Esta entrevista fue publicada en el número 415 – 416 de la Revista
Quimera.
Me encuentro
con Cristina Fallarás en un local de Chamberí, a la hora de la siesta. Nos
conocemos de antes, de Barcelona, de tiempos mejores. Los dos un poco
exiliados. Hablamos de su última novela Honrarás a tu padre y a tu madre (Anagrama,
2018). Me ha recordado a dos estupendos libros suyos anteriores: Últimos días
en Puesto del Este y Las niñas perdidas. Cristina es directa y sincera. No
se podía tener un entrevistado mejor enfrente. Esto fue lo que nos contó
C.F: Hola, Fernando Clemot, ¿te ha gustado el libro?
Me ha
gustado mucho.
Define mucho.
Creo que es
un libro que te define muy bien, los temas que te interesan, lo que te mueve…
Enfrentarme
a ti hace que me sienta en pelotas. Nos conocemos y nunca me había desnudado en
un libro ante alguien a quien conozco.
¿Tú crees que es eso la novela?
No, la
novela es desnudarse delante de gente que no me conoce pero es la primera vez
que hablo sobre él o tengo una entrevista con alguien que me conoce.
¿Querías contarlo o necesitabas contarlo?
No tenía
dinero… Era una manera de ganar dinero aunque no lo escribí para publicarlo. Yo
pensé que cuando lo escribía iba a sufrir una catarsis. Pero no la sufrí, pensé
qué pena y cuando lo vi publicado pensé me muero, me muero, no pienses y ahí
estaba la catarsis.
La catarsis estaba en el resultado, no en el
proceso.
Sí, estaba
en la idea que podía leerlo la gente y era una parte en la que no había
pensado. Y que lo leyera mi familia.
¿Te daba miedo que lo pudieran interpretar mal?
No, me hizo
sentir responsable. Responsable de la felicidad de otros. Yo se lo había
mandado a mi padre y a mi madre, les dije que si les parecía mal no lo
publicaba pensando que eso podía relajarles. Pero yo no sabía si éramos capaces
de ser felices.
La jefa, el Coronel…
Tengo una
querella por eso. Pero no eran personajes, eran mis abuelos. Y ellos eran así,
como los describo e incluso peor. Yo sólo cuento la memoria de las mujeres de
mi familia, y de mi abuelo Pablo y su frustración por luchar por una España que
no estaba al nivel de su indigenismo. Tengo una amenaza de querella por parte
de la familia de mi madre, claro.
No admitieron tu visión de lo que pasó.
No me
importa. Que se jodan. Ellos ganaron y construyeron su realidad. Yo la hago
desde la visión de los que perdieron. En el fondo también los que perdieron son
los ganadores. La Jefa y el Coronel eran mis abuelos, vivían en una realidad
distinta. Yo vivía en una casa en Zaragoza que sería como vivir en Madrid en un
edificio emblemático, como podría ser Correos, algo así, el Palacio de Linares,
emblemático. Yo crecí ahí, crecí con el Coronel, con la Jefa. Crecí creyendo
que todos éramos cultos, que todo el mundo leía, que todo el mundo escuchaba
música clásica, hasta que luego me di cuenta que eran una panda de incultos.
¿Vivías en una especie de campana de cristal?
El problema
no es que fueran unos asesinos. El problema es que eran incultos. No habían
leído. Para mí era más duro que no hubieran leído nada, que no supieran quien
era Faulkner que esa construcción suya de maté a un rojo y tal…
Gran Oasis Park
Hay algún
escenario de la novela muy significativo. El Gran Oasis Park. ¿Qué representa
ese lugar? Hay un lugar anterior en la historia, en Zaragoza, la Torre, que lo
recuerda mucho.
El Gran
Oasis Park no representa nada. Existe y no sé si podré volver. En los años
setenta, cuando su mundo se derrumbaba, hubo gente rica que montó lo que en
Argentina se llaman los country, urbanizaciones privadas, protegidas.
Allí crecí yo y mi construcción es un lugar exclusivo, las damas de noche… Por la
noche venían a tocar orquestas. Fernando, yo lo echo tanto de menos. Echo tanto
de menos ser rica… No tienes idea. Fui educada para ser rica y he sido
desahuciada. Conocí a gente importante, como Chavela Vargas, conocí la idiotez
del dinero y ahora he conocido la idiotez de la pobreza. Había urbanizaciones
privadas en las que venía a tocar todo el mundo. Por ejemplo: locutor, Luis del
Olmo, viene a tocar Francisco Heredero y Luisita Terol y no tocaba Raphael
porque no les interesaba. Venían guardiaciviles, alcaldes y nos daba lástima
que fueran guardiaciviles o alcaldes, no eran de los nuestros.
Pero cuando
narras tu infancia en la novela se diría que el Gran Oasis Park era un refugio
de verano. Parecería que siempre fue verano en la infancia o la memoria de
ella.
Siempre era
verano. El invierno no importaba. Si te das cuenta la Torre era un ejemplo de
eso. Nosotros cuando llegaba mayo dejábamos el centro de Zaragoza y nos íbamos
a esa finca hasta octubre. Y pensábamos qué pobres los de la ciudad. Era un lugar
lleno de frutales y montones de chicas de servicio. Gran Oasis Park vino a
suplir aquello. Así como la Torre vino a suplir San Sebastián y Zarauz cuando
empezó la amenaza de ETA, entonces se trasladaron allí y yo no voy a las ruinas
reales sino a las ruinas de mi memoria, donde continúa ese pájaro muerto, con
las patas colgando en la casa… Hoy todavía continúa. No es una imagen, es una
realidad.
Lleva allí ese pájaro cuarenta años…
Sí, y es
sorprendente como una pata de pájaro no se desintegra. Lo importante era allí
no mezclarse. Sentir que era mentira el no mezclarse porque yo ya estaba
mezclada de antes, de nacimiento, saber que era más gorda que las demás, saber
que era más bestia que las demás, más masculina que las demás, que era más
culta que las demás. Y no ser rubia, y ese tipo de cosas. ¿Por qué en España no
se ha hablado de los country? Existían. He conocido legiones de
jardineros, asistentes, cocineros, el jardinero te preguntaba, ¿usted prefiere
dama de noche o buganvilla?, y le decían pues yo dama de noche porque la
buganvilla, qué se yo, me marea… Eso en una España en que tierno Galván decía
el que no esté colocado que se coloque, en la que mis compañeros en Bilbao
morían con una jeringa en el brazo…
¿Estabais aislada de todo
eso?
No entonces,
ahora. Yo mando a mi hija todavía a ese lugar y sé que está aislada y sé que en
cuanto pasa la barrera. Mi hija dice yo quiero ir con bañador de chico, y yo le
digo por qué y me dice porque molesta, tiene nueve años. Es brutal. Cuando yo
fui por primera vez al Ampurdán o la Costa da Morte pensé dónde están los
jardineros, ¿por qué no recortan el verde?
¿Te faltaba esa parte?
La parte de
Disneyworld. La primera vez que vi una casa pobre, una tipo la que puedo tener,
digna, en Chamberí, con tres habitaciones pensé, ¿por qué viven así?, ¿por qué
hay cortinas en el baño?, yo pensaba que todo se podía mojar porque luego viene
alguien y lo friega después… Fue brutal.
El contraste.
No sólo el
contraste, era la construcción de los ganadores. Yo hago esto en contraste
contigo. Calafell, que es donde lo sitúo, es donde iba gente rica de Zaragoza,
de Navarra, pero nosotros estábamos en un country cerrado. No éramos
ricos, éramos intocables. Yo era cristiana.
¿Qué tipo de percepción del interior teníais cuando
estabais allí?
Una idea de
lo que era ser desgraciado. Yo entonces era cristiana, lo que quiere decir que
era marxista. Yo siempre he sido un poco intensa. Cuando dejas el cristianismo,
dejas de creer, pasas a ser marxista.
Es una fe.
Es la construcción
de que todos somos iguales. Allí los niños eso lo sublimábamos con el sexo.
Había una construcción sexual de urbanización cerrada. Había guateques en los
que los pocos niños que estábamos bailábamos y bailar era una forma sexual. Era
sólo entre nosotros. Si tienes que elegir entre quince, dame las llaves de casa
que entro a las seis de la mañana. Era una concepción sexual sin pornografía,
era una construcción de familia. Era algo de clase. Yo follo contigo porque
somos de la misma clase y nos ha tocado. Si no llevaban calzoncillos que fueran
blancos y de algodón por supuesto no follabas con él.
El azar y la crisis
El tema del azar tiene un peso fundamental en la
novela.
El abandono.
El azar viene del abandono. El azar es no trazar lazos. Fíjate el padre de mi
abuelo, que era mejicano, aterrizó en San Sebastián y luego en Pau, acabó
enterrado en Zaragoza, una ciudad que no tiene nada que ver con él. Su hijo, a
quien había abandonado desde el nacimiento, acaba de capitán fascista en
Zaragoza y un día andando por el cementerio encuentra la tumba de su padre. Es
así. Es imposible. Mi madre, al comentarlo decía, a mi abuelo lo mataron por un
ajuste de cuentas de una infidelidad, y le dije, ¿cómo lo sabes?, porque el tío
Paco, magistrado del Tribunal Supremo de entonces encontró la causa y le habían
reventado la cara de un tiro, y aquello sólo podía ser por una cuestión de
infidelidad, y entonces le pregunto, mamá, ¿el abuelo tenía algo que ver con
Alemania?, bueno tu abuelo tenía algo que ver con Alemania, Italia, ah, sí,
encontramos una pistola que era alemana y entonces Ragna (marido de Cristina)
descubre que mi abuelo estaba ligado al SIM de Mussolini y de la Gestapo, y mi
madre dijo, puede ser, el abuelo guardaba una maleta con dinero que luego
sirvió para hundir un barco. Hay algo en la familia que considera normal este
tipo de casa. Luego pueden decir, mi familia fue demasiado estrambótica, mi
madre se metió en la cama y nos dejó sin servicio y yo era la única mujer,
¿cuántos años tenías, yo quince, ¿cuánto tiempo te dejó sola?, ¿una semana, un
mes?, más, más, ¿seis meses?, no tal vez un año y medio, ¿te dejó un año y
media sola al cuidado de la familia? Yo en este libro analizo a mi abuelo como
franquista porque si lo analizara como miembro del SIM italiano o la Gestapo le
daría una volada que no creo que tenga y no podría abarcarlo. El azar marca que
mi abuelo, viniendo de una familia descendiente de Benito Juárez, que tenía que
haber sido de izquierdas, pero no lo fue, porque el yerno de Benito Juárez se
hizo cargo de la construcción del ferrocarril de México, seguramente de una
forma fraudulenta, relacionada con el Porfiriato, vinieron a San Sebastián, que
es donde tenían que estar y desaparecieron, y abandonaron a sus hijos, y la
iglesia católica interviene y recoge a esos hijos pobres, y cuando cuento la
experiencia de mi abuelo que dice, nosotros vamos a San Sebastián, los niños a
Zarauz. Yo vivía en ese tipo de familia en que los padres iban a San Sebastián
y los niños a Zarauz.
Un personaje recurrente es Benito Juárez, ¿qué
papel y qué sentido tiene dentro de la historia?
La primera
vez que fui a Méjico fui con el Fórum de las Culturas, en el año 2004 o 2005,
en Monterrey, me recibió el gobernador y de repente recibo los billetes en los
que sale mi antepasado. Fuimos a un museo donde había unos chales del XIX que
usaba Benito Juárez y yo, de repente, que me había llevado el chal de mi abuelo
heredado, el de seguridad me dijo, ¿usted es norteamericana? Y le digo que no,
que soy española y entonces me dice, con razón, ladrona. Era un chal igual de
la misma forma, igual que el del museo. Me dio vergüenza y volví al hotel.
El tema de la crisis.
Es el tema
esencial. Si yo no lo hubiera perdido todo no me hubiera puesto a escribir esta
novela. La novela la empiezo a narrar en La Floresta. Cuando me desahucian una
periodista amiga me dice, mi padre tiene una cabaña, te la dejamos hasta que te
recuperes. En vez de dormir en la calle veo que puedo dormir con mis hijos
allí. Era un lugar precioso pero era mínimo, era una única habitación. Cuando
helaba en La Floresta helaba por dentro de la cabaña, en las paredes. Yo
acababa de conocer a Ragna, lo habían desahuciado también y fuimos a vivir
juntos con su hija. Era una sola habitación, en total cinco personas y que
apenas nos conocíamos. A los nueve meses decidimos casarnos, después de
aquello. Allí empecé a escribir. Fue todo muy bestia. Narro cuando empecé a
caminar después de que escapara de casa, cómo me refugio primero en lo que era
la casa de Javier García Sánchez, el escritor. Allí fue la primera parada, la
siguiente fue pasado Vilafranca, en una casa ocupa, me quedé fuera. Lo del
chico africano fue en los invernaderos de El Prat. Luego descubrí que mi marido
conocía a esos chicos africanos. No narro mis encuentros con los chicos de Can
Tunis, los toxicómanos, conocía yo a los viejos de la zona, habíamos ido allí a
pillar, y cuando desalojaron la zona quedaron algunos viejos, y me encontré con
ellos cuando huía.
Pensé que en esa parte de la novela había una parte
ficcionada.
No. Sólo lo
de la ruina del Oasis Park se transformó en algo de ficción. No está en ruina.
Está perfectamente, veranean todavía allí mis hijos con su abuela. Esa parte.
Sigo sin DNI, desde entonces, cuando empecé a andar, y fue bestial, hubo un
momento en que se me rompieron las chanclas, en las curvas del Garraf, y un
tipo que iba a los barrancos homosexuales, yo era muy jovencita entonces y hace
muy poco, me pasó sus alpargatas. No lo olvido.
La construcción del mal
¿Por qué tienes la sensación de que eras muy
jovencita entonces? ¿Qué ha cambiado en ocho años?
Porque no
sabía nada. Porque no sabía a lo que tenía que enfrentarme. Porque ahora soy
una mujer valiente, porque ahora soy consciente de la construcción del mal y
que para mis hijos es importante saber que vivir es enfrentarse a esa
construcción del mal, contra la infamia. Y era muy jovencita también porque
confiaba en lo que yo era. En una mezcla de socialismo e idiotez, construida
por el grupo PRISA. Ahora creo en la violencia, no la violencia armada, el otro
día fui a TeleMadrid y me puse un pantalón de camuflaje, me dijeron, Cristina
viene guerrera y yo dije que venía a hacer un homenaje a los Castro. Y no
sabían a qué me refería.
Mírame a la
cara. Soy comunista, qué te parece. ¿un anacronismo?
No me parece un anacronismo. Me parece una fe.
No, no es
una fe, es una derivación del cristianismo. Lillian Hellman, Malcolm X,
Dashiell Hammett, soy comunista, no es una fe, es una forma de entender el
reparto de la riqueza. Ahora en España es también una forma de delinquir. Una
vez en una tertulia dije, yo soy comunista, y Rubén Amón me dijo, o sea tú me
quitarías una casa, y le dije que no, no compañero, si tú tuvieras dos habría
una que la compartiríamos. Cuando voy a Francia y me hablan los hijos de los
republicanos veo que hay cosas que no perdonan: cómo nos gastamos los fondos de
la UE y que hayamos creado un relato anticomunista para Europa. Quién lo ha
creado? Alemania, no, Alemania lo creó en los Verdes. España lo convirtió en
anatema. Esa organización existe y no sólo existe sino que yo mando a mis hijos
cada verano para que vean lo que significa ser rico de verdad.
La patita del gorrión, parece una imagen
circunstancial pero qué representa.
Representa
lo que era y lo que soy. Yo ahora no permitiría que la patita de un gorrión
muerto colgara durante años de una rejilla de respiradero. Cuando una familia
entera deja morir un gorrión en un respiradero, cómo se funde el cadáver, cómo
caen las plumas sobre el bidé y alguien las quita, no yo… Eso es la
construcción de una sociedad. En esa construcción no existe la violencia contra
mí como mujer, la violencia contra mi hijo como hombre inteligente, no existe
contra mi padre que no supo denunciar la violencia contra su padre. En esa
construcción sólo existe Cebrián. Los constructores del silencio.
Los constructores del silencio
El silencio.
Es la base
de todo. Esta novela está construida para mis hijos. ¿Te acuerdas de Las
niñas perdidas? Cuando empecé a escribirla estaba embarazada y cuando supe
que iba a tener una hija empecé a llorar, a llorar sin parar, a lo bestia, no
quería una hija, no más calles oscuras, no más pasar miedo, no más chupar
pollas, no más poner el culo. He sido violada, he sido ultrajada, he sido
humillada. A mí un político catalán me envió una foto de su polla, a mí un
filósofo catalán muy importante, al que fui a entrevistar, se me coló en el
baño y me metió el dedo en la vagina. Y no es especialmente sorprendente, es
normal. Yo no quería eso para mi hija y por eso tardé mucho en considerarme
madre porque cuando empecé a crecer con mi hijo vino mi hija y yo creo que
ninguna mujer de mi generación está construida para ser madre. Por eso Las
niñas perdidas era un relato de la violencia más bestia contra la mujer.
Una vez superado eso pensé. ¿Quién soy? Soy la hija de un padre que se calló el
asesinato de su padre. La hija de aquel que se quedó a vivir en la casa de uno
de los asesinos de su padre. Soy la hija de aquella que desprecia a la mujer
pobre y le da su falda con agujeros.
¿Pero no crees que nosotros también somos cómplices
del silencio?
Sí, yo
también soy constructora del silencio. Pero no conscientemente, fue por
idiotez. Cuando dicen que la Transición fue una falacia yo pienso que no, la
Transición fue la construcción de la idiotez. No hay una sociedad más
infantilizada que España. He viajado a sitios… no puedo comparar España con
Latinoamérica, la comparación con esta dictadura y aquellas, con Videla… Ellos
vencieron a las dictaduras, como Alemania. Aquí tenemos la Fundación Francisco
Franco. Ellos ganaron a Hitler y nosotros tenemos a Franco, no limpiamos, lo
seguimos honrando, cada día se le ponen flores frescas. A mí me da miedo pasar
por delante de la policía. Nuestra construcción como sociedad no es sólo
partícipe, es mucho peor. Es aceptar la parte de parvulario que nos toca y en
nuestra generación, Fernando, el que no esté colocado que se coloque.
Vivimos en una construcción cómplice entonces.
Tierno
Galván, el viejo profesor, el gran constructor de la izquierda socialista, la
puta basura de este país. El construyó la idea de que la Transición eran drogas
y destape. La teta de Susana Estrada y el que no esté colocado que se coloque.
Y los mataron a todos, por segunda vez. ¿Te acuerdas de la República? Sufragio
universal, la Institución Libre de Enseñanza, la desamortización de la iglesia,
Federica Montseny ministra…¿Cómo se explica que de eso pasáramos a cuarenta
años de silencio?
¿El terror quizá? ¿Convenía a muchos?
No. Los
mataron a todos. Los mataron a todos. No quedó ni un maestro de pueblo, no
quedó una mujer sin humillar. Mataron a Machado, Lorca, Hernández, a la gente
de las asociaciones, de los ateneos, sino fuera así no hubiera podido ser.
Éramos la sociedad más evolucionada de Europa en muchos sentidos. La
desamortización de la Iglesia dio bienes a lo público.
También hubo
otras traiciones más tarde, los pactos del PCE, Carrillo, para parte de mi
familia, él fue un traidor.
No sólo un
traidor, fue un constructor de la infamia. Fue la evidencia de que nunca íbamos
a ser un país culto. ¿A qué aspiro yo? A un país culto y austero. Que no
contemple el ocio como un valor. Eso es irrecuperable. Sólo tuvimos el PCE y el
PSOE y permitieron que se desarrollara la Ley de Amnistía de 1977 por la cual
no se puede juzgar a ningún franquista y hace veinticinco días el propio PSOE pactó
con el PP para que no se juzgue a ningún franquista. Yo de vez en cuando me voy
delante de la casa de Billy el Niño, que arrancó uñas, arrancó pezones, quemó
vaginas con antorchas, arrancó dientes, rompió úteros. Hace footing cada
mañana. Por qué no va nadie. Porque Martín Villa, el asesino de Vitoria, fue
nombrado consejero del grupo PRISA y de ahí a muchas cosas más. El PP no roba
para ellos, roba también para sus constructoras, para OHL, para Ferrovial,
Construcciones y Contratas. Nos vendieron que todo atado y bien atado y así ha
sido. Y esas empresas conforman el IBEX y el PP roba para pasarles el dinero
público, nuestro a esas empresas. Esa es la construcción de España. Yo no
quiero vivir en España, no quiero que crezcan en España. No ha habido otra
España salvo un paréntesis entre la Generación del 27 y la Guerra Civil. Hubo
algún precursor, como Goya, como relator de la cultura. No hay arte. No hay
literatura. No hay pensamiento, no hay medios de comunicación.
Hay censura.
No hace
falta. No hay belleza, no hay sexo, no hay altura intelectual. Esta novela es
un acto. De supervivencia, para mis hijos, contra la incultura. Hace falta
enfrentarse a cualquiera de ellos a Rajoy, a Pedro Sánchez y preguntarles, ¿qué
sabes?, ¿conoces a Stefan Zweig? ¿A Calvino? ¿Qué conoces?
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