I
Procura
desmentir los elogios que a un retrato de la poetisa inscribió la verdad, que
llama pasión
Este,
que ves, engaño colorido,
que
del arte ostentando los primores,
con
falsos silogismos de colores
es
cauteloso engaño del sentido;
éste,
en quien la lisonja ha pretendido
excusar
de los años los horrores,
y
venciendo del tiempo los rigores
triunfar
de la vejez y del olvido,
es
un vano artificio del cuidado,
es
una flor al viento delicada,
es
un resguardo inútil para el hado:
es
una necia diligencia errada,
es
un afán caduco y, bien mirado,
es
cadáver, es polvo, es sombra, es nada,
II
Quéjase de
la suerte: insinúa su aversión a los vicios y justifica su divertimiento a las
Musas
En
perseguirme, Mundo, ¿qué interesas?
¿En
qué te ofendo-, cuando- sólo intento
poner
bellezas en mi entendimiento
y
no mi entendimiento en las bellezas?
Yo
no estimo tesoros ni riquezas;
y
así, siempre me causa más contento
poner
riquezas en mi entendimiento
que
no mi entendimiento en las riquezas.
Y
no estimo hermosura que, vencida,
es
despojo civil de las edades,
ni
riqueza me agrada fementida,
teniendo
por mejor, en mis verdades,
consumir
vanidades de la vida
que
consumir la vida en vanidades.
III
Resuelve la
cuestión de cuál sea pesar más molesto en encontradas correspondencias: amar o
aborrecer
Que
no me quiera Fabio, al verse amado,
es
dolor sin igual en mí sentido;
mas
que me quiera Silvio, aborrecido,
es
menor mal, mas no menos enfado.
¿Qué
sufrimiento no estará cansado
si
siempre le resuenan al oído
tras
la vana arrogancia de un querido
el
cansado gemir de un desdeñado?
Si
de Silvio me cansa el rendimiento,
a
Fabio canso con estar rendida;
si
de éste busco el agradecimiento,
a
mí me busca el otro agradecida;
por
activa y pasiva es mi tormento,
pues
padezco en querer y en ser querida.
IV
Continúa el
mismo asunto y aún lo expresa con más viva elegancia
Feliciano
me adora y le aborrezco;
Lisardo
me aborrece y yo le adoro;
por
quien no me apetece ingrato, lloro,
y
al que me llora tierno, no apetezco,
A
quien más me desdora, el alma ofrezco;
a
quien me ofrece víctimas, desdoro;
desprecio
al que enriquece mi decoro,
y
al que le hace desprecios, enriquezco.
Si
con mi ofensa al uno reconvengo,
me
reconviene el otro a mí, ofendido;
y
a padecer de todos modos vengo,
pues
ambos atormentan mi sentido;
aqueste,
con pedir lo que no tengo;
y
aquél, con no tener lo que le pido.
V
Prosigue el
mismo asunto y determina que prevalezca la razón contra el gusto
Al
que ingrato me deja, busco amante;
al
que amante me sigue, dejo ingrata;
constante
adoro a quien mi amor maltrata;
maltrato
a quien mi amor busca constante.
Al
que trato de amor, hallo diamante,
y
soy diamante al que de amor me trata;
triunfante
quiero ver al que me mata,
y
mato al que me quiere ver triunfante.
Si
a éste pago, padece mi deseo;
su
ruego a aquél, mi pundonor enojo:
de
entrambos modos infeliz me veo.
Pero
yo, por mejor partido, escojo
de
quien no quiero, ser violento empleo,
que,
de quien no me quiere, vil despojo.
VI
Enseña cómo
un solo empleo en amar es razón y conveniencia
Fabio:
en el ser de todos adoradas,
son
todas las beldades ambiciosas;
porque
tienen las aras por ociosas
si
no las ven de víctimas colmadas.
Y
así, si de uno solo son amadas,
viven
de la Fortuna querellosas,
porque
piensan que más que ser hermosas
constituye
deidad el ser rogadas.
Mas
yo soy en aquesto tan medida,
que
en viendo a muchos, mí atención zozobra,
y
sólo quiero ser correspondida
de
aquél que de mi amor réditos cobra;
porque
es la sal del gusto el ser querida;
que
daña lo que falta y lo que sobra.
VII
Escoge antes
el morir que exponerse a los ultrajes de la vejez
Miró
Celia una rosa que en el prado
ostentaba
feliz la pompa vana,
y
con afeites de carmín y grana
bañaba
alegre el rostro delicado;
y
dijo: —Goza, sin temor del Hado,
el
curso breve de tu edad lozana,
pues
no podrá la muerte de mañana
quitarte
lo que hubieres hoy gozado;
y
aunque llega la muerte presurosa
y
tu fragante vida que se te aleja,
no
sientas el morir tan bella y moza:
mira
que la experiencia te aconseja
que
es fortuna morirte siendo hermosa
y
no ver el ultraje de ser vieja.
VIII
Engrandece
el hecho de Lucrecia
¡Oh,
famosa Lucrecia, gentil dama
de
cuyo ensangrentado noble pecho
salió
la sangre que extinguió, a despecho
del
Rey injusto, la lasciva llama!
¡Oh,
con cuánta razón el mundo aclama
tu
virtud, pues por premio de tal hecho
aun
es para tus sienes cerco estrecho
la
amplísima corona de tu Fama!
Pero
si el modo de tu fin violento
puedes
borrar del tiempo y sus anales,
quita
la punta del puñal sangriento
con
que pusiste fin a tantos males;
que
es mengua de tu honrado sentimiento
decir
que te ayudaste de puñales.
IX
Nueva
alabanza del hecho mismo
Intenta
de Tarquino el artificio
a
tu pecho, Lucrecia, dar batalla;
ya
amante llora, ya modesto calla,
ya
ofrece toda el alma en sacrificio.
Y
cuando piensa ya que más propicio
tu
pecho a tanto imperio se avasalla,
el
premio, como Sísifo, que halla,
es
empezar de nuevo el ejercicio.
Arde
furioso, y la amorosa tema
crece
en la resistencia de tu honra
con
tanta privación más obstinada.
¡Oh,
providencia de Deidad suprema!
¡Tu
honestidad motiva tu deshonra,
y
tu deshonra te eterniza honrada!
X
Refiere con
ajuste, y envidia sin él, la tragedia de Píramo y Tisbe
De
un funesto moral la negra sombra,
de
horrores mil y confusiones llena,
en
cuyo hueco tronco aún hoy resuena
el
eco que doliente a Tisbe nombra,
cubrió
la verde matizada alfombra
en
que Píramo amante abrió la vena
del
corazón, y Tisbe de su pena
dio
la señal que aún hoy al mundo asombra.
Mas
viendo del Amor tanto despecho
la
Muerte, entonces de ellos lastimada,
sus
dos pechos juntó con lazo estrecho.
¡Mas
ay de la infeliz y desdichada
que
a su Píramo dar no puede el pecho
ni
aun por los duros filos de una espada!
XI
Efectos muy
penosos de amor, y que no por grandes se igualan con las prendas de quien lo
causa
¿Vesme,
Alcino, que atada a la cadena
de
Amor, paso en sus hierros aherrojada
mísera
esclavitud, desesperada
de
libertad, y de consuelo ajena?
¿Ves
de dolor y angustia el alma llena,
de
tan fieros tormentos lastimada,
y
entre las vivas llamas abrasada
juzgarse
por indigna de su pena?
¿Vesme
seguir sin alma un desatino
que
yo misma condeno por extraño?
¿Vesme
derramar sangre en el camino,
siguiendo
los vestigios de un engaño?
¿Muy
admirado estás? ¿Pues ves, Alcino?
Más
merece la causa de mi daño.
XII
Sólo con
aguda ingeniosidad esfuerza el dictamen de que sea la ausencia mayor mal que
los celos
El
ausente, el celoso se provoca,
aquél
con sentimiento, éste con ira;
presume
éste la ofensa que no mira,
y
siente aquél la realidad que toca.
Este
templa, tal vez, su furia loca,
cuando
el discurso en su favor delira;
y
sin intermisión aquél suspira,
pues
nada a su dolor la fuerza apoca.
Este
aflige dudoso su paciencia,
y
aquél padece ciertos sus desvelos;
éste
al dolor opone resistencia,
aquél,
sin ella, sufre desconsuelos;
y
si es pena de daño, al fin, la ausencia,
luego
es mayor tormento que los celos.
XIII
Convaleciente
de una enfermedad grave, discretea con la Señora Virreina, Marquesa de Mancera,
atribuyendo a su mucho amor aun su mejoría en morir
En
la vida que siempre tuya fue,
Laura
divina, y siempre lo será,
la
Parca fiera, que en seguirme da,
quiso
asentar por triunfo el mortal pie.
Yo
de su atrevimiento me admiré:
que
si debajo de su imperio está,
tener
poder no puede en ella ya,
pues
del suyo contigo me libré.
Para
cortar el hilo que no hiló,
la
tijera mortal abierta vi.
¡Ay,
Parca fiera!, dije entonces yo;
mira
que sola Laura manda aquí.
Ella,
corrida, al punto se apartó,
y
dejóme morir sólo por ti.
XIV
Sospecha
crueldad disimulada, el alivio que la esperanza da
Diuturna
enfermedad de la Esperanza,
que
así entretienes mis cansados años
y
en el fiel de los bienes y los daños
tienes
en equilibrio la balanza;
que
siempre suspendida, en la tardanza
de
inclinarse, no dejan tus engaños
que
lleguen a excederse en los tamaños
la
desesperación o confianza:
¿quién
te ha quitado el nombre de homicida?
Pues
lo eres más severa, si se advierte
que
suspendes el alma entretenida;
y
entre la infausta o la felice suerte,
no
lo haces tú por conservar la vida
sino
por dar más dilatada muerte.
XV
Alaba, con
especial acierto, el de un músico primoroso
Dulce
deidad del viento armoniosa,
suspensión
del sentido deseada,
donde
gustosamente aprisionada
se
mira la atención más bulliciosa:
perdona
a mi zampoña licenciosa,
si,
al escuchar tu lira delicada,
canta
con ruda voz desentonada
prodigios
de la tuya milagrosa.
Pause
su lira el tracio: que, aunque calma
puso
a las negras sombras del olvido,
cederte
debe más gloriosa palma;
pues
más que a ciencia el arte ha reducido,
haciendo
suspensión de toda un alma
el
que sólo era objeto de un sentido.
XVI
Aunque en vano, quiere
reducir a método racional el pesar de un celoso
¿Qué
es esto, Alcino? ¿Cómo tu cordura
se
deja así vencer de un mal celoso,
haciendo
con extremos de furioso
demostraciones
más que de locura?
¿En
qué te ofendió Celia, si se apura?
¿O
por qué al Amor culpas de engañoso,
si
no aseguró nunca poderoso
la
eterna posesión de su hermosura?
La
posesión de cosas temporales,
temporal
es, Alcino, y es abuso
el
querer conservarlas siempre iguales.
Con
que tu error o tu ignorancia acuso,
pues
Fortuna y Amor, de cosas tales
la
propiedad no han dado, sino el uso.
XVII
Un celoso
refiere el común pesar que todos padecen, y advierte a la causa el fin que
puede tener la lucha de afectos encontrados
Yo
no dudo, Lisarda, que te quiero,
aunque
sé que me tienes agraviado;
mas
estoy tan amante y tan airado,
que
afectos que distingo no prefiero.
De
ver que odio y amor te tengo, infiero
que
ninguno estar puede en sumo grado,
pues
no le puede el odio haber ganado
sin
haberle perdido amor primero.
Y
si piensas que el alma que te quiso
ha
de estar siempre a tu afición ligada,
de
tu satisfacción vana te aviso:
pues
si el amor al odio ha dado entrada,
el
que bajó de sumo a ser remiso,
de
lo remiso pasará a ser nada.
XVIII, XIX y XX
En la muerte
de la excelentísima Señora Marquesa de Mancera
De
la beldad de Laura enamorados
los
Cielos la robaron a su altura,
porque
no era decente a su luz pura
ilustrar
estos valles desdichados;
o
porque los mortales, engañados
de
su cuerpo en la hermosa arquitectura,
admirados
de ver tanta hermosura
no
se juzgasen bienaventurados.
Nació
donde el Oriente el rojo velo
corre
al nacer al Astro rubicundo,
y
murió donde, con ardiente anhelo,
da
sepulcro a su luz el mar profundo;
que
fue preciso a su divino vuelo
que
diese, como el Sol, la vuelta al mundo.
Bello
compuesto en Laura dividido,
alma
inmortal, espíritu glorioso,
¿por
qué dejaste cuerpo tan hermoso
y
para qué tal alma has despedido?
Pero
ya ha penetrado mi sentido
que
sufres el divorcio riguroso,
porque
el día final puedas gozoso
volver
a ser eternamente unido.
Alza
tú, alma dichosa, el presto vuelo
y,
de tu hermosa cárcel desatada,
dejando
vuelto su arrebol en hielo,
sube
a ser de luceros coronada;
que
bien es necesario todo el Cielo
para
que no eches menos tu morada.
Mueran
contigo, Laura, pues moriste,
los
afectos que en vano te desean,
los
ojos a quien privas de que vean
hermosa
luz que un tiempo concediste.
Muera
mi lira infausta en que influiste
ecos,
que lamentables te vocean,
y
hasta estos rasgos mal formados sean
lágrimas
negras de mi pluma triste.
Muévase
a compasión la misma Muerte
que,
precisa, no puedo perdonarte;
y
lamente el Amor su amarga suerte,
pues
si antes, ambicioso de gozarte,
deseó
tener ojos para verte,
ya
le sirvieran sólo de llorarte.
XXI
Encarece de
animosidad la elección de estado durable hasta la muerte
Si
los riesgos del mar considerara,
ninguno
se embarcara; si antes viera
bien
su peligro, nadie se atreviera
ni
al bravo toro osado provocara.
Si
del fogoso bruto ponderara
la
furia desbocada en la carrera
el
jinete prudente, nunca hubiera
quien
con discreta mano lo enfrenara.
Pero
si hubiera alguno tan osado
que,
no obstante el peligro, al mismo Apolo
quisiese
gobernar con atrevida
mano
el rápido carro en luz bañado,
todo
lo hiciera, y no tomara sólo
estado
que ha de ser toda la vida.
XXII
De amor,
puesto antes en sujeto indigno, es enmienda blasonar del arrepentimiento
Cuando
mi error y tu vileza veo,
contemplo,
Silvio, de mi amor errado,
cuán
grave es la malicia del pecado,
cuán
violenta la fuerza de un deseo.
A
mi mesma memoria apenas creo
que
pudiese caber en mi cuidado
la
última línea de lo despreciado,
el
término final de un mal empleo.
Yo
bien quisiera, cuando llego a verte,
viendo
mi infame amor, poder negarlo;
mas
luego la razón justa me advierte
que
sólo se remedia en publicarlo;
porque
del gran delito de quererte,
sólo
es bastante pena, confesarlo.
XXIII
Prosigue en
su pesar; y dice que aún no quisiera aborrecer a tan indigno sujeto, por no
tenerle así aún cerca del corazón
Silvio,
yo te aborrezco y aun condeno
el
que estés de esta suerte en mi sentido;
que
infama al hierro el escorpión herido,
y
a quien lo huella, mancha inmundo el cieno.
Eres
como el mortífero veneno
que
daña a quien lo vierte inadvertido,
y
en fin eres tan malo y fementido
que
aun para aborrecido no eres bueno.
Tu
aspecto vil a mi memoria ofrezco,
aunque
con gusto me lo contradice,
por
darme yo la pena que merezco:
pues
cuando considero lo que hice,
no
sólo a ti, corrida, te aborrezco,
pero
a mí por el tiempo que te quise.
XXIV
No quiere
pasar por olvido lo descuidado
Dices
que yo te olvido, Celio, y mientes
en
decir que me acuerdo de olvidarte,
pues
no hay en mi memoria alguna parte
en
que, aun como olvidado, te presentes.
Mis
pensamientos son tan diferentes
y
en todo tan ajenos de tratarte,
que
ni saben si pueden agraviarte,
ni,
si te olvidan, saben si lo sientes.
Si
tú fueras capaz de ser querido,
fueras
capaz de olvido; y ya era gloria
al
menos, la potencia de haber sido.
Mas
tan lejos estás de esa victoria,
que
aqueste no acordarme no es olvido,
sino
una negación de la memoria.
XXV
Sin perder
los mismos consonantes, contradice con la verdad, aún más ingeniosa, su
hipérbole
Dices
que no te acuerdas, Clori, y mientes
en
decir que te olvidas de olvidarte,
pues
das ya en tu memoria alguna parte
en
que, por olvidado, me presentes.
Si
son tus pensamientos diferentes
de
los de Albiro, dejarás tratarte,
pues
tú misma pretendes agraviarte
con
querer persuadir lo que no sientes.
Niégasme
ser capaz de ser querido,
y
tú misma concedes esa gloria:
con
que en tu contra tu argumento ha sido;
pues
si para alcanzar tanta victoria
te
acuerdas de olvidarte del olvido,
ya
no das negación en tu memoria.
XXVI
En que da
moral censura a una rosa, y en ella a sus semejantes
Rosa
divina que en gentil cultura
eres,
con tu fragante sutileza,
magisterio
purpúreo en la belleza,
enseñanza
nevada a la hermosura.
Amago
de la humana arquitectura,
ejemplo
de la vana gentileza,
en
cuyo ser unió naturaleza
la
cuna alegre y triste sepultura.
¡Cuán
altiva en tu pompa, presumida,
soberbia
el riesgo de morir desdeñas,
y
luego desmayada y encogida
de
tu caduco ser das mustias señas,
con
que con docta muerte y necia vida,
viviendo
engañas y muriendo enseñas!
XXVII
En que
satisface un recelo con la retórica del llanto
Esta
tarde, mi bien, cuando te hablaba,
como
en tu rostro y tus acciones vía
que
con palabras no te persuadía,
que
el corazón me vieses deseaba;
y
Amor, que mis intentos ayudaba
venció
lo que imposible parecía:
pues
entre el llanto que el dolor vertía,
el
corazón deshecho destilaba.
Baste
ya de rigores, mi bien, baste;
no
te atormenten más celos tiranos,
ni
el vil recelo tu quietud contraste
con
sombras necias, con indicios vanos,
pues
ya en líquido humor viste y tocaste
mi
corazón deshecho entre tus manos.
XXVIII
Que consuela
a un celoso, epilogando la serie de los amores
Amor
empieza por desasosiego,
solicitud,
ardores y desvelos;
crece
con riesgos, lances y recelos,
susténtase
de llantos y de ruego.
Doctrinante
tibiezas y despego,
conserva
el ser entre engañosos velos,
hasta
que con agravios o con celos
apaga
con sus lágrimas su fuego.
Su
principio, su medio y fin es éste;
pues,
¿por qué, Alcino, sientes el desvío
de
Celia, que otro tiempo bien te quiso?
¿Qué
razón hay de que dolor te cueste,
pues
no te engañó Amor, Alcino mío,
sino
que llegó el término preciso?
XXIX
A la muerte
del Señor Rey Felipe IV
¡Oh,
cuán frágil se muestra el ser humano
en
los últimos términos fatales,
donde
sirven aromas orientales
de
culto inútil, de resguardo vano!
Sólo
a ti respetó el poder tirano,
¡oh,
gran Filipo!, pues con las señales
que
ha mostrado que todos son mortales,
te
ha acreditado a ti de Soberano.
Conoces
ser de tierra fabricado
este
cuerpo, y que está con mortal guerra
el
bien del, alma en él aprisionado;
y
así, subiendo al bien que el Cielo encierra,
que
en la tierra no cabes has probado,
pues
aun tu cuerpo dejas porque es tierra.
XXX
De una
reflexión cuerda con que mitiga el dolor de una pasión
Con
el dolor de la mortal herida,
de
un agravio de amor me lamentaba;
y
por ver si la muerte se llegaba,
procuraba
que fuese más crecida.
Toda
en el mal el alma divertida,
pena
por pena su dolor sumaba,
y
en cada circunstancia ponderaba
que
sobraban mil muertes a una vida.
Y
cuando, al golpe de uno y otro tiro,
rendido
el corazón daba penoso
señas
de dar el último suspiro,
no
sé con qué destino prodigioso
volví
en mi acuerdo y dije: —¿Qué me admiro?
¿Quién
en amor ha sido más dichoso?
XXXI
Que contiene
una fantasía contenta con amor decente
Detente
sombra de mi bien esquivo,
imagen
del hechizo que más quiero,
bella
ilusión por quien alegre muero,
dulce
ficción por quien penosa vivo.
Si
al imán de tus gracias atractivo,
sirve
mi pecho de obediente acero,
¿para
qué me enamoras lisonjero
si
has de burlarme luego fugitivo?
Mas
blasonar no puedes, satisfecho,
de
que triunfa de mí tu tiranía:
que
aunque dejas burlado el lazo estrecho
que
tu forma fantástica ceñía,
poco
importa burlar brazos y pecho
si
te labra prisión mi fantasía.
XXXII
Que da medio
para amar sin mucha pena
Yo
no puedo tenerte ni dejarte,
ni
sé por qué, al dejarte o al tenerte,
se
encuentra un no sé qué para quererte
y
muchos sí sé qué para olvidarte.
Pues
ni quieres dejarme ni enmendarte,
yo
templaré mi corazón de suerte
que
la mitad se incline a aborrecerte
aunque
la otra mitad se incline a amarte.
Si
ello es fuerza queremos, haya modo,
que
es morir el estar siempre riñendo:
no
se hable más en celo y en sospecha,
y
quien da la mitad, no quiera el todo;
y
cuando me la estás allá haciendo,
sabe
que estoy haciendo la desecha.
XXXIII
Que explica
la más sublime calidad de amor
Yo
adoro a Lysi, pero no pretendo
que
Lysi corresponda mi fineza;
pues
si juzgo posible su belleza,
a
su decoro y mi aprehensión ofendo.
No
emprender, solamente, es lo que emprendo;
pues
sé que a merecer tanta grandeza
ningún
mérito basta, y es simpleza
obrar
contra lo mismo que yo entiendo.
Como
cosa concibo tan sagrada
su
beldad, que no quiere mi osadía
a
la esperanza dar ni aun leve entrada:
pues
cediendo a la suya mi alegría,
por
no llegarla a ver mal empleada,
aun
pienso que sintiera verla mía.
XXXIV
Al Señor San
José, escrito según el asunto de un certamen que pedia las metáforas que
contiene
Nace
de la escarchada fresca rosa
dulce
abeja, y apenas aparece,
cuando
a su regio natalicio ofrece
tutela
verde, palma victoriosa.
Así
Rosa, María, más hermosa,
concibe
a Dios, y el vientre apenas crece,
cuando
es, de la sospecha que padece,
el
Espíritu Santo Palma umbrosa.
Pero
cuando el tirano, por prenderlo,
tanta
inocente turba herir pretende,
sólo
Vos, ¡oh, José!, vais a esconderlo:
para
que en Vos admire, quien lo entiende,
que
Vos bastáis del mundo a defenderlo,
y
que de Vos, Dios sólo le defiende.
XXXV
Inscripto en
el retrato pintado en para la Contaduría del Convento de San Jerónimo
Verde
embeleso de la vida humana,
loca
esperanza, frenesí dorado,
sueño
de los despiertos intrincado,
como
de sueños, de tesoros vana;
alma
del mundo, senectud lozana,
decrépito
verdor imaginado;
el
hoy de los dichosos esperado
y
de los desdichados el mañana:
sigan
tu sombra en busca de tu día
los
que, con verdes vidrios por antojos,
todo
lo ven pintado a su deseo;
que
yo, más cuerda en la fortuna mía,
tengo
en entrambas manos ambos ojos
y
solamente lo que toco veo.
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