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José Emilio Pacheco (México, 1939 - 2014) |
Diciembre de 1950 en Buenos Aires. Reina el verano en el hemisferio austral. El calor llena de fuego y luz las horas. La evaporación del río que ya es casi mar humedece la gran ciudad como una esponja.
Un niño juega a solas con una esfera de cristal. En su interior nieva sobre un paisaje del norte: una cabaña de troncos a la orilla de un lago. Al mismo tiempo en Toronto que se hunde entre la nieve otro niño observa su propia esfera. Bajo el cristal diluvia arena.
Dice: perdido en el desierto, resisto el simún bajo un cielo de cal en un espacio sin agua. La arena está nevando sobre mi cuerpo. En la circunferencia líquida tengo sed. Bajo las tinieblas ardientes busco el lugar en donde nace el frío. Veo espejismos. Llego a un oasis y en vez de manantiales y palmeras encuentro abetos, un lago congelado y una cabaña.
Estoy, añade, en una bola de cristal llamada Tierra. Su circunferencia es mi límite. En ella deberíamos caber todos porque nos hace iguales el ser distintos. Mientras tanto, aunque la Cruz del Sur y la Estrella Polar no brillarán jamás en el mismo cielo, acepto que tu verano sea mi invierno y mi invierno resulte tu verano.
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