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Isaac Asimov (Petrovichi, Rusia, 1920 -Nueva York, USA, 1992) |
-Anoche soñé
-anunció Elvex tranquilamente.
Susan Calvin
no replicó, pero su rostro arrugado, envejecido por la sabiduría y la
experiencia, pareció sufrir un estremecimiento microscópico.
-¿Ha oído
eso? -preguntó Linda Rash, nerviosa-. Ya se lo había dicho.
Era joven,
menuda, de pelo oscuro. Su mano derecha se abría y se cerraba una y otra vez.
Calvin
asintió y ordenó a media voz:
-Elvex, no
te moverás, ni hablarás, ni nos oirás hasta que te llamemos por tu nombre.
No hubo
respuesta. El robot siguió sentado como si estuviera hecho de una sola pieza de
metal y así se quedaría hasta que escuchara su nombre otra vez.
-¿Cuál es tu
código de entrada en computadora, doctora Rash? -preguntó Calvin-. O márcalo tú
misma, si te tranquiliza. Quiero inspeccionar el diseño del cerebro
positrónico.
Las manos de
Linda se enredaron un instante sobre las teclas. Borró el proceso y volvió a
empezar. El delicado diseño apareció en la pantalla.
-Permíteme,
por favor -solicitó Calvin-, manipular tu computadora.
Le concedió
el permiso con un gesto, sin palabras. Naturalmente. ¿Qué podía hacer Linda,
una inexperta robosicóloga recién estrenada, frente a la Leyenda Viviente?
Susan Calvin
estudió despacio la pantalla, moviéndola de un lado a otro y de arriba abajo,
marcando de pronto una combinación clave, tan de prisa, que Linda no vio lo que
había hecho, pero el diseño desplegó un nuevo detalle y, el conjunto, había
sido ampliado. Continuó, atrás y adelante, tocando las teclas con sus dedos
nudosos.
En su rostro
avejentado no hubo el menor cambio. Como si unos cálculos vastísimos se
sucedieran en su cabeza, observaba todos los cambios de diseño.
Linda se
asombró. Era imposible analizar un diseño sin la ayuda, por lo menos, de una
computadora de mano. No obstante, la vieja simplemente observaba. ¿Tendría
acaso una computadora implantada en su cráneo? ¿O era que su cerebro durante
décadas no había hecho otra cosa que inventar, estudiar y analizar los diseños
de cerebros positrónicos? ¿Captaba los diseños como Mozart captaba la notación
de una sinfonía?
-¿Qué es lo
que has hecho, Rash? -dijo Calvin, por fin.
Linda, algo
avergonzada, contestó:
-He
utilizado la geometría fractal.
-Ya me he
dado cuenta, pero, ¿por qué?
-Nunca se
había hecho. Pensé que tal vez produciría un diseño cerebral con complejidad
añadida, posiblemente más cercano al cerebro humano.
-¿Consultaste
a alguien? ¿Lo hiciste todo por tu cuenta?
-No consulté
a nadie. Lo hice sola.
Los ojos ya
apagados de la doctora miraron fijamente a la joven.
-No tenías
derecho a hacerlo. Tu nombre es Rash¹: tu naturaleza hace juego con tu nombre.
¿Quién eres tú para obrar sin consultar? Yo misma, yo, Susan Calvin, lo hubiera
discutido antes.
-Temí que se
me impidiera.
-¡Por
supuesto que se te habría impedido!
-Van a… -su
voz se quebró pese a que se esforzaba por mantenerla firme-. ¿Van a despedirme?
-Posiblemente
-respondió Calvin-. O tal vez te asciendan. Depende de lo que yo piense cuando
haya terminado.
-¿Va usted a
desmantelar a Elv…? -por poco se le escapa el nombre que hubiera reactivado al
robot y cometido un nuevo error. No podía permitirse otra equivocación, si es
que ya no era demasiado tarde-. ¿Va a desmantelar al robot?
En ese
momento se dio cuenta de que la vieja llevaba una pistola electrónica en el
bolsillo de su bata. La doctora Calvin había venido preparada para eso
precisamente.
-Veremos
-postergó Calvin-, el robot puede resultar demasiado valioso para
desmantelarlo.
-Pero, ¿cómo
puede soñar?
-Has logrado
un cerebro positrónico sorprendentemente parecido al humano. Los cerebros
humanos tienen que soñar para reorganizarse, desprenderse periódicamente de
trabas y confusiones. Quizás ocurra lo mismo con este robot y por las mismas
razones. ¿Le has preguntado qué soñó?
-No, la
mandé llamar a usted tan pronto como me dijo que había soñado. Después de eso,
ya no podía tratar el caso yo sola.
-¡Yo! -una
leve sonrisa iluminó el rostro de Calvin-. Hay límites que tu locura no te
permite rebasar. Y me alegro. En realidad, más que alegrarme me tranquiliza.
Veamos ahora lo que podemos descubrir juntas.
-¡Elvex!
-llamó con voz autoritaria.
La cabeza
del robot se volvió hacia ella.
-Sí, doctora
Calvin.
-¿Cómo sabes
que has soñado?
-Era por la
noche, todo estaba a oscuras, doctora Calvin -explicó Elvex-, cuando de pronto
aparece una luz, aunque yo no veo lo que causa su aparición. Veo cosas que no
tienen relación con lo que concibo como realidad. Oigo cosas. Reacciono de
forma extraña. Buscando en mi vocabulario palabras para expresar lo que me
ocurría, me encontré con la palabra “sueño”. Estudiando su significado llegué a
la conclusión de que estaba soñando.
-Me pregunto
cómo tenías “sueño” en tu vocabulario.
Linda
interrumpió rápidamente, haciendo callar al robot:
-Le imprimí
un vocabulario humano. Pensé que…
-Así que
pensó -murmuró Calvin-. Estoy asombrada.
-Pensé que
podía necesitar el verbo. Ya sabe, “jamás ‘soñé’ que…”, o algo parecido.
-¿Cuántas
veces has soñado, Elvex? -preguntó Calvin.
-Todas las
noches, doctora Calvin, desde que me di cuenta de mi existencia.
-Diez noches
-intervino Linda con ansiedad-, pero me lo ha dicho esta mañana.
-¿Por qué lo
has callado hasta esta mañana, Elvex?
-Porque ha
sido esta mañana, doctora Calvin, cuando me he convencido de que soñaba. Hasta
entonces pensaba que había un fallo en el diseño de mi cerebro positrónico,
pero no sabía encontrarlo. Finalmente, decidí que debía ser un sueño.
-¿Y qué
sueñas?
-Sueño casi
siempre lo mismo, doctora Calvin. Los detalles son diferentes, pero siempre me
parece ver un gran panorama en el que hay robots trabajando.
-¿Robots,
Elvex? ¿Y también seres humanos?
-En mi sueño
no veo seres humanos, doctora Calvin. Al principio, no. Solo robots.
-¿Qué hacen,
Elvex?
-Trabajan,
doctora Calvin. Veo algunos haciendo de mineros en la profundidad de la tierra
y a otros trabajando con calor y radiaciones. Veo algunos en fábricas y otros
bajo las aguas del mar.
Calvin se
volvió a Linda.
-Elvex tiene
solo diez días y estoy segura de que no ha salido de la estación de pruebas.
¿Cómo sabe tanto de robots?
Linda miró
una silla como si deseara sentarse, pero la vieja estaba de pie. Declaró con
voz apagada:
-Me parecía
importante que conociera algo de robótica y su lugar en el mundo. Pensé que
podía resultar particularmente adaptable para hacer de capataz con su… su nuevo
cerebro -declaró con voz apagada.
-¿Su cerebro
fractal?
-Sí.
Calvin
asintió y se volvió hacia el robot.
-Y viste el
fondo del mar, el interior de la tierra, la superficie de la tierra… y también
el espacio, me imagino.
-También vi
robots trabajando en el espacio -dijo Elvex-. Fue al ver todo esto, con
detalles cambiantes al mirar de un lugar a otro, lo que me hizo darme cuenta de
que lo que yo veía no estaba de acuerdo con la realidad y me llevó a la
conclusión de que estaba soñando.
-¿Y qué más
viste, Elvex?
-Vi que
todos los robots estaban abrumados por el trabajo y la aflicción, que todos
estaban vencidos por la responsabilidad y la preocupación, y deseé que descansaran.
-Pero los
robots no están vencidos, ni abrumados, ni necesitan descansar -le advirtió
Calvin.
-Y así es en
realidad, doctora Calvin. Le hablo de mi sueño. En mi sueño me pareció que los
robots deben proteger su propia existencia.
-¿Estás
mencionando la tercera ley de la Robótica? -preguntó Calvin.
-En efecto,
doctora Calvin.
-Pero la
mencionas de forma incompleta. La tercera ley dice: “Un robot debe proteger su
propia existencia siempre y cuando dicha protección no entorpezca el
cumplimiento de la primera y segunda ley”.
-Sí, doctora
Calvin, esta es efectivamente la tercera ley, pero en mi sueño la ley terminaba
en la palabra “existencia”. No se mencionaba ni la primera ni la segunda ley.
-Pero ambas
existen, Elvex. La segunda ley, que tiene preferencia sobre la tercera, dice:
“Un robot debe obedecer las órdenes dadas por los seres humanos excepto cuando
dichas órdenes estén en conflicto con la primera ley”. Por esta razón los
robots obedecen órdenes. Hacen el trabajo que les has visto hacer, y lo hacen
fácilmente y sin problemas. No están abrumados; no están cansados.
-Y así es en
la realidad, doctora Calvin. Yo hablo de mi sueño.
-Y la
primera ley, Elvex, que es la más importante de todas, es: “Un robot no debe
dañar a un ser humano, o, por inacción, permitir que sufra daño un ser humano”.
-Sí, doctora
Calvin, así es en realidad. Pero en mi sueño, me pareció que no había ni
primera ni segunda ley, sino solamente la tercera, y esta decía: “Un robot debe
proteger su propia existencia”. Esta era toda la ley.
-¿En tu
sueño, Elvex?
-En mi
sueño.
-Elvex -dijo
Calvin-, no te moverás, ni hablarás, ni nos oirás hasta que te llamemos por tu
nombre.
Y otra vez
el robot se transformó aparentemente en un trozo inerte de metal. Calvin se
dirigió a Linda Rash:
-Bien, y
ahora, ¿qué opinas, doctora Rash?
-Doctora
Calvin -dijo Linda con los ojos desorbitados y el corazón palpitándole
fuertemente-, estoy horrorizada. No tenía idea. Nunca se me hubiera ocurrido
que esto fuera posible.
-No -observó
Calvin con calma-, ni tampoco se me hubiera ocurrido a mí, ni a nadie. Has
creado un cerebro robótico capaz de soñar y con ello has puesto en evidencia
una faja de pensamiento en los cerebros robóticos que muy bien hubiera podido
quedar sin detectar hasta que el peligro hubiera sido alarmante.
-Pero esto
es imposible -exclamó Linda-. No querrá decir que los demás robots piensen lo
mismo.
-Conscientemente
no, como diríamos de un ser humano. Pero, ¿quién hubiera creído que había una
faja no consciente bajo los surcos de un cerebro positrónico, una faja que no
quedaba sometida al control de las tres leyes? Esto hubiera ocurrido a medida
que los cerebros positrónicos se volvieran más y más complejos… de no haber
sido puestos sobre aviso.
-Quiere
decir, por Elvex.
-Por ti,
doctora Rash. Te comportaste irreflexivamente, pero al hacerlo, nos has ayudado
a comprender algo abrumadoramente importante. De ahora en adelante,
trabajaremos con cerebros fractales, formándolos cuidadosamente controlados.
Participarás en ello. No serás penalizada por lo que hiciste, pero en adelante
trabajarás en colaboración con otros.
-Sí, doctora
Calvin. ¿Y qué ocurrirá con Elvex?
-Aún no lo
sé.
Calvin sacó
el arma electrónica del bolsillo y Linda la miró fascinada. Una ráfaga de sus
electrones contra un cráneo robótico y el cerebro positrónico sería
neutralizado y desprendería suficiente energía como para fundir su cerebro en
un lingote inerte.
-Pero seguro
que Elvex es importante para nuestras investigaciones -objetó Linda-. No debe
ser destruido.
-¿No debe,
doctora Rash? Mi decisión es la que cuenta, creo yo. Todo depende de lo
peligroso que sea Elvex.
Se enderezó,
como si decidiera que su cuerpo avejentado no debía inclinarse bajo el peso de
su responsabilidad. Dijo:
-Elvex, ¿me
oyes?
-Sí, doctora
Calvin -respondió el robot.
-¿Continuó
tu sueño? Dijiste antes que los seres humanos no aparecían al principio.
¿Quiere esto decir que aparecieron después?
-Sí, doctora
Calvin. Me pareció, en mi sueño, que eventualmente aparecía un hombre.
-¿Un hombre?
¿No un robot?
-Sí, doctora
Calvin. Y el hombre dijo: “¡Deja libre a mi gente!”
-¿Eso dijo
el hombre?
-Sí, doctora
Calvin.
-Y cuando
dijo “deja libre a mi gente”, ¿por las palabras “mi gente” se refería a los
robots?
-Sí, doctora
Calvin. Así ocurría en mi sueño.
-¿Y supiste
quién era el hombre… en tu sueño?
-Sí, doctora
Calvin. Conocía al hombre.
-¿Quién era?
Y Elvex
dijo:
-Yo era el
hombre.
Susan Calvin
alzó al instante su arma de electrones y disparó, y Elvex dejó de ser.
¹ Rash: en inglés, significa
impulsivo o imprudente.
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