Los
tiempos oscuros que nos toca vivir
Gilberto
Aranguren Peraza
“Quién puso el desasosiego en
nuestras entrañas
nos hizo libres pero sin alas
Víctor Manuel
España camisa blanca
Querido
hijo:
Te escribo
esta carta influido por la serie de acontecimientos que están afectando
directamente nuestras vidas. Sabes, en el pasado la vida era menos desesperada
que hoy en día, la cual está llena de incertidumbres y angustias y hasta de
cierta sensación de cansancio. En esas ocasiones leía diversos textos que no me
conmovían como lo hacen hoy, ahora que los retomo el estremecimiento es casi
inmediato y a veces me siento hasta frustrado e invadido por una nostalgia
única y severa que confunde hasta los modos en que pensamos. Recuerdo que un
día llegué a leer “Una temporada en el
infierno” de Rimbaud, hoy al releerlo descubro que sus interpretaciones
están teñidas de innumerables situaciones que a diario vivo y experimento,
traduciéndose en eventos vividos en las calles o en las tristezas de la gente.
Cuando lo hago, no sé por qué confundo su trama con los dolores y angustias sometidas
en la piel de cada uno de aquellos que conviven a nuestro lado. Al final,
siempre quedan rastros de un drama que aturde y resbala como una gota de agua
en el rostro. Sin darme cuenta caigo en la trampa rimbaudiana del pesimismo y
la suerte de que algo puede ocurrir para cambiar la situación.
No sé si lo
habrás leído, pero si lo haces por favor tómate algo que te ayude a sostenerte
en el transcurso de su lectura, porque su texto es una especie de alma de
locura, donde la salida es nula y el temor a lo incierto es una silueta fantasmal
presente en la línea que se dibuja en el infinito de las percepciones futuras.
Es ahí, donde surgen los miedos como esas tragedias que impiden avanzar y
reconocer el lado importante de la decadencia, que no es más que esa figura que
elaboramos con los sinsabores y fragancias profundas de las calles, las mismas,
que por arte de magia se borran en las memorias como castigo a los olvidos
voluntarios. De manera, que asistimos aterrados, hoy en día, a una larga
temporada en este infierno. Por mucho tiempo estaremos amarrados a una historia
en particular, con ella andaremos padeciendo como culpables, sobre todo cuando
eso implica morder el polvo de la frustración. Esa mancha, que ha aparecido en
las calles como un alma en pena, con sábanas como andamios largos y anchos de
motivos que colocan a las personas en un punto que pareciera estar perdido, sin
la opción de un imprevisto retorno. Pareciera faltar una fuerza mayor que mueva
la palanca hacia lo impredecible. Antes de iniciar la marcha, hijo mío, ya el
camino se ve adornado de escombros y barreras; los esfuerzos se pierden en el
andar, aún así, en estas sombras, es menester continuar imaginando los campos.
Nada de eso responde a lo que un día sugirió la Modernidad, colmada de
discursos de nociones de libertad plena y creativa. Las calles han caído,
poderosamente, en las trampas de una soberbia implacable, terrenal e
imperfecta, que intentan quitarnos la libertad como poder mágico – misterioso
de la manifestación desde lo interno, porque si de algo debemos los seres
humanos en vanagloriarnos es que tenemos el pensamiento.
No sé por qué
mi amor, es probable que nos encontremos en uno de esos puntos inflexivos de la
historia. Hemos caído presos de una asfixiante rutina de fracasos. Exigiendo,
con leve cautela, el inexorable paso de los días, tal vez para rescatar de
nuestros muros un sabor a olvido y silencios. Es natural intentar sobrevivir en
esta abundancia de fantasmas olorosos a paros, marchas, gasolinas y eslogan,
que arropan al colectivo y les recuerdan los golpes, disturbios, guarimbas y
amenazas. Estamos obligados, no sé porque fuerza, hijo mío, a dibujar un nuevo
modo de avanzar hacia la consolidación de objetivos más visibles, que impacten
en el tiempo y transformen en un nuevo estilo y de menos inflexión los próximos
momentos de nuestras vidas.
Otra de las
lecturas que recuerdo, mi hijo, es la de “Así hablo Zarathustra” de Nietzsche,
ahí encontramos un pasaje donde este sabio, acompañado por un enano, se
encuentran un portón con dos caras y una larga calle prolongada hasta “algo”
que el sabio denominó “la eternidad”, y detenidos en el medio del portón
descubren que tras de ellos está el pasado y de frente el futuro. Las dos son
para él la eternidad. Ahí se está en el “instante” mirando cada una de las
calles. Lo espantoso es que cuando observamos en línea recta todo lo vivido se
descubre que la verdad es sospechosa, tal vez es curva y que detrás de nosotros
viene una legión de fantasmas. Ese “instante” no es más que el presente que nos
toca vivir y que lo vivimos con una falta de aliento; el mundo del pasado, esos
momentos y restos de lo que hemos hechos, ya sea para el bien o para el mal de
nuestras historias, nos acecha. Nos cerca como el lobo en el bosque cuando
descubre una presa, con sus “fauces de
furia” y “ojos de mal”, como nos
dice Darío. Nos hace crueles con nuestras estimas, hasta el extremo de no
perdonarnos las razones que nos llevaron a las grandes caminatas. Siento que
cuando nos colocamos en el instante, en el punto en que miramos la eternidad
del pasado, y nos volteamos, y observamos la otra parte de la eternidad, creo
ver, con rostro acalambrado, que cualquier motivo doloroso que nos deja el
pasado, la eternidad del futuro es una suerte arquetipal representada por la
Torre destruida, y nosotros caemos con gran susto por un rayo que nos sacude y
hace que pisemos tierra de manera brusca. El miedo a la caída es tan enorme
como el cielo mismo, así nos enfrentamos a vivir el umbral de una nueva etapa.
De este modo, el instante se convierte en una especie de glacial que
desafortunadamente detiene cualquier intención de continuar el camino, y surgen
los recodos para escapar, olvidar, huir o temer, a veces sin fundamentación,
sólo porque lo percibimos o interpretamos en el instante vivido.
Constatar a la
Torre al frente de nuestras eternidades, y vernos obligados a cruzar por esa
línea, nos coloca en dos situaciones, mi hijo: la primera, es entender que al
frente está el mal humano, o sea, no el mal que se gesta fuera de la persona,
sino más bien que surge de lo más profundo de su ser: el alma. Y la segunda
situación que nos coloca esa mirada al futuro es que nos compromete a la
construcción, no sólo de los instrumentos y estrategias para abordar el mal que
nos aqueja, sino todo aquello que representa la cotidianidad necesaria para
existir con bondad en este mundo.
Hijo mío, el
mundo está plagado de maldad, pero una imagen de ella es el totalitarismo,
porque nos enfrenta sin remedio, a seis grandes males: la burla despiadada del
poder, la falta de consideración del ser humano como persona, el sadismo, la
pérdida de la conciencia y del sentido común, el entrenamiento de una masa
colectiva para defender los procesos y enfrentar a aquellos que no está de
acuerdo y la sed de venganza. Todos estos males hacen ver a la eternidad del
futuro como una calle infinita donde caen todos los hombres. La imaginación
ante ello, sólo es un orificio ofrecido por Zarathustra para colocar en el
camino a un perro a aullar - “¿Había oído
alguna vez aullar así a un perro?” – Nunca habíamos oído aullar a un perro
de esa manera. Cada vez que ellos aúllan como si estuvieran llorando es porque
la muerte cruza la calle, de manera que esta imagen fantasmal nos interpela:
¿Será que lo que percibimos del final de esa trayectoria que define el camino
de la eternidad del futuro, y que representa la síntesis del proyecto humano y
social de nuestro pueblo, da tanto miedo que nos deja detenidos en el instante
y es lo que nos impide seguir adelante? Lo cierto es que las historias de los
sistemas totalitarios conducen a mirar el futuro como un fracaso prometido. Un
modo de sostener el poder es querer hacernos ver que después de ellos no hay
nada, y esa es otra de sus grandes maldades. Aún con la vaciedad y la falta de
contenidos que posee la maldad, una gran mayoría se aferra a su fe totalitaria.
Esto ocurre porque es necesaria una fluida interpretación para entender la
precisión de sus mensajes. De manera, que estas formas de maldad representan la
ignorancia y la debilidad, o como diría Hannah Arendt la “inclinación a ceder a la tentación”. Es a esto, a lo que sugiero
revises cada vez que escuches o sientas sus discursos, sus gestos y sus
silencios son más peligrosos que sus verbos.
Aquí, sentado
a tu lado, mirando los dos la infinitud del futuro, por supuesto, ante la
visión que mueve el pensamiento con respecto a él, no hay otra posibilidad sino
el creer que estamos pasando una temporada en el infierno: “Me creo en el infierno, por lo tanto estoy
en él” dice Rimbaud. No hay nada más fácil, hijo mío, para los que rigen
los sistemas totalitarios, que el crear la confusión o sea hacer salir al mismo
demonio a deambular por las calles. Todo esto es parte del plan: hacernos mirar
en el camino de la eternidad del futuro a una torre destruida y a un demonio en
fiesta, o sea los ojos puestos en la destrucción y en la confusión, todo ello
para olvidar, porque la base que sostienen sus ideas es la construcción del
olvido y la ficción del enemigo. Lo terrible es que, tanto la destrucción como
la confusión, son hechos reales y palpables a nuestros sentidos orgánicos; todo
ello viene junto con el discurso y las promesas de reconstrucción nacional, y a
la movilización de todos los instrumentos de información que ayuden a la
población a olvidar y hacer una nueva imagen del futuro con el sistema.
El
totalitarismo lleva en sus operaciones tres actividades fundamentales unidas a
los males antes señalados: la pérdida de la noción de la amistad, la
destrucción del pasado y la invención del enemigo. Cuando te detengas en el
instante, no olvides de mirar la línea del futuro en compañía de los amigos,
así las eternidades, que son inciertas y complejas, se construyen con imágenes diferentes
a la de su maldad, recuerda lo dicho por el poeta sueco que cuando surge el
control la “conversación entre amigos es realmente una prueba de amistad”. Cuídate
del “cobro de facturas”, ya sea por esa
rabia contenida de no saber mirar el futuro o por el desespero incontrolable de
querer “salir de esto”. Recuerda que el
futuro que se nos avecina nos interpelará por la capacidad en la reconstrucción de las relaciones y en la posibilidad
de perdonarnos. Aún sabiendo, que perdonar no es olvidar lo que nos divide, más
bien es quitar las manos de la garganta de nuestros semejantes.
En los tiempos
oscuros que nos toca vivir, hijo mío, la violencia no se manifiesta por un solo
camino. Los sistemas totalitarios crean vías muy sutiles, bárbaras y crueles
para ella; por lo general las construyen, paralelamente, a los mecanismos de
violencia de los que se les oponen. De este modo, el sistema elabora
metodologías sin trasparencia, haciendo uso de los esfuerzos, creencias y
recursos para movilizar fuerzas de choque con un sentido destructivo del todo.
Estas fuerzas, por lo general, no son externas o foráneas. Nacen en las mismas
comunidades de donde surgen las voces opositoras y ahí radica su crueldad,
quién se hace mi enemigo es mi vecino, desviándose la mirada hacia alguien que
no es a quien me opongo. Por ello, surge la pregunta: ¿cómo lidiar con esas
trampas? Es necesaria una lógica inversa que rompa con el sistema de violencia
que se anima desde el totalitarismo. Eso exige, al menos, dos cosas: estar
claro de dónde proviene la maldad y ser creativo. Para ello, es imprescindible
una noción muy profunda de la libertad, no como un juguete, ni orificio por
donde se escurren palabras y buenas intenciones. Es un asunto del pensamiento,
del preguntarnos ¿Dónde estamos cuando pensamos? Aún más: ¿Dónde estamos cuando
pensamos en la libertad como escenario posible de realización humana?, dirás
que es imposible pensar en la libertad con un sistema de violencia desatado
desde el poder. Es cierto, desde ahí la violencia queda fuera del alcance de la
política, porque el poder con mecanismos altamente violentos, como se ha vivido
en estos años, es una fuerza generadora de destrucción, impidiendo que las
fuerzas políticas puedan contenerlas con sus herramientas. Es por ello, la
necesidad de la creatividad y el enfrentamiento con lógicas diferentes que
desestructuren los métodos que el sistema totalitario está acostumbrado. Hay
que recordar que el totalitarismo es un sistema violento y morboso en su
estructura, pero carece de la fuerza maestra para convencer y someter los pensamientos
libertarios como el tuyo.
Lo único que
quiero es que te civilices con el perdón, aceptando tu responsabilidad en las
consecuencias de todas estas marismas, y sujeto a la confianza de las potencialidades
y transformación de lo perdonado; libérate de las consecuencias del odio y
evita ser víctima de ello. El perdón nos libera de la venganza, porque ella es inhumana
y cruel para con el otro. El perdón como condición civilizadora está implicada en
la transformación humana, y nos coloca al lado del otro en actitud tolerante y
confiada, y porque no, en la noción más importante del amor: la amistad. Te
tocará, hijo mío, redimensionar nuevas alianzas con los vecinos, eso te
enseñará a ser civilizado a partir de la vida en la amistad. La amistad es un
acto de alianza como “cadena realizativa” del hombre. El perdón y la amistad
fueron alternativas de amor, acción y compasión propuesta por Jesús de Nazareth
para que el hombre transformara el mundo en una nueva posibilidad de vida, ante
la implacable ley del “ojo por ojo y
diente por diente”.
Por último, tal
vez de manera inconsciente hay una preparación para los cambios que se
avecinan. Ya que existe una gran necesidad de acabar, de manera definitiva, con
esa lucha insostenible entre la barbarie y la civilización. Sabemos que la
primera ha tenido grandes avances y ha hecho intentos muy grandes por aplastar
toda noción civilizatoria. Eso no quiere decir que la lucha la ha ganado la
barbarie, y que por ello debemos guardar en un recodo de nosotros mismos todo
aquello que podemos proteger de lo civilizado que hemos sido. El gran enemigo
de las nociones civilizatorias son propuestas ya viejas, primitivas y caducas
que no caben, por ningún motivo en las nuevas realizaciones humanas. Tarde o
temprano las ideas primitivas del totalitarismo cederán, porque ellas mismas se
descomponen al enfrentarse a las ideas, principios y métodos para construir
sociedades donde lo civil y civilizatorio es el eje de la vida pública. Son
guerras eternas, porque ese enemigo está en y entre nosotros. Hijo mío, procura
estar alerta ante su presencia. Te quiere, papá.
A: Sam y Gabo
Desgarrador, aleccionador, sublime.
ResponderEliminarGracias por tu comentario. Gracias por haber dado un paseo por la Isla Inquieta. Mis deseos de un buen año.
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