Fotografía

Fotografía: Marisol Zurita Aguilera. Isla de Chiloé. Chile.

Cuento: La noche de luna de Ada Maritza Crespo Pedroza

 

 

Ada Maritza Crespo Pedroza (Venezuela)

La noche de luna

 de: Ada Maritza Crespo Pedroza

 

En todo pueblo venezolano existe una plaza Bolívar y muchas historias de enredos graciosos que enriquecen la convivencia popular. Por eso, este cuento sucedió en cualquier vecindad de la costa venezolana, en casa de alguien a quien llamaremos Francisco, cuyo patio da al fondo con la playa, con un gallinero y debajo de un almendrón, un depósito lleno de peretos que ya no sirven, pero que algún día, tal vez puedan servir.

Allí, cuando amanece, los pajaritos despiertan armando un agradable coro con sus cantos. Hasta el sonido desafinado de los loros y las guacamayas logran cierta armonía al pasar en bandadas hacia las matas de mango y peritas, donde se dan un suculento desayuno con sus deliciosas frutas, mientras reciben el saludo alegre de Luna y un regaño mañanero de Francisco, que es el dueño de esas matas, para que no picoteen toda la producción.

Luna es una cachorrita mestiza, negrita como el carbón y chiquita de tamaño que siempre ha querido demostrar su valor ante Francisco, que no la aprecia, pues suele decir que la conserva porque se la regaló un amigo muy querido, pero que no sirve para cuidar su propiedad y por eso tiene que buscarse otro perro.

En ese lugar también vive una señora regordeta y bonachona, que llamaremos Magaly. Ella tiene un gato muy grande de aspecto similar al de un leopardo que, aunque le gusta corretear gallinas, nunca ha demostrado ser agresivo. Magaly siempre presume de él porque es uno de esos que nacen de un gato doméstico y cualquier felino salvaje que siempre regalan chiquitico, peludito y bello después de un viaje por la montaña.

Sucedió que una noche en el gallinero se armó un escándalo tremendo alterando la paz del lugar, Luna comenzó a ladrar hacia el depósito, pero como las gallinas protagonizaban su propio revuelo y los vecinos estaban dando carreras a ver si entendían lo que estaba pasando, nadie le puso atención, y menos cuando Francisco salió furioso a la calle armado con una escopeta gritando que le habían robado una gallina. Entonces la algarabía fue mayor, ya que todos corrieron a esconderse asustados. Lo cierto es que, al día siguiente, al no hallar un responsable, se corrió por el pueblo la voz de que un cunaguaro se había metido en el gallinero de Francisco.

La situación se repitió dos veces más y, ante la idea de que un felino salvaje y criminal andaba escondido en el pueblo quién sabe dónde, las personas no querían salir por miedo a ser atacados; para colmo de males, un jovencito, que había venido de paseo con sus padres a la playa ese fin de semana y el gato de Magaly estaban perdidos. ¿Quién era el culpable? ¡El cunaguaro!

Por su parte, Francisco, que ya estaba cansado de que le robaran gallinas decidió ponerle fin a la tragedia y ese sábado por la noche se quedó velando su gallinero. Vio primero pasar a un rabipelado que entró a ver qué encontraba para comer, pero las gallinas se defendieron y salió todo picoteado por entremetido. Más tarde una lechuza se posó encima del gallinero, no obstante, viendo que las gallinas por nada se alborotaban decidió seguir su camino, así pasó parte de la noche, pero nada del cunaguaro. Luna, que desde la tarde tenía un escándalo ladrando hacia el depósito y hacia el almendrón, tenía a Francisco saboteado en su velada, por lo que, obstinado, sin tomar en cuenta las advertencias del animalito y pensando en su inutilidad, la mandó a callar y se fue a dormir.

Más tardó él en poner la cabeza sobre la almohada que Luna comenzar con su escándalo ladrando muy fuerte, alborotando a todos los perros de la cuadra. Indignado, pensó: no pude matar al cunaguaro, pero a esta perra le voy a dar un escarmiento, no juegue, desde esta tarde anda fastidiosa con su ladradera por nada. Sin embargo, esta vez Luna le tenía una sorpresa porque llevaba aferrado por el fundillo del pantalón a un jovencito cuyos ojos parecían salírsele de las órbitas por el susto, gritando ¡auxilio, esta perra me va a comer! ¡Yo quiero a mi mamáaaa! ¡Papáaaa! Los vecinos que ya habían llegado lo liberaron y felicitaron a Luna por su valentía, pero ella seguía ladrando hacia el depósito. Entonces surgió la gran pregunta, y este ¿quién es y qué hace aquí? ¿Qué hacemos con este gran carrizo? Olvidándose del cunaguaro, todos reaccionaron al mismo tiempo: ¡ajajá! ¡Conque tú eres el ladrón de gallinas!

—Oigan, yo no he robado ninguna gallina —explicó llorando el muchacho—, aunque ahorita mismo me comería el gallinero completo. Me perdí en la playa y como no encontraba a mis padres seguí caminando y me metí aquí sin querer, pero, esa fiera me correteó y se me guindó en el trasero —dijo señalando a Luna—, y solo pude esconderme allí. Luego lo vi a usted sentado vigilando con ese cañón, y yo no iba a salir. Cuando usted se fue a dormir las gallinas comenzaron a hacer escándalo y la fiera esa salió disparada hacia el gallinero; y yo, creyendo que me podía ir salí, pero ya venía ella detrás de un tigre que traía una gallina en el hocico y fue a esconderse donde estaba yo, con el susto logré taparlo con un cajón, pero ella me volvió a atrapar y es por eso que ese demonio está ladrando hacia allá.

Resulta que el cunaguaro era el gato grande de Magaly, que se metió a malamañoso, pues respondiendo a su naturaleza salvaje, ya no solamente le gustaba corretear gallinas, sino también comérselas. Y después de este suceso fue a parar a una jaula correctiva, el chico que estaba perdido fue recibido con un fuerte abrazo por unos amorosos padres y Luna fue reconocida como una heroína y mejor cuidadora.

De manera que ese amanecer dominguero, a los cantos de los pajaritos, se sumaron las campanadas de la capilla anunciando la misa, los loros y las guacamayas, como siempre, fueron hacia las matas de mango y peritas con la intención de darse su jugoso desayuno con sus deliciosas frutas y recibir el regaño mañanero de Francisco, pero esta vez también se encontraron a una orgullosa perrita dispuesta a hacerle honor a su bien merecido reconocimiento, ladrando alegremente hacia las matas para saludarlos con la expectativa de vivir una nueva aventura...

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LOS RUIDOS DE LA CASA es una mirada íntima de los sonidos detectados por el espíritu como residencia suprema de los sentidos, en especial del sentido auditivo, el cual se afina para escuchar los sonidos que están dentro y que asoman el vínculo entre lo estético y la intangibilidad del alma. Las imágenes estremecidas por los ruidos se manifiestan y se van haciendo parte del cuerpo consolidando y convirtiendo la casa estremecida con los sonidos de Dios, en un canto donde el amor deja al dedo enredado en los hilos del mantel. Las imágenes del ruido, la casa, los fantasmas, la cama, la puerta, son un todo, son uno en la vida del espíritu del autor. “En mi casa hay miles de jarrones un perro llorón por las noches una sonrisa pegada en la pared izquierda una almohada en el salón de nieve y un cuarto de estrellas lleno de grillos.”