![]() |
Phileppe Jaccottet (Suiza, 1925 - Francia, 2021) |
PHILIPPE JACCOTTET
EL LIBRO DE LOS MUERTOS
(1956)
I
Quien ha entrado en las propiedades de la edad
ya no buscará sus pabellones y jardines,
ni sus libros, canales o follajes,
ni la huella, en los espejos, de una mano más breve y más tierna:
en ese extremo de su vida el ojo del hombre está velado,
su brazo es demasiado débil para agarrar, para conquistar,
miro cómo él mira alejarse
todo lo que fue un día su único trabajo, su dulce deseo…
Fuerza escondida, si es que existes, te ruego
que no se hunda en el espanto de sus faltas,
que no insista en palabras de amor artificiales,
que su poder gastado se sobreponga una vez más,
se concentre, ¡y que lo invada una ebriedad distinta!
Sus combates más duros fueron ligeros relámpagos de pájaros,
sus más graves azares apenas una invasión de lluvia;
sus amores sólo hicieron que se rompiera alguna que otra caña
y su gloria apenas dejó en el muro ya pronto arruinado un nombre de hollín…
***
Que entre ahora vestido sólo con su impaciencia
en ese espacio al fin a la medida de su corazón
que entre sólo con su adoración por toda ciencia
en el enigma que fue oscura fuente de sus llantos.
Ninguna promesa se le ha dado;
ninguna seguridad será ya suya;
ninguna respuesta ha de llegarle;
ninguna lámpara, en la mano de una mujer conocida en el pasado,
puede iluminar el lecho ni la avenida interminable:
tendrá que esperar y alegrarse,
igual que la madera aprende a brillar sólo al ser cortada.
II
Compañero que nos has dejado de preocuparte,
no dejes que el miedo te desarme en este azar:
debe haber una forma de vencer incluso aquí.
No con cheques o estandartes, sin duda,
no con armas brillantes o con manos desnudas,
ni siquiera con lamentos o con confesiones,
ni con palabras, aunque sean moderadas…
Resume todo tu ser en tus débiles ojos:
Los álamos siguen estando en pie en la luz
del final del otoño, tiemblan cerca del río,
cae una hoja tras otra con docilidad,
dejando ver la amenaza de las rocas cercanas.
Intensa e incomprensible luz del tiempo,
¡oh lágrimas, lágrimas de alegría sobre esta tierra!
***
Alma sometida a los misterios del movimiento,
pasa de la mano de tu última mirada abierta,
pasa, alma pasajera: ninguna noche detuvo
tu pasión, tu ascensión, tu sonrisa.
Pasa, hay espacio entre las tierras y los bosques,
a algunos fuegos no puede reducirlos sombra alguna.
Donde la mirada se hunde vibrante como una lanza
el alma penetra y obtiene oscuramente su recompensa.
Toma el camino que indicó, en suspenso, tu corazón,
gira con la luz, persevera con las aguas,
pasa con el paso irresistible de los pájaros,
aléjate: sólo en el inmóvil miedo hay fin.
III
Que el pobre muerto pueda recibir la ofrenda del pobre:
un solo tallo tembloroso de caña cogido al borde
de un agua rápida; una sola palabra pronunciada por quien
fue para él el soplo, la madera tierna y la chispa;
un recuerdo de la luz en lo alto del aire…
Y que estos tres golpes ligeros le abran
el espacio sin espacio en que se borra todo sufrimiento,
la claridad sin claridad del inimaginable rostro.
IV
Estos torbellinos, estos fuegos y estos chubascos frescos,
estas miradas felices, estas palabras aladas,
todo lo que he visto volar como una flecha
a través de los tabiques sucesivamente arrancados
hacia un final cada vez más límpido y más alto,
era tal vez una construcción de cañas
ahora aplastada, en llamas, consumida,
la ceniza con la que el pobre frotará su espalda
y su cráneo tras el paso de las tropas…
Sólo queda la ignorancia. Ni la muerte,
ni la risa. Una duda de la luz
bajo nuestras tiendas alimenta el amor. La nodriza
se acerca al este: al alba sale un hombre.
V
¿Y si aquello de lo que hablo con estas palabras ligeras
estuviera realmente detrás de las ventanas, como ese frío
que avanza como un trueno sobre el valle? No, pues esta
imagen sigue siendo inofensiva, pero si la
muerte estuviera realmente ahí como tendrá que estarlo un día,
¿dónde estarán las imágenes, los sutiles pensamientos, la fe
preservada a través de una larga vida? ¡Cómo veo
huir la luz en el temblor de toda voz,
hundirse la fuerza en el pánico del cuerpo a los ladridos
y la gloria ya muy ancha para el estrecho cráneo!
¿Qué obra, qué adoración y qué combate
podrían vencer la agresión que viene desde el fondo?
¿Qué mirada es lo bastante rápida para pasar más allá,
qué alma lo bastante ligera, di, emprenderá el vuelo,
si el ojo se apaga, si todos los compañeros se alejan,
si el espectro del polvo nos apresa?
VI
Sobre la tierra desconocida a la que desciende el bello cuerpo
del combatiente ceñido de cuero o la amorosa muerta desnuda,
no pintaré sino un árbol que retenga en su follaje
el murmullo dorado de una luz pasajera…
Nadie puede separar fuego y ceniza, risa y polvo,
nadie habría reconocido la belleza sin su lecho de estertores,
la paz tan sólo reina sobre el osario y sobre las piedras,
el pobre, haga lo que haga, está siempre entre dos ráfagas.
VII
El almendro en invierno: ¿quién dirá si esa madera
será pronto vestida de fuegos en lo oscuro
o de flores al alba una vez más?
Así el hombre al que sólo nutre la tierra fúnebre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario