Entrevista
en Génova al poeta venezolano
Crear en Salamanca se complace en
publicar esta entrevista realizada por Petruvska Simne (Valencia, Estado
Carabobo. Venezuela). Articulista y narradora. Ha trabajado como coordinadora:
de la edición 61 Aniversario del diario Últimas Noticias, de la revista de
poesía Circunvalación del Sur, de publicaciones del XI Festival Internacional
de Teatro de Caracas, del suplemento cultural EI Otro Cuerpo, de El Ateneo de
Caracas, encartado en El Nacional, y de mesa de redacción de El Diario de
Caracas. Ha publicado los libros: ‘Periodistas en su tinta’ (2004), una
recopilación de crónicas, ‘Periodistas en la mira’ (2004), entrevistas, ambos
editados por AIfadil. También ‘¿Por qué escriben los escritores?’ (2005),
con la Fundación para la Cultura Urbana, de Caracas.
FOTOGRAFÍAS DE GABRIELA PULIDO
SÍ, EN DETERMINADOS MOMENTOS, HE
PERDIDO LA FE
El poeta Armando Rojas
Guardia, señala que en Venezuela tenemos una violencia institucionalizada. La
violencia que se traduce en el derramamiento de sangre psíquica e incluso
física de muchísima gente.
Su mirada de asombro y
gratitud es la misma desde hace más de cuarenta años, cuando mostró a los
lectores su primer libro Del mismo amor ardiendo, en el año
1979. Un asombro y una gratitud que se acercan a la bondad de estar en paz
consigo mismo y de sentirse amado y aceptado por su trabajo literario, que
paradójicamente en esta sociedad actual y global no corresponde a los canones
estandarizados de la fama y la fortuna.
Armando Rojas Guardia es
un monje de la palabra: un extraño monje contempóraneo de este principio de
siglo brutal y caótico, que alza su bandera poética para decirle al mundo lo
que piensa y siente, lo que ve y lo que lo atormenta. Rojas Guardia es un ser
humano sensible, un hombre con la valentía existencial de confesar que ama a
otro hombre en un país que arrastra prejuicios venidos de siglos anteriores,
pero por encima de todo es un hombre que utiliza la palabra como expresión
vital, por estar y existir en este mundo.
Como lo expresó en su
Diario, publicado en Prodavinci, la página web venezolana: “He procurado, en
una larga batalla que ocupa buena parte del trayecto de mi vida, asumir la
desnuda, la cortante verdad de la historia y del mundo. He tratado de
domesticar, hasta donde me ha sido posible, mis ganas inconfesadas de huir de
ella, de arropar la carne escueta de las exigencias históricas con una costra
multicolor que las vuelva menos apremiantes. He querido ser lúcido, analítico,
incluso en su momento, que por supuesto ya quedó atrás, materialista (en el
mejor sentido, el marxista, de esta palabra). Me he sometido por prolongadas
temporadas a una ascética cruel: nada de sueños enajenantes, cero fantasía
caprichosa, penitencia realista contra el vicio de la imaginación
absolutizada”.
Armando Rojas Guardia es
un ser extraño, en este mundo interconectado y efervescente, que mira con
dulzura a su alrededor y goza con infantil placer el delicioso instante de
comerse una cereza, como solo los niños disfrutan las golosinas. “Me puedo
comer un kilo de una sola vez”, dice con felicidad absoluta, sentado en un café
de la Piazza Matteotti, al frente del Palazzo Ducale, en Génova.
Hace calor, el sudor
empapa su camisa arrugada, las colillas de cigarrillos atiborran el cenicero
que Rojas Guardia no deja de llenar con cigarrillos a medio fumar a la espera
de la primera pregunta.
¿Podría
hablar sobre la violencia que ha marcado el inicio de este nuevo siglo de
manera tan brutal?
La
violencia ocupa el centro del panorama nacional e internacional a comienzos del
siglo 21. Tengo un gran amigo, que fue alumno mío, perteneció a mi taller de
poesía, ahora está en Nueva York haciendo su doctorado. Es un poeta muy
reconocido en el ámbito hispanoamericano, se llama Adalber Salas Hernández,
quien acaba de publicar en Pretextos un poemario que se llama La
ciencia de las despedidas. Me llamó la atención que el tema básico de
ese poemario es la violencia, la violencia física, la violencia psíquica y la
violencia moral. Toca también, indirectamente el problema de la inmigración, de
los migrantes, porque los migrantes son el receptáculo por excelencia de esta
violencia que campea a todo lo largo y ancho de la situación mundial.
¿Cómo
catalogaría el problema de la violencia en Venezuela?
En
Venezuela tenemos una violencia institucionalizada. La violencia que se traduce
en el derramamiento de sangre psíquica e incluso física de muchísima gente. Ese
panorama violento nos horroriza y nos conmueve de una manera permanente.
¿Cómo le
afecta personalmente?
En tanto ser humano yo la
padezco y en tanto poeta creo que también la sufro a pesar de que no la he
abordado como tema en mi poesía, pero la sensibilidad, que es la que me lleva a
escribir, padece esa violencia indiscriminada.
En Venezuela el gobierno
chavista nos ha conducido a una calle ciega. El gobierno chavista ha provocado
un verdadero fracaso civilizatorio. Fracaso civilizatorio porque ha significado
una regresión histórica de grandes proporciones, en algunos aspectos nos ha
regresado al siglo XIX. Basta ver enfermedades que ya se habían desterrado de
Venezuela. Han resurgido epidemias de tifus, de sarampión, de paludismo, que
eran enfermedades que ya habían sido vencidas y que ahora regresan masivamente.
Nos ha regresado al militarismo y al caudillismo, también al estatismo que
caracterizó a sociedades gobernadas por regímenes ya periclitados.
Ese fracaso civilizatorio
es pura violencia institucionalizada que padecemos todos los venezolanos, y en
tanto poeta yo padezco esa violencia, y procuro éticamente como intelectual,
porque el poeta es también un ciudadano y cumple una función social como
intelectual, en tanto ciudadano e intelectual procuro elaborar una respuesta
teórica y también estética ante esa violencia.
¿Qué
buscas fundamentalmente cuando se sienta a escribir?
La poesía es pensamiento
analógico y simbólico estructurado musicalmente, esa es la poesía. Analógico
porque el vehículo privilegiado de la poesía es la metáfora y la metáfora es la
relación analógica entre dos o más objetos distintos; y simbólico porque el
símbolo es un objeto que representa a otro u otros objetos. La poesía es eso,
es pensamiento, la poesía no es mero sentimiento no es mero impulso irracional.
La poesía es también una manera de pensar la realidad pero que, a diferencia
del pensamiento científico o racional, opta por la analogía y el símbolo como
vehículos de expresión.
A la hora de escribir en
mí priva una manera, otra, de pensar la realidad, no es el mero sentimiento, el
mero impulso de la sensibilidad sino una manera otra de captar lo real y dar
cuenta de esa captación.
Ya lo escribió en su
Diario: “Vivir poéticamente es vivir desde la atención: constituirse en un
sólido bloque sensorial, psíquico y espiritual de atención ante toda la
dinámica existencial de la propia vida, ante la expresividad del mundo, ante la
sinfonía de detalles cotidianos en los que esa expresividad se concreta (ello
implica un refinamiento orquestal de la vida de nuestros sentidos y un esfuerzo
consciente por aquilatar nuestra percepción de los objetos que pueblan nuestro
entorno).
¿Cuál poema
o libro lo define?
Uno que se titula Intentaba
mi oración, del libro Hacia la noche viva. Ese es un poema que da cuenta de
una experiencia personal, de plegaria, que intento convertir en una imagen
simbólica. Creo que esa imagen simbólica en el texto está bien lograda de una
manera estéticamente válida.
El segundo poema que
mencionaría es Patria, un poema que escribí hace unos seis o siete
años en pleno auge del chavismo, y que es un poema donde metaforizo la
situación colectiva e histórica del país, de una manera creo que artísticamente
válida.
Y el tercer poema que
mencionaría es el Poema 25, de Poemas de Quebrada de la Virgen,
allí elaboro una meditación lírica acerca de cinco personajes de la historia
espiritual de occidente: Marx, Rimbaud, Hegel, Heidelberg y Willian Blake y esa
meditación lírica está bien realizada.
A partir de esos cinco
personajes diagnostico la situación espiritual de mi época, que me parece que
está bien hecha. En la primera estrofa digo, qué hubiera pasado si Marx se
hubiera encontrado con Rimbaud en algun café de Londres. Marx que proponía la
transformación de las estructuras sociales y económicas de la sociedad y
Rimbaud que proponía transformar la vida, cambiar la vida, ¿qué hubiera pasado
si se hubieran encontrado? Y hubiera habido una confluencia de esas dos
propuestas. Esa es la primera estrofa.
¿Cómo fue
su experiencia en el Grupo Tráfico?
Insurgimos en Tráfico a
comienzos de los ochenta reivindicando una poesía urbana que lograra hacer tema
principal de la propuesta lírica lo cotidiano y lo histórico. Tratamos de
remitirnos a la influencia de la poesía norteamericana porque el grueso de los
poetas venezolanos, en ese momento, acusaban la influencia de la poesía
francesa, alemana e italiana. A nosotros nos parecía que en el orbe poético
norteamericano se desarrollaba como tema básico la cotidianidad y la historia.
Apoyándonos en esa vertiente de la poesía norteamericana, insurgimos
reivindicando una poesía urbana de lo histórico y de lo cotidiano. Esa fue
básicamente la propuesta de Tráfico.
Pero luego, cada uno de
nosotros desarrollamos nuestra propia línea de trabajo y nos separamos de
aquella propuesta inicial sin abandonarla sino transformándola, desarrollándola
de otra manera.
La poesía de Yolanda
Pantin, la poesía de Igor Barreto, la poesía de Rafael Castillo
Zapata, la poesía de Rafael Arráiz Lucca, la poesía de Luis Enrique Pérez
Oramas, la poesía de Leonardo Padrón, son propuestas poéticas que ya tienen un
espacio ganado en la historia de la poesía nacional.
¿Es difícil
ser poeta en Venezuela?
La palabra poeta en
Venezuela ha sido una palabra muy devaluada, socialmente devaluada porque se le
endilga la palabra poeta a mucha gente que no la merece. Sin embargo, yo creo
que Venezuela es un país paradójico. Por una parte, no propicia estados
profundos de conciencia donde pueda ocurrir la experiencia poética como paisaje
existencial y cotidiano; sin embargo, y esa es la paradoja, Venezuela cuenta
con una de las tradiciones poéticas más importantes de la lengua española. Al
venezolano se le da con extraña facilidad la poesía. Lo constato todos los días
en mis talleres. Conozco lo que hacen los jóvenes en Colombia, en Perú y en
Nicaragua y en esos países no se da la facilidad para la poesía que se da en
Venezuela.
¿Cómo
percibe a las nuevas generaciones de poetas?
Respeto inmensamente y
admiro la poesía de las últimas generaciones de poetas. Por mi actividad
docente, como coordinador de taller, estoy muy familiarizado con lo que
escriben los más jóvenes y me impresiona y me impacta mucho la calidad de lo
que hacen. La poesía de Adalber Salas, la poesía de Francisco Catalano, la
poesía de José Delpino, son varios los poetas que a mí me impactan y me parece
que la lírica venezolana está en buenas manos.
Con la
llegada de internet se ha incrementado el número de escritores y
poetas. ¿Le parece válida esa vía de autopublicar en un blog o en páginas
de la web?
Internet ha jugado un
papel importante porque ha colectivizado, ha masificado, el alcance de la
poesía. Eso de que mucha gente quiere ser poeta y no lo logra a mí me parece
indicativo de una situación particular histórica y es que solo el tiempo irá
decantando al verdadero poeta. No se trata de escribir poesía, se trata de
vivir poéticamente y solo un verdadero vivir poéticamente conduce a elaborar
una gran poesía y no todo el mundo lo logra por más que exista la facilidad de
internet y la facilidad de las redes. No todo el mundo logra escribir una
poesía válida, y el tiempo irá decantando quién lo logró y quién no.
¿En algún
momento ha perdido la fe.
Sí, en determinados
momentos de mi vida he puesto entre paréntesis la fe religiosa. Ha habido
reacomodo cíclicos espirituales, existenciales con respecto a la fe y, por
ejemplo, hace unos seis o siete años me di cuenta que la práctica de la fe
cristiana estaba muy contaminada todavía por la culpa, por la experiencia de la
culpa. Entonces decidí poner entre paréntesis esa práctica religiosa hasta no
haber superado esa vinculación con la culpa. Dejé de asistir a la eucaristía,
dejé de confesarme, dejé de hacer oración, pero al poco tiempo me ganó la
nostalgia de la práctica religiosa. No me sentía bien. Regresé a la práctica
pero creo haber superado ya ese momento de reacomodo. Me di cuenta que tenía
que superar la sombra de la culpa y lo logré, creo. En este momento de mi vida
creo que disfruto la vida, la realidad del mundo de una manera mucho más plena,
desculpabilizada, y creo que a estas alturas de mi vida tengo una confianza
radical.
PATRIA
Alguna vez
amamos, o dijimos amar,
la
terquedad sombría de tu fuerza.
La voz del
padre enronquecía
al evocar
calabozos, muchedumbres,
hombres
desnudos vadeando el pantano,
llanto de
mujer, un hijo
y más
arriba (¿dónde arriba?)
el trapo
contumaz de una bandera.
Supimos,
lenta y vagamente,
que lo
imposible te buscaba
extraviándote
los pies
—aquellos
pies de Hilda obsesionaron
a mis ojos
de niño: su corteza
terrosa,
vegetal, desconcertada
sobre la
pulitura del granito.
Tal vez una
tarde, entre los campos,
la música
te deletreó de pronto
al lado de
algún bosque, una colina,
un lago
triste que se te parece:
la misma
terquedad al revelarte
ávida no
precisamente de nosotros
(los
efímeros, los quizá, los transeúntes)
sino de tu
pátina absurda de grandeza
—esos
sueños opulentos de la historia
que son más
bien su horror, su pesadilla.
Ahora que
te conoces vil, prostibularia,
porque
tanta voluntad ecuestre
se apeó
bajo el sol a regatear
y el héroe
mercadeó con su bronce
y el oro
solemne del sarcófago
adornó
dentaduras, fijó réditos,
y no hay
toga ni charretera ni sotana
que te
oculten cuadrúpeda, obsequiosa
por treinta
monedas ancestrales,
yo me
atrevo a cubrir tu desnudez.
No es
verdad que te vendiste. Tú anhelabas
dilapidarte
brusca, totalmente:
un lujoso
imposible.
Lo sabías
siempre lo
has sabido y como siempre
aras en el
mar. Te concibieron
con
vocación precisa de fracaso.
Cómo
afirmar, pasito, que hoy te quedas
en la
dificultad de sonreírte
levantando
los hombros, desganado,
y
diciéndote con sorna, con ternura,
mañana sí
tal vez. Quizá mañana…
25
Así como a
veces desearíamos
que Karl
Marx y Arthur Rimbaud
se hubiesen
conocido en una mesa
de algún
Café de Londres,
mientras en
el agua sorda del Támesis
-ahíta de
grumos aceitosos
que flotan
entre botellas y colillas
y ropa gris
de gente ahogada-
espera el
Barco Ebrio, ya sin anclas,
a que el
fantasma que recorra Europa
suba
también, para zarpar
(Karl,
vestido con blue jeans marineros
se despide
de Engels en el muelle
y Tahúr
hace lo propio con Verlaine
-los sueños
insolentes hasta ahora enfundados
en la gorra
que usó él mismo en la Comuna);
así como, a
estas alturas, quisiéramos
que Hegel,
apeado del estrado de su cátedra,
hubiese
visitado a Hölderlin un día
en su
manicomio oculto de la torre
para
escuchar cómo el demente
-sin
reconocerlo tal vez en su delirio-
le habla de
un viejo amigo de Tubinga
con quien,
en mitad de una fiesta adolescente,
bailó una
mañana, junto a un árbol
por ellos
mismos levantado
(“Libertad”,
lo llamarían)
tan fieros
y felices como niños orinándose,
con el
impudor de los puerros, frente al rey
(en la
siesta monocorde del verano,
recordando
novias suavísimas de Heidelberg,
los dos
compañeros se confiesan:
la razón
deben pedirle a la locura
su danza
irreductible, la inocencia
con que el
loco Hiperión, desde su torre,
enseña al
profesor de la luz blanca,
la rosa de
los vientos del Espíritu,
no termina
en el Estado de los Césares,
se burla de
las Prusias de los Káiseres);
así querría
yo hoy que a William Blake
lo hubiesen
dejado predicar un solo día
sobre el
púlpito labrado de una iglesia
-la
catedral de Westminster, por ejemplo-
en
presencia de arzobispos y presbíteros
y de una
multitud de feligreses
harta, como
todas, de sermones.
Imagino el
viento sagrado resonando,
por primera
vez, junto a los mármoles,
mientras
los cuerpos, desnudados por fin
como a la
hora del agua o del amor,
se erizan
con el paso del Dios vivo
y tiemblan
ante el olor de Cristo el Tigre
devorando
las ingles de las almas,
ahora tan
intactas, tan ebrias y tan vírgenes
como la de
aquel niño canoso viendo ángeles
a la hora
en que arde Venus sobre Lambeth
y hasta las
prostitutas de Soho profetizan.
INTENTABA
MI ORACIÓN
A
Carlos Pacheco
Intentaba
mi oración, sentado
en el
balcón abierto a la mañana,
una oración
empapada por el sueño,
subacuática
a fuerza de arrastrar
desgarrados
líquenes de ideas,
sensaciones
sinuosas como peces,
corrientes
de frases en la mente,
arborescencias
últimas de imágenes
que rozan
los monstruos paleolíticos:
el terror
de ser, el de ser hombre, el de vivir
vertebrado
sin más por la conciencia
(ella no
pidió llegar al universo
íngrima
brotando de lo informe
y cargada
de faunas todavía).
Cerrados
los ojos, intentaba
convertirme
en silencio mineral
donde
cupiera la mudez de los objetos,
en comunión
callada con la silla,
las
paredes, los estantes, esa forma
humilde que
es la mesa, la extensión
granítica
del piso. Se trataba
de apagar
en mí toda palabra,
toda
elocuencia contumaz, todo deseo
atrapado en
las redes del lenguaje.
Luchaba mi
oración por ser silencio
a pesar de
mis abismos submarinos
bajo el
discurso en vaivén, infatigable.
Batallaba
la conciencia por dormirse
más allá de
sí misma, despertada
sobre la
arena sola de ese yermo
que redime
en mudez, en horizonte
nítido y
filoso los deseos.
Intentaba
mi oración. Y no lograba
desbrozar
esta selva que me habita
tejida con
lianas de palabras.
El balcón
era mi cárcel, mi derrota.
Mis nervios
irritados hormigueaban
bajo el
estruendo de la luz.
Me levanté
de la silla.
… Me
contuve,
porque un
azulejo repentino,
ligero en
el patio despoblado,
me miraba
de lejos, frente a frente.
Ignorante
de sí, me alivianaba.
Ignorante
de sí, su azul juzgó
mi propio
estupor agradecido.
Terminé mi
oración. A Dios le gusta
traducir
a veces su silencio.
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