Traducción: Esperanza Cobos Castro
La nieve cae
en grandes copos, el viento sopla, el frío hace estragos. Regreso a casa
deprisa, preparo el fuego, la lámpara. Espero a mi amante. Cenaremos juntos en
mi casa; he encargado la cena, he comprado una botella de vino de Borgoña, una
hermosa tarta con frutas en almíbar (¡es tan golosa!). Son las seis, espero. La
nieve cae en grandes copos, el viento sopla, el frío hace estragos; atizo el
fuego, cierro las cortinas, cojo un libro, mi viejo Villon. ¡Qué inefable
delicia! Cenar en casa los dos junto al fuego. Suenan en el reloj de pared las
seis y media; presto atención para comprobar si sus pasos tocan levemente la
escalera. Nada, ningún ruido. Enciendo mi pipa, me arrellano en mi sillón, pienso
en ella. Las siete menos cinco. ¡Ah! ¡al fin! Es ella. Dejo mi pipa, corro
hacia la puerta; los pasos siguen subiendo. Vuelvo a sentarme con el corazón
oprimido; cuento los minutos, me acerco a la ventana; la nieve sigue cayendo en
grandes copos, el viento sigue soplando, el frío sigue haciendo estragos.
Intento leer, no sé lo que leo, solo pienso en ella, la excuso: la habrán
retenido en el almacén, se habrá quedado en casa de su madre. ¡Hace tanto frío!
Tal vez esté esperando un coche, pobre chiquita, ¡cómo voy a besar su naricilla
fría y a sentarme a sus pies! Suenan las siete y media: ya no puedo estarme
quieto, tengo el presentimiento de que no vendrá. ¡Vamos! Tratemos de cenar.
Intento tragar algunos bocados pero mi garganta se cierra. ¡Ah! ¡ahora comprendo!
Mil pequeñas naderías se yerguen ante mí; la duda, la implacable duda me
tortura. Hace frío, pero ¿qué importan el frío, el viento, la nieve, cuando se
ama? Sí, pero ella no me ama.
¡Oh! seré
firme, la reprenderé enérgicamente; además, hay que acabar con esto, se está
riendo de mí desde hace mucho tiempo; ¡qué demonios, ya no tengo dieciocho
años! No es mi primera amante; ¡después de ella vendrá otra! ¿Se enfadará? ¡qué
desgracia! ¡las mujeres no son un artículo escaso en París! Sí, es fácil decirlo,
pero otra no sería mi pequeña Sylvie; ¡otra no sería este pequeño monstruo que
me tiene locamente embobado! Camino a grandes zancadas, furiosamente, y
mientras me pongo rabioso, el reloj tintinea alegremente y parece burlarse de
mis angustias. Son las diez. Acostémonos. Me tiendo en la cama y dudo a la hora
de apagar la luz; ¡bah! ¡da igual! apago. Furibundas iras me oprimen la
garganta, me asfixio. ¡Ah! sí, todo ha terminado entre nosotros, bien
terminado. ¡Ah! Dios mío, alguien sube; es ella, son sus pasos; me bajo de la
cama, enciendo, abro.
-¡Eres tú!
¿De dónde vienes? ¿Por qué llegas tan tarde?
-Mi madre me
ha entretenido.
-¡Tu madre!…
hace tres días me dijiste que ya no ibas a su casa. ¿Sabes? Estoy muy enfadado;
si no estás dispuesta a venir con más exactitud, pues…
-Pues… ¿qué?
-Pues nos
enfadaremos.
-De acuerdo,
enfadémonos ahora mismo; estoy cansada de que me riñas siempre. Si no estás
contento me voy…
Tres veces
cobarde, tres veces imbécil, ¡la retuve!
FIN
1874
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