sería mucho más terrible.
¿Pueden imaginar a un Fausto de 1844, digamos,
que hubiera congelado el tiempo fugaz en un
momento preciso?
En él hasta la más libre de las mujeres
viviría prisionera de sus quince hijos
(sin contar a los muertos antes de un año),
las horas infinitas ante el fogón, la costura,
los cien mil platos sucios, la ropa inmunda
- y todo lo demás, sin luz eléctrica y sin agua
corriente.
Cuerpos sólo dolor, ignorantes de la anestesia,
que olían muy mal y rara vez se bañaban.
Y aun después de todo esto, como perfectos imbéciles
nos atrevemos a decir irredentos:
"Qué gran tristeza la fugacidad.
¿Por qué tenemos que pasar como nubes?"
Dos poemas con reloj
- Sincronía
Como los gallos que a las dos de la tarde
cantan en el eclipse lleno de azoro,
hubo una confusión cuando se echó a andar la tierra.
El reloj congelado hace diez años
y ahora simple objeto decorativo,
volvió a vivir con el sismo.
Hendió de nuevo el aire su péndulo
y llevó el ritmo oscilatorio del miedo.
De improviso escuché las campanadas:
daba el reloj la hora de los muertos.
- Tiempo al tiempo
A los ocho años abrí el reloj
y desmonté su inexpresable misterio:
ruedas, ejes, resortes, no sé qué más.
Desde luego no pude recomponerlo
ni hallé en sus piezas el secreto del tiempo.
Sabía que estaba en él sin poder mirarlo
y pasaba por mí y me iba dejando.
Hoy ni siquiera podría abrir el reloj
y el tiempo que me borra es mayor misterio.
Oro en polvo
Desde mi adolescencia busqué oro
en todas las corrientes de la montaña.
La arena removida alcanzaría
para urdir un desierto.
Y nunca hallé el metal.
Sólo monedas de cobre,
piedras, huesos pulidos, baratijas.
Me voy como llegué.
No perdí el tiempo:
La arena que escapó de entre mis manos
me dio el placer interminable:
el intento.
La señora V.
De nada sirve hablar de serenidad,
forjarse ilusiones
de trascendencia o de supervivencia.
La señora V. llegó, está aquí, no descansa.
Tardó mucho.
Se hizo presente en un instante.
Viene a llevarse todo lo que fui.
Me nubla la vista,
me borra la memoria,
me quita el sueño,
me hace más torpe
y dificulta mis pasos.
Por dentro opera su mayor estrago.
Lo que en este momento nadie puede prever
es cuánto durará nuestra torva alianza.
¿Consumará su obra de destrucción
la Señora V, que nació conmigo y está programada
para actuar sin error ni pausa?
O quizá algo imprevisto, nunca se sabe,
le robará la pieza cuando ya la tiene en la trampa.
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