Luisa Helena Calcaño Gil - Venezolana, Escritora. Junto al poeta Armando Rojas Guardia y Gilberto Aranguren Peraza. Recital en Los Galpones, 2018. |
LA SOLEDAD DE SER EN SU VERDAD
Por Luisa Helena
Calcaño Gil*
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La maldición
de tener que morir debe ser transformada en bendición: que uno pueda morir
cuando vivir es insoportable
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Elías
Canetti
La
provincia del hombre
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I
Las
líneas de este ensayo se fueron construyendo a lo largo de unos tres meses,
durante los cuales el autor se convirtió en una pensadora arendtiana,
transportada a los días en que la filósofa alemana Hannah Arendt se vio
enfrentada al dilema de ser fiel a una identidad colectiva representada por el
mundo judío, a la cual pertenecían ella y sus amigos; o por el contrario, ser
fiel a su identidad intelectual, consagrada a encontrar la verdad al precio que
fuera.
Las
primeras líneas surgieron de la observación de la película: Hannah Arendt de
la realizadora alemana Margarethe Von Trota, la cual atrapa al personaje
desde las primeras escenas de la cinta, que transcurre con un tempo suave, pero
de sostenido vigor. Notas escritas bajo las emociones transmitidas por la
imagen de una mujer madura relativamente hermosa, seducida por su cigarro.
Arendt tras las reflexiones de una noche de insomnio decide observar en forma
presencial el proceso judicial del oficial nazi de la SS Adolf Eichmann
y escribir artículos sobre el proceso para el periódico New Yorker. El
juicio fue celebrado en Jerusalén en 1961.
Asume
esta decisión guiada por sus inquietudes intelectuales, lo cual implicará
volver en su memoria a los tiempos oscuros de su vida. En la noche de la
despedida con sus íntimos amigos comenta en forma irónica entre risas: “¡Nunca
he conocido a un nazi! Salí de Alemania en 1933, por poco tiempo
estuve en los campos de concentración de Francia. Partí para los Estados Unidos
en 1942. Durante muchos años viví en este país como un apátrida, con una visa
sin pasaporte ni ciudadanía”.
También
manifiesta esa noche que no estaba de acuerdo con el juicio-espectáculo
organizado por el Estado de Israel. Comparte el sentimiento del pueblo
hebreo de la necesidad de justicia hacia unos crímenes, que superaron con
creces los tradicionales y abominables crímenes de guerra. Nunca se identificó
con el sionismo militante. Uno de los momentos clave de la película se sucede
al final de la misma cuando ella a su regreso a New York dicta una clase
magistral en la universidad en torno al proceso y sus planteamientos
filosóficos en torno a la banalidad del mal derivado de la observación
de la personalidad del delincuente en el juicio.
Una
vez seducida por la personalidad de Arendt, dejo a un lado la película
para quedar atrapada por la lectura estudiosa del libro Eichmann en
Jerusalén, centrado en las actas del proceso y escrito en el verano de
1962.
Los artículos para el periódico New Yorker y el libro sobre el
proceso de Eichmann fueron esperados con gran interés por la opinión pública,
que reaccionó muy desfavorablemente frente a las ideas de Arendt en torno a la banalidad
del mal, una controversia que se ha mantenido por más de cincuenta años.
II
El proceso fue promovido por el Estado de Israel actuando en
representación de las víctimas: el pueblo judío. Los miembros del
tribunal consideraron que no tenían derecho alguno a sobrepasar los límites
planteados en la Ley de (Castigos) de Nazis y Colaboradores Nazis de
1950, donde el genocidio no estaba tipificado. Eichmann fue acusado por
sus delitos contra el pueblo judío y su papel en la ejecución de la Solución
Final del Problema Judío acordado en la Conferencia de Wansee
celebrada el 20 de enero de 1942. Eichmann asistió a esta conferencia, y con
ello se fortaleció su carrera como funcionario del régimen.
La Solución Final del Problema Judío fue la organización de una
maquinaria de destrucción compleja, un laberinto institucional, donde el
objetivo era matar tantos judíos como fuera posible. La función evacuar y
transportar judíos era una rutina para el acusado.
En el proceso de Jerusalén el pueblo judío ocupó el lugar central. El
acusado fue enjuiciado por la naturaleza de su trabajo, la cual era la
detención y deportación de los judíos de toda Europa.
A lo largo de la redacción de este ensayo he adquirido una profunda
conciencia en torno a un pueblo cuya sangre clamó justicia al cielo, pero sus
voces no pudieron hacerse oír. Se estima que seis mil judíos, ochocientos
cincuenta gitanos y doscientos cincuenta homosexuales murieron antes de que
fuera su hora. Este sufrimiento es una gran deuda de la humanidad nunca saldada
hacia estas poblaciones consideradas por un Estado genéticamente
inferiores. Entender la situación en la distancia de los hechos se hace
bastante difícil. Para comprender la situación del pueblo judío de esos años
hemos considerado relevante la nota de 1943 inserta en el diario del escritor
judío Elías Canetti (La Provincia del hombre, p. 90):
“Los padecimientos de los judíos ha sido una institución, pero
ésta se ha sobrevivido a sí misma. Los hombres ya no quieren oír hablar de
ella. Con pasmo se enteran de que fue posible exterminar a los judíos; los
hombres. sin quizás advertirlos ellos mismos, desprecian ahora a los judíos por
otra razón. El gas se usó en esta guerra solo contra los judíos, y ellos no
pudieron hacer nada. Contra ellos no pudo hacer nada el dinero que antes les
daba fuerza. Los degradaron hasta convertirlos en esclavos, luego en ganado,
luego en sabandijas. Esta degradación se consiguió totalmente; a los otros que
oyeron hablar de esta degradación, les va hacer más. difícil borrar sus huellas
que a los judíos mismos. Todo acto de poder es un arma de doble filo, toda
humillación aumenta el placer del que se envanece infligiéndola y se contagia a
los que también quisieron envanecerse. La aniquilación histórica de la relación
de los no judíos con los judíos ha cambiado básicamente. No se les detesta
menos, pero ya no se les teme. Por esto los judíos no pueden cometer un error
más grave que continuar con las lamentaciones en las que fueron maestros y para
las que ahora tienen más motivo que nunca”.
III
Para Arendt el tribunal tuvo una grave falla en cuanto al conocimiento
del delincuente al cual iban a castigar. A lo largo del libro en forma
reiterada menciona el fracaso del Tribunal de Jesuralén y en especial, la
conspicua impotencia que los juzgadores demostraron cuando se enfrentaron con
la más ineludible de sus tareas, con la tarea de llegar a conocer al
delincuente al que debían juzgar.
Los interrogatorios del juicio. mostraron al mundo que hubo
muchos hombres como Eichmann, y que esos hombres no fueron pervertidos ni
sádicos, sino que fueron, y siguen siendo, terrible y terriblemente normales…
El mayor mal en el mundo es cometido por seres insignificantes, sin motivo, sin
convicciones, sin corazones malvados, sin convicciones demoniacas, seres que se
rehúsan a ser personas. Esa es la banalidad del mal. Este tipo de
delincuentes cometen sus delitos en circunstancias que casi le impiden saber o
intuir que realizan actos de maldad. Todos estos delincuentes estuvieron
atrapados por los fines políticos de un régimen que tenía entre sus metas
eliminar a la humanidad de un género subhumano, la raza judía.
Eichmann actuó sin tener conciencia del mal, de su maldad hacia el género
humano.
A lo largo de los interrogatorios Eichmann repitió en muchas
oportunidades: Nunca tuve nada contra los judíos… Yo no maté nunca a
un judío, ni a nadie… La acusación de asesino es injusta… Las muertes por gas
eran asuntos médicos, que eran ordenados por médicos… Solo realicé lo necesario
para cumplir con mi tarea… Acepté la nueva escala de valores del gobierno nazi.
A lo largo de los interrogatorios nunca se consideró culpable de los
hechos; y en forma paradójica repitió que no era anti-semita, tenía amigos
judíos.
A lo largo del juicio el acusado mostró un gran orgullo por su destreza
en los asuntos migratorios. Un hombre dentro del laberinto de la ordenación
burocrática. Ideal para el manejo de palabras clave de un sistema. Vio
justamente lo necesario para estar perfectamente enterado del modo en que la
maquinaria de destrucción de una parte del género humano funcionara. No los
mataba, sólo se limitaba a transportar seres humanos. Decidía el destino final
de cada expedición.
Los hechos eran contrarios a su conciencia, pero nunca hizo nada para
evitarlo Pura y simple irreflexión, que lo condujo a ser el mayor
criminal de su tiempo. Repitió a lo largo de juicio una frase: Siempre
cumplí órdenes. Los observadores se hicieron constantemente una pregunta: ¿Tenía
conciencia el acusado? ¿Era posible otra alternativa? ¿Nunca vivió una crisis
de conciencia? Eichmann solo fue una pieza dentro de un engranaje organizado
por el régimen para el cual trabajaba con gran sentido de responsabilidad. Para
él la ley era la ley, y no cabía excepciones. La ausencia de un
estado de conciencia ante la cotidianidad de su trabajo permitió que hiciera
todo lo posible para que la Solución Final fuera el fin del problema
judío. La orden de Hitler recibió el tratamiento de ley. Nunca estuvo
atormentado por los problemas de conciencia. Solo era una pieza en la trama
burocrática. A lo largo de los interrogatorios afirmo con gran tranquilidad y
sinceridad: Ayudé a las víctimas a llegar a su destino.
Para Arendt el asesino diabólico que el mundo judío quería ver tenía
la responsabilidad moral de quién entregó las victimas… Su delito fue enviar
seres humanos a su destino, estando consciente de sus actos. A lo largo del
proceso se estableció que, Eichmann carecía de autoridad para decir
quienes sobrevivirían y quienes debía morir. El acusado se comportó en armonía
con las normas generales del Estado para el cual trabajaba. Para el momento en
que ocurren estos hechos no habían normas de orden internacional que lo
evitaran.
Una sociedad dominada por la muerte, donde una parte del género humano
espera la muerte organizada sin dolor a través de la cámara de gas. Todo ante
la indiferencia del mundo, el cual tuvo una voluntaria complicidad. Para evitar
el genocidio contra el pueblo judío se necesitaba la participación
internacional, lamentablemente privaron los intereses políticos de los Estados
por encima de las necesidades de justicia.
Todo lo sucedido en Alemania en el periodo de gobierno de Hitler nos
muestra como en los regímenes totalitarios, la ideología reemplaza las ideas y
la fidelidad a esa ideología termina por enajenar totalmente el pensar. Sin
el totalitarismo nunca hubiéramos conocido la verdadera naturaleza radical del
mal (Arendt).
IV
El pensamiento filosófico de Arendt se apoya en las ideas de Martín
Heidegger, su amado profesor, donde sin verdad no hay realidad y sin
realidad no somos. Un concepto clave de este pensamiento filosófico es la fidelidad,
que implica ser fiel a lo que uno piensa, fiel a lo que uno cree y fiel a lo
que uno ama. Arendt fue fiel en los tres sentidos.
Eichmann en cambio, no podía ser, porque no podía pensar y
no pensar es no estar consigo mismo en ese yo al frente mesocrático que lleva a
juzgar y luego a actuar. (Fernando Mires).
Arendt sufrió profundamente por la pérdida de sus amigos, los
cuales eran más fieles a la razón del Estado de Israel, que a la razón de uno
mismo. Von Trotta plantea en la película un aspecto de la vida de Arendt donde
escoge la soledad de ser en su verdad frente a la compañía de no –ser– en
sí.
Para Arendt el absoluto extremo del mal no viene de un
pensamiento malvado sino de la incapacidad de pensar. Y pensar es diferenciar
entre lo bello y lo feo, entre lo justo y lo injusto, entre lo bueno y lo malo.
La banalidad de negarse a pensar es negarse a ser, y negarse a ser es negar la
verdad de ser. Y la absoluta negación de la verdad del ser es la muerte.
Eichmann llevaba la muerte en su propia alma. Estaba muerto antes de ser
ahorcado.
La maldad radical y extrema no es la de individuos anormales o monstruos
sino esta anidada como posibilidad en la propia condición humana, en aquel
momento que se desee olvidar la condición de pensar para ser.
Uno de
los aspectos controversiales de los artículos publicados por Arendt fueron
las referencias al papel equivoco jugado en el genocidio por los consejeros
judíos, y muy especialmente con Eichmann en los procesos migratorios. La
administración judía realizaba las listas de los judíos deportados dando
detalles de nombre y apellido, sexo, profesión y país de origen. Otra crítica
fue la elaboración de listas de judíos prominentes y la no
deportación a aquellos judíos que tenían relación con el exterior. Casos
especiales solicitaban tratamiento preferencial. Los judíos que se escondían
eran cazados por una fuerza especial de la policía judía. Estos hechos
iniciaron el proceso de declinación de la respetabilidad de de la sociedad
judía. Arendt afirma que las autoridades no se dieron cuenta del
grado de complicidad con el régimen al aceptar la muerte de aquellos que no
eran casos especiales. Se presentaron situaciones en que los magnates
industriales fijaban el precio de los judíos que iban a ser rescatados. Inicialmente fueron corruptelas, para luego
convertirse en políticas de Estado, como lo fue la negociación de un millón de
judíos por diez mil camiones de mercancía.
Estas acciones se tradujeron en un reconocimiento de la legalidad
de los actos del régimen contra la raza judía. Todos estos hechos están
narrados en detalle en las actas del proceso.
La sórdida realidad fue que el pueblo judío caminó pasivamente hacia su
tumba. Arendt se pregunta: ¿Esto fue una consecuencia del
fracaso frente al enemigo?
El régimen generó un lenguaje y unos procedimientos cónsonos con sus
acciones. El pecado no era matar, sino producir dolor. Un dolor innecesario,
para ello estaban las funciones caritativas del Estado. Un aspecto
difícil de comprender es que todos los actos de matar estuvieron a cargo de
judíos.
VI
Arendt llegó
a Jerusalén con la duda de que el proceso fuera un show destinado
a sustituir la verdad de los hechos por la verdad de las opiniones de acuerdo a
las decisiones de un gobierno, el cual pretendía exhibir los sufrimientos
del pueblo judío. Uno de los objetivos políticos era sentar en el banquillo del
acusado al antisemitismo. Pero, en ese banquillo, solo se encontró un hombre de
carne y hueso. Que nunca perdió la serenidad, y que solo manifestó no tener
buena memoria. Y la única tarea del tribunal era dictar una sentencia de
acuerdo a una Ley que permitía. la condena a muerte.
El
interés por la justicia no fue el móvil del juicio. La celebración de un
juicio justo y legal quedó a un lado. La acusación y la decisión se basaron
en delitos contra el pueblo judío. El Estado de Israel fue
establecido como el Estado de los judíos, y por ello, tenía jurisdicción sobre
cualquier delito cometido contra los judíos. Para entender este proceso hay que
aceptar que el juicio estuvo centrado en la condena a un individuo, y no
la historia representada por ese individuo.
Para Arendt
el fracaso del Tribunal de Jerusalén se debió al no abordar tres hechos
fundamentales: en primer lugar, el problema de la parcialidad propia de un
tribunal formado por vencedores; en segundo lugar, el de una justa definición
de delito contra la humanidad. Y en tercer lugar, el de establecer claramente
el perfil del delincuente y el tipo de delito. El tribunal no admitió testigos
del acusado, y la acusación no mostró interés en solicitarlos.
Formalmente
Eichmann no fue juzgado por un delito de lesa humanidad, ya que para
ello se ameritaba un tribunal internacional. La monstruosidad de los hechos
quedó minimizado ante un tribunal que solo representaba a un Estado Por razones
de orden político se decidió no correr riesgo de acudir a una instancia de esta
naturaleza. En este sentido se debe destacar que el Tribunal Permanente de
Las Naciones Unidas en lo Penal había rechazado en dos oportunidades
la propuesta de un tribunal permanente para juzgar este tipo de delito. A lo
largo del proceso y en la sentencia no se mencionó que era un delito que ponía
en peligro y lesionaba gravemente el orden internacional y el género humano.
Los crímenes juzgados fueron un plan encaminado a eliminar por entero a una
parte de la población nativa judía.
El
juicio de Jerusalén le permitió a Arendt conocer a uno de los
miles de nazis que hicieron posible la Solución Final del Problema Judío. Un
rostro vacío de todo sentimiento de culpa, orgulloso de su destreza para
ejecutar las órdenes impartidas por el régimen para el cual trabaja con el
objeto de ascender en su carrera burocrática. Su único y fundamental interés.
Eichmann
era culpable, su castigo era necesario. Creí y sigo creyendo que el proceso
debía celebrarse con la finalidad de administrar justicia y nada más… (Arendt)
Para
finalizar considero procedente reflexionar en torno a la nota escrita por Elías
Canetti en su diario en el año 1945, recién finalizada la II
Guerra Mundial:
Con
culpa empezó la guerra. Con culpa ha terminado. Sólo que ahora la culpa es mil
veces más grande.
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