Fotografía

Fotografía: Marisol Zurita Aguilera. Isla de Chiloé. Chile.

José Antonio Maitín (1804 - 1874)

José Antonio Maitín (1804 -1874)


CANTO FÚNEBRE
 

Consagrado a la memoria de la señora Luisa Antonia
Sosa de Maitín

I

Llegaron, ¡oh dolor!, las tristes horas
de un pesar para mí desconocido.
Ilusiones de paz encantadoras,
contentos de mi hogar, os he perdido.
Perdí el único ser que más me amaba,
la compañera tierna de mi vida,
cuya mano de esposa me alargaba
cargada de cariño y beneficios,
en cuyo corazón sólo encontraba
amor, abnegación y sacrificios.
Ella era mi universo, mi energía,
mi porvenir, mi fuerza, mi conciencia;
era ella a quien debía
el sosiego feliz de mi existencia,
de mis serenas horas la alegría,
mi descanso, mi paz, mi independencia.

III

¡Te fuiste sin saber que te sentía!
¡Te fuiste sin saber que te lloraba!
No pude darte esta última alegría,
y tú, ni este consuelo
¡le pudiste dejar al que te amaba!
Si yo quedaba aquí, ¿por qué partiste?
¿Por qué ese amargo cáliz de infortunio
hacerme saborear con tal exceso?
¿Por qué morir del modo que moriste?
¿Por qué no recibir mi último beso?
¿Por qué dejarme en soledad tan triste?
¡Mi Dios!, ¡mi Dios!, ¡mi Dios!, ¿cómo fue eso?

IV

Una mirada sola
es todo cuanto para mí tenía.
Mirada indefinible
que yo ni examiné ni comprendía.
¿Por qué no me acosté sobre tu lecho
y el labio no apliqué junto a tu oído
para hacerte escuchar mi adiós postrero,
mi eterna despedida,
un solo adiós siquiera lastimero,
mientras que duraba de la vida
el soplo imperceptible y pasajero?
Yo no pude pensar, ¡dolor tirano!,
que aquella ojeada de un amor extremo
era el último esfuerzo sobrehumano
de un intenso dolor, hondo y supremo;
que toda cuanta vida,
y espíritu, y acción, y movimiento,
cuanto vital aliento
a tu máquina frágil le quedaba,
para hacerme su eterna despedida
a tus lánguidos ojos asomaba.
En esa hora fatal, ¿qué me pedía
esa mirada dolorosa y muda
que un instante triunfó de tu agonía?
¿Era piedad o amparo que imploraba?
¿Era su último adiós que me decía?
¡Oh lenguaje de amor no articulado!
¡Oh expresión de dolor no comprendida!
Tú el tormento serás de mi memoria
y el pensamiento eterno de mi vida.

VI

Sin objeto, sin plan y sin camino
alrededor de mi desierta casa,
vago de senda en senda y sin destino.
Recorro los lugares
que ella en sus horas de ocio frecuentaba.
El codo en la rodilla,
y en la entreabierta mano
apoyada la pálida mejilla,
me siento al pie de los añejos troncos
donde frescura y sombra ella buscaba.
La mustia frente inclino
sobre las piedras frías
del habitual camino,
asientos campesinos que ella amaba
y en donde se sentaba
en busca de un descanso pasajero.
Arranco con las manos
la tierna yerbecilla del sendero
que hollaron nuestros pies cien ocasiones
en nuestras solitarias excursiones.
Al fin, de estos lugares
me aparto conmovido,
y el corazón cargado de pesares,
huyendo los recuerdos
que sobre cada arbusto,
que sobre cada peña deletreo.
Vuelvo a la casa... ¡Oh Dios...!, en este asilo
me consterna y me aflige cuanto veo.
Las sillas aquí están aún sin arreglo,
los libros y los muebles empolvados...,
¿quién osará tocar estos objetos
hace poco por ella manoseados?
De esta mansión luctuosa y solitaria,
mi Dios, yo no pretendo
ni aun sacudir con mano temeraria
el polvo que ella sacudir no pudo,
porque este polvo mudo,
tan santo para mí como querido,
es un recuerdo vivo,
una reliquia de la que he perdido;
es como su pasado, es su presente,
es la continuación de lo que ha sido.

VII
Éste es el aposento,
testigo de un dolor nunca explicado,
del drama fugitivo de un momento
y de un violento fin inesperado.
Aquél es el rincón que ocupa el lecho
revuelto todavía
y en desorden fatal, sin cabecera;
la tela que lo cubre aún no bien fría,
puesta la colcha en confusión ligera
por el leve temblar de la agonía,
por la suprema convulsión postrera.
Un oculto poder desconocido
me lleva al pie del lecho abandonado;
vaga en el aire fúnebre un gemido
que llega al corazón, suspiro ahogado
como de alguno en lucha con la muerte,
como el último adiós de un desdichado.
A tales impresiones,
a visión tan fatal me rindo y cedo.
Sobre la débil planta
escasamente sostenerme puedo,
y de un supersticioso,
de un extraño terror sobrecogido,
temo la soledad, me espanta el ruido,
me estremezco, vacilo..., tengo miedo...
En aquella hora de suprema angustia
me cubro el rostro con entrambas manos;
inmóvil permanezco,
ignoro cuánto tiempo,
presa de estos dolores sobrehumanos;
y al separarme del desierto lecho
el llanto que he vertido
me llena de humedad manos y pecho.

VIII
Aquí, sobre la mesa,
yace en olvido triste y descuidada,
la tela para mí tan conocida,
por sus hábiles dedos hilvanada.
La aguja permanece aún enclavada
en la margen del lienzo laboreado,
cual si esperase allí que su ágil mano
le imprima el movimiento comenzado.
Mil veces he querido
ver y juzgar esta obra no acabada,
este trabajo ayer interrumpido
por una muerte pronta y despiadada.
Inútil pretensión, ¡intento vano!
Esta muda labor abandonada,
caliente todavía
con la presión reciente de su mano,
ante mi vista turbia y empañada
oscila, desaparece,
vuelve, se borra, empáñase, vacila
al través de la nube que me ciega
y del llanto que inunda mi pupila.

IX

¡Cuán sola y olvidada,
cuán triste está la huerta
hace poco por ella cultivada!
Su lánguida corola
tiene la flor apenas entreabierta,
y al ver los tallos secos e inclinados,
esta vegetación ambigua, incierta;
al ver tanto abandono,
las yerbas devorando los sembrados,
sin humedad la tierra, sin abono,
dijérase que siente
esta familia huérfana su suerte;
que lleva un negro luto
sobre su frente pálida prendido;
que espera ya la muerte
o que llorando está lo que ha perdido.
A vista de este cuadro
tan vivo, de tristura
siento que el corazón se me destroza.
Me lanzo a la ventura
por entre el laberinto
del follaje en desmayo y sin frescura;
maltrato con el pie, de aquel recinto
la inútil hermosura,
cual máquina ambulante,
sin senda, sin camino conocido,
las manos extendidas, delirante,
buscan mis brazos algo que he perdido.
Estrecho con amor cada sembrado,
corro del uno al otro
con paso desigual, precipitado;
me cubro el rostro ardiente con las ramas,
las llevo al pecho de llorar cansado;
sobre ellas deposito
mi beso convulsivo y prolongado,
y al muro, y a las piedras,
a las hojas, al tronco endurecido,
a tanto objeto caro, inanimado,
de mi dolor prestándole el sentido,
paréceme escuchar que me responden,
que sale de su seno hondo un gemido,
que el aire puebla un alarido ronco,
y en cada tierna flor que encuentro al paso,
en cada arbusto, en cada negro tronco
que a la presión nerviosa de mi abrazo
convulso y animado,
con fuerte oscilación tiembla y se agita,
pienso sentir el golpe acelerado
de un corazón amigo que palpita.

XII

Yo salgo tristemente
por los sitios más solos y apartados
llevando mi dolor, mustia la frente
y los ojos de lágrimas preñados.
De pronto en mi camino,
debajo de la sombra de una rama,
debajo de un espino,
algún mendigo encuentro
de los que tantas veces socorría
la que fue de los tristes el consuelo,
la que mis ojos lloran noche y día.
Su brazo tembloroso
me tiende el pobre anciano desvalido.
Recuerdo cuántas veces
fue por ella en su pena socorrido;
y el pobre que ella amaba,
el mísero mendigo
que en su bondad hallaba
favor, consuelo, protección y abrigo,
no es para mí un extraño,
es un fiel compañero, es un amigo.
Con alma enternecida
adonde está me acerco, y en su mano,
por el hambre y la edad desfallecido,
mi socorro al poner le digo: «Anciano,
esta limosna es otro quien la envía:
no te la doy por mí, quien la da es ella.
Esta virtud seráfica no es mía,
ésta es una virtud de su alma bella.
Por su eterna salud ruega, mendigo,
que Dios tus oraciones
escuchará con corazón amigo.»
Entonces un torrente
se escapa de sus ojos
cual manantial de gratitud ardiente,
y cuando de llorar están ya rojos
me alejo lentamente
llevando, consolado,
en mi ulcerado pecho el santo gozo
de aquella gratitud que ella ha inspirado,
de aquel puro y simpático sollozo.

XIII
Lloroso, pensativo,
mis largas horas paso
a la margen sentado de este río.
Aquí todo contrasta
con mi pesar sombrío:
en esta soledad solemne y vasta
no hallo un dolor que corresponda al mío.
Las hojas resplandecen
cargadas con las gotas del rocío;
en la vecina altura,
en la lejana cumbre,
vestida de matices y verdura,
ostenta el sol magnífica su lumbre,
mientras que yo devoro
en triste soledad mi pesadumbre.
¿Tan poco así te mueve,
oh pintoresco Choroní, mi pena?
Tu soledad amiga,
¿por qué se muestra a mi dolor ajena?
¡Yo, que en tus ilusiones me he mecido,
que el aire de tu selva he respirado,
que tu último rincón he preferido
a la mejor ciudad, que te he cantado...!
Los seres entre sí todos se estrechan
con secretas y ocultas relaciones,
se combinan, se buscan, se desechan
entre un mar de atracción y repulsiones;
todo es combate, lucha,
acción y reacción en cada hora.
¡Y yo, materia viva,
pensante, sentidora,
que aliento y me confundo
de Dios en las eternas creaciones;
parte de este conjunto
de afinidad, de mutuas atracciones,
en cuyo espacio giro,
en cuyo seno moro,
a cuya inmensa mole
por lazos invisibles me incorporo,
no encuentro una señal que me revele
la acción de mis pesares
sobre la calma eterna y majestuosa
de esta naturaleza silenciosa,
de estos quietos, pacíficos lugares!
Todo sereno está, todo reposa;
nada un dolor denuncia ni una pena.
Bullente, estrepitoso corre el río
sobre su lecho de brillante arena.
El matizado insecto
con ardiente inquietud se agita y mueve;
el follaje despide su murmullo
al soplo matinal del aire leve;
y las aguas, los montes y los vientos,
y el ave inquieta que saluda el día
levantan con apática indolencia
su himno sin fin, su eterna melodía.
¡Concierto disonante,
horrible, estrepitosa algarabía,
que suena a mis oídos
como la befa amarga y la ironía
de la implacable y cruel naturaleza,
para quien es lo mismo
el contento, la dicha, la alegría
de un ser que piensa o su mortal tristeza!

XV

Ya piso el cementerio
augusto, majestuoso
con su solemnidad y su misterio.
Estoy en la morada de la muerte
donde el pequeño, el grande, el flaco, el fuerte,
sin distinción sucumben
bajo un destino igual, bajo igual suerte.
¡Mirad a lo que quedan reducidas
las míseras pasiones,
el altanero orgullo,
las vanas ilusiones,
de la lisonja el mundanal murmullo,
tanta esperanza y tantas ambiciones!
En este polvo encallan
la astucia, las ficciones y el amaño;
aquí hay sinceridad en los afectos,
llanto puro, verdad y desengaño.
¿Cómo contar el mar de tibias gotas
que sobre estos despojos se han vertido,
que estas humildes cruces han mojado,
que en estas inscripciones han corrido,
que esta yerba naciente han salpicado,
que el polvo de estas tumbas ha embebido;
lágrimas de una madre desolada,
de un hijo en desespero y cariñoso,
de una consorte viuda, abandonada,
de un amigo, de un deudo, de un esposo;
lágrimas que derrama la ternura,
la compasión, la oculta analogía,
la ardiente gratitud celeste y pura,
el afecto, el amor, la simpatía?
¡Ah!, si se recogiesen en una hora,
en un instante dado
esa lluvia de gotas encendidas,
ese raudal de lágrimas vertidas
que estos tristes despojos ha empapado,
pudiérase formar una honda charca,
mar salido del mar de nuestros ojos,
que sepultase en sus ardientes olas
cuanto este sitio funeral abarca,
inscripciones, osario, yerba, abrojos,
túmulo, cruces, tumbas y despojos.

XVI


Sombra de la que amé, solo y perdido
quedo en la tierra. Tímido, cansado,
un rumbo seguiré no conocido,
a la merced del vendaval airado,
tal vez por las borrascas combatido,
acaso por los hombres olvidado.
El mundo es todo para mí un desierto.
De mi existencia usada
el proceloso mar surcaré incierto,
cual nave destrozada
que lanza el huracán lejos del puerto.
No sé cuál es la suerte que me guarda
oscuro el porvenir; mas imitando
tu ejemplo santo y raro,
siguiendo tus virtudes una a una,
inspirado por ti, bajo tu amparo,
contrastaré el rigor de mi fortuna.
Me haré mejor pensando
en la existencia pura y bendecida
que junto a mí pasaste, y de esta suerte,
si debí mis contentos a tu vida,
deberé mis virtudes a tu muerte.

XVII

Adiós, adiós. Que el viento de la noche
de frescura y de olores impregnado,
sobre tu blanco túmulo de piedra
deje, al pasar, su beso perfumado,
que te aromen las flores que aquí dejo;
que tu cama de tierra halles liviana.
Sombra querida y santa, yo me alejo.
Descansa en paz. Yo volveré mañana.

5 comentarios:

  1. Me encantaaaaaaaaaaaaaaaaaaa😍😍

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  2. Una belleza de poesía. Me encantó.

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    Respuestas
    1. Gracias por su acercamiento a este rincón. La Isla Inquieta siempre tiene sus puertas abiertas para satisfacer esas ganas de deleitarse con buenas obras. Muchas felicidades.

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  3. Desconocía a este poeta y a su trabajo ... SOBERBIO ... es lamentable decirlo pero el dolor lacerante es una musa que dicta cosas maravillosas para consuelo de los que la leen y puede que para los que las escriben también.
    José Antonio Maitín me recuerda a Rómulo García Hernández, un poeta venezolano cuya obra, al igual que sus despojos, yace en el olvido, y del que, gracias a Alí Rafael Reyes, mi difunto padre, pude rescatar uno de sus sonetos.Te voy a dejar acá esa historia
    https://tigrero-literario.blogspot.com/2020/12/espectro-cronica.html

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    Respuestas
    1. Hola Alí, si mi amigo el dolor genera tantas cosas maravillosas, y la poesía es una forma de transformar ese dolor lacerante en algo hermoso y digno, es una forma de dignificar el dolor. Leeré lo me dejas de Don Alí Rafael Reyes acerca de Rómulo García Hernández. Es una lástima que poetas tan nobles pasen desapercibidos, los leeré y revisaré. Gracias por darme esa oportunidad.

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LOS RUIDOS DE LA CASA es una mirada íntima de los sonidos detectados por el espíritu como residencia suprema de los sentidos, en especial del sentido auditivo, el cual se afina para escuchar los sonidos que están dentro y que asoman el vínculo entre lo estético y la intangibilidad del alma. Las imágenes estremecidas por los ruidos se manifiestan y se van haciendo parte del cuerpo consolidando y convirtiendo la casa estremecida con los sonidos de Dios, en un canto donde el amor deja al dedo enredado en los hilos del mantel. Las imágenes del ruido, la casa, los fantasmas, la cama, la puerta, son un todo, son uno en la vida del espíritu del autor. “En mi casa hay miles de jarrones un perro llorón por las noches una sonrisa pegada en la pared izquierda una almohada en el salón de nieve y un cuarto de estrellas lleno de grillos.”