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Homero Aridjis (México, 1940) |
La poesia llama
Autor: Homero Aridjis
Oscuridad santa
un silencio visual escuchaba las voces
una luz interior abría las puertas invisibles
algo extraño sucedía en el vientre de mi madre:
el niño del cumpleaños de abril venía en camino
la noche eran tan densa que no se alcanzaban a ver las manos,
y el lecho lejano parecía cercano;
el infinito entraba en él,
dormido en el olvido de sí mismo
y de los seres que habían sido
corazones astrales palpitaban
en el pequeño que se movía
en el vientre tumbal de la tiniebla madre.
La poesía existía
antes de que yo naciera
Oscuridad Santa
La infinita melancolía de Dios
Pienso en la infinita melancolía de Dios,
en el Solitario del universo girando en Sí mismo
en su orbe de paredes azules y tinieblas translúcidas.
En su laberinto de seres y soles,
su Conciencia, nunca dormida nunca despierta,
vela en la eternidad del presente y del olvido.
En el aquí lejos y en el allá cerca escucha la plegaria
del hombre, la canción del océano, las sombras de los astros,
los mundos a medio hacer y las construcciones de lo efímero.
Nadar a contracorriente por el tiempo sin orillas,
sopesar en el espacio la luz irrepetible,
sentir en el vacío el reflejo del Ojo aluzinado, es Su saber.
Crear, es el oficio del Miglior fabbro de parlar eterno,
que nadie escucha, pero todo mundo explica,
que nadie ve, pero en Él todo nace y expira.
El hombre, huérfano de Dios, pedazo de miedo
rodeado de nada, ciego bajo la luz, no puede concebir
el cuerpo incesante – mente creándose a Sí mismo.
En la cápsula del tiempo en la que estoy metido,
imagino cómo sería ser el Ser que se expande por el universo
en expansión, el Habitante de cada criatura y cada mundo.
El Ojo compasivo, el Ojo consciente – sensible – vivo
que todo percibe, todo piensa y todo siente,
el Ojo más viejo que el Sol, el Ojo que no se cierra.
El Ser de las auroras lúdicas y de las tardes lúcidas,
el Ser que sobrevive a la soledad de Sí mismo,
el Ser que revela y oculta su Misterio.
El Ser, que en el mundo de las criaturas condenadas
a muerte, embarga una tristeza sin razón ni límites;
el Ser Antiguo, el Ser Último, el Ser Presente,
el Cerebro que siente y el Corazón que piensa,
el Morador del agujero negro, esa bilis
que capta lo mismo al Sol en su cenit que en su nadir,
a la abeja en la flor y al quetzal en su extinción.
Me pregunto cómo sería ser Él,
el Ser de la presente ausencia,
el Ser de la Poesía de la existencia,
el Ser que mirándose a Sí mismo
mira en todo cuerpo y toda cosa
la sonrisa infinita de la Luz.
Autorretrato de joven caminando en el pasado
Hay en ese ayer sombras sin cuerpo,
figuras que cambian de lugar y de forma,
gente que vienen por la calle y no llegan,
árboles que caminan y atraviesan ventanas,
horas que duran un minuto o un siglo.
Hay en ese cuarto retratos y sacos
que se quedaron solos en los roperos,
cuerpos que sobrevivieron al acto amoroso
y están sentados al borde de la cama;
hay en esos rostros multitudes de sombras
esperando delante de puertas cerradas,
mientras el tren del olvido corre hacia atrás
por un río sin orillas comiendo paisajes y personas.
Hay en esa memoria seres deshabitados,
paredes que sostienen techos inexistentes,
cajones que no puede abrir ninguna mano,
ventanas callejeras sucias de vida diaria.
Hay en ese café mesas desocupadas,
mujeres fumándose la tarde ociosa,
tazas volcadas sobre días borrachos,
viejos desdentados inventando el pasado.
Hay en ese ayer un joven que camina
con su mujer vestida de anaranjado,
pronto ella dará a luz a su primera hija;
cruzan una calle con coches impalpables;
entran en un edificio de ventanas caídas;
suben por una escalera que sólo ellos pueden subir;
tienen los bolsillos rotos, deben su última renta,
pero abren en el ayer las puertas del misterio.
Autorretrato en el gato rojo, Circa 1960
En una mesa ardía una vela.
Ocupaba el espacio música de jazz.
El poeta joven entrecerró los ojos.
Un humor de viernes agitaba su interior.
El deseo de estar en otra parte lo inquietaba.
Qué raro estar ahí sentado con un foco prendido
en la cabeza, entre geranios rojos y vírgenes alucinadas
y gente a la que no se le oía hablar.
Él recordó la dura poesía de las esquinas,
las banquetas náufragas de Dios
y los niños huérfanos de amor.
Una chica buscó a nadie en la pared, mirando a través de él.
Con cada flirteo ella más se abismaba,
más sola se quedaba, más se desamaba
a sí misma con ese aroma de nicotina
y ese aliento de carne macerada.
Ella, con lunas ajadas debajo de la blusa
y una sardina ultrajada entre las piernas.
Él sintió el Ártico helado en un vaso de cerveza;
mató a una mosca como si la suicidara;
dio una moneda al mesero que le apagó la vela.
El reloj de la muerte dio las doce
de un pasado lleno de presagios
y un porvenir cansado de esperar.
Dondequiera que él estaba tenía
la certeza de que algo le faltaba,
de que pronto regresaría al punto de partida.
Cuando salió a la calle sintió que su sombra
se iba por su cuenta a la otra acera.
Parada en una esquina estaba una joven vieja:
pobre ola carnal en pantalones ajustados,
pobre islote perdido en el presente lejano.
Laberintos Verticales
"La piedra que los constructores rechazaron,
es la piedra fundamental."
Salmo, 118
Torres, ruinas elevadas, alzadas contra el horizonte.
Pasajeras con fecha de caducidad.
Construcciones coronadas
por el aire airado y la lluvia ácida.
Escaleras que ascienden
y descienden por vacíos interiores.
Limites que dividen el mundo superficial
del Inframundo y del laberinto interno.
Elevadores que viajan con su carga
al precipicio del abajo y el mañana.
Cámaras, silencios encapsulados,
vidrios que refractan la mirada.
Cuartos sobre cuartos, oficinas sobre abismos
donde el presente se escapa como un gemido.
Esclavos atados a un escritorio y a un horario de plomo;
documentos en mano, pisando el tapete del olvido,
en el umbral de lo obsoleto y lo perdido,
pues el trámite ha vencido.
Secretarias, ansiosas de domingo, con el culo aplanado,
soñando
entre máquinas palpitantes y lápices decapitados.
Cubículos de techo bajo, piso plastificado
y materiales eléctricos en forma de serpiente.
Corredores que llevan a la ciudad sin noche,
a incineradores, a arañas solitarias y al abismo de uno mismo.
Puertas que se abren a puertas cerradas
sobre sótanos de hormigón y medidores de sombras,
sobre entradas y salidas giratorias
y sobre gentes encerradas en su impropia nada.
Ruinas elevadas, precipicios disimulados, gimnasios
y salones con tableros de ajedrez en perpetua soledad.
Ventanas, cientos de ventanas mirando a cerros mutilados
y a camiones cargados de escombros
camino de fosas clandestinas, donde el mosquito anida
y el ego se pudre entre espejos que se miran a sí mismos.
Hoyos negros que encubren vacíos tragándose todo anhelo.
Cuando se venga abajo, cuando el tiempo los haya derrumbado,
como a dioses mezquinos, sus adoradores los abandonarán.
Entonces, sólo entonces, el prisionero
de los laberintos verticales abrirá la puerta,
donde no hay paso al infinito.
Regreso a Bizancio
That is no country for old men.
W.B. Yeats
Éste no es país para jóvenes, los viejos,
en pajareras de concreto de interés social
pregonan la perpetuidad del invierno
y la inmortalidad de la muerte.
No hay sirena luciente que no adore al Presidente
de la Pirámide de la Corrupción
ni púber escuálida que en su barrio violento
no rinda pleitesía al Cerdo de la prosperidad.
La fama de mucha gente está escrita en un papel
de baño, y para cada manco hay un bastón de mando.
El futuro feliz anunciado por el dictador del primer mundo
en un embuste tridimensional repetido en el cuarto.
La nave de los locos que es este planeta
se dirige a Bizancio cargada de mutantes,
maniáticos y estultos buscando en las aguas
náufragas del mar la fuente de Juvencio.
En esta nave de adoradores del Becerro de Oro
y del coito senil, la inocencia es una polizonte
violada por la tripulación y los medios de
comunicación. Y mientras acompañados por millones
de depredadores del Paraíso Terrestre vamos al Hoyo Negro,
en la Era de la Locura, el Capo del Sur es el Secretario
de Salud del Norte y el Tirano Global rige sobre lo que pasó,
pasa y pasará, aunque mañana nadie lo recordará.
El amor del agua
El amor del agua pasa entre tus dedos
como el aire pensante entre tus sienes
el agua vestida de aire se desnuda en tu cuerpo
como el ser vivo que no anda no vuela no nada
pero adentro tiene el universo
el agua que yo bebo te bebe a ti
agua santa
agua santa
agua santa
Alegría del aire
Aire vivo
aire que piensa
aire que siente
aire interior y exterior
aire del abismo de mí mismo
aire que me inspira me respira y me expira
aire que me acompaña y me dejará solo
aire que envuelve mi sueño de existir
aire que me toca y no puedo tocar
aire libre que conocí de niño
aire santo
aire santo
aire santo
Trece años y medio
Tú ponías en tu cuaderno un mar
tú pintabas en la pizarra una Medusa
por la ventana del salón de clases
tú veías mariposas en el cerro.
Los amigos corrían por el patio
metiendo goles en las porterías del aire;
tú medías el vacío entre cuerpo y cuerpo
o jugabas ajedrez con caballos y sombras.
"¿Cuántos años tienes?", preguntó Minerva.
"Trece y Medio", contestaste.
El medio era importante, porque te hacía
sentir mayor y menor al mismo tiempo.
Comparaste anatomía y saliste perdiendo:
la hija del jefe de estación estaba floreciendo,
llenaba la calle con su vestido verde,
sus zapatos rojos y sus tobilleras blancas.
Tú querías apresar sus ojos almendrados,
sus rodillas raspadas, su pecho palpitante;
tú atisbabas los muslos de esa compañera
con cara de estar mirando el presente lejano.
"Dicen que no se sienten las despedidas,
dile a quien te lo dijo que se despida"
una tarde ella te dio un beso en el aire,
viendo hacia otra parte.
Con mejillas de fuego saliste de la escuela,
oíste los berridos de ternera herida de una chica
jugando con los chicos a las escondidas.
Un domingo ella se fue del pueblo.
Llegaron las lluvias. Sucedió el olvido.
Tú y Minerva tenían trece años y medio.
De noche en el santuario
Llovían mariposas en la noche
y la niña de la mano de su padre
las miraba colgadas de las ramas.
Los tigres alados se juntaban
con los cuerpos terrestres, y la luna, loba
de la noche, devoraba distancias en el cielo.
Los oyameles con sus sombras gélidas
se quebraban bajo el peso de los joyeles animados,
y estrellas, animales y lenguajes confluían en el instante.
A la niña le dolía la mariposa clavada en una estaca,
y aquella aleteando en el vaso de cerveza
del talador como una virgen atrapada.
"Temo despertar de aquí a mil años
bajo un cielo vacío de alas", dijo la niña.
"No llores, hija, que me vas a hacer sentir
que mis vidas y mis muertes han sido en vano.
Aquellas mariposas que se van mañana
regresarán por la magia de su esplendorosa nada".
Cerro Altamirano, enero, 1953
Luz azul
ojos de la mente
que convierte el presente lejano
en aquí lejos y allá cerca
ojo visionario de pupilas perladas
de aquello que comenzó en el sueño
y terminará en el sueño
cuando la oscuridad total
me cubra con sus lunas negras
el Ser de luz azul
se portará bien con mi muerte
Purificación
Fue un día de septiembre
que mi padre bajó del cerro
con una mariposa en la mano.
No había querido llevarme,
porque, según él, los mares de la historia
son demasiado turbulentos para un niño.
Soldados borrachos habían ensangrentado
las aguas del Egeo y dejado niñas
degolladas en los altares de la diosa Atenea.
Esa fue la última vez que vi al pirata turco
cortado en la mesa familiar con tenedor
y cuchillo como a un pescado podrido.
Mi padre lo había matado cien veces
dentro de él, porque los crímenes del siglo,
una vez sucedidos, viven en la cabeza.
En el Llano de la Mula, mi padre viejo,
volaba de un árbol a otro
con una mariposa en la mano
para purificarse de los horrores del pasado.
Insomnio
Todo comenzó con las imágenes,
que yo temía perder al cerrar los ojos,
y al abrirlos no estuviesen allí.
Todo siguió con las yeguas de la noche
que desbocadas corrían por las calles
rompiendo puertas y paredes.
Todo continuó con las quimeras,
despiertas bajo las lunas negras,
fluyendo por el río de la poesía.
Todo sucedió en la noche interior,
en el tiempo prenatal, en los talleres de la resurrección,
cuando era vulnerable a los apagones de la conciencia.
Todo comenzó antes que yo naciera,
en el mundo de los seres contingentes,
cuando estábamos expuestos a la sed y la orfandad.
Todo comenzó con el largo insomnio
del infinito dentro de nosotros,
que nos seguirá en la tumba.
Espejo
Espejo que todo admites y adentras nadas,
¿soy el reflejo del abismo de mí mismo?
¿Narciso atrapado en los límites del vidrio,
cuerpo apresado en las imágenes vanas?
Tu sopor no duele, viento liso, como si las criaturas
nacidas de las cópulas y de los túmulos del tiempo
apacentaran en sus propias nadas.
Mi ser no fluye más allá de ti, río sin orilla,
y por esto se te puede comparar al olvido.
Espejo, ábreme las puertas del misterio.
Gravillea alada
Sus ramas salían del tronco como alas,
sus hojas volaban como pensamientos,
su mandorla de plumas verdeolivo
cubría el manto de la virgen del agua.
En sus flores, las aves,
ávidas de soles.
abrían los ojos al momento viajero.
Hasta que el árbol todo;
raíces, tronco, ramas
se echó a volar
hacia el presente lejano.
Unexplained phenomena, I
Tormenta de rayos. No nubes.
A cada trueno lluvia de resplanflores.
En el pasto un beisbolista ebrio.
Por el Great Lawn viene una figura
ni mujer ni hombre, el hermafrodita antiguo.
Avanza como si volara sobre la hierba seca,
sus pies en movimiento como raíces de aire,
sus brazos hacia abajo como prendiendo fuegos,
su cabeza un círculo, ojos incandescentes.
Al llegar a mí, la figura fantástica,
como volando hierbas, como quebrando ruedas,
se desvanece en el ayer presente.
Tormenta de rayos. No nubes.
Central Park, 2014
Unexplained phenomena, II
Entre el momento de dormir
y el momento de despertar
la hora casi no se ha movido:
las mismas doce de la noche.
Todo sucede dentro de mí,
las tortugas desovando en la playa,
las tortugas llorando lágrimas de arena,
los robadores de huevos viejos como la luna.
Mi hija Eva observa las blancas
cortinas altas del océano Pacífico
como si una diosa atara el continente
con aletas de tortuga.
Todo ocurre dentro de mí,
como si la memoria colectiva
se acercara a la orilla
después de milenios de vida sumergida.
Los recuerdos depositan en la costa
a la madre peregrina, a la tortuga animada
por el Ser antiguo, que bebiendo luz se pierde
en la noche, como si nunca hubiese sido.
Escobilla, Oaxaca, 1990.
Migrantes de viaje
La tribu famélica persigue la quimera
de llegar al Norte con sus hijos lactantes,
defendiéndolos de los lobos humanos.
Sobre el techo del tren La Bestia
los migrantes observan el paisaje viscoso
y las jóvenes cierran las piernas al acoso.
El maquinista es un narco, el cobrador de coyote,
el funcionario un pederasta, y en las negras
estaciones las viajeras se pierden en la noche.
A través de la lluvia y el viento,
los ilegales pasan cerros y campos arrasados,
muertos de sed, un sol feroz golpea sus rostros.
Hasta que, al fin, exhaustos y hambreados,
vislumbran el muro de concreto, protegido
por cancerberos armados de tinieblas.
Laberinto abierto
Un teléfono inalámbrico sonaba
en el laberinto abierto.
El ring ring repercutía
en las paredes del aire.
Alguien o algo llamaba
camuflado con la oscuridad.
No había puertas ni ventanas,
sólo calles y cielo.
El silencio retumbaba en la nebulosa
de las llamadas perdidas.
Yo tanteaba tinieblas, yo buscaba salidas.
Pero no había salidas, solo espejos atroces
para mirar el abismo de mí mismo.
Después de vueltas y vueltas mi rostro
se hallaba a solas consigo mismo.
El teléfono sonaba en el laberinto
de la noche que daba al infinito.
Y no era Dios que llamaba.
La hormiga
Los reflectores magnificaban su tamaño.
Las cámaras de televisión mejoraban su imagen.
Los altavoces mugían su nombre.
Sus retratos colgaban de los muros de piedra
del salón de actos del Palacio Nacional.
Los ministros, los empresarios, los periodistas
y los invitados de honor ocupaban su lugar.
Los cuerpos de seguridad vigilaban balcones,
ventanas, puertas y pasillos.
El maestro de ceremonias anunció su llegada.
Todos se pusieron de pie.
Hizo su entrada la leyenda:
Una hormiga.
Un momento fuera del tiempo
Ella quería llevarme a un momento fuera del tiempo,
pero, ¿cómo rescatar un momento del tiempo
con otro momento perdido en el tiempo?
¿cómo retener el fulgor de unos ojos
en unos ojos que ya son diferentes?
¿Cómo recrear el timbre de una voz en otra boca?
¿Cómo recuperar lo que tuvo alguna vez vigencia
con algo que perderá vigencia?
¿Cómo hacer que algo viva más allá del momento,
si solo dura en el momento en que sucede?
Programado para el olvido nuestro cuerpo de ayer
está más lejos de nosotros que el año tres mil,
porque el futuro viene hacia nosotros
y la sombra pasada nunca volverá.
La bañera
Contando los mosaicos de abajo arriba,
he sacado buenos resultados.
En hileras: 65 blancos ascendentes,
21 verdes, 12 horizontales, 8 negros descendentes.
Algunos colores intercalados
conforman la geometría de las paredes.
Si me equivoco nadie se dará cuenta,
volveré a enumerar verdes y blancos.
Creo en la cábala de los números,
en la liberación de las sombras
y en el vientre blanco de la bañera.
Además de contar mosaicos,
me gusta sumergirme en el agua madre,
y a partir del Uno para llegar al Otro,
y estar dentro de ti, sin comienzo ni fin,
como en un principio.
A Betty, un poema otoñal de amor
Ruede el amor por los campos de la tarde
como en tus ojos ruedan los soles cotidianos.
Descienda el amor en tus brazos como baja
la lluvia la escalera con rodillas dobladas.
Rueden las horas en tus ojos fugaces,
como si se quedarán detenidas en las manos si cuerpo.
Creo en las imágenes que pasan por la ventana hacia
el olvido, porque aparte de lo que se va no hay otra cosa.
No te amo por lo que eres,
sino por lo que yo soy cuando estoy contigo.
29 de agosto de 2017
Pintar la luz
Pintar tu cara como pintar un sueño
a falta de palabras de agua.
Pintar tus ojos como pintar distancias,
como pintar la lluvia, como pintar el aire.
deja ver en el fondo de todo
el paso de los sueños.
Pintar tu espíritu impintable.
Poderes del amor
Las palabras no dichas sacuden el verano
los silencios guardados están llenos de voces
y las horas en fuga no repiten sus grises.
Los cuerpos desnudos echan a andar edades.
Los cuerpos entregados, como plantas de maíz
desvestidas de hojas, hacen temblar futuros.
Deseos tóxicos desorientan los pasos,
sombras recelosas avanzan en el espejo
profiriendo tú y yo.
Tu rosa abierta socava los sentidos,
y yo pobre como un gorrión,
recojo en tus labios un amor de hojas secas.
Tiempo es poesía
El tiempo es poesía del Ser
es poesía de lo momentáneo
de los cuerpos bajo la lluvia
de los árboles y sus sombras
El tiempo es poesía de las distancias
del silencio y su música
del misterio entrevisto en un sueño
el tiempo es poesía de la revelación
que nos dejan las palabras en fuga.
Al despertar de un sueño, 3:49 am del sábado
19 de agosto de 2017, unos minutos antes o después.
México City Dreaming
La ciudad flota en un sueño antiguo,
el sol en sus luces ebrias.
Bajo el azul turquesa,
el sacerdote muerto va arrojando sombras
y piedras detrás de él
En su romance otoñal los volcanes
están soñando serpientes aladas.
Hoy como hace mil años la Mujer Dormida
tiene el Cuerpo de lumbre y el Corazón herido,
la sangre de su Camisa se derrama
sobre muslos verdes y jaguares pétreos.
De los Pies a la Cabeza, pasando por la cintura,
Pechos como lunas negras, y un Ombligo
que se alza sobre su propio abismo.
Los Ojos de la Volcana inmensa,
rojos de crepúsculo, miran a la Luna,
y la Luna la contempla a ella.
México está soñando dos eternidades muertas.
Tráfico
El tráfico de las 6 de la tarde es una alucinación, un cuento contado por un idiota fascinado por su propia nada, dijo el poeta.
El alma del hombre, atrapada en una máquina, busca interlocutores en el vacío, dijo el pintor.
Cucarachas mecánicas surgen de todas partes, se atascan en todas partes, mientras cláxones rabiosos disparan por las cinco vertientes del ruido una sinfonía cacofónica, dijo el músico.
A la entrada del periférico una lluvia de lágrimas sucias obnubila la mirada, mancha los cristales, hace rechinar los limpiadores que entre más se quieren limpiar más se embarran, y todo eso desestabiliza la salud, dijo el médico.
Quisiera pintarme a mí mismo fascinado por la nada si sólo tuviera los colores apropiados para plasmar mi rostro flotando en el neblumo, dijo el pintor.
Los autores bajan lomas, se elevan de las fosas, bloquean túneles, trastornan cruceros, ubicuos en el laberinto urbano; los atajos que tomamos tú y yo al Inframundo son vanos, vienen con nosotros por doquiera que vamos. Bajo la dirección de asnos uniformados, después de muchos rodeos, acabamos en el mismo sitio, en el charco inmóvil, dijo el poeta.
La contaminación es la cosa mejor distribuida del mundo, se mete en el cuerpo como un escorpión por la boca y el ano. El tráfico resuella como un cerdo, que van a degollar. El chorizo de autos que ocupa varios kilómetros se extiende y se exaspera como una hidra de siete cabezas: ataca al prójimo con sonidos y furia, dijo el médico.
"Avance, avance, la tarde acaba" Una voz anónima impele a la masa varada a romper el atasco. Pero nadie se mueve, atrapados los automovilistas en un letargo semejante a una pequeña muerte.
Todo está inmóvil, pero el tiempo pasa como si no pasara y los colores opacos del instante anticipan los tonos del infierno. La nada no es abstracta, es de granito, es de gasolina, de insectos en cuatro ruedas, dijo el pintor.
Fascinado por la nada de la era electrónica, hechizado por los periféricos y los segundos pisos el neurótico va por el túnel al aire libre más largo del mundo, chillando entre orines y heces como en el momento de nacer, dijo el médico.
En una hora cualquiera de un día cualquiera hasta los muertos andan en el tráfico, los motoristas regresan al punto cero, de donde partieron y a donde se precipitarán. No hay peor abismo que uno mismo, dijo el poeta.
A unos metros del hospital entre cláxones rabiosos una mujer da a luz y una y una cabeza emerge de su entrepierna como una Medusa o un extraterrestre con el cuerpo de plomo y los ojos enrojecidos, dijo la maestra.
A las seis de la tarde una mujer se maquilla delante de un espejo retrovisor, hasta que cambia la luz del semáforo, y, aunque esté en verde, su auto no se mueve, permanece en el mismo lugar, no obstante que rostros airados se asoman a las ventanas queriendo matarla, dijo el agente de tránsito.
A las seis de la tarde el aire es amargo, el movimiento llega a su parálisis, las calaveras rojas parpadean, el ser apenas es visible en el neblumo. En las aguas color chocolate del río embotellado, el anhelo fallece, dijo el médico.
"Avance, avance", vocifera el agente de tránsito envuelto en el neblumo. Pero nadie avanza, el hijo putativo de la ciudad sin aire y sin agua, que duerme pero no sueña, fenece atrapado en una ecolalia de motores, dijo el músico.
Al contrario del hombre medieval, arrebatado por la muerte danzante, el hombre actual sucumbe en el rigor mortis de una velocidad que se desplaza de una nada a otra nada, y todos felices, dijo el pintor.
Los coches como los Escila y Caribdis de nuestra mitología de trivialidades, cierran el paso a la ambulancia urgente, y para el herido, entre confesión, contrición y exhalación hay tiempo para todo un examen de conciencia, dijo el poeta.
Tren de Infancia
La locomotora comiendo campos no alcanzaba los verdes de mayo.
Las piedras del tiempo quebraban todos los tejados.
Las aves migratorias volaban sobre los montes en escuadras veloces.
La chica abandonada en la estación de madera seguía esperando la primavera.
El árbol estaba muerto de sed en el llano lejano.
El sol jadeaba oros sobre el burro azotado por el amor cruel del amo.
Mi padre melancólico nunca acaba de comer la manzana en su mano.
Tu rostro miraba agonizar la tarde en el vidrio espejeante.
El agua danzaba en la botella inmóvil.
Aún inmóvil, el tren corría instante tras instante hacia el olvido.
Un deseo feroz estaba en los ojos de la mujer junto al viejo dormido.
La infinita melancolía de Dios estaba allá cerca y aquí lejos.
Todo pasaba dentro de mí.
Pirámide que navega
Un esplendor extraterrestre envolvía la pirámide.
Un mono escriba sacudía los espejos de obsidiana.
Un sacrificado miraba su corazón palpitante en el pecho abierto.
Por la Calzada de los Muertos turistas vestidas de blanco
recogían los anticonceptivos tirados la víspera.
El dios de la lluvia con su falo colosal estaba tumbado
en un sendero para no ofender a las vírgenes de senos pétreos.
El sacerdote de la deidad sin nombre abría las puertas
del alba para que los cenzontles cantaran las 400 voces del azul.
Entonces, cuando moría la noche
la pirámide se fue navegando sobre la arena.
Dog's Dogma
Primero el ladrido,
luego la mordida.
Más tarde el territorio
de la carne y el hueso.
Todo para que el amo canino,
camino del río de la muerte,
alcance el fin de sí mismo,
en hocico impalpable.
Sobre los pasos
Fulano lleva un paso inalcanzable, porque lleva el paso del tiempo, y porque el paso que se lleva dentro no es compartible de ninguna manera; lleva un paso de segundero que no obedece semáforos ni pasos a desnivel, ni sigue distancias comunes ni horarios colectivos.
Un paso, que, andando naturalmente, se adelanta de un pie a otro, o saliendo de prisa, andando en el mismo lugar, se llega en un santiamén.
Siempre a trote, siempre a un paso lejos de uno mismo, el paso no es sólo el lugar con que se pasa de una parte a otra, ni de una persona a otra, sino el que también, salvadas las longitudes, las anchuras y las alturas se pasa de una dimensión a otra, y hasta de un cuerpo a otro, y de una edad a otra.
Pues paso es el acto de pasar de un momento a otro, de abrir anchas puertas y salvar acciones riesgosas; por eso no es extraño que la mujer de Zutano, mandase a su asistenta que le dijera a Mengano que andase paso a paso, pues su paso, como el día, era un soplo, y dando pasos al frente estaba a punto de dar el último paso.
Sábado 9 de septiembre de 2017
Mis pasos
Mis pasos que me llevan sin querer
a donde no quiero ser,
mis pasos que independientes de mí
me alejan en multitudes en donde no estoy,
mi ego que como un viento andariego
me conduce al hoy que es mi desoy;
mis pasos en duermevela
que me devuelven
al sueño de otra vida.
Cuán extraños los dos con nuestro instinto
J.R. Jiménez, Eternidades, XXI
Finjamos en la cama que tú y yo
somos cuatro y ninguna persona;
pretendamos que somos unos dobles
desdoblados de nuestro sueño de ninguno,
y que en este cuerpo en apariencia desocupado,
ellos se aferran a nuestra personalidad.
Algún día los dobles se rebelarán
contra tú y yo, y tomarán por asalto
nuestra cara y nuestro cuerpo en el espejo,
sin importarles que todo ego es una posesión privada.
Pero al fin prevaleceremos tú y yo
sobre esas criaturas advenedizas
que de vez en cuando se presentan
en el ser y en el no ser de nuestra lujuriosa nada.
Historias de gatos
1
Yo soy el gato de las paredes negras,
el gato que salta del techo al lecho
y corre por las camas de la noche
como si la noche misma gateara.
Yo soy la sombra que atraviesa las grietas
de los templos mayas y acorrala felinas
contra ruinas y oscuridades verdes,
y las muerde, las desgarra y las fustiga.
Yo soy el gato que en los matorrales caza
a murciélagos que sobre mármoles lunares
vuelan como voces fugitivas, pero más rápidos
que la sombra se pierden en la nada.
Yo soy el gato que maúlla a la luna ensangrentada.
Nadie en sus cinco sentidos quisiera adoptarme
y llevarme a su casa para entretener a sus hijos
con ronroneos, rasguños y asaltos.
Yo soy el gato que anda solo, el gato feral,
el gato onírico, el gato agazapado
que persigue siluetas entre botellas rotas
y araña el corazón de los que ama.
2
El gato, fantasma saltando sobre el vacío,
huye de las sombras colgado de la oscuridad.
Como una corriente de aire atraviesa la puerta,
descubriendo detrás de la pared a los fornicadores.
O como ráfaga de miedo que huye de sí misma
pasa con ristras de latas atadas a la cola,
hasta estrellarse en los espejos. Pero de repente,
un chillido de niño, donde no hay niño,
lo hace asestar un zarpazo en el corazón
a su rival, que se lleva a su gata entre las patas.
3
El gato negro de las tardes pálidas
saltó del espejo hacia los brazos de su ama
como un amante camuflado con penumbra.
En su regazo se volvió demente, después
de haber corrido por la barda con el pellejo
del gato rival, que le había disputado
a la gata feral en el jardín trasero.
Cumplida la venganza, al pie de la cama
del ama recién bañada, se limpió con lengua
y uñas los pedazos del miau - miau gamberro.
Pero la dueña no se sorprendió por la sangre
en el hocico de su felino consentido. Ni por el fulgor
perverso en sus ojos. El horror fue normal.
4
La noche devoraba pedazos de su cara
y los anillos de sombra de su cuello,
cuando el escorpión,
señor del quinto rumbo del espacio,
apareció decapitado.
Su espectro con espalda de mercurio,
representando el fuego que desciende
del cielo por la penumbra del espejo
nadaba en el olvido de la lana.
Desde un rincón el gato
miraba a la mujer quitarse las pestañas,
la blusa, las chanclas y las medias
como si desvistiera el esqueleto.
Ignoraba que el aviso animal
anhelaba lanzarse sobre ella
fuera del espejo.
En la calle un chorizo de coches
avanzaban por las gélidas calles de diciembre,
mientras en la recámara
el felino acechaba a la rumbera.
Más cautiva la imagen en el espejo,
el espejo prisionero de su marco,
el felino seguía en el aire los contoneos
de la mujer transfigurada en gata.
Bárbara 1
Lo maravilloso se desvela ante mis ojos
cuando frente al espejo desvistes
el reloj de arena de tu cuerpo.
Otro ego nace frente a tu inmediatez
desnuda en la soledad del vidrio,
mientras tu cuerpo fluye como río doble.
Tú, la evasión, eres una llamarada de visión.
Tú, la callada, admites todo sin retener nada.
Dios, estoy hablando con Dios en cuerpo de mujer.
Ceremonia al romper el día
Oye la palpitación de la piedra,
la respiración de la luz,
mira el árbol atado por la sombra a la tierra,
la voz del Invisible soplar las lápidas de papel,
siente la pasión del trueno que persigue a la sombra
de la lluvia en el cerro Altamirano;
mira la voz de los zapatos viejos
que andan sin agujetas debajo de la cama,
sólo tú puedes ver a los soñadores antiguos
que te procrearon en los talleres de la resurrección
sólo tú puedes escucharlos con los párpados cerrados.
Sólo tú puedes oír el paso de los ausentes
caminando delante y detrás de tu sombra
cuando sufres un apagón de la conciencia.
Sólo tú ves a los fantasmas de ti mismo bailar la música
de la melancolía frente a los reflectores de la nada.
Sólo tú puedes ver los trenes de la infancia
correr veloces hacia atrás, hacia el abismo de ti mismo.
Ven, ven conmigo a la ceremonia del no - yo.
La poesía llama
Las llamas del poema iluminarán tu noche,
los verbos de sus cenizas arderán en tu principio.
Todo yo seré ella, toda ella seré yo.
Los dos seremos un cuerpo en combustión
que da a luz a la muerte.
Muerto el yo, la poesía,
huérfana de palabras,
abrirá las puertas del misterio.
La casa de mi infancia
La casa de mi infancia no tenía paredes,
era tan diminuta que cabía en una mano.
El pueblo era tan pequeño
que comenzaba y terminaba en el cielo.
Por sus corredores pasaban vírgenes rurales,
burros cansados y barcos de papel.
Cuando a los quince años la abandoné,
me la guardé en la voz
me la llevé conmigo.
Futbol
El equipo no llegaba a los once jugadores.
Éramos ocho: cinco delanteros, dos defensas,
y el chico más pequeño, el portero.
En el campo, mitad tarde, mitad pasto,
los uniformes eran nuestra sombras.
Por la falta de goles, el árbitro inventó un penalti
y una niña descalza tiro el castigo.
La portería no tenía travesaño,
y la pelota llegaba a las gradas,
donde una adolescente de piernas gordas
nos veía jugar con ojos alelados.
Pelotearla no nos parecía ético,
y se salvó de nosotros por su pecho liso,
sus nalgas planas y nuestro desgano.
Puesto el sol, atontados por el polvo
nos marchamos del campo deportivo,
y nuestra espectadora solitaria
se quedó olvidada entre las gradas.
El molino de harina
Tú no te acuerdas del molino de harina,
aquel esqueleto blanco que se alzaba al pie del cerro.
Tú nunca subiste por sus escaleras rotas
para mirar tu sombra en el presente lejano.
Los años tumbaron sus puertas,
el viento rompió sus vidrios,
el silencio pudrió sus aguas.
Tú no recuerdas la tarde que nos guarecimos
de los aguaceros de mayo detrás de los sacos de granos.
Sus muros no guardaron nuestras promesas.
Sus ventanas las quebró el tiempo.
Tú ya no estás.
Tampoco el molino de harina.
Balada de los Musos y las Furias
Dime vagabundo del ser,
en qué cementerio o crematorio
se perdió Lucila, la costurera de los vestidos
negros del Palacio de las Malas Artes,
en qué antro sucumbió Cristina,
la sanfranciscana de armas tomar
que recorría las calles de la madruga
en busca de mota para fumar;
sus chiches sueltas bajo la blusa abierta
acaparaban miradas, sin admitir manos.
'Mis tetas no son de dominio público', decía.
Dime, vagabundo del ser,
dónde encontrar a Jack y Allen,
los poetas vestidos de mujer
que nadie creía que eran amantes
en los hoteles de mala suerte.
Ellos, huéspedes del Inframundo,
citando a Buda y Lautreamont,
cayeron en un silencio abisal.
A dónde se han ido los Musos y las Furias,
que con ojos rojos y cigarrillo en la boca,
buscando lo beatificó en la noche ceniza,
se perdieron bajo el Sol Serpiente.
Autorretrato con peluquero ciego
Estoy como un ángel sin alas
sentado en el sillón de un peluquero
que hace rayas de ciego en la cabeza
del niño como del cordero.
Semejante a crines de caballo
mis cabellos ruedan por el suelo
mientras me miro en el espejo
con gesto incrédulo.
Mis ojos son como crepúsculos,
que la mañana,
ignorante de anhelos,
ensangrienta.
Hasta que el peluquero, falso ciego,
corta lo mismo el fleco, el filamento
y el pelo sano, mirándome desde el espejo
con pupilas crueles.
The Riddle
Cómo me atrapaste al borde de la cama
la noche en que los fluidos amorosos
salían como látigos del cuerpo.
Cómo pude desprenderme de tu abrazo,
y alejarme de ti, y regresar a ti,
pensando dentro de ti en otra mujer.
Cómo pude llevarte conmigo por la calle,
pegada a mi lado, deseada y anhelante,
con el zapato izquierdo de la soledad.
Arena para tu urna
Arena cae del reloj del ser
grano a grano,
hasta que el bulbo de la existencia
queda vacío.
Más cuando la arena
atraviese el orificio
que junta y separa los egos,
un doble volteará el reloj,
y se iniciará de nuevo
el juego del (no) ser.
Despedida
La voz de la puerta dijo adiós.
La casa se quedó huérfana de pasos.
El niño desde su cama preguntó:
'¿A dónde vas, mamá?'.
'Duerme, duerme, todavía es de noche',
contestó ella como en una película vieja.
Luego miró al marido, igual que si ya
él estuviera muerto.
Estalló el silencio. Sucedió el olvido.
'Oh, Dios, qué solos se quedan los vivos'.
Muros, Ventanas y Espejos
1
De aquellos que nos amaron,
de aquellos que nos mecieron,
han quedado ecos sin muro.
Y cuando llega la noche,
cuando del cuerpo salen fantasmas,
al tratar de abrazarlos,
sólo toco silencios.
2
Apenas tenías trece años,
en el comedor de mi casa,
a tientas en el lenguaje,
escribía mi poema;
e inclinado sobre la mesa,
al mirarme en el espejo,
una voz me decía:
'Que raro verme desde adentro'
3
No me importan los años,
los años los cuentan otros,
desde hace tiempo los descuento.
En las cifras, en los recuentos,
siempre en fuga de mí mismo,
delante de mis ojos que me van perdiendo.
siento que nazco a cada instante.
Retorno
Desde la calle un hombre está mirando
a una figura parecida a sí mismo.
Las ventanas de la casa se han caído,
pero el espejo está intacto en el cuarto derruido.
En otras habitaciones los espantapájaros
de los padres desaparecidos. Todo, mientras
la migraña como una maleza invade mi cabeza.
En el corredor el hombre escucha unos pasos
que se dirigen al zaguán, que él abrió de niño,
¿son pasos de su madre o de su hermana fallecida?,
¿o sólo está soñando que él y ellas no han partido?
Cómo se clavan los manglares en la costa
ante las ráfagas del huracán que los azota,
en su memoria él defiende a sus parientes
contra el olvido que se los lleva como un viento.
Andando a tientas por el corredor de antes
entra en su cuarto por la puerta vieja,
y delante de espejo, lleno de canas,
se encuentra consigo mismo.
Más su rostro no lo reconoce. Y esto es horrible.
Laberintos
1
El laberinto humano
es un otoño en ruinas
las palabras interiores
son salidas perdidas
luces engañosas abren
las puertas de la nada.
2
El laberinto urbano
se alimenta de cuerpos
entre entrar y salir
un dios nos devora
3
El laberinto infinito
andando a cada paso
no se alcanza a sí mismo
4
En el laberinto propio
soy un ojo solo
una materia errante
que duda de sí misma
y me quedo mirándome
en el espejo roto
5
en la caverna interna
el sueño es sin paredes
en la puerta giratoria
este ego perdido
el Ego existe menos
entre más lo vivimos.
6
Difícil despertar de los sueños
que aletean en la noche
como mariposas encerradas
entre oscuridades muertas.
El Ser que no deja rastros en el agua,
¿nos dejará varados en nosotros mismos?
¿nos abandonará en los dédalos del ego?
Los caminos del Despierto no tienen orillas.
Condición del Despierto la travesía de uno mismo.
Sólo el que los halle con los ojos cerrados
hallará las puertas del laberinto.
Buscando a San Juan de la Cruz en ninguna parte
Día y noche lo busqué,
pero él no estaba en su cuerpo
ni en su celda sin techo
que daba al infinito.
El hijo de Catalina, la tejedora viuda y pobre,
que en busca de comida recorría los caminos
de Castilla la Nueva, no estaba a la sombra del árbol,
que está parado a la sombra de Dios;
porque en su ascenso al Monte
la noche oscura del alma, que envuelve
seres y cosas, se encuentra en ninguna parte,
y en nuestro mundo diario,
la piedra el sol y el viento
son formas de la nada.
La solitaria del último tranvía
En el transporte público
de la vida y la muerte,
la pasajera del último tranvía
atravesaba la ciudad sin agua.
Los árboles estaban muertos,
el Espíritu Santo, el aire,
se había escondido en la nada.
Ella, como un ángel sin alas,
iba en el último tranvía
que avanzaba con las luces apagadas.
Todos habían abandonado la ciudad,
excepto ella, la Luz, que había venido
para ver el infierno en que los hombres
habían convertido la tierra.
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