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Juan Carlos Mestre (España, 1957) |
Tres poemas para Pier Paolo Pasolini
de
Juan Carlos Mestre
Solo porque estás muerto he podido hablarte como a un hombre
de otra manera tus leyes me lo hubieran impedido.
Pier Paolo Pasolini
I
Hubiera querido góndolas y uvas en tu frente, blanca túnica de vichí para tu cuerpo de arbusto, vomitel, árbol enorme donde tallen timbales, panderetas, músicas al tacto valiente de tu risa, tarambas, oboes y luces en la noche que te cuida, fósil de ámbar, rejalgar, cristal indefinido que gobierna adolescentes. Pero ya el humo que resolvió a los príncipes es témpanos dulcísimo, véspero en la tarde de los Médicis, cascabel y sedas en tu luz definitiva, vértigo ahora cuando un arpa inicia fuentes de bálsamo en la memoria, incienso en tu cenotafio de orégano y ciruelas, harina en el hojaldre sin fin, honrado jinete tan suave en el galope y hasta relincho fucsia del centauro que quiso Botticelli para llevarte a hombros a la soledad del ibis, madre comunal y sagrada que devoró el jaguar, cinta en el pelo, miel de palma y almendra en el licor de los festejos.
II
Voy a nombrarte como sol que duda entre el jazmín o la libélula, apenas aurora y ya friso de acanto que te oculta, breve fue el amor o la alimaña y ya están los evangelios anunciando fresas en tus labios, liebres, sacristanes, adobes y pulpa de manzana; quiero esta extensa geografía reducida a brote simple de cerezo y en tu oreja cultivar infiel e íntima la vida, el deseo, el goce carnal de un cielo que devore tu muerte y te devuelva intacto al ágora y al puente, al tren, al migratorio, a las campanas y a la luna. Que ya vienen las mariquitas de Roma tocando la marimba y las estatuas y la hojarasca y las navajas no son, Dante y el cisne de Veronés, y Venecia no se hunde por ti y no se hace inalcanzable el vértice, porque ya estamos todos sin vergüenza en el pubis de Safo, yuruma, jarabe de maíz, sustancia, hucha y alhelí, caimán y novia.
III
Y es preciso la resignación que como mañana blanca de domingo azuza el cárabo, devolver la alegría al alcahuete, el miedo al juez, fingir hasta el éxodo, adornar con azucena cada culpa, convidar a matrimonio, volverse cadmio, baya, ser prodigio, retallecer, rugir y hasta ocultar con velo lo jovial, ingerir jarabes que te vuelvan grillo y regreses en el canto, araña, saurio, gelatina, nivel del mar que lo inunde todo. Porque no me acostumbro, prometido, a revejecer, a regirte en el recuerdo, a reservarte el mármol como si el cónsul hubieras sido, tú, hereje mayor, joya que adornó el pulgar, hierba que embosqueció la era, nunca herija, trigo, rayo que destrona, hiere, apila y excarcela. Te quiero ya tambor, voz atonal, adormidera, flauta, tubo de viento. Levanta tu cabeza, cáliz de pan, ven nómada, regresa, hágase la justicia y alegrémonos: Ecce homo.
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