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Laura Antillano (Caracas, Venezuela 1950) |
Soy Ana. Aunque en este momento, no sé bien
si lo soy. Soy un fantasma, con mi rostro muy pálido, y a punto de desmayarme
en cualquier instante. Mi traje es rojo, con puntos diminutos amarillos,
detengo mi mirada en ellos y ya no estoy aquí. Me niego a estar aquí, en un
avión, en vías a un país que no conozco, a una ciudad de la que todo ignoro.
Soy Ana, o fui Ana. Ahora, soy una mujer
que oculta un inesperado embarazo (¿lo oculta?). La palabra se convierte en una
entidad autónoma que resuena en mis oídos sin que alcance a sentir que tengo
algo que ver con ella: “embarazo”, ahora creo que entiendo el sentido real de
su etimología, porque sentimos que hay situaciones “embarazosas” frente a las
cuales no sabemos cómo reaccionar... Un embarazo significa que estoy en
“estado”, en ¿qué estado?, la gente dice: "en estado interesante”... los
contenidos semánticos se multiplican pero en esencia permanece un fondo oscuro.
Estoy embarazada, espero un hijo... estamos en plena década de los setenta,
finales del siglo veinte… estoy embarazada, espero un hijo y tengo que huir. A mi
cabeza viene la imagen de múltiples noticias periodísticas, actrices de cine y
televisión, dirigentes políticas, personalidades femeninas de relevancia, se enfrentan
socialmente y tienen su hijo, solas, ¿solas?, solas, sin necesidad de
"escudo” matrimonial, todas esas informaciones de prensa, radio, cine o
TV, forman en mi cabeza una masa oscura, son otra realidad, otra dimensión de
lo vivido, una de papel, superestructural. Recuerdo las discusiones de Adriana
con sus amigas, los señalamientos del alto índice de madres solteras en nuestro
país, el código civil, las leyes escritas por los hombres... en mi cabeza,
tampoco siento que esas palabras, volátiles, expresadas con vehemencia y calor,
tengan nada que ver conmigo, ni con la realidad de que te duela la barriga y
tengas que correr al baño, o recordar una tarde en el liceo en que de pronto me
vino la regla y se me mancharon desde las pantaletas hasta el pupitre... la
realidad significa que Angela Davis
tiene que usar desodorante para no tener mal olor, y que Jean Genet tiene que ser solidario hasta con los Panteras Negras, para estar al lado de los marginados por su misma condición de tal, porque la homosexualidad aún hoy, todavía a finales del siglo veinte, sigue siendo una "lacra social”. La realidad es que tengo veinte años, soy estudiante universitaria clase media,
y me dio la gana de hacer el amor, y estoy en mi derecho de hacer el amor, sin necesidad de esa patraña elemental y deshonesta de “contraer matrimonio”, para responder a una necesidad fisiológica y emocional, cometí un error, es cierto, sencillo y ridículo por elemental: no tomé precauciones, no usé anticonceptivos, de lo contrario no existiría este avión, esta salida absurda, este volumen en mi vientre... También existen otras posibilidades: abortar, por ejemplo, habría sido una de ellas, pero, en primera instancia, el aborto es un acto clandestino (lo que no implica que no se practique), si quiero hacerlo con un límite mínimo de riesgos sobre mi vida, debo pagar mucho dinero, y no lo tengo, soy una estudiante universitaria, con lo escasamente necesario para el autobús y otros pequeños gastos. Reflexioné mucho y de pronto me planteé por encima de todo, que era importante tenerlo, tener el hijo sé que puede significar mi frustración profesional, y otras muchas cosas, pero algo mental, que no puedo definir racionalmente, me lleva a tenerlo. En ningún instante me planteé, sin embargo, el llegar a ningún arreglo con Mario, es más, hubiera querido que él no se hubiera enterado. Mario es un niño menos posibilitado que yo para darle solución a los problemas. Mario es lo que es: un dulce y melancólico rostro, una figura lánguida y sensual, un repartir el volante subversivo en la puerta de los salones, en el recinto del decano, un largo silencio repleto de ternura. Mario es una mano suave que acaricia mi cuerpo, y me enseña, al tiempo en que él mismo aprende, lo que es el amor, lo que significa hacer el amor, en los términos más puros y hermosos, la torpeza del inicio tiene la calidez del descubrimiento... ese es Mario, ¿cómo puedo pretender que penetre mi reflexión, enraizada en una maraña de prejuicios sociales, prioridades económicas, y necesidades emocionales, que en un instante se ven envueltas en un solo ovillo, y me obligan a emprender este largo viaje? Voy a Chile, sí, allí me esperan Pedro y su mujer, voy a tener mi hijo y a intentar continuar mis estudios, a intentar compaginar las ideas que flotan en mi cabeza con la realidad que palpo. Es indudable que la sorpresa me embarga, la sorpresa ante el rechazo de mi propio “grupo primario”, la sorpresa ante un acontecimiento nuevo que aún siento flotar en una esfera irreal (a pesar del mareo continuo y otros signos de malestar), voy como un objeto, como un papagayo conducido por fuertes tormentas inesperadas. Atrás quedan otras historias. Ahora me someto a lo inesperado.
tiene que usar desodorante para no tener mal olor, y que Jean Genet tiene que ser solidario hasta con los Panteras Negras, para estar al lado de los marginados por su misma condición de tal, porque la homosexualidad aún hoy, todavía a finales del siglo veinte, sigue siendo una "lacra social”. La realidad es que tengo veinte años, soy estudiante universitaria clase media,
y me dio la gana de hacer el amor, y estoy en mi derecho de hacer el amor, sin necesidad de esa patraña elemental y deshonesta de “contraer matrimonio”, para responder a una necesidad fisiológica y emocional, cometí un error, es cierto, sencillo y ridículo por elemental: no tomé precauciones, no usé anticonceptivos, de lo contrario no existiría este avión, esta salida absurda, este volumen en mi vientre... También existen otras posibilidades: abortar, por ejemplo, habría sido una de ellas, pero, en primera instancia, el aborto es un acto clandestino (lo que no implica que no se practique), si quiero hacerlo con un límite mínimo de riesgos sobre mi vida, debo pagar mucho dinero, y no lo tengo, soy una estudiante universitaria, con lo escasamente necesario para el autobús y otros pequeños gastos. Reflexioné mucho y de pronto me planteé por encima de todo, que era importante tenerlo, tener el hijo sé que puede significar mi frustración profesional, y otras muchas cosas, pero algo mental, que no puedo definir racionalmente, me lleva a tenerlo. En ningún instante me planteé, sin embargo, el llegar a ningún arreglo con Mario, es más, hubiera querido que él no se hubiera enterado. Mario es un niño menos posibilitado que yo para darle solución a los problemas. Mario es lo que es: un dulce y melancólico rostro, una figura lánguida y sensual, un repartir el volante subversivo en la puerta de los salones, en el recinto del decano, un largo silencio repleto de ternura. Mario es una mano suave que acaricia mi cuerpo, y me enseña, al tiempo en que él mismo aprende, lo que es el amor, lo que significa hacer el amor, en los términos más puros y hermosos, la torpeza del inicio tiene la calidez del descubrimiento... ese es Mario, ¿cómo puedo pretender que penetre mi reflexión, enraizada en una maraña de prejuicios sociales, prioridades económicas, y necesidades emocionales, que en un instante se ven envueltas en un solo ovillo, y me obligan a emprender este largo viaje? Voy a Chile, sí, allí me esperan Pedro y su mujer, voy a tener mi hijo y a intentar continuar mis estudios, a intentar compaginar las ideas que flotan en mi cabeza con la realidad que palpo. Es indudable que la sorpresa me embarga, la sorpresa ante el rechazo de mi propio “grupo primario”, la sorpresa ante un acontecimiento nuevo que aún siento flotar en una esfera irreal (a pesar del mareo continuo y otros signos de malestar), voy como un objeto, como un papagayo conducido por fuertes tormentas inesperadas. Atrás quedan otras historias. Ahora me someto a lo inesperado.
Los diminutos puntos amarillos sobre el
fondo rojo de mi vestido vuelven a adquirir nitidez, y a recordarme el tiempo
presente, que a través de mi pensamiento, y de la mágica dimensión de la
escritura se funde en futuro y pasado próximos y lejanos, dejándome atravesar
esferas insondables de palabras plenas de imágenes de ensoñación y rechazo.
Debo tomar posesión plena de mi angustia de veinte años, esperando un hijo que
no planifiqué, pero que ahora deseo que llegue a feliz nacimiento. Mentalmente
revivo la imagen de Gabriel, el pequeño Gabriel, observándome mientras, sin
poder evitarlo, me he vomitado en el piso de la habitación, Gabriel no disimula
su sorpresa y busca ayuda, porque –Ana está enferma, mamá, Ana está enferma-,
pone en mi mano un vaso de agua, y sus ojos, gigantescos ojos escudriñantes,
demuestran una preocupación que yo preferiría obviar, por mi estado de salud, y
mi aparente repentino malestar. Gabriel, qué lejos estás de los hechos
cotidianos y concretos, que se entrelazan para formar la vida real. Qué lejos hemos
estado todos, en nuestro claustro de posibilidades “literarias” y visiones
idealizadas del gesto humano, qué poco preparados para percibir un mundo elemental
de relaciones que para otros es el “pan cotidiano”... Adriana, Gabriel, Mercedes,
David... ¿qué será de ustedes?
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