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Wislawa
Szymborska (Polonia, 1923 - 2012) |
Wislawa Szymborska
Poemas de
Mil alegrías, un encanto
La alegría de escribir
¿A dónde corre, a través del bosque escrito, esta
cierva escrita?
¿A beber del agua escrita
que copiará su hocico como papel carbón?
¿Por qué levanta la cabeza, habrá oído algo?
Apoyada en cuatro patas prestadas por la verdad
por debajo de mis dedos aguza los oídos.
Silencio, esta palabra también susurra sobre el papel
y retira
las ramas causadas por la palabra "bosque".
Sobre la hoja blanca acechan para saltar
letras que pueden combinarse mal,
frases que acosan
y ante las cuales no habrá salvación.
Hay en una gota de tinta una reserva considerable
de cazadores que apuntan, con un ojo entrecerrado,
preparados para bajar por la empinada pluma,
para cercar a la cierva, dispuestos a disparar.
Olvidan que esto no es la vida.
Aquí rigen otras leyes, negro sobre blanco.
Un abrir y cerrar de ojos durará tanto como yo desee,
permitirá ser dividido en pequeñas eternidades,
llenas de balas detenidas al vuelo.
Si lo ordeno, nunca sucederá nada aquí.
En contra de mi voluntad no caerá ni una hoja,
ni se doblará una brizna de hierba bajo el peso de una pezuña.
¿Existe, pues, un mundo
sobre el que tengo un dominio absoluto?
¿Un tiempo que ato con cadenas de signos?
¿Una existencia infinita a mis órdenes?
La alegría de escribir.
La posibilidad de hacer perdurar.
La venganza de una mano mortal.
La memoria al fin
La memoria al fin tiene lo que buscaba.
Apareció mi madre, se me presentó mi padre.
Soñé para ellos una mesa, dos sillas. Se sentaron.
Volví a sentirlos cercanos y volvieron a vivir para mí.
Dos lámparas, en el crepúsculo, hicieron brillar
sus rostros como para Rembrandt.
Es ahora cuando puedo contar
en cuántos sueños vagaron, de cuántas multitudes
en momentos críticos los arranqué,
en cuántas agonías se me cayeron de las manos.
Aislados, volvían a crecer torcidos.
El absurdo los obligaba a ser absurdos.
Poco importaba que ellos no pudiera dolerles fuera de mi
si les dolía dentro de mí.
El populacho soñado oyó cómo llamaba "mamá"
a algo que saltaba chillando en una rama.
Hubo risas, ¡tener un padre con un lazo en la cabeza!
Me desperté avergonzada.
Y por fin.
Una de tantas noches,
de un vulgar viernes a un sábado,
llegaron de repente tal y como yo los quería.
Soñé con ellos, pero como liberados de los sueños,
obedeciéndose ya sólo a sí mismos y nada más.
En el fondo del cuadro se apagaron todas las posibilidades,
a los casos les faltó la forma necesaria.
Sólo ellos resplandecían hermosos, porque eran parecidos.
Pude verlos durante mucho, mucho tiempo y felices.
Me desperté. Abrí los ojos.
Toqué el mundo como si fuera un marco tallado.
Paisaje
En el paisaje el viejo maestro
los árboles tienen raíces bajo el óleo;
el sendero, seguro, que conduce al objetivo,
la brizna de hierba, seria, sustituye la firma,
son las fidedignas cinco de la tarde;
mayo está delicada pero categóricamente detenido,
así pues yo también me detuve: sí, sí, querido,
yo soy esa mujer bajo el fresno.
Mira cuánto me alejé de ti,
qué gorro blanco tengo y qué falda amarilla,
qué bien agarro el cesto para no salirme del cuadro,
cómo poso en un destino ajeno
y descanso de los secretos vivos.
Aunque llames, no te oiré,
y aunque te oiga, no me giraré,
y aunque hiciera ese movimiento imposible,
tu rostro me parecería ajeno.
Conozco el mundo en un radio de seis millas.
Conozco hierbas y conjuros para todos los dolores.
Dios todavía me mira la coronilla.
Rezo todavía por una muerte no repentina.
La guerra es un castigo y la paz un premio.
Los sueños vergonzosos provienen de Satán.
Mi alma es tan evidente como el hueso en la ciruela.
No conozco el juego del corazón.
No conozco la desnudez del padre de mis hijos.
No sospecho que el Cantar de los Cantares
sea fruto de un complejo manuscrito lleno de tachaduras.
Lo que quiero decir está en frases preparadas.
No uso la desesperación, porque no es cosa mía,
y sólo me fue entregada en depósito.
Aunque me cortaras el paso,
aunque me miraras a los ojos,
te dejaría atrás por el borde mismo del precipicio, más
delgado que un cabello.
A la derecha está mi casa que conozco por los cuatro costados,
junto con sus escaleras y su entrada al interior,
donde tienen lugar historias no pintadas:
el gato salta al banco,
el sol cae sobre un jarrón de estaño,
detrás de la mesa hay un hombre huesudo sentado
que arregla un reloj.
Álbum
No hay nadie en mi familia que haya muerto de
amor.
Lo que pasó, pasó, pero nada de mitos.
¿Romeos tuberculosos? ¿Julietas con difteria?
Algunos, por el contrario, llegaron a la decrepitud.
¡Ninguna víctima por falta de respuesta
a una carta salpicada de lágrimas!
Siempre al final llegaba algún vecino
con espejuelos y rosas.
¡Y nadie se asfixió en un elegante armario
al volver de pronto el marido de la amante!
A nadie esos cordeles, mantillas y volantes
le impidieron salir en la fotografía.
¡Nadie con el infernal espíritu del Bosco!
¡Y nadie con su pistola al jardín!
(Con una bala en el cráneo, pero por otros motivos,
murieron al alguna camilla.)
Incluso aquella del extático moño
y de ojos herrados como después de un baile,
zarpó en una gran hemorragia
no hacia ti, bailarín, y no por melancolía.
Quizá alguien antes del daguerrotipo,
pero de estos del álbum, nadie que yo sepa.
Pasaban las tristezas, y los días uno tras otro,
y ellos, consolados, desaparecían de gripa.
Risa
A la muchacha que fui…
la conozco, naturalmente.
Tengo varias fotografías
de su corta vida.
Siento una piedad alegre
por algunos de sus poemas.
Recuerdo unos cuantos acontecimientos.
Pero,
para que el que está aquí conmigo
sonría y me abrace,
recuerdo sólo una historia graciosa:
el amor infantil
de esta pequeña fea.
Le cuento
que estaba enamorada de un estudiante,
es decir que quería
que él la mirara.
Le cuento
que, sana, corrió a su encuentro,
con una venda en la cabeza
para que él preguntara al menos
qué le había pasado.
Qué graciosa chiquilla.
Cómo podía saber
que hasta la desesperación tiene ventajas
si por fortuna
se vive un poco más.
Le daría para pasteles.
Le daría para el cine.
Déjame, no tengo tiempo.
¿No ves
que la luz está apagada?
No me digas que no entiendes
que la puerta está cerrada.
No tires del picaporte…,
el que se reía,
el que me abrazaba
no es tu estudiante.
Lo mejor sería que te fueras
de donde has venido.
No debo nada,
yo, una simple mujer,
que sólo sabe
cuándo
revelar un secreto ajeno.
No mires así
con esos ojos tuyos
demasiado abiertos,
como los ojos de los muertos.
La estación del ferrocarril
Mi no llegada a la ciudad de N
tuvo lugar puntualmente.
Fuiste avisado
con una carta no enviada.
Lograste no llegar
a la hora prevista.
El tren llegó al andén número tres.
Bajó mucha gente.
Entre la muchedumbre se dirigió a la salida
la ausencia de mi persona.
Varias mujeres me sustituyeron
rápidamente
en aquella prisa.
A una de ellas se acercó corriendo
alguien desconocido por mí
pero ella lo reconoció
al instante.
Ambos intercambiaron
un beso no nuestro,
durante el cual se perdió
no mi maleta.
La estación de la ciudad de N
pasó bien el examen
de la existencia objetiva.
La totalidad estaba en su lugar.
Los detalles se movían
por la vías marcadas.
Tuvo lugar incluso
la cita acordada.
Fuera del alcance
de nuestra presencia.
En el paraíso perdido
de la probabilidad.
En otra parte.
En otra parte.
Como suenan estas palabras.
Vivo
Ya sólo lo abrazamos.
Abrazamos al vivo.
Siendo capaces de alcanzarlo
ya solamente de un salto del corazón.
Para desesperación de la araña, de la hembra,
pariente materno nuestro,
no será devorado.
Permitimos que su cabeza,
indultada hace siglos,
repose en nuestro hombro.
Mil y un motivos, enrevesados todos,
hacen que tengamos por costumbre
oír cómo respira.
Abucheado y arrojado del acto sacramental.
Desarmado del pecado.
Desheredado de la angustia de la mujer.
A veces sólo las uñas
brillan, hieren, se apagan.
¿Saben,
acaso pueden llegar a sospechar
de qué fortuna son el último talento?
Él ya ha olvidado
huir de nosotros.
No sabe qué es tener a sus espaldas
el omnipresente miedo.
Parece
como si apenas hubiera acabado de nacer.
Completamente hecho de nosotros.
Completamente nuestro.
Con la suplicante sombra de las pestañas
en la mejilla.
Con un conmovedor goteo de sudor
en las espaldas.
Así es para nosotros ahora
y así se duerme.
Confiado.
En los brazos de una muerte que ha expirado.
Nacido
Así que ésta es su madre.
Esta pequeña mujer.
Autora de ojos grises.
Barca en la que años atrás
llegó a la orilla.
De ella fue sacado
hacia el mundo,
hacia la no - eternidad.
Procreadora del hombre
con el que salto sobre el fuego.
Así que es ella, la única,
la que no lo escogió
ya listo, completo.
Ella lo atrapó
en una piel que conozco,
lo ató a unos huesos
escondidos ante mí.
Ella percibió
los ojos grises
con los que él me miró.
Así que es ella, su alfa.
¿Por qué me la mostró?
Nacido.
A pesar de todo, nacido él también.
Nacido como todos.
Como yo, que moriré.
Hijo de una mujer real.
Llegado de las profundidades del cuerpo.
Viajero a omega.
Expuesto
a la inexistencia
por todas partes
a cada momento.
Y su cabeza
es una cabeza contra la pared
que cede hasta cierto momento.
Y sus movimientos
son evasiones
de un veredicto general.
Entendí
que él ya había recorrido la mitad del camino.
Pero no me lo dijo,
no.
Es mi madre
me dijo solamente.
Censo
En la colina en la que estaba Troya
han excavado siete ciudades.
Siete ciudades. Seis más de la cuenta
para una sola epopeya.
¿Qué hacer con ellas, qué hacer?
Los hexámetros revientan,
un no relatado ladrillo sale de las grietas,
en el silencio de una película muda unos muros derrumbados,
vigas carbonizadas, eslabones rotos,
jarros bebidos hasta perder el fondo,
amuletos de fertilidad, semillas de huertos
y cráneos tan tangibles como la luna de mañana.
Nos vamos llenando de antigüedad,
y en ella cada vez más estrechos,
salvajes inquilinos se abren paso a codazos en la historia,
legiones de carne de espada,
caras de la cruz de Héctor, al que igualan en valor;
miles y miles de rostros individuales,
y cada uno de ellos el primero y el ultimo en el tiempo,
y en cada uno de ellos un par de ojos incomparables.
Era tan fácil no saber nada de eso
tan sentimental, tan espacioso.
¿Qué hacer con ellas, qué darles?
¿Algún siglo no muy poblado hasta ahora?
¿Algo de reconocimiento para el arte de la orfebrería?
Es demasiado tarde para el juicio final.
Nosotros, tres mil millones de jueces,
tenemos nuestros propios asuntos,
nuestros propios enjambres desarticulados,
nuestras estaciones de tren, nuestros estadios y desfiles,
numerosos lugares más allá de calles, pisos y paredes.
Nos cruzamos hacia la eternidad en grandes almacenes
mientras compramos un nuevo jarrón.
Homero trabaja en la oficina de estadística.
Nadie sabe qué hace en casa.
Monólogo para Casandra
Soy yo, Casandra.
Y ésta es mi ciudad bajo las cenizas.
Y éste es mi bastón y éstas mis cintas de profeta.
Y ésta es mi cabeza llena de dudas.
Es verdad, triunfo.
Mi cordura llegó a golpear el cielo con un rojo resplandor.
Sólo los profetas que no son creídos
tienen esas vistas.
Sólo aquellos que empezaron a hacer mal las cosas,
y todo podría haberse cumplido tan pronto
como si nunca hubieran existido.
Ahora recuerdo con claridad
cómo la gente, al verme, callaba en mitad de la frase.
La risa se cortaba.
Se separaban las manos.
Los niños corrían hacia sus madres.
Ni siquiera conocía sus efímeros nombres.
Y esa canción sobre la hoja verde…
nadie la terminó en mi presencia.
Yo los amaba.
Pero los amaba desde lo alto.
Desde encima de la vida.
Desde el futuro. Un lugar siempre hay vacío
de donde qué más fácil que divisar la muerte.
Lamento que mi voz fuera áspera.
Mírense desde las estrellas - gritaba - ,
mírense desde las estrellas.
Me oían y bajaban la mirada.
Vivían en la vida.
Llenos de miedo.
Condenados.
Desde que nacían en cuerpos de despedida.
Pero había en ellos una húmeda esperanza,
una llama que se alimentaba con su propio parpadeo.
Ellos sabían qué era un instante,
fuera el que fuera,
antes de que…
Yo tenía razón.
Sólo que eso no significa nada.
Y éstas son mis ropas chamuscadas.
Y éstos, mis trastos de profeta.
Y ésta, la mueca de mi rostro.
Un rostro que no sabía que pudiera ser hermoso.
Decapitación
Cuello nos recuerda a Decollo,
decollo significa degüello.
La reina de Escocia María Estuardo
subió al cadalso con una camisa apropiada.
La camisa no tenía cuello
y era roja como una hemorragia.
En aquel mismo momento,
en una recámara aislada,
Isabel Tudor, reina de Inglaterra,
estaba junto a la ventana con un vestido blanco.
El vestido estaba triunfalmente abotonado hasta el mentón
y terminaba con una gorguera almidonada.
Ambas pensaron al unísono:
"Señor, ten piedad de mi".
"La razón está de mi lado".
"Vivir significa estorbar".
"En cierta circunstancias, la lechuza es hija del panadero".
"Esto nunca va a terminar".
"Esto ya ha terminado".
"Qué estoy haciendo aquí donde no hay nada".
Diferentes atuendos. Sí, de eso podemos estar seguro.
El detalle
es inmutable.
Pietá
En el pueblo en el que nació el héroe:
ver el monumento, elogiarlo por grande,
espantar dos gallinas del umbral del museo vacío,
enterarse de dónde vive su madre,
llamar, empujar la puerta chirriante.
Se conserva erguida, el pelo lacio, la mirada clara.
Decir que uno viene de Polonia.
Saludarla. Preguntar en voz alta y clara.
Sí, lo quería mucho. Sí, él fue así siempre.
Sí, estuvo junto al muro de la prisión.
Sí, oyó las detonaciones.
Lamentar no haber llevado una grabadora
y una cámara. Sí, conoce estos aparatos.
En la radio leyó su última carta.
En la televisión cantó viejas canciones de cuna.
Una vez incluso participó en una película, miró los reflectores
hasta que cayeron las lágrimas. Si, el recuerdo la conmueve.
Sí, está un poco cansada. Sí, ya se le pasará.
Levantarse. Dar las gracias. Despedirse. Salir
cruzándose en el zaguán con otros turistas.
Inocencia
Concebida en un colchón de pelo humano.
Gerda. Érica. Tal vez Margareta.
No sabe, de verdad no sabe nada de ello.
Este tipo de información no sirve
ni para ser comunicado, ni para ser recibido.
Las Erinias griegas son demasiado justas.
Hoy día nos irritaría su exageración de pájaros.
Irma. Brígida. Tal vez Friderica.
Tiene veintidós años o algunos más.
Conoce tres lenguas extranjeras, necesarias en los viajes.
La empresa en la que trabaja recomienda para la exportación
los mejores colchones sólo de fibras artificiales.
La exportación acerca a los pueblos.
Berta. Ulrica. Tal vez Hildegarda.
Hermosa no, pero sí alta y delgada.
Mejillas, cuello, pechos, muslos, vientre,
todo en pleno florecer y con brillo de novedad.
Alegremente descalza en las playas de Europa
suelta sus rubios cabellos, que le llegan hasta las rodillas.
No le aconsejo que se lo corte - le dijo el peluquero -,
una vez cortado, ya nunca será tan abundante.
Créame, por favor.
Está demostrado
tausend… und tausendmal.
Vietnam
Mujer, ¿Cómo te llamas? - No sé.
¿Cuándo naciste, de dónde eres? - No sé.
¿Por qué cavaste esta madriguera? - No sé.
¿Desde cuándo te escondes? - No sé.
¿Por qué me mordiste el dedo cordial? - No sé.
¿Sabes que no te vamos a hacer nada? - No sé.
¿A favor de quién estás? - No sé.
Estamos en guerra, tienes que elegir. - No sé.
¿Existe todavía tu aldea? - No sé.
¿Estos son tus hijos? - Sí.
Escrito en un hotel
Kyoto tiene suerte,
suerte y palacios,
techos alados,
escalones que recorren la escala musical.
Vieja, pero coquetona,
de piedra, pero viva,
de madera,
y como si creciera del cielo hacia la tierra.
Kyoto es una ciudad hermosa
hasta las lágrimas.
Lágrimas verdaderas
de cierto señor,
especialista en monumentos, apasionado,
que en el momento decisivo,
sentado a una mesa verde,
exclamó
que había tantas ciudades peores…
y de repente rompió a llorar
en su silla.
Así se salvó Kyoto,
decididamente más hermosa que Hiroshima.
Pero eso ya es historia.
No puedo pensar eternamente sólo en eso,
ni preguntar sin cesar
qué pasará, qué pasará.
Normalmente creo en la estabilidad,
en la perspectiva de la historia.
No puedo seguir mordiendo manzanas
atemorizado sin cesar.
Oigo decir que uno u otro Prometeo
anda con un casco de bombero
y disfruta de sus nietos.
Escribiendo estos versos
me pregunto
qué en ellos y dentro de cuántos años
parecerá ridículo.
Ahora, ya sólo de vez en cuando
me sobrecoge el miedo.
Cuando viajo.
En una ciudad desconocida.
Donde un muro de ladrillo es sólo un muro;
una torre es vieja, porque es vieja,
el estuco salta bajo cualquier cornisa,
los hormigueros de viviendas de los nuevos barrios;
Nada,
un árbol indefenso.
¿Qué haría aquí
ese hombre sensible,
el especialista, el apasionado?
Ten piedad, oh dios de yeso;
suspira, oh clásico,
con tu busto prefabricado.
Ya sólo a veces
en una ciudad como tantas.
En un cuarto de hotel
con vista a los canalones
y con el grito de un bebé
que emite un gato bajo las estrellas.
En una ciudad, donde hay mucha gente,
más que en las jarras,
en las tazas, en los platillos, en los biombos.
En una ciudad de la que sé
una sola cosa,
que no es Kyoto,
no es Kyoto, seguro.
Película, los años sesenta
Este varón adulto, este hombre sobre la tierra.
Diez mil millones de células nerviosas.
Cinco litros de sangre y trescientos gramos de corazón.
Este objeto se ha formado durante tres mil millones de años.
Primero apareció en forma de niño.
El niño puso la cabeza en las rodillas de su tía.
¿Dónde está ese niño? ¿Dónde están las rodillas?
El niño se hizo grande. Ah, ya no es lo mismo.
Estos espejos son crueles y lisos como la calzada.
Ayer atropelló a un gato. Sí, fue una idea.
El gato fue liberado del infierno de esta época.
Una muchacha en un coche miró por debajo de sus pestañas.
No, no tenía las rodillas que él buscaba.
A decir verdad, él jadearía ahí acostado en la arena.
Él y el mundo no tienen nada en común.
Él se siente como el asa rota de un jarro.
Aunque el jarro no se da cuenta y sigue acarreando agua.
Es asombroso. Alguien sigue esforzándose.
Esa casa es construida. Ese picaporte tallado.
Ese árbol injertado. Ese circo actuará.
Ese todo quiere seguir unido aunque está hecho
de fragmentos.
Como pegamento pesadas y densas sunt lacrimae rerum.
Pero todo eso de fondo y sólo al lado.
Hay una oscuridad espantosa dentro de él, y en la oscuridad,
el niño.
Oh Dios del humor, haz algo con él, es necesario.
Oh Dios del humor, haz algo con él, finalmente.
Noticias del hospital
Echamos un volado para ver quién iba.
Me tocó a mí. Me levanté de la mesa.
Se acercaba ya la hora de visita.
No respondió a mi saludo.
Quise tomarlo de la mano, la quitó
como un perro hambriento que no suelta su hueso.
Parecía que le diera vergüenza morir.
No sé qué se le dice a alguien como él.
Nuestras miradas se evitaban como en un fotomontaje.
No me pidió que me quedara ni que me fuera.
No preguntó por nadie de nuestra mesa.
Ni por ti Bolek, ni por ti Tolek, ni por ti Lolek.
Empezó a dolerme la cabeza. ¿Quién se le muere a quién?
Elogié la medicina y las tres lilas del vaso.
Le hablé del sol y me fui apagando.
Qué bien que hay escaleras para bajar corriendo.
Qué bien que hay una puerta que se abre.
Qué bien que me esperan en la mesa.
El olor a hospital me provoca náuseas.
Regreso
Esta primavera los pájaros han vuelto a regresar
demasiado temprano.
Alégrate, razón, también el instinto se equivoca.
Se confunde, se descuida: y caen en la nieve,
y mueren de forma miserable, mueren no según se desprende
de la construcción de su garganta y sus archigarras,
de sus sólidos cartílagos y consistentes membranas,
del estuario del corazón, del laberinto de los intestinos,
de la nave de las costillas y de las vértebras en espléndida
hilera,
de las plumas dignas de un pabellón en el museo de todas
las artes
y del pico de una paciencia monacal.
Esto no es un plañido, es sólo la indignación
de que un ángel de proteínas verdaderas,
una cometa con glándulas procedentes del Cantar
de los cantares,
único en el aire, innumerable en la mano,
tejido a tejido amarrado a la conjunción
de lugar y de tiempo como una obra clásica
en el aplauso de las alas,
caiga y se tumbe junto a una piedra
que a su arcaica y grosera manera
mire la vida como si de ensayos fallidos se tratara.
Thomas Mann
Queridas sirenas, así tuvo que ser
amados faunos, respetables ángeles,
la evolución renegó de ustedes contundentemente.
No es que le falte imaginación, pero ustedes y sus
aletas devonianas y sus pechos de aluvión,
sus manos digitadas y en los pies pezuñas,
y esos brazos no en lugar sino además de alas,
y sus, qué horror, esqueletillos biformes
con cola fuera de tiempo, con cuernos por llevar la contra,
o pajarescos de gorra; esos pegotes, esas adherencias,
esos popurrís - del - dicho - al - hecho, esos dísticos
que riman al hombre con la garza y con tanto arte,
que vuela, inmortal es y todo lo sabe.
Seguramente ustedes mismos reconocen que eso sería una
broma
y un exceso eterno y un problema
que la naturaleza no quiere tener y que no tiene.
Ya es ganancia que permita volar a algunos peces
con desafiante destreza. Cada vuelo de ésos
es un consuelo a la regla, un indulto
a la necesidad universal, un don
más generoso de lo que se requiere para que el mundo
sea mundo.
Ya es ganancia que permita escenas de tanta ostentación
como la de un ornitorrinco amamantando a sus polluelos.
Podría oponerse, y ¿quién se daría cuenta
de que algo le han quitado?
Pero lo mejor de todo
es que se le escapó el momento en que apareció un mamífero
con la mano maravillosamente emplumada con una Waterman.
Tarsio
Yo, Tarsio, hijo de Tarsio,
nieto de tarsio y biznieto del mismo,
pequeño animalito compuesto de dos pupilas
y sólo de un ya muy necesario resto,
salvado de milagro de posteriores transformaciones,
porque nada tengo de bocado exquisito,
para cuellos de pieles los hay más grandes,
mis glándulas no traen fortuna,
los conciertos no necesitan de mis intestinos;
yo tarsio,
estoy sentado, vivo, sobre un dedo del hombre.
Buenos días, gran señor,
¿qué me das
por el hecho de no tener que quitarme nada?
¿Con qué me premiará tu magnanimidad?
¿Qué precio pondrás a mi inapreciable ser
por posar para tus sonrisas?
Gran y buen señor,
gran y benévolo señor,
¿quién podría dar fe de ello, si faltaran
animales que no merecen morir?
¿Ustedes mismos tal vez?
Pero lo que ya saben ustedes de ustedes mismos
basta para una noche insomne de estrella a estrella.
Y sólo nosotros unos pocos, los no desollados,
los no deshuesados, los no desplumados,
los respetados en sus púas, sus escamas, sus cuernos,
sus colmillos,
y lo que cada uno posea
de ingeniosas proteínas,
somos - gran señor - tu sueño
que te absuelve por un corto instante.
Yo, tarsio, padre y abuelo de tarsio,
pequeño animalito, casi medio algo
que sin embargo es un todo no peor que otro;
tan ligero que las ramitas se alzan bajo mi peso
y habrían podido, ya hace mucho, elevarme a los cielos
si no tuviera yo una vez tras otra
que caer como un peso de los corazones,
ay, tan sensibles;
yo, tarsio,
sé cuánto hay que ser tarsio.
A mi corazón el domingo
Gracias te doy, corazón mío,
por no quejarte, por ir y venir
sin premios, sin halagos,
por diligencia innata.
Tienes setenta merecimientos por minuto.
Cada una de tus sístoles
es como empujar una barca
hacia alta mar
en un viaje alrededor del mundo.
Gracias te doy, corazón mío,
porque una y otra vez
me extraes del todo,
y sigo separada hasta en el sueño.
Cuidas de que no me sueñes al vuelo,
y hasta el extremo de un vuelo
para el que no se necesitan alas.
Gracias te doy, corazón mío,
por haberme despertado de nuevo,
y aunque es domingo,
día de descanso,
bajo mis costillas
continúa el movimiento de un día laboral.
Acróbata
Del trapecio al
trapecio, en silencio después
después de un súbito redoble callado, a través
a través del aire asombrado, más rápido que
que el peso del cuerpo que una vez más
una vez más no ha logrado caer.
Solo. O incluso menos que solo,
menos, porque está tullido, porque le faltan
le faltan las alas, le faltan mucho,
falta que lo obliga
a vuelos vergonzosos en una no emplumada,
ya sólo desnuda, atención.
Pesadamente ligero,
con paciente agilidad,
con una inspiración calculada. ¿Ves
cómo acecha para volar? ¿Sabes
cómo conspira de la cabeza a los pies
en contra de alguien como es él? ¿Sabes, ves,
qué astutamente se desliza a través de su antigua forma y,
para agarrar en un puño ese mecido mundo,
extiende los recién nacidos de sí mismo brazos…
más hermosos que todo justamente en este
en este preciso, si bien ya ha pasado, instante?
Fetiche de fertilidad del paleolítico
La Gran Madre no tiene rostro.
Para qué quiere un rostro la Gran Madre.
El rostro no sabe pertenecer fielmente al cuerpo,
el rostro molesta al cuerpo, es no - divino,
perturba su unidad solemne.
El rostro de la Gran Madre es su vientre abultado
con el ciego ombligo en el centro.
La Gran Madre no tiene pies.
Para qué quiere pies la Gran Madre.
A dónde debería ir y para qué.
Para qué tendría que entrar en los detalles del mundo.
Ella ya ha llegado allí donde quería llegar
y vigila en los laboratorios bajo su tensa piel.
¿Existe el mundo? Bien está.
¿Abundante? Mejor así.
¿Tienen a dónde correr los niños,
tienen hacia qué levantar sus cabezas? Maravilloso.
¿Hay tanto, que existe incluso cuando duermen,
entero y verdadero hasta la exageración?
¿Y existe siempre, incluso a nuestras espaldas?
Es mucho, muchísimo por su parte.
La Gran Madre apenas si tiene dos pequeñas manos,
dos finas manos, cruzadas perezosamente sobre el pecho.
¡Para qué tendrían que bendecir la vida,
agasajar el agasajado!
Su único deber
es durante la tierra y el cielo,
resistir en cualquier caso,
que nunca sucederá.
Yacer en zigzag sobre el contenido.
Ser la broma del ornamento.
La cueva
Nada en las paredes
y sólo la humedad que va cayendo.
Aquí hace frío y está oscuro.
Pero un frío y una oscuridad
de fuego apagado.
Nada, pero después del bisonte
pintado con ocre.
Nada, pero una nada pendiente
después de una larga resistencia
de cabeza agachada.
Así pues, una Nada Bella.
Merecedora de letras mayúsculas.
Una herejía ante la vulgar nada,
no convertida y orgullosa de la diferencia.
Nada, pero después de nosotros
que estuvimos aquí,
y nos comimos nuestros corazones
y nos bebimos nuestra sangre.
Nada, es decir nuestro baile
no bailado hasta el fin.
Tus primeros muslos, manos,
cuellos, caras, cerca de las llamas.
Mis primeros santos vientres
con sus pequeños pascales.
Silencio, pero después de las voces.
No de la estirpe de los silencios apáticos.
Un silencio que tuvo una vez una garganta,
tambores y flautas.
Injertado aquí como un arbusto salvaje
por el grito, por la risa.
Silencio, pero en la oscuridad
exaltada por los párpados.
Oscuridad, pero en el frío
a través de la piel, a través de los huesos.
Frío, pero el de la muerte.
¿En la tierra, quizá la única
en el cielo?, ¿quizá en el séptimo?
Dejaste el vacío de la cabeza
y ansías saber.
Movimiento
Tú aquí lloras, y allí bailan.
Y allí lloran en tu lágrima.
Allí fiesta, allí alegría.
Sin saber nada de nada.
Casi luz de los espejos.
Casi llamas de unas velas.
Casi patios y escaleras.
Casi puños, casi gestos.
El hidrógeno informal y el oxígeno a la par.
Los granujas cloro y sodio.
Ese golfo del nitrógeno en cortejo.
Que se alza, se evapora.
Gira y gira bajo el cielo.
Tú aquí lloras, a eso juegas.
Eine kleine Nachtmusik.
¿Tú quién eres, bella máscara?
Un encanto
Con que quiere felicidad,
con que quiere la verdad,
con que quiere eternidad,
¡Vaya, vaya!
Apenas si acaba de distinguir el sueño de la vigilia
apenas si acaba de darse cuenta de que él es él,
apenas si acaba de labrar su mano, descendiente de una aleta,
el pedernal y el cohete,
es fácil ahogarlo en la cuchara del océano,
demasiado poco ridículo incluso como para hacer reír al vacío,
con los ojos sólo ve,
con los oídos sólo oye,
el récord de su habla es el modo potencial,
con la razón vitupera a la razón,
en una palabra: casi nadie,
pero con la cabeza llena de libertad, de omnisciencia
y de existencia
más allá de la estúpida carne
¡Vaya, vaya!
Porque quizá si exista,
haya sucedido de verdad
bajo una de las pueblerinas estrellas.
A su modo, dinámico y movido.
Para ser una miserable degeneración del cristal,
bastante sorprendido.
Para haber tenido una difícil infancia en la obligatoriedad
de la manada,
no está mal como individuo.
¡Vaya, vaya!
A seguir así, así aunque sea un instante,
¡a través del abrir y cerrar de ojos de una pequeña galaxia!
A ver si tenemos por fin una idea, aproximada al menos
de qué va a ser, ya que ya es.
Y es obstinado.
Obstinado, hay que admitirlo, mucho.
Con ese arco en la nariz, con esa toga, con ese suéter.
Queramos o no, un encanto.
Pobrecito.
Un verdadero hombre.
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