Poemas de
Gracias,
Niebla
W.H. Auden
Traducción: Silvia Barbero
Marchena
Para Michael y Marny Yates
Ninguno de
nosotros es tan joven
como
antes. ¿Y qué?
La amistad
no envejece.
Gracias, Niebla
Acostumbrado al clima de Nueva York,
tan familiarizado con su contaminada niebla,
a ti, su inmaculada Hermana,
te tenía olvidada por completo,
a ti y a cuanto aportas
al invierno británico.
Ahora, esa impresión nativa vuelve a mí.
Enemiga implacable de la prisa,
amedrentadora de conductores de aviones,
todo lo veloz, desde luego, te maldecirá
pero cuánto me agrada
que hayas sido persuadida a visitar
el hechizado campo de Wiltshire
a lo largo de toda una semana
en estas Navidades,
evitando que a alguno le diese por venir
aquí donde mi mundo se reduce
a esta vieja casa solariega
en la que gozamos de la amistad nosotros cuatro:
Jimmy, Tania, Sonia y Yo.
Afuera, un vacío silencio,
porque incluso esos pájaros,
como el malvís y el mirlo,
a los que su sangre vigorosa les permite
vivir aquí durante todo el año,
ante tus zalamerías refrenan
su piar alegre.
No hay un gallo que cante.
Las copas de los árboles, vagamente visibles,
no crujen, pero ahí están,
tan eficientemente condensando
tu humedad en la precisión de unas gotas.
Dentro, tenemos los espacios apropiados,
confortables, propicios
al recuerdo y la lectura,
los crucigramas, las complicidades, la diversión.
Ante una sabrosa cena
festejada con vino,
nos sentamos en un alegre círculo,
cada cual despreocupado de sí mismo
pero atento a los demás,
apurando el instante, pues qué pronto
tendremos que volver,
cuando los dulces días estén cumplidos,
al mundo del trabajo y del dinero,
preocupados por esto o por lo otro.
Ningún sol estival logrará nunca
disipar la total oscuridad
vertida en los periódicos,
que vomitan en una mala prosa
los sucesos inmundos y violentos
que la estupidez nos impide prevenir.
Nuestra tierra es un lugar triste,
pero por esta tregua especial,
tan sosegada y sin embargo tan festiva,
gracias, gracias, gracias, Niebla.
Albada
(In Memoriam Eugen Rosenstock - Huessy)
Convocado de nuevo a un Mundo
en el que nada alteran los deseos;
tras haber sido expulsado de la celda acolchada
del Sueño y readmitido
en la afanada humanidad,
de nuevo, como escribió San Agustín
sé que soy y ansío ser
que quiero ser y conocer,
que estoy ansiando y conociendo,
orientado en cuatro direcciones
dentro y fuera del Espacio,
observando y reflexionando,
de aquí para allá a través del Tiempo,
previendo y recordando.
Allá, para el Corazón, no hay Objetos
deshumanizados, pues cada cosa
tiene su Nombre Propio,
y no existe el Género Neutro:
las Flores hacen valer sus tonalidades espléndidas,
los Árboles se sienten orgullosos de sus formas,
las Piedras están encantadas de yacer
justo en donde yacen. Pero pocos
son los cuerpos que pueden cumplir una orden,
pocos son los que pueden
obedecer o rebelarse,
de modo que, cuando deben ser manipulados,
el Amor no sirve ya de nada: debemos optar
por mirarlos meramente como Otros,
debemos contarlos, pesarlos, medirlos, exigirles.
Dentro de un lugar no de Nombres
sino de Pronombres Personales,
establezco un debate con Mí Mismo
y reconozco como presente
que un Tú y un Tú se compriman en un Nosotros,
sin pensar en la multitud,
en todos esos que Nosotros consideramos como Ellos.
Ninguna voz entabla una disputa:
tranquilamente conversamos,
por turnos nos contamos edificantes historias,
a veces nos quedamos sentados en silencio,
y en alguna que otra ocasión especial
recito sotto - voce algunos versos
escritos en nombre de todos Nosotros.
Pero el Tiempo, que es el reino de los Hechos,
exige una Gramática Compleja
con numerosos Modos y Tiempos,
y antes que ninguno el Imperativo.
Somos libres de elegir nuestros senderos,
pero tenemos que elegirlos, sin importarnos
adónde nos conduzcan, y los cuentos
que Nosotros contamos del Pasado deben ser verdaderos.
El Tiempo Humano es una ciudad
en la que cada habitante tiene
un deber político
que nadie puede realizar por él,
urgido por su Lema:
Escuchad, Mortales, no sea que muráis.
Impredecible, pero Providencial
(Para Loren Eiseley)
La Primavera, con su vigor de hojas y su trinar de pájaros ya está
de nuevo aquí
para de nuevo recordarme el primer Hecho real, el primer
auténtico Accidente, aquella
Ocasión en la que un insignificante
fragmento del cosmos fue lo bastante indulgente
como para dar una feliz oportunidad a una Sustancia Original,
inmortal y autosuficiente, que, con la sola experiencia
de una ciega colisión, tuvo la suprema audacia
de convertirse en una inquieta Individualidad que exigía
un Mundo;
una No -Individualidad fuera de Sí Misma desde la cual poder
renovarse,
con la nueva libertad de crecer y con la nueva necesidad de morir.
A partir de entonces, para todo lo animado perdurar iba a
significar cambiar,
una arriesgada manera de existir basada en la propia conveniencia
y en la de todos los demás,
siempre en peligro.
Los pesados dragones de hielo
practicaban su ballet con movimientos lentos: se abrían los
continentes en mitades
y se balanceaban como borrachos sobre las aguas: Gondwana
se estrelló contra el indefenso vientre de Asia.
Pero las catástrofes no hacían sino alentar el experimento.
En general, los mejores dotados perecieron. Los inadaptados,
forzados por la necesidad a emigrar a remotos despoblados,
alteraron sus costumbres y salieron adelante. (Nuestro asunto
ancestro
fue un don Nadie, pero aún podía permitirse el lujo de no darse
importancia
con una dignidad que nuestros grandes señores nunca alcanzarán.)
La Genética
puede explicar la forma, el tamaño y la postura, pero no por qué
razón un ente físico
ha de tener capacidad para meditar sobre la meditación,
separando la Forma de la Materia, y estar obligado a mantener
complicadas relaciones con su Imagen, temiendo una doble muerte:
un ser volitivo, un artífice de asimétricos objetos,
un lingüista incapaz de conocer la gramática de la Naturaleza.
La Ciencia como el Arte, es divertida, un juego de verdades, y
ningún juego
debería pretender acabar con el misterio de lo profundamente
oculto:
¿En qué consiste la Buena Vida?
El Sentido Común me dice, desde luego,
que no tome en serio a ninguno, pero cuando comparo sus
diferentes Mitos en torno al Ser,
el empelucado Descartes me parece aún más outré que un
hechicero pintarrajeado.
Discurso a las bestias
Para nosotros, los que desde el momento
de ser arrojados al mundo
nos sumimos en la perplejidad,
los que apenas sabemos con exactitud
para qué estamos aquí,
y, como norma general, tampoco queremos saberlo,
para nosotros, qué alegría es saber,
aunque nunca podamos veros o escucharos,
que estéis ahí,
aunque muy pocos de vosotros
nos consideréis dignos de atención,
a menos que nos acerquemos demasiado.
Para vosotros son sagrados los olores,
excepto el nuestro y aquellos
que nosotros fabricamos.
Con qué rapidez y habilidad
ejecutáis los principios de la Naturaleza,
y nunca sois
tentado por la mala conducta
excepto por algún imprevisto
error en el guion.
Dotados al nacer de las buenas maneras,
no os empavonáis
ni miráis con desprecio
por encima del hombro
ni metéis las narices
en los asuntos de las otras criaturas.
Vuestras habitaciones
son cómodas y privadas
no templos pretenciosos.
Por supuesto, tenéis que sacrificar otras formas de vida
para conservar la vuestra, pero nunca
matáis por vanidad.
Incluso comparada con vuestra mayor codicia
qué plebeya resulta
la aristocracia cazadora.
Exentos del pago de impuestos,
nunca habéis sentido la necesidad
de llegar a ser cultos.
Pero vuestras culturas orales
han inspirado dulces versos
a nuestros poetas,
y, aunque desconocéis a Dios
vuestros Cantos Eucarísticos
resultan más devotos que los nuestros.
Suele decirse que el instinto
es lo que os guía, pero yo diría mejor que se trata
del Sentido Común.
Si bien es cierto que no podéis engendrar
un genio como Mozart
también lo es que no
infestais la tierra
con tontos genialoides como Hegel
o con listillos repugnantes como Hobbes.
¿Llegaremos algunas vez a ser adulto,
tan pronto como vosotros?
No parece probable.
En realidad, cualquier hermoso día
podríamos llegar a convertirnos
no en fósiles, sino en vapor.
Ahora veo con claridad
que al final nos uniremos a vosotros
(con qué celeridad se asemejan los cadáveres),
pero vosotros no dais muestras
de saber que ya estáis sentenciados.
Ahora bien, ¿podría ser esa la razón
por la que los que estamos por encima de vosotros
sentimos con frecuencia celos de vuestra inocencia
pero no envidia de ella?
Arqueología
La pala del arqueólogo
excava las viviendas
abandonadas desde antiguo,
desenterrando pruebas
de unas formas de vida que ya nadie
daría como posibles,
sobre las cuales él no tiene nada
sólido que decir
¡qué afortunado!
La ciencia puede tener sus propios fines,
pero la suposición resulta siempre
más divertida que la certeza.
Sabemos que el Hombre,
por miedo o por respeto,
siempre enterró a su muertos.
Lo que destruyó una ciudad,
ya sea erupción volcánica,
fluvial inundación
u horda humana
deseosa de esclavos y de gloria,
deja siempre sus huellas.
Y estamos del todo seguros
de que, nada más erigir sus palacios,
los gobernantes,
a pesar del halago del sexo
y de la adulación,
debieron de pasarse la vida bostezando.
Pero, ¿indican los silos subterráneos
un mal año de hambre?
Cuando una emisión de moneda
deja de circular, ¿debemos deducir
de ello una gran catástrofe? Quizás, quizás.
En las estatuas y murales
vislumbramos
lo que reverenciaban los Antiguos,
pero no podemos sospechar
con motivo de qué se amedrentaban
o se encogían de hombros.
Los poetas nos han transmitido sus mitos,
pero, ¿qué interpretación les daban ellos?
Una incógnita.
Cuando los normandos oían el trueno,
¿creían seriamente
que Thor martilleaba?
Yo creo que no, juraría
que los hombre han considerado siempre los mitos
como Grandes Historias,
que su única preocupación
era justificar
ritualmente sus acciones.
Sólo a través del rito
podemos renunciar a nuestras rarezas
y ser de verdad íntegros.
No significa esto que todos los ritos
deban ser igualmente apreciados:
algunos resultan abominables.
No hay nada que al Crucificado
le desagrade más
que una matanza para apaciguarle.
Coda
De la Arqueología
se ha de extraer, al menos, una enseñanza
a saber: todos
nuestros libros de textos nos engañan.
Lo que llaman Historia
no es algo de lo que podamos
precisamente envanecernos,
estando hecha, como está,
por el fondo criminal que alienta en nosotros
la bondad eterna.
¿Progreso?
Sésil, oculta,
la Planta está del todo satisfecha
con lo Adyacente.
Móvil, avisadora,
la Bestia puede distinguir el Aquí del Allá,
el Aún No del Ahora.
Hablador, ansioso,
el Hombre puede describir lo Ausente
y lo Inexistente.
Una Maldición
Fue un día negro aquel en el que Diesel
ideó la máquina siniestra
que te engendró, invento vil,
más dañino y criminal
que la cámara fotográfica incluso.
Monstruosidad metálica,
fardo y ruina de esta Civilización nuestra,
enfermedad principal de la Nación.
¿Con qué cinismo prohíbe la Ley
el hachís, la heroína, y sin embargo
autoriza tu uso, tú que halagas
los más bajos instintos de los hombres?
Los drogadictos sólo dañan
su propia vida. Tú envenenas
los pulmones de inocentes,
tu estruendo turba el sosiego,
y en las repletas carreteras la gente
muere a diario por las combinaciones del azar.
Vosotros, los brillantes técnicos,
deberíais moriros de vergüenza.
Vuestro ingenio concibe maravillas,
ha llevado a unos hombres a la Luna,
ha reemplazado con computadoras el cerebro,
y podéis forjar una bomba "limpia".
Clama al cielo el hecho escandaloso
de que no tengáis tiempo
o no queráis tomaros la molestia de construir para nosotros
lo que la sensatez nos hace comprender que necesitamos
un inodoro, silencioso,
pequeño y sobrio faetón eléctrico.
Oda al Diencéfalo
(según A.T.W. Simeons)
¿Cómo puedes ser tan grosero? Después de compartir
el mismo cráneo a lo largo de tantísimo milenios, es probable
que hayas descubierto que el Yo cortical no es más que un
compulsivo mentiroso.
El nada te ha enseñado, al parecer, sobre las hojas de la higuera,
sobre el fuego, el arado, los viñedos, o los agentes de la policía
ni que los movimientos convulsivos apenas pueden ocultar
los problemas del ciudadano.
Somos asaltados diariamente por complejos de culpabilidad,
por pesadillas de perder el autobús o de ser ridiculizados,
y la carne de gallina, la taquicardia y la colitis nada pueden
contra eso.
Cuando verdaderamente podrías ayudarnos, no lo haces. Si por
lo menos,
cuando la trompeta llamase a los hombres a combate,
transmitieras a sus músculos esta orden urgente
¡LUMBAGO AGUDO!
Breves
A Pascal sus espacios infinitos no debieran haberle asustado,
sino tranquilizarle: Dios hizo el
Todo tan inmenso, que las
colisiones estelares son bastante infrecuentes.
Los accidentes de la Tierra no son fatales,
la oscuridad no apaga el Fuego,
una Brisa no puede ser embotellada
ni el roce desgasta el Agua.
El lenguaje de los pájaros
dice muy poca cosa,
pero qué gran significado encierra.
Las mariposas, ¡ay!,
nos ignoran, pero no así las moscas
por desgracia.
¿En qué momento descubrió la chinche
que éramos más sabrosos
que los murciélagos?
Son Mudas algunas bestias,
Otras son charlatanas, pero sólo
una especie es capaz de tartamudear.
De todos los mamíferos
sólo el Hombre tiene orejas
incapaces de manifestar una emoción.
Muchas criaturas emiten ruidos agradables,
pero parece ser que a ninguna de ellas
le conmueve la música.
Bestias, Aves, Peces y Flores
acatan lo que cada Estación les dicta,
pero el Hombre organiza los días
en los que Él haría lo que debería hacer.
Esclavos de nosotros mismos de por vida,
debemos aprender de qué manera
soportarnos los unos a los otros.
La conciencia debe ser un salón
en el que las palabras
estén atendidas y sean reticentes.
El Hombre debe enamorarse
de Alguien o de Algo
porque en caso contrario enfermará.
Nada puede ser amado en exceso,
pero todas las cosas pueden ser amadas
de un modo equivocado.
Desde la verdadera fraternidad,
los hombres no cantan al unísono,
sino armónicamente.
Cualquiera que sea su fe,
los poetas, como tales poetas,
son politeístas.
Envidiar debemos a aquellos bardos que componen en italiano o
alemán: las adecuadas rimas femeninas no les causan molestia.
Nosotros, sin embargo, gracias a una lengua privada de tantísimas
inflexiones, podemos convertir fácilmente, si queremos, los
Nombres en Verbos.
Cogidos de uno en uno, la mayoría de los hombres parecen
simpáticos y amables, pero, colectivamente, el Hombre
comúnmente actúa como un granuja.
La política debiera ajustarse a la Ley, la Libertad y la Compasión,
pero, como regla general, obedece al Egoísmo, la Vanidad y la
Jindama.
¿Dónde se encuentran
más comúnmente los bribones?
Allí donde convergen las fronteras.
Donde quiera que haya
una gran desigualdad.
El Pobre corrompe al Rico.
Economía
En los Hambrientos Años Treinta
los chicos solían vender sus cuerpos
por una buena comida.
En los Opulentos Sesenta
aún lo hacía
para afrontar los pagos a plazos.
Carta Póstuma a Gilbert White
Resulta bastante triste que tan sólo podamos conocer
a aquellos cuyos tiempo coincide con el nuestro.
Es triste que usted y Thoreaun (sabemos que le leyó)
nunca pudieran darse la mano. Él era, según dicen, un fanático
anticlerical de genio chispeante y usted el más
tranquilo de los curas, aunque pienso que hubiera él encontrado
en usted al Amigo Ideal del que con tanto
entusiasmo escribió, pero no encontró nunca.
Sedentarios ambos, pero gustosos paseantes,
castos por naturaleza y, al parecer, inmunes
a la llamada del mundano poder, espíritus afines
que consideraban divertidas a las criaturas
- incluso a la tortuga, a pesar de sus torpes estupores -,
que contemplaban los caprichos cambiantes del Clima,
desde la insignificante conducta de las ranas
al bronco eructo del trueno o el arco
federal del arcoíris. Cuánto hubieran ustedes disfrutado
contemplando dos paisajes distintos, con sus respectivas
aves migratorias,
estudiando el ululante cantar de las lechuzas,
comparando las concordancias de dáctilos y espondeos.
También yo, gustosamente, hubiera hecho por conocerle a usted:
¡podría haber aprendido tanto! Yo tiendo a imaginarme
como un amante de la Naturaleza,
pero no tengo derecho a tal cosa, la verdad.
¿Cuántas flores o pájaros puedo yo distinguir? Como mucho dos
docenas.
Usted me habría considerado un pelmazo ignorante y aburrido.
El tiempo le libró de ello. Yo
tengo, al menos, gracias a Dios, el derecho a releerle.
Un contraste
Qué tolerante fueron la Naturaleza y Mis Padres
al asignar a la Ciudad de Mí Mismo
exactamente la clase de Censor
que yo hubiera elegido.
Ese que prohíbe recordar cualquier imagen que me apene:
el comportamiento vil, tanto mío como ajeno;
los días de abatimiento, los descalabros y el cocinar de mala
manera
son cosas que de inmediato se disipan.
Cuánto hubiese querido, sin embargo, que Me hubiesen asignado
un Fiscal menos hostil que éste, que desde las primeras horas de
la mañana
me atosiga con preguntas concienzudamente odiosas
acerca del Futuro:
"¿Cómo diablos pagarás tus impuestos?" "¿Dónde
encontrarás un taxi?" ¿No será tu Conferencia un fracaso?", y
recibe
Mis respuestas con un silencio sarcástico. En fin, en fin
a mal tiempo buena cara.
La pregunta
Todos nos creemos
nacidos de una virgen
(porque, ¿quién puede
imaginar a sus padres copulando?,
y se conocen casos
de vírgenes preñadas.
Pero la Pregunta sigue en pie:
¿de dónde obtuvo Cristo
su cromosoma adicional?
No, Platón, No
No puedo imaginar cosa ninguna
que me gustase menos que ser yo
un descarnado Espíritu
incapaz de sorber o masticar,
de tocar lo palpable,
de aspirar los aromas del verano,
de comprender la música y el habla,
de contemplar aquello que más allá se expande.
No, me ha colocado Dios exactamente
en el lugar que hubiera yo elegido:
es tan divertido este mundo sublunar
donde el Hombre femenino o masculino
y otorga Nombres Propios a las cosas…
Pero puedo, con todo, concebir
que los órganos que la Naturaleza me dio,
mis glándulas de secreción interna, por ejemplo,
las veinticuatro horas esclavizadas
- sin por ello mostrar resentimiento -
para satisfacerme a Mí, su Dueño,
y mantenerme en buena forma
(si fuese yo quien tuviera que darles órdenes,
no sabría qué gritarles)
sueñen una existencia
distinta de la que hasta han conocido:
sí, bien pudiera ser que mi Carne
esté rezando para que "El" se muera
y así Ella verse libre para ser
Materia irresponsable.
Nocturno
(para E.R. Dodds)
El pez escamoso y serpentino,
allá en su casa sombría,
¿siente el anochecer? Tal vez no.
Pero quien vive en tierra
y todo aquel al que el plumaje otorga
la libertad infinita del cielo
altera su conducta a la caída de la tarde,
acorde cada cual
con sus características de especie.
Los normales amansan sus movimientos
y adormecen sus sentidos, pero existen
algunos bichos raros: por ejemplo,
la lechuza y el gato,
que, en cuanto oscurece el día,
se espabilan y salen
para matar o engendrar.
Ni una sola pareja de congéneres nuestros
obedece a una idéntica sincronización física:
para una mayoría, la norma es desconectar
sus mentes antes de la medianoche,
pero siempre en la madrugada queda alguno
que, por amor o dinero,
desvelado trabaja.
Aquí, jóvenes radicales que conspiran
para volar un edificio; allá,
un poeta febril que se devana el seso
detrás de alguna frase afortunada;
por encima de nosotros, viajeros
que van de un sitio a otro
dentro de enormes
mosquitos de metal.
Sobre los océanos, las masas de tierra
y las copas de los árboles, la Luna
da ahora su parsimonioso paseo a través de la oscuridad,
para los telescopios un planeta en ruinas
que en su propia basura se revuelca,
aunque para el ojo desnudo
sea aún el Icono de todas las madres,
ya que nunca los segundos pensamientos
podrán desterrar nuestros sentimientos de primera mano,
nuestra única gracia redentora,
nuestro instinto pueril para asombrarnos:
las constelaciones y planetas,
desperdigados por el firmamento,
aún proclaman de manera oficiosa
la grandeza de Dios, aun siendo
cosa ya conocida su falta de influencia.
Aquella inocencia de la que, de algún modo,
somos hijos imperfectos, allí afuera perdura,
donde poder y deber significan lo mismo:
tan gratas a nuestra conciencia
- donde nada puede ocurrir más de una vez -
sus oportunas repeticiones;
tan distinto de nuestros modales
de chismosos deshonestos
el modo en que su fauna respeta
la intimidad de los demás.
¿De qué otro modo las mentes salvajes
Imaginarán, en su ignorancia,
la Mansión de la Dulce Alegría
que es nuestro destino buscar?
¿En qué otro sitio las voluntades débiles
encontrarán consuelo para afrontar
el Peligroso Empeño?
Acción de gracia
Aún impúber sentí
que los bosques y páramos eran sagrados:
la gente resultaba demasiado profana.
Así, cuando empecé a versificar,
me sentaba yo entonces a los pies
de Hardy, Thomas y Frost.
Cuando llegó el amor, cambió las cosas:
entonces Alguien era importante al fin:
Yeats me sirvió de ayuda, igual que Graves.
Luego, sin previo aviso, la Economía toda
de repente se hundió:
allí para instruirme, estaba Brecht.
Finalmente, las escalofriantes cosas
que hacían Hitler y Stalin
me obligaron a pensar en Dios.
¿Por qué esa seguridad de que se equivocaban ellos?
El salvaje de Kierkegaard, Williams y Lewis
la fe me devolvieron.
Ahora cuando maduro en años
y he vuelto a este paisaje exuberante,
la Naturaleza me tienta nuevamente.
Los maestros que necesito, ¿quiénes son?
Bien, Horacio, el creador más hábil,
disfrutando del clima cálido de Tivoli,
y Goethe, aficionado a las piedras,
que supuso que Newton - nunca pudo probarlo -
llevó la Ciencia por un mal camino.
Afectuosamente, a todos os tengo en cuenta:
sin Vosotros yo nunca hubiera escrito
ni mis versos más flojos.
Canción de cuna
Mitigado el estruendo del trabajo,
declina un nuevo día
y sobreviene la oculta oscuridad.
¡Paz! ¡Paz! Despoja tu retrato
de irritación. Descansa.
Tu rutina diaria está cumplida:
has sacado la basura,
has contestado algunas cartas engorrosas
y pagado el envío a reembolso,
todo frettolosamente.
Ahora tienes licencia para reposar
desnudo y ovillado,
y yacer en tu cama, disfrutando
de su grato microclima:
Canta, Bebé Grande, canta una nana.
Los antiguos griegos lo interpretaron mal:
Narciso es un vejestorio
amansado por el tiempo, liberado por fin
del ansia de otros cuerpos,
resignado y razonable.
Durante muchos años envidiaste
a los tipos hirsutos y viriles.
Ya no: ahora acaricias
tu carne casi femenina
con creciente satisfacción,
imaginándote auto suficiente
y falto de pecado,
a gusto en la guarida de ti mismo,
Madonna y Bambino:
Canta, Bebé Grande, canta una nana.
Que tus últimos pensamientos sean agradecidos:
alaba a tus padres, que te dieron
un Super - Ego de fortaleza
que de tantas molestias te libra,
enumera a tus amigos y salúdalos a todos,
paga luego un tributo equitativo
a tu edad, por haber nacido
cuando naciste. En tu juventud
te fue dado conocer
hermosos artilugios antiguos,
pronto proscritos de la tierra:
compuertas, cilindros
y ruedas hidráulicas que giraban
más de lo previsible.
Sí, amor mío, has sido afortunado:
Canta, Bebé Grande, canta una nana.
Y esto ahora para el olvido: deja
que la voluntad del vientre tome posesión
debajo del diafragma,
en el dominio de las Madres,
Ellas que vigilan las Puertas Sagradas,
sin cuyas advertencias mudas
el verboso Yo
se convierte en un déspota vicioso,
obsceno, incapaz de amar,
desdeñoso, de condición ambiciosa.
Si los sueños te rondasen, no les prestes atención,
porque todos, horribles o dulces,
son bromas de mal gusto
y su insignificancia no merece la
pena.
Duerme, Bebé Grande, duerme a pierna suelta.
DOS CANCIONES DE DON QUIJOTE
La Edad de Oro
Los poetas nos hablan de una edad de felicidad pura:
la Edad de Oro. Una edad de amor, de plenitud y sencillez,
cuando el verano duraba todo el año y un verde perpetuo
en el césped, los bosques y los huertos creaba un escenario
deleitoso a la vista.
No había entonces dolor ni enfermedad, calamidad ni hambre,
y los hombres y bestias vivían en perfecta concordia y sin
temerse,
y cada noche, cuando los polluelos piaban en su nido,
de las chimeneas subía el olor de algunas deliciosa comida.
Brotaban las flores por entonces y, sin fertilizantes, maduraba
la fruta.
Las ninfas y pastores bailaban grácilmente todo el día.
Cada pastor entonces era amoroso y fiel a su pareja
y las ninfas setentonas - o aun mayores - aún eran hermosas y
atractivas.
¡Pero, ay!
Entonces sucedió:
llegaron Hechiceros,
gélidos y viejos,
que hicieron gris el día,
Y la edad de oro
se extinguió,
pues los hombres cayeron
bajo sus hechizos
condenándose a la oscuridad,
negando la alegría
y poniendo en su lugar
el dolor y el temor,
la mentira y la ira,
codicia y malicia,
astucia y suspicacia.
Los corazones se hicieron crueles,
invidentes las mentes,
sombrías y frías,
sin lontananza ni esperanza.
Hubo odio entre los países,
una vida aguerrida
de cárceles y lágrimas,
de negaciones, de no - quiero,
no - puedo y no - estoy - obligado.
Ningún rostro dichoso.
Nadie con alegría, todos con melancolía.
¡No dejaré que ocurra! ¡Encantadores, huid! ¡Os reto a que os
batáis conmigo!
Vuestros poderes los desafíos con desdén, vuestros hechizos
nunca me harán flaquear.
Don Quijote de la Mancha viene a dar cuenta de vosotros,
a haceros añicos y a acabar para siempre con vosotros.
Recitativo de la Muerte
Señoras y señores, ustedes han logrado un enorme progreso,
y el progreso, de acuerdo, es estupendo.
Han fabricado más coches que coches pueden aparcarse,
han traspasado la barrera del sonido, y puede que muy pronto
las máquinas de discos se instalen en la Luna;
pero les ruego que tengan en cuenta, a pesar de todo eso,
que yo la Muerte, soy aún y seré la que gobierna el Mundo.
Todavía me ocupo de los osados y los jóvenes; a mi capricho,
el escalador se apoya en esa piedra desprendida,
arrastra la resaca a los niños que nadan,
el conductor veloz se precipita a la cuneta.
Con otros, espero a que envejezcan
antes de asignarles, con arreglo a mi humor,
a aquél un infarto, un tumor a aquel otro.
Soy liberal en cuanto a raza y religión.
La situación fiscal, los índices de crédito o la ambición social
me traen al fresco. Nos encontraremos cara a cara,
a pesar de los fármacos y las mentiras de sus médicos,
de los costosos eufemismos de los agentes funerarios.
La matrona de Westchester y el mendigo de Bowery
han de bailar conmigo cuando yo toque mi tambor.
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