Fotografía

Fotografía: Marisol Zurita Aguilera. Isla de Chiloé. Chile.

Ven siempre, ven

         
Vicente Aleixandre (1898 - 1984)

No te acercques. Tu frente, tu ardiente frente, tu encendida frente,
las huellas de unos besos, 
ese resplandor que aùn de dìa se siente si te acercas, 
ese resplandor contagioso que me queda en las manos, 
ese río luminoso en que hundo mis brazos, 
en el que casi no me atrevo a beber, por temor después 
           a ya una dura vida de lucero.

No quiero que vivas en mì como vive la luz,
con ese ya aislamiento de estrella que se une con su luz, 
a quien el amor se niega a través del espacio
duro y azul que separa y no une,
donde cada lucero inaccesible
es una soledad que, gemebunda, envía su tristeza.

La soledad destella en el mundo sin amor.
La vida es una vivida corteza,
una rugosa piel inmóvil
donde el hombre no puede encontrar su descanso,
por más que aplique su sueño contra un astro apagado.

Pero tú no te acerques. Tu frente destellante, carbón 
  encendido que me arrebata a la propia conciencia,
duelo fulgúreo en que de pronto siento la tentación 
   de morir,
de quemarme los labios con tu roce indeleble 
de sentir mi carne deshacerse contra tu diamante 
    abrazador.

No te acerques, porque tu beso se prolonga como el 
  choque imposible de las estrellas
como el espacio que súbitamente se incendia 
éter propagador donde la destrucción de los mundos
es un único corazón que totalmente se abraza.

Ven, ven,  ven como el carbón extinto oscuro que 
  encierra una muerte
ven como la noche ciega que me acerca su rostro;
ven como los dos labios marcados por el rojo,
por esa línea larga que funde los metales.

Ven, ven, amor mío; ven hermética frente, redondez 
  casi rodante
que luces como una órbita que va a morir en mis brazos;
ven como dos ojos o dos profundas soledades,
dos imperiosas llamadas de una hondura que no 
  conozco.

¡Ven, ven muerte, amor; ven pronto, te destruyo;
ven que quiero matar o amar o morir o darte todo;
ven, que ruedas como liviana piedra.
confundida como una luna que me pide mis rayos!     

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LOS RUIDOS DE LA CASA es una mirada íntima de los sonidos detectados por el espíritu como residencia suprema de los sentidos, en especial del sentido auditivo, el cual se afina para escuchar los sonidos que están dentro y que asoman el vínculo entre lo estético y la intangibilidad del alma. Las imágenes estremecidas por los ruidos se manifiestan y se van haciendo parte del cuerpo consolidando y convirtiendo la casa estremecida con los sonidos de Dios, en un canto donde el amor deja al dedo enredado en los hilos del mantel. Las imágenes del ruido, la casa, los fantasmas, la cama, la puerta, son un todo, son uno en la vida del espíritu del autor. “En mi casa hay miles de jarrones un perro llorón por las noches una sonrisa pegada en la pared izquierda una almohada en el salón de nieve y un cuarto de estrellas lleno de grillos.”