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Fotografía: Marisol Zurita Aguilera. Isla de Chiloé. Chile.

Jaime Gil de Biedman (I)





Jaime Gil de Biedma: Una poesía humana e impura

Por: Javier Alfaya

Le poete se consacre et se consume done a definir et a construir un langage dans le langage; et son opération, qui est longue, difficile, délicate, qui demande les qualités les plus diverses de l'esprit, et qui jamáis ríest achevée com-me jamáis elle n'est exactement possible, tend a constituer le discours d'un étre plus pur, plus puissant et plus pro-fond dans ses pensées, plus intense dans sa vie, plus élégant et plus heureux dans sa parole que n'importe que personne réelle.

Paul Valéry, «Situation de Baudelaire», en Variété, 1.

Es siempre arriesgado hablar de la obra de los poetas en términos de grupo o generacionales. Cada aventura poética, si se realiza con rigor y con pasión, es una experiencia única, irrepetible, que no se puede integrar dentro de una referencia colectiva. El concepto de «Grupo de los Cincuenta» o «Grupo del Medio Siglo» corre peligro de convertirse en uno de esos tópicos de la crítica literaria que terminan haciendo, al revés de lo que reza el adagio alemán, que el bosque oscurezca la visión de los árboles. Este es el riesgo de muchas antologías (1) por excelentes que sean, o de esos panoramas de una época que tienden a simplificarlo todo desde criterios primariamente historicistas o sociológicos. Hoy, a bastantes años de la época en que empezaron a publicar sus libros los poetas cuya edad oscila en torno a los cincuenta años, a partir de algunos de los cuales se perfiló un cambio en la poesía española de lengua castellana, es posible empezar a discernir cuáles de aquellos árboles eran valiosos y cuáles no. No es el objeto de este prólogo hacer un examen crítico de aquellos poetas. Pero sí examinar, aunque sea de modo harto so­mero, la obra de Jaime Gil de Biedma y destacar su ca­rácter específico.
La obra de Gil de Biedma ocupa un lugar privilegiado y, en cierto modo, aislado. Su poesía constituye el eslabón entre un movimiento que si tuvo algo en común fue el es­fuerzo por volver, siguiendo los pasos de los llamados poetas sociales —los Otero, Celaya, Nora, Hierro, etc.—, al lenguaje hablado como forma de expresión literaria, pero eliminando la ganga populista que lastra la obra de algunos de esos poetas, y otros creadores más jóvenes que rompieron, a veces de modo violento y provocativo, con la tradición de politización e ideologismo que caracterizaba a una buena parte de la poesía española de posguerra. De los poetas de su promoción, Jaime Gil de Biedma parece el más próximo a los nuevos poetas, cuya obra se empieza a publicar en la segunda mitad de los años sesenta y aún más tarde. Lo cual puede significar mucho y puede no sig­nificar nada. Pero es que en Gil de Biedma el empleo del lenguaje coloquial ya no expresa sólo la voluntad de ser accesible para ese mítico «hombre de la calle» al que tan­tas veces recurrieron como receptor los poetas sociales y quienes vinieron tras ellos. La voluntad de comunicación, utópicamente universal, se reduce a límites más modestos. Ya no se trata de hablar al Pueblo o a la Clase. Se trata de hablar a unos cuantos lectores más o menos ideales, pero con los que se espera compartir una cierta visión del mundo. Un camino que, dado el retorno a «lo privado» que parece caracterizar a la poesía más joven, vuelve más atractiva la obra de Gil de Biedma y también quizá la de Angel González —poeta que ha seguido en algún aspecto una evolución parecida—, a los siempre escasos pero ac­tivos consumidores de versos que hay en nuestro país.
Jaime Gil de Biedma ha escrito —o al menos publica­do— muy poca poesía. La «obsesión por la perfección»(2) le ha llevado a dar a la imprenta una obra que cuando se publicó como completa, hace cinco años(3), cabía en un vo­lumen, bien holgado, de 175 páginas. No mucho, en ver­dad, si tenemos en cuenta el tiempo que media entre su primera colección de versos, Según sentencia del tiempo (1953) y Las personas del verbo (1975). A partir de esta última fecha, Gil de Biedma ha publicado un solo poema en la revista Hora de poesía. Hoy son prácticamente inencontrables tanto el volumen de poesía completa como otras obras suyas sueltas. Lo cual, si bien se mira, refleja también una curiosa actitud hacia la propia obra por parte del poeta, un distanciamiento, una forma de estar en el mundo literario muy poco frecuente entre nosotros, donde lo que cuenta, casi como valor máximo, es la actualidad, como acerbamente señalara Luis Cernuda. Pero también desde ese retiro, desde ese alejamiento, o precisamente por él, Gil de Biedma ha conseguido mantenerse como un punto de referencia imprescindible para tirios y troyanos. Es decir, para realistas y para «novísimos», para neovanguardistas y para tradicionalistas.
Por otro lado, la personalidad de Gil de Biedma como escritor ofrece facetas poco frecuentes en España. Nos re­ferimos a su labor como crítico y como traductor. Tampoco Gil de Biedma se ha prodigado mucho como crítico, pero sus ensayos en ese campo han tenido la virtud de no pasar nunca desapercibidos para las mentes más avizoras de nuestro mundo literario. Después de su soberbio ensayo introductorio a Función de la poesía y función de la crítica, de Eliot, Gil de Biedma publicó ensayos sobre Jorge Guillen —-éste bastante mal recibido por la crítica acadé­mica, con la casi única y significativa excepción de Carlos Blanco Aguinaga—, Cernuda —sin duda el poeta español contemporáneo al que más próximo se siente—, Espronceda, etc. El último artículo suyo de crítica literaria que conocemos es el publicado en el suplemento literario del diario El País, dedicado a un clásico de la novela erótica: la anómina Mi vida secreta, escrita por un galante caba­llero británico del siglo xix.
Por fin parece que toda esa labor crítica, que andaba dispersa, ha sido reunida en un volumen y publicada. Gil de Biedma hace un tipo de crítica en cierta medi­da heterodoxa y con muy escasos puntos de concomi­tancia con la crítica académica. Sus ensayos son más bien el fruto del pensamiento de un poeta que ha meditado largamente sobre su oficio y busca en los escritores que más le gustan las razones de su preferencia. Crítica equi­librada, donde se dan la mano un gusto certero y pe­netrante y una amplia información que parece presidida por ese «buen juicio» que postulaba Juan de Valdés en un fragmento del Diálogo de la Lengua, que Gil de Biedma utiliza como epígrafe para su prólogo al citado libro de T. S. Eliot.
Otro aspecto importante en la personalidad intelectual de Gil de Biedma es su labor como traductor. Aparte del libro de Eliot, Gil de Biedma publicó hace años una me­morable traducción de una de las Berlín Stories, de Christopher Isherwood: «Goodbye to Berlin». Ha tradu­cido asimismo poemas de Louis Mac Neice como «Snow» o «Prayer before birth», y de W. H. Auden (la última de las Twelve Songs, «Musée des Beaux Arts», «In Me­mory of W. B. Yeats», y algún otro). Ahora, según pa­rece, se encuentra trabajando en una nueva versión caste­llana de Le Cimetiére Marín, de Paul Valéry.
Todas estas actividades reflejan una personalidad rica y compleja. Ningún otro poeta español reciente de ver­dadera altura, con la excepción de Gabriel Celaya, Ángel González o José Ángel Valente, ha desarrollado junto con su actividad creativa una importante labor crítica. Y esa simbiosis entre el poeta y el crítico —no tan rara en Espa­ña como se ha dicho con frecuencia si pensamos en un Unamuno, en un Antonio Machado o en un Juan Ramón Jiménez, en un Cernuda, un Salinas o un Bergamín—, en nuestra opinión, ha enriquecido a ambos. Detrás de todo creador literario verdadero parece alentar siempre el es­píritu de un teórico de la literatura, más o menos repri­mido.

Un apunte biográfico

Para conocer a un poeta, para tener un acceso, aunque sea remoto, a las claves de su poesía, es conveniente co­nocer algo de su vida, aunque sea de modo necesariamente esquemático e incompleto. Hagamos, pues, un breve pa­réntesis biográfico sobre Jaime Gil de Biedma.
Jaime Gil de Biedma nació en Barcelona en 1929, en el seno de una familia de la alta burguesía con importante presencia en el mundo de los negocios, afincada en Cata­luña, pero de raíces castellanas. Es nieto, por parte de madre, de uno de los más relevantes políticos españoles de la Restauración, Santiago Alba. Este origen social singu­lariza también a Gil de Biedma entre los poetas de su tiempo, en su mayor parte de origen mesocrático. Y ese nacimiento privilegiado permitió al futuro poeta una edu­cación refinada y cosmopolita que en su poesía se mani­fiesta de tal manera que las alusiones culturales o la crí­tica de los modos de vivir de la gran burguesía nunca tie­nen ese aire forzado o un tanto snob que es tan frecuente encontrar en tanta poesía española contemporánea, rea­lista o no. Hizo estudios de Derecho y llegó a ser profesor ayudante en la cátedra de Historia del Derecho de Luis García de Valdeavellano. En sus años universitarios asistió a los seminarios de economía del profesor Fabián Estapé, al cual dedicaría más tarde uno de sus poemas más fa­mosos, «Barcelona ja no es bona» o «Mi paseo solitario de primavera». Entre sus compañeros de Universidad en Barcelona, con los cuales hizo amistad, se encontraban Carlos Barral (con el cual colaboró posteriormente en la puesta en marcha de la renovación de la editorial Seix Barral), Joan Revenios, Antonio Senillosa y Alberto Oliart. En 1953 marchó a Oxford, iniciándose su larga frecuentación con la literatura inglesa, no sólo con la lec­tura de poetas como Eliot, Auden o los metafísicos, sino con el conocimiento del pensamiento poético británico. En Oxford conoció y trató a Alberto Jiménez Fraud y a su esposa, Natalia Cossío.
Vuelto a España vive una larga temporada en Madrid, donde prepara oposiciones para ingresar en la escuela di­plomática. Por un sarcasmo del destino, muy propio de la deteriorada vida española, Gil de Biedma fue suspendido en la oposición en el ejercicio de cultura y composición española. De esos años viene también su trato con Jorge Guillen (al que conoció en Valladolid), con Vicente Aleixandre y con la escritora exiliada María Zambrano, a la que conoce en Italia. En 1954 empieza a trabajar en una empresa en la que su familia tiene importantes intereses económicos y en la cual sigue desempeñando un importante cargo: la Compañía de Tabacos de Filipinas. Relaciona­dos con este trabajo están sus frecuentes viajes a Filipinas, de los cuales se encontrarán algunas referencias en sus versos. Enfermo de tuberculosis pulmonar pasa una larga temporada en una finca familiar de Nava de la Asunción (Segovia), muy vinculada a sus recuerdos infantiles y de adolescencia. Allí inicia la redacción de un diario, parte del cual fue publicado en 1974 bajo el joyceano título de Diario del artista seriamente enfermo. Su evolución polí­tica hacia la izquierda le lleva a participar en 1959, con otros intelectuales españoles, en la conmemoración del XX aniversario de la muerte de Antonio Machado en Collioure. Los sucesos de Asturias en 1962, primer movi­miento huelguístico de envergadura en el Estado español desde las huelgas de Bilbao en 1947 y de Barcelona en 1951, le hacen asumir públicamente una actitud de clara oposición al régimen franquista. Es uno de los 101 intelec­tuales que escriben una carta abierta al entonces ministro de Información y Turismo, Manuel Fraga Iribarne, donde se denuncian las torturas de la Guardia Civil y Policía en las personas de diversos militantes obreros y sus familia­res. En 1968 asiste al Congreso Mundial de Intelectuales, celebrado en La Habana. Más tarde, a raíz del «asunto Heberto Padilla», Gil de Biedma toma distancias con res­pecto al régimen revolucionario cubano, suscribiendo una carta de protesta contra los métodos empleados en él y lo que reflejaban de deterioro de la vida cultural y política cubana.
En 1969 muere uno de sus mejores amigos: Gustavo Duran, músico, muy activo en la vida cultural de los años republicanos y más tarde uno de los fundadores del Quinto Regimiento. En 1970 muere su padre y un año más tarde se suicida Gabriel Ferrater. Estas tres muertes debieron de influir bastante en la vida del poeta. De ellas hay diver­sos reflejos en sus versos. En 1975 Jaime Gil de Biedma publica, como ya hemos indicado, su libro Las personas del verbo, donde se incluyen todos los poemas que en más de veinte años de labor poética el autor acepta como ver­daderamente logrados.
Por supuesto, es inútil en unas cuantas líneas expresar la complejidad de una vida. Sin embargo, pensamos que es preciso señalar unos cuantos hitos de una biografía que encuentra una manifestación constante en la obra escrita. El mundo personal de Gil de Biedma, su destino privado, son una constante en muchos de sus mejores poemas, donde, en ocasiones, aparecen incluso con nombres y ape­llidos los seres que han desempeñado un papel importante en su existencia.

Una poesía de la experiencia

El concepto de «poesía de la experiencia», según la ex­presión acuñada por Langbaum, empieza a tomar carta de naturaleza al escribir sobre la obra de los poetas de la época de Gil de Biedma, y desde luego de éste mismo. Poesía de la experiencia: las huellas de los años vividos filtradas por la luz del recuerdo y reconstruidas verbalmente en la estructura del poema. «En mi poesía», dijo una vez Gil de Biedma, «no hay más que dos temas: el paso del tiempo y yo.» Tomada así, sin matices, esta de­claración puede parecer en exceso simplificadora. Es cierto que ambas cosas desempeñan un papel central en la poesía de Gil de Biedma, más marcada la segunda todavía con el paso de los años. En Gil de Biedma incluso se da un des­doblamiento del yo casi cruel en composiciones como «Contra Jaime Gil de Biedma», donde de pronto éste se sorprende a sí mismo en un espejo, caricatura de lo que acaso quiso ser:

De qué sirve, quisiera yo saber, cambiar de piso,
dejar atrás un sótano más negro
que mi reputación —y ya es decir—,
poner visillos blancos
y tomar criada,
renunciar a la vida de bohemio,
si vienes tú, pelmazo,
embarazoso huésped, memo vestido de mis trajes,
zángano de colmena, inútil, cacaseno,
con tus manos lavadas,
a comer en mi plato y a ensuciar la casa?

Sin embargo, una atención excesiva a la letra de ciertas declaraciones o de algunos poemas puede darnos una ima­gen falsa o al menos distorsionada de la poesía de Gil de Biedma, como si ésta estuviera encerrada en un inútil juego solipsista, en ese «carnaval interiorizado de la fetichización del yo», de que habló alguna vez el viejo y venerable Gyorgy Lukács.
La enfermedad del subjetivismo: ésa es la clave, dirán algunos. Una lectura superficial de algunos poemas de Gil de Biedma podría llegar a esa conclusión, si es que acep­tamos todavía, literariamente hablando, ese tipo de crítica. La poesía de Gil de Biedma ha seguido, pese a su exigüi­dad, un largo recorrido. Una constante progresión que nos muestra a un poeta cada vez más seguro de sí mismo, cada vez más capaz de decir en un poema exactamente lo que quiere. Gil de Biedma es un poeta lento. Sabemos que hay poemas suyos que ha ido construyendo y retocando a lo largo de los años. En este sentido es la contraimagen del poeta fácil y abundante, tan frecuente en nuestra lite­ratura. Pero esa lentitud, esa parsimonia por crear y aún mayor por dar al público, han tenido una compensación: pocos poetas españoles contemporáneos tienen una obra tan redonda, tan perfectamente acabada como la suya.
Desde los primeros poemas de Gil de Biedma, verdade­ros ejercicios de estilo, un poco escritos para «hacer ma­nos», como dicen los pianistas, hasta las últimas compo­siciones de Poemas póstumos, hay un largo camino ani­mado por más signos, por más temas que el transcurrir del tiempo o la consideración del propio yo. En los pri­meros poemas que conocemos de Gil de Biedma la natu­raleza es la protagonista. Una naturaleza guillenianamente suspendida en el tiempo, sin historia, paisaje ideal de una juventud, de una adolescencia feliz. Pero también está pre­sente el tema de la amistad, uno de los recurrentes de toda su poesía, elaboración del cual será su poesía política, más que nada afirmación emocional de la fraternidad sentida como un mito reconfortante. En uno de los poemas de Compañeros de viaje se dice:

Pero callad.
Quiero deciros algo.
Sólo quiero deciros que estamos todos juntos.
A veces, al hablar, alguno olvida
su brazo sobre el mío,
y yo aunque esté callado doy las gracias,
porque hay paz en los cuerpos y en nosotros.

Esa amistad, esa fraternidad y su deterioro por la usura de los años recorre toda la poesía de Jaime Gil de Biedma y se convierte en uno de los motivos de la amargura que rezuma Poemas póstumos. Amistad que en un momento dado atraviesa como una flecha el grupo de amigos y va más allá: hacia soluciones colectivas. Y es la evocación de una tarde del día de Difuntos en Madrid, de la visita al Cementerio Civil. Y entonces la fraternidad se busca incluso en aquellos que en el pasado supieron aceptar, con fría dignidad, la aniquilación definitiva de la muerte, sin por ello ser infieles a la lucha por la libertad del hom­bre. O cuando el estallido de las huelgas asturianas del 62 hace aparecer ante sus ojos a unos hombres concretos, de carne y hueso, que simbolizan la lucha a muerte contra un régimen odioso.
El yo del poeta se ha expandido, tal vez ingenuamente, en busca de otros espacios donde realizarse. Lo colectivo es posible. Pero un colectivo con nombres y con rostros, no las grandes abstracciones de los que piensan siempre en términos históricos globales y olvidan el destino palpi­tante de los que precisamente hacen la Historia. En un poema como el citado, «Barcelona ja no es bona» o «Mi paseo solitario de primavera», sin duda uno de los más perfectos que ha escrito el poeta, hay una secuencia ló­gica entre la visión de sí mismo antes de nacer, pero ya alojado en el mundo cómodo y fácil de una burguesía flo­reciente, y la visión de las pobres gentes que habitan en las chabolas de Montjuich. Gil de Biedma no nos habla en el poema de la inexorabilidad —o pretendida inexorabili­dad— de los procesos históricos. Ve que el mundo, contra lo que sostuviera un día uno de los maestros de su ju­ventud, Jorge Guillen, está mal hecho. Y que esas gentes desharrapadas tienen que tener su oportunidad de vivir una vida más libre y más digna. Son los «pobres de la tierra», y de ellos debería ser el futuro. Pero no en nombre de ninguna dialéctica fatal, sino en nombre tan sólo de un porvenir más humano.
En este sentido la poesía «política» de Gil de Biedma refleja una actitud mucho menos doctrinaria que la de los poetas sociales. Parte de una vivencia natural, no de un proceso mental apriorístico. Es la respuesta siempre a una injusticia flagrante, el rechazo del orden represor. Poesía, pues, más bien humanista, quizá con todas las debilidades que se quiera, pero de una enorme eficacia literaria. Cuan­do la vieja retórica de los poetas sociales nos queda cada vez más lejana, el puñado de poemas «políticos» de Gil de Biedma nos siguen atrayendo. ¿Por qué? Acaso porque vivimos en una época de quiebra de todo tipo de certidum­bres, de ruptura de la enfática seguridad en la marcha siempre adelante de la Historia. En un período de crisis, en suma. Y entonces una voz que no se pretende profética, que no intenta suplantar la voz de otros para cantar, con mayor o menor impertinencia, en nombre de ellos, sino que se sitúa dentro de esa tensión dialéctica entre soledad y solidaridad que ilustró de manera inolvidable Albert Camus, nos resulta más contemporánea. Son las gentes concretas las que aparecen en un poema como «Noche triste de octubre, 1959», dedicado a Juan Marsé:

Y he pensado en los miles de seres humanos,
hombres y mujeres que en este mismo instante,
con el primer escalofrío,
han vuelto a preguntarse por sus preocupaciones,
por su fatiga anticipada,
por su ansiedad para este invierno.

Una poesía que ciertamente tampoco ahorra el sarcasmo hacia quienes pusieron la bota del vencedor sobre el más débil.

Media España ocupaba España entera
con la vulgaridad, con el desprecio
total de que es capaz, frente al vencido,
un intratable pueblo de cabreros,

dice con acento de resonancias cernudianas en «Años triun­fales». «Fraternellement seul fraternellement libre»: este verso de Paul Eluard podría servir de lema a la poesía «comprometida» de Jaime Gil de Biedma. Un compromiso imposible de reducir a esquemas, poco apto para ser tri­turado y asimilado ideológicamente.
Es posible que el desmoronamiento de aquella mitolo­gía fraternal haya influido decisivamente en la actitud cada vez más cerrada en sí mismo que manifiestan los últimos poemas de Gil de Biedma. Pero nos estamos adelantando un poco. Baste decir que, sin duda, en la crisis personal de Gil de Biedma intervinieron también elementos de desilusión política. Finales de los cincuenta, principios de los sesenta fueron años de una exaltación en la oposi­ción de izquierda que hoy, con la perspectiva que da el paso del tiempo, puede parecemos ingenua. Pero hay que entenderla en el contexto de unos años en los que por vez primera en el edificio monolítico del franquismo parecían abrirse unas grietas que más tarde demostrarían ser menos profundas de lo que en principio se creía. Son los años del resurgir del movimiento obrero, de los inicios de la gran rebelión estudiantil que hallará su culminación a finales de la década de los sesenta. Y en la poesía de Gil de Biedma queda la huella de esa esperanza que no tardó en agostarse.
El amor. Otro de los grandes temas de Gil de Biedma. Quizá ningún poeta español contemporáneo ha escrito con tan franco erotismo, ha expresado con tal garra la pasión amorosa como nuestro poeta. Una pasión sentida además como rechazo radical de los modos aceptados por la mo­ral al uso. Una pasión que se afirma irreductible a los esquemas habituales de los bien pensantes. El amor de los cuerpos, la sensualidad más viva, aparece una y otra vez en los poemas de Gil de Biedma. La exaltación, y luego la luz del alba que ilumina con una mezcla de ter­nura y de angustia el cuerpo amado.
Es sabido que el erotismo no es el fuerte de la poesía española. El puritanismo esencial de nuestra literatura no ha sido apenas estudiado como el reflejo que es de una sociedad profundamente reprimida, habitada por todos los tabúes sexuales imaginables. En la poesía —como en la literatura española en general— no es inhabitual el tema amoroso. Pero sin embargo, muy hispánicamente, la os­cilación se produce casi siempre entre el puro deliquio y la obscenidad.
En Gil de Biedma, no. «Un cuerpo es el mejor amigo del hombre», llega a decir en un poema. Y en esa acepta­ción libre y franca de la sexualidad hay lugar, y un lugar especial, para la ternura.

Porque no es la impaciencia del buscador de orgasmo
quien me tira del cuerpo hacia otros cuerpos
a ser posible jóvenes:
yo persigo también el dulce amor,
el tierno amor para dormir al lado
y que alegre mi cama al despertarse,
cercano como un pájaro.
¡Si yo no puedo desnudarme nunca,
si jamás he podido entrar en unos brazos
sin sentir —aunque sea nada más que un momento—
igual deslumbramiento que a los veinte años!

dice en «Pandémica y celeste», uno de los poemas que el autor estima como más perfectos de su obra.
Porque todo amor, sentido realmente, es un escándalo. Es una agresión contra esa doble moral en la que vive ins­talada una sociedad que huye como del fuego de todo aquello que le echa en cara su hipocresía. Y en Gil de Biedma la afirmación amorosa es respuesta al cinismo y a la falsificación de los sentimientos. Como Cernuda afir­ma su singularidad, pero sin ese curioso remordimiento de raíz cristiana que tantas veces trasparece, envuelto in­cluso en alguna alusión religiosa, en la poesía del gran poeta sevillano.
Sin duda, el último libro publicado hasta ahora por Jaime Gil de Biedma, Poemas póstumos, significa una se­ria inflexión en su obra. Libro amargo, escéptico, pesimista y acaso con unas cuantas gotas de cierta autocomplacencia. Los viejos mitos parecen haberse difuminado, barri­dos por el embate de los años, y el poeta se enfrenta de pronto con el paso del tiempo, hasta entonces conside­rado como una abstracción, pero que ahora asume una presencia descarnada y casi aterradora. El amor sigue im­portando, como sigue importando la amistad. Pero es más visible un cierto cansancio vital y un sarcasmo que se vuelve con agudeza contra el propio Gil de Biedma. En uno de los poemas más bellos de la colección, titulado De vita beata, dice:

En un viejo país ineficiente,
algo así como España entre dos guerras
civiles, en un pueblo junto al. mar,
poseer una casa y poca hacienda
y memoria ninguna. No leer,
no sufrir, no escribir, no pagar cuentas
y vivir como un noble arruinado
entre las ruinas de mi inteligencia.

Es como si el viejo fantasma del desengaño, ese fantas­ma que recorre toda la gran poesía española desde el ba­rroco para acá, hubiera atrapado también a nuestro poeta. Ese retiro del mundo, ese horacianismo desesperado, don­de el culto al hedonismo parece incluso pasar a un segundo término, es el fruto de una larga desilusión. El mundo no era tan recuperable como en los años juveniles —y menos juveniles— parecía. Gil de Biedma contempla con lucidez su vida y las vidas que le fueron próximas y una sensación de fracaso lo cubre todo.
El propio título de Poemas póstumos podría indicar una voluntad de no reincidir en «el juego de hacer versos». La poética del desengaño puede ser aniquiladora y Jai­me Gil de Biedma, que es un artista supremamente inte­ligente, lo ha entendido así. Después de Poemas póstumos parecía imposible reanudar el camino de la creación poética. Un poema recientemente aparecido en la revista Hora de Poesía y que recogemos en este volumen indica, sin embargo, lo contrario. Queda por saber si ese poema obedece a una compulsión aislada o es el inicio de una recuperación negativa. Eso sólo el tiempo puede decirlo.
Al acusar recibo de un envío de poemas de Jaime Gil de Biedma, Luis Cernuda contestaba en una carta fecha­da en San Francisco el 15 de enero de 1962: «Los seis poemas me han gustado mucho y desde luego me han interesado no menos (...). Todos me parecen poesía com­pleta, humana e impura. Feliz (sic) ustedes, los poetas jóvenes, que no tienen que combatir necedades como las del tiempo de mi juventud: 'deshumanización', 'poesía pura', etc. Claro que tendrán otras equivalentes de hoy, según me figuro y temo.» Las necedades equivalentes de aquellos años rondaban en torno a una mecanicista y sec­taria definición de lo que es realismo y de lo que no es realismo, del compromiso y el no compromiso, etc. Jaime Gil de Biedma, a su manera, se mantuvo al margen de aquella batalla y su poesía salió ganando con ello. Se dio a una poesía «humana e impura» —de donde hemos ex­traído el título de este prólogo— emparentada con aque­lla que propugnaba en los años republicanos Pablo Neruda desde las páginas de Caballo verde para la poesía: «Una poesía impura como un traje, como un cuerpo, con manchas de nutrición, y actitudes vergonzosas, con arru­gas, observaciones, sueños, vigilias, profecías, declaracio­nes de amor y de odio, bestias, sacudidas, idilios, creen­cias políticas, negaciones, dudas, afirmaciones, impuestos.» Que aquel programa el gran poeta chileno lo cumplie­ra sólo en parte no inhabilita su actualidad. Curiosa­mente la semilla de aquella «poesía sin pureza» que él arrojó en la España convulsa de los años de la ante­guerra, iba a fructificar dos décadas después en la obra de un puñado de poetas que acaso, por las limitaciones de la época, no conocían el profético mensaje de Neruda. Y Jaime Gil de Biedma es quizá de todos ellos quien mejor cumplió aquellos consejos venidos de otro tiempo, de otra coyuntura histórica.
En las palabras preliminares a Las personas del verbo, Gil de Biedma indicaba en un tono inequívocamente machadiano: «Muy pobre hombre ha de ser uno si no deja en su obra —casi sin darse cuenta— algo de la unidad e interior necesidad de su propio vivir. Al fin y al cabo, un libro de poemas no viene a ser otra cosa que la his­toria del hombre que es su autor, pero elevada a un nivel de significación en que la vida de uno es ya la vida de todos los hombres, o por lo menos —atendidas las inevitables limitaciones objetivas de cada experiencia individual— de unos cuantos entre ellos.»
En un momento en que están de moda las declaracio­nes enfáticas y altisonantes, esa modestia de tono no hace más que confirmar la excepcionalidad de la experiencia poética de Gil de Biedma. Y esa unidad no negada entre el hombre viviente y el hombre que escribe es como una advertencia suave y precisa, pero no menos dura de fondo, contra cualquier tentación formalista de entender el fenó­meno literario.
Esperemos que esta antología, necesariamente parcial y subjetiva como todas las antologías, sirva al lector para ayudarle a precisar su imagen de un hombre, de un poeta excepcional llamado Jaime Gil de Biedma, en el marco de la desgarrada historia española contemporánea.

Bibliografía sobre Gil de Biedma

Alfaya, Javier: «Jaime Gil de Biedma: El camino de un poeta», El Europeo, núm. 614 (18 de octubre de 1975).
— «Un español que piensa», La Calle, núm. 146, 6-12 de enero de 1981.
Amusco, Alejandro: «El poeta como actor de sí mismo», El Cier­vo, núms. 271-272 (noviembre de 1975).
Ferraté, Juan: «A favor de Jaime Gil de Biedma (Prólogo a un libro nonato)», Si la pildora bien supiera no la doraran por de fuera, núm. 5, enero-abril de 1969.
García Ramos, Juan Manuel: «Jaime Gil de Biedma: su tributo ^social'», Camp de Varpa, núms. 35-36 (agosto-septiembre de 1976).
Gimferrer, Pere: «La poesía de Jaime Gil de Biedma», Cuader­nos Hispanoamericanos, LXVIII, núm. 202 (1966).
— «La poesía de Jaime Gil de Biedma», Destino, núm. 1.985 (16-22 de octubre de 1975).
González, Angel, y Shirley Mangini, «Tono y poesía: a propósito de Jaime Gil de Biedma», Prohemio, VI, 1 (abril de 1975).
Jiménez, José Olivio: Diez años de poesía española, 1960-1970, Ma­drid, Insula, 1972.
Mangini González, Shirley: «El tiempo y el personaje poético en la obra de Jaime Gil de Biedma», Camp de Varpa, núms. 35-36 (agosto-septiembre de 1976).
— Jaime Gil de Biedma, Júcar Ediciones, Madrid, 1979.
Masoliver Rodenas, Juan Antonio: «El don de la elegía», Camp de Varpa, núms. 35-36 (agosto-septiembre de 1976).
Ortiz, Fernando: «Un poeta romántico», Indice, Suplemento núm. 2 febrero de 1976).
Segovia, Tomás: Contra-corriente, Universidad Nacional Autóno­ma, México, 1973.

Obras de Jaime Gil de Biedma

Según sentencia del tiempo, Barcelona, 1953.
Compañeros de viaje, Joaquim Horta, Barcelona, 1959.
En favor de Venus, Colección Colliure, Barcelona, 1965.
Moralidades, Joaquín Mortiz, México, 1966.
Poemas postumos, Colección Poesía para Todos, Madrid, 1968.
Colección particular, Editorial Seix Barral, Barcelona, 1969.
Las personas del verbo, Barral Editores, Barcelona, 1975.

prosa

Diarios del artista seriamente enfermo, Editorial Lumen, Barce­lona, 1974.
Cántico: El mundo y la poesía de Jorge Guillen, Seix Barral, Bar­celona, 1960. (Agotado. Ha sido reeditado en la colección de ensayos críticos de que se habla en una de las notas de este prólogo.)
Luis Cernuda, Jaime Gil de Biedma, Juan Gil-Albert y Luis An­tonio de Villena, Universidad de Sevilla, Sevilla, 1977.
Jaime Gil de Biedma es el autor del prólogo a la edición de Ocnos y Variaciones sobre tema mexicano, de Luis Cernuda, publi­cada por la Editorial Taurus.

Notas

(1) Nos referimos, por ejemplo, a la brillante e ingeniosa, pero por otra parte muy discutible antología preparada para Taurus por Juan García Hortelano titulada El grupo poético de los años 50.
(2) Entrevista con Santiago E. Sylvester: «Jaime Gil de Biedma: Me obsesiona el poema perfecto», La Calle, núm. 71, 31 de julio-6 de agosto de 1979.
(3) Las personas del verbo, Barral Editores, Barcelona, 1975.
(4) La primera edición de la traducción castellana de este ensayo apareció en Seix Barral en 1955. Existe una edición de bolsillo que data de 1968.
(5)El pie de la letra, Editorial Crítica.
(6) La mayor parte de las traducciones de Gil de Biedma se en­cuentran dispersas en diversas publicaciones. Algunas de las tra­ducciones de Auden y de Mac Neice a las que nos referimos apa­recieron en una antología de la poesía inglesa moderna editada por Gredos y hoy agotada e inencontrable. Adiós a Berlín, de Isherwood, fue publicada por Seix Barral.
(7)Para una más amplia información biográfica sobre Gil de Biedma, véase el libro de Shirley Mangini González Jaime Gil de Biedma (Júcar Ediciones, Madrid, 1979), que es el primer estu­dio global sobre la obra del poeta

De Compañeros de viaje

Amistad a lo largo

Pasan lentos los días
y muchas veces estuvimos solos.
Pero luego hay momentos felices
para dejarse ser en amistad.

                          Mirad:
somos nosotros.

Un destino condujo diestramente
las horas, y brotó la compañía.
Llegaban noches. Al amor de ellas
nosotros encendíamos palabras,
las palabras que luego abandonamos
para subir a más:
empezamos a ser los compañeros
que se conocen
por encima de la voz o de la seña.

Ahora sí, Pueden alzarse
las gentiles palabras
—ésas que ya no dicen cosas—,
flotar ligeramente sobre el aire;
porque estamos nosotros enzarzados
en mundo, sarmentosos
de historia acumulada,
y está la compañía que formamos plena,
frondosa de presencias.
Detrás de cada uno
vela su casa, el campo, la distancia.

Pero callad.
Quiero deciros algo.
Sólo quiero deciros que estamos todos juntos.
A veces, al hablar, alguno olvida
su brazo sobre el mío,
y yo aunque esté callado doy las gracias,
porque hay paz en los cuerpos y en nosotros.
Quiero deciros cómo trajimos
nuestras vidas aquí, para contarlas.
Largamente, los unos con los otros
en el rincón hablamos, tantos meses!
que nos sabemos bien, y en el recuerdo
el júbilo es igual a la tristeza.
Para nosotros el dolor es tierno.

Ay el tiempo! Ya todo se comprende.

Las afueras

I

La noche se afianza
sin respiro, lo mismo que un esfuerzo.
Más despacio, sin brisa
benévola que en un instante aviva
el dudoso cansancio, precipita
la solución del sueño.
Desde luces iguales
un alto muro de ventanas vela.
Carne a solas insomne, cuerpos
como la mano cercenada yacen,
se asoman, buscan el amor del aire
—y la brasa que apuran ilumina
ojos donde no duerme
la ansiedad, la infinita esperanza con que aflige
la noche, cuando vuelve.

II

Quién? Quién es el dormido?
Si me callo, respira?
Alguien está presente
que duerme en las afueras.

Las afueras son grandes,
abrigadas, profundas.
Lo sé pero, no hay quién
me sepa decir más?

Están casi a la mano
y anochece el camino
sin decirnos en dónde
querríamos dormir.

Pasa el viento. Le llamo?

Si subiera al salón
familiar del octubre
el templado silencio
se aterraría.

Y quizá me asustara
yo también si él me dice
irreparablemente
quién duerme en las afueras.

III

Ciudad
        ya tan lejana!

Lejana junto al mar: tardes de puerto
y desamparo errante de los muelles.
Se obstinarán crecientes las mareas
por las horas de allá.

Y serán un rumor,
un palpito que puja endormeciéndose,
cuando asoman las luces de la noche
sobre el mar.

Más, cada vez más honda
conmigo vas, ciudad,
como un amor hundido,
irreparable.

A veces ola y otra vez silencio.

IX

¿Fue posible que yo no te supiera
cerca de mí, perdido en las miradas?

Los ojos me dolían de esperar.
Pasaste.

Si apareciendo entonces
me hubieras revelado
el país verdadero en que habitabas!

Pero pasaste
como un Dios destruido.

Sola, después, de lo negro surgía
tu mirada.

X

Nos reciben las calles conocidas
y la tarde empezada, los cansados
castaños cuyas hojas, obedientes,
ruedan bajo los pies del que regresa,
preceden, acompañan nuestros pasos.
Interrumpiendo entre la muchedumbre
de los que a cada instante se suceden,
bajo la prematura opacidad
del cielo, que converge hacia su término,
cada uno se interna olvidadizo,
perdido en sus cuarteles solitarios
del invierno que viene. ¿Recordáis
la destreza del vuelo de las aves,
el júbilo y los juegos peligrosos,
la intensidad de cierto instante, quietos
bajo el cielo más alto que el follaje?
Si por lo menos alguien se acordase,
si alguien súbitamente acometido
se acordase... La luz usada deja
polvo de mariposa entre los dedos.

Arte poética

A Vicente Aleixandre

La nostalgia del sol en los terrados,
en el muro color paloma de cemento
—sin embargo tan vivido— y el frío
repentino que casi sobrecoge.

La dulzura, el calor de los labios a solas
en medio de la calle familiar
igual que un gran salón, donde acudieran
multitudes lejanas como seres queridos.

Y sobre todo el vértigo del tiempo,
el gran boquete abriéndose hacia dentro del alma
mientras arriba sobrenadan promesas
que desmayan, lo mismo que si espumas.

Es sin duda el momento de pensar
que el hecho de estar vivo exige algo,
acaso heroicidades —-o basta, simplemente,
alguna humilde cosa común

cuya corteza de materia terrestre
tratar entre los dedos, con un poco de fe?
Palabras, por ejemplo.
Palabras de familia gastadas tibiamente.

Idilio en el café

Ahora me pregunto si es que toda la vida
hemos estado aquí. Pongo, ahora mismo,
la mano ante los ojos —qué latido
de la sangre en los párpadosy el vello
inmenso se confunde, silencioso,
a la mirada. Pesan las pestañas.

No sé bien de qué hablo. ¿Quiénes son,
rostros vagos nadando como en un agua pálida,
éstos aquí sentados, con nosotros vivientes?
La tarde nos empuja a ciertos bares
o entre cansados hombres en pijama.

Ven. Salgamos fuera. La noche. Queda espacio
arriba, más arriba, mucho más que las luces
que iluminan a ráfagas tus ojos agrandados.
Queda también silencio entre nosotros,
silencio
       y este beso igual que un largo túnel.

Aunque sea un instante

Aunque sea un instante, deseamos
descansar. Soñamos con dejarnos.
No sé, pero en cualquier lugar
con tal de que la vida deponga sus espinas.

Un instante, tal vez. Y nos volvemos
atrás, hacia el pasado engañoso cerrándose
sobre el mismo temor actual, que día a día
entonces también conocimos.

                              Se olvida
pronto, se olvida el sudor tantas noches,
la nerviosa ansiedad que amarga el mejor logro
llevándonos a él de antemano rendidos
sin más que ese vacío de llegar,
la indiferencia extraña de lo que ya está hecho.

Así que a cada vez que este temor,
el eterno temor que tiene nuestro rostro
nos asalta, gritamos invocando el pasado
—invocando un pasado que jamás existió—

para creer al menos que de verdad vivimos
y que la vida es más que esta pausa inmensa,
vertiginosa,
cuando la propia vocación, aquello
sobre lo cual fundamos un día nuestro ser,
el nombre que le dimos a nuestra dignidad
vemos que no era más
que un desolador deseo de esconderse.

El arquitrabe

Andamios para las ideas

Uno vive entre gentes pomposas. Hay quien habla
del arquitrabe y sus problemas
lo mismo que si fuera primo suyo
—muy cercano, además.

Pues bien, parece ser que el arquitrabe
está en peligro grave. Nadie sabe
muy bien por qué es así, pero lo dicen.
Hay quien viene diciéndolo desde hace veinte años.

Hay quien habla, también, del enemigo:
inaprensibles seres
están en todas partes, se insinúan
igual que el polvo en las habitaciones.

Y hay quien levanta andamios
para que no se caiga: gente atenta.
(Curioso, que en inglés seaffold signifique
a la vez andamio y cadalso.)

Uno sale a la calle
y besa a una muchacha o compra un libro,
se pasea, feliz. Y le fulminan:
Pero cómo se atreve?
                    ¡El arquitrabe...!

Lunes

Pero después de todo, no sabemos
si las cosas no son mejor así,
escasas a propósito... Quizá,
quizá tienen razón los días laborables.

Tú y yo en este lugar, en esta zona
de luz apenas, entre la oficina
y la noche que viene, no sabemos.
O quizá, simplemente, estamos fatigados.

Ampliación de estudios

En la vieja ciudad
llena de niños góticos, en donde diminutas
confiterías peregrinas
ejercen el oficio de placer furtivo
y se bebe cerveza en lugares sagrados
por el uso del tiempo, aunque quizá es más dulce
pasearse a lo largo del río,

allí precisamente viví los meses últimos
en mi vida de joven sin trabajo
y con algún dinero.
                  Puede que un día cuente
quel lait pur, que de soins y cuántos sacrificios
me han hecho hijo dos veces de unos padres propicios.
Pero ésa es otra historia,
                         voy a hablaros

del producto acabado,
o sea: yo,
tal y como he sido en aquel tiempo.
¿Os ha ocurrido a veces
—de noche sobre todo—, cuando consideráis
vuestro estado y pensáis en momentos vividos,
sobresaltaros de lo poco que importan?
Las equivocaciones, y lo mismo los aciertos,
y las vacilaciones en las horas de insomnio
no carecen de un cierto interés retrospectivo
tal vez sentimental,
                    pero la acción,
el verdadero argumento de la historia,
uno cae en la cuenta de que fue muy distinto.
Así de aquellos meses,
que viví en una crisis de expectación heroica,
me queda sobre todo la conciencia
de una pequeña falsificación.
Y si recuerdo ahora,
en las mañanas de cristales lívidos,
justamente después de que la niebla
rezagada empezaba a ceder,
                          cuando las nubes
iban quedándose hacia el valle,
junto a la vía férrea,
y el gorgoteo de la alcantarilla
despertaba los pájaros en el jardín,
y yo me asomaba para ver a lo lejos
la ciudad, sintiendo todavía
la irritación y el frío de la noche
gastada en no dormir,
                     si ahora recuerdo,
esa efusión imprevista, esa imperiosa
revelación de otro sentido posible, más profundo
que la injusticia o el dolor, esa tranquilidad
de absolución, que yo sentía entonces,
¿no eran sencillamente la gratificación furtiva
del burguesito en rebeldía
 que ya sueña con verse
tel qu'en Lui-méme enfin Véternité le change?

Las grandes esperanzas

Le mort saisit le vif

Las grandes esperanzas están todas
puestas sobre vosotros,
                       así dicen
los señores solemnes, y también:
                                Tomad.
Aquí la escuela y la despensa, sois mayores,
libres de disponer
                  sin imprudentes
romanticismos, por supuesto.
La verdad, que debierais estar agradecidos.
Vero ya veis, nos bastan las grandes esperanzas
y todas están puestas en vosotros.

Cada mañana vengo,
cada mañana vengo para ver
que ayer no existía
cómo el Nombre del Padre se ha dispuesto,
y cómo cada fecha libre fue entregada,
dada en aval, suscrita por
los padres nuestros
                   de cada día.

Cada mañana vengo para ver
que todo está servido (me saludan,
al entrar, levantando un momento los ojos)
y cada mañana me pregunto,
cada mañana me pregunto cuántos somos
nosotros, y de quién venimos,
y qué precio pagamos por esa confianza.

O quizá
no venimos tampoco para eso.
La cuestión se reduce a estar vivo un instante,
aunque sea un instante no más,
                               a estar vivo
justo en ese minuto
cuando nos escapamos
al mejor de los mundos imposibles.
En donde nada importa,
nada absolutamente —ni siquiera
las grandes esperanzas que están puestas
todas sobre nosotros, todas,
                            y así pesan.


De ahora en adelante

Como después de un sueño,
no acertaría
a decir en qué instante sucedió.
                               Llamaban.
Algo, ya comenzado, no admitía espera.

Me sentí extraño al principio,
lo reconozco —tantos años
que pasaron igual que si en la luna...
Decir exactamente qué buscaba,
mi esperanza cuál fue, no me es posible
decirlo ahora,
              porque en un instante
determinado todo vaciló: llamaban.
Y me sentí cercano.
Un poco de aire libre,
algo tan natural como un rumor
crece si se le escucha de repente.

Pero ya desde ahora siempre será lo mismo.
Porque de pronto el tiempo se ha colmado
y no da para más. Cada mañana
trae, como dice Auden, verbos irregulares
que es preciso aprender, o decisiones
penosas y que aguardan examen.
                                 Todavía
hay quien cuenta conmigo. Amigos míos,
o mejor: compañeros, necesitan,
quieren lo mismo que yo quiero
y me quieren a mí también, igual
que yo me quiero.

Así que apenas puedo recordar
qué fue de varios años de mi vida,
o adónde iba cuando desperté
y no me encontré solo.

Los aparecidos

Fue esta mañana misma,
en mitad de la calle.

                     Yo esperaba
con los demás, al borde de la señal de cruce,
y de pronto he sentido como un roce ligero,
como casi una súplica en la manga.
                                  Luego,
mientras precipitadamente atravesaba,
la visión de unos ojos terribles, exhalados
yo no sé desde qué vacío doloroso.

Ocurre que esto sucede
demasiado a menudo.
                     Y sin embargo,
al menos en algunos de nosotros,
queda una estela de malestar furtivo,
un cierto sentimiento de culpabilidad.
                                      Recuerdo
también, en una hermosa tarde
que regresaba a casa... Una mujer
se desplomó a mi lado replegándose
sobre sí misma, silenciosamente
y con una increíble lentitud —la tuve
por las axilas, un momento el rostro,
viejo, casi pegado al mío.
Luego, sin comprender aún,
incorporó unos ojos donde nada
se leía, sino la pura privación
de que me daba las gracias.
                          Me volví
penosamente a verla calle abajo.
No sé cómo explicarlo, es
lo mismo que si todo,
lo mismo que si el mundo alrededor
estuviese parado
pero continuase en movimiento
cínicamente, como
si nada, como si nada fuese verdad.
Cada aparición
que pasa, cada cuerpo en pena
no anuncia muerte, dice que la muerte estaba
ya entre nosotros sin saberlo.
                            
                            Vienen
de allá, del otro lado del fondo sulfuroso,
de las sordas
minas del hambre y de la multitud.
Y ni siquiera saben quiénes son:
desenterrados vivos.

El miedo sobreviene

El miedo sobreviene en oleada
inmóvil. De repente, aquí,
se insinúa:
las construcciones conocidas, las posibles

consecuencias previstas (que no excluyen
lo peor),
todo el lento dominio de la inteligencia
y sus alternativas decisiones, todo

se ofusca en un instante.
Y sólo queda la raíz,
algo como una antena dolorosa
caída no se sabe, palpitante.

Piazza del Popólo

(Habla María Zambrano)

Fue una noche como ésta.
Estaba el balcón abierto
igual que hoy está, de par
en par. Me llegaba el denso
olor del río cercano
en la oscuridad. Silencio.
Silencio de multitud,
impresionante silencio
alrededor de una voz
que hablaba: presentimiento
religioso era el futuro.
Aquí en la Plaza del Pueblo
se oía latir —y yo,
junto a ese balcón abierto,
era también un latido
escuchando. Del silencio,
por encima de la plaza,
creció de repente un trueno
de voces juntas. Cantaban.
Y yo cantaba con ellos.
Oh sí, cantábamos todos
otra vez, qué movimiento,
qué revolución de soles
en el alma! Sonrieron
rostros de muertos amigos
saludándome a lo lejos
borrosos —pero qué jóvenes,
qué jóvenes sois los muertos!—
y una entera muchedumbre
me prorrumpió desde dentro
toda en pie. Bajo la luz
de un cielo puro y colérico
era la misma canción
en las plazas de otro pueblo,
era la misma esperanza,
el mismo latido inmenso
de un solo ensordecedor
corazón a voz en cuello.
Sí, reconozco esas voces
 cómo cantaban. Me acuerdo.
Aquí en el fondo del alma
absorto, sobre lo trémulo
de la memoria desnuda,
todo se está repitiendo.
Y vienen luego las noches
interminables, el éxodo
por la derrota adelante,
hostigados, bajo el cielo
que ansiosamente los ojos
interrogan. Y de nuevo
alguien herido, que ya
le conozco en el acento,
alguien herido pregunta,
alguien herido pregunta
en la oscuridad. Silencio.
A cada instante que irrumpe
palpitante, como un eco
más interior, otro instante
responde agónico.
                  Cierro
los ojos, pero los ojos
del alma siguen abiertos
hasta el dolor. Y me tapo
los oídos y no puedo
dejar de oír estas voces
que me cantan aquí dentro.

Canción para ese día

He aquí que viene el tiempo de soltar palomas
en mitad de las plazas con estatua.
Van a dar nuestra hora. De un momento
a otro, sonarán campanas.

Mirad los tiernos nudos de los árboles
exhalarse visibles en la luz
recién inaugurada. Cintas leves
de nube en nube cuelgan. Y guirnaldas

sobre el pecho del cielo, palpitando,
son como el aire de la voz. Palabras
van a decirse ya. Oíd. Se escucha
rumor de pasos y batir de alas.

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LOS RUIDOS DE LA CASA es una mirada íntima de los sonidos detectados por el espíritu como residencia suprema de los sentidos, en especial del sentido auditivo, el cual se afina para escuchar los sonidos que están dentro y que asoman el vínculo entre lo estético y la intangibilidad del alma. Las imágenes estremecidas por los ruidos se manifiestan y se van haciendo parte del cuerpo consolidando y convirtiendo la casa estremecida con los sonidos de Dios, en un canto donde el amor deja al dedo enredado en los hilos del mantel. Las imágenes del ruido, la casa, los fantasmas, la cama, la puerta, son un todo, son uno en la vida del espíritu del autor. “En mi casa hay miles de jarrones un perro llorón por las noches una sonrisa pegada en la pared izquierda una almohada en el salón de nieve y un cuarto de estrellas lleno de grillos.”