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Julio Cortázar (Ixelles, Bélgica 1914 - París, Francia 1984) |
Morelliana:
Pienso
en los gestos olvidados, en los múltiples ademanes y palabras de los abuelos,
poco a poco perdidos, no heredados, caídos uno tras otro del árbol del tiempo.
Esta noche encontré una vela sobre una mesa, y por jugar la encendí y anduve
con ella en el corredor. El aire del movimiento iba a apagarla, entonces vi
levantarse sola mi mano izquierda, ahuecarse, proteger la llama con una
pantalla viva que alejaba el aire. Mientras el fuego se enderezaba otra vez
alerta, pensé que ese gesto había sido el de todos nosotros (pensé nosotros y
pensé bien, o sentí bien) durante miles de años, durante la Edad del Fuego,
hasta que nos la cambiaron por la luz eléctrica. Imaginé otros gestos, el de
las mujeres alzando el borde de las faldas, el de los hombres buscando el puño
de la espada. Como las palabras perdidas de la infancia, escuchadas por última
vez a los viejos que se iban muriendo. En mi casa ya nadie dice “la cómoda de
alcanfor”, ya nadie habla de “las trebes” —las trébedes—. Como las músicas del
momento, los valses del año veinte, las polkas que enternecían a los abuelos.
Pienso
en esos objetos, esas cajas, esos utensilios que aparecen a veces en graneros,
cocinas y escondrijos, y cuyo uso ya nadie es capaz de explicar. Vanidad de
creer que comprendemos las obras del tiempo: él entierra sus muertos y guarda
las llaves. Sólo en sueños, en la poesía, en el juego —encender una vela, andar
con ella por el corredor— nos asomamos a veces a lo que fuimos antes de ser
esto que vaya a saber si somos.
(Capítulo 105 de Rayuela)
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