Fotografía

Fotografía: Marisol Zurita Aguilera. Isla de Chiloé. Chile.

Poema: Conversación con la cebolla de Edda Armas

 

 


Conversación con la cebolla

 Edda Armas

 

Creo en el sosiego de las metamorfosis.

Amalia Iglesias Serna

 

Extremadamente inquieta

       salgo al balcón a vislumbrar

si alguna silueta se asoma o se proyecta al fondo silencioso

si una lagartija o una nube mutante pasa delante de mis ojos

en los márgenes acuosos de esta derramada irrealidad

 

       y sin vergüenza, lo que asoma

 

naciendo en un pote de tierra craquelada por la sequía

son tres hojas tiernas salientes del bulto de una cebolla.

 

La miro, y me miro en ese espejo.

 

Ella en su envoltura circular de capas; yo deshojando

cada una de las mías, cultivadas durante el encierro.

Ella, que algún día, dará cuerpo a la sopa de verduras

tiernas, siembra en mí alteraciones insospechadas.

—Me digo; se lo digo.

 

De seguro al secarnos, volveremos a ser bulbo

agazapado, hasta otro renacer.

Si acaso logramos salvarnos del coronavirus que azota.

Si alguna mano vecina nos propicia tazas de agua.

Si el inclemente sol de estos días no nos marchita

antes, y no vamos a parar al cesto de la basura.

—Me digo; se lo digo.

 

Mirar afuera trae menudas recompensas.

No solo el aire fresco sobre el rostro.

Arcoíris dibujados por los pequeños de la casa.

Las notas del violín de Igor Alejandro García.

La nube de pájaros con su algarabía de cantos.

No demos todo por perdido, no, aún no.

 

Orando ante el altar de tus creencias

revaloras lo verdaderamente esencial

el pulso le tomas a las calamidades

te desprendes de falsas maniobras

y alivianados retornamos al adentro,

remirando la naturaleza de lo frágil

ante el ajedrez con turno de jugada.

 

Dónde me pongo yo me digo ahora,

para librarme del virus amenazante

a sabiendas de tantos padeciéndolo,

al vilo por las agonizantes vidas y

por quienes no pueden confinarse

al faltarles el plato de comida,

extremos de sogas donde miles cuelgan

sin hallarle metáforas a lo asfixiante.

 

Al pote abandonado con la tierra seca

antes guarida de nada,

de un instante a otro le entreveo

polvo de hacinados olvidos

confín de atroces despedidas

en la agobiante circunstancia

anhelando sea dulce rincón

donde el viento se devuelva

para habitar los reencuentros

algarabía ruidosa de pájaros

voladuras del verdor en ciernes,

con tallos, ternura y arraigos.

 

Dónde, insisto, subsistiendo con menos

un día a la vez, sin planes,

al igual que tú, nosotros y ellos,

cada quien armando su aquí y su ahora

plantados en este no-lugar-no tiempo

con pausa indefinida a las agujas del reloj

creyente en la vida detrás de los espejos

hagámonos armadura de cebolla

hasta el día en que consigamos revertir

la inextinguible soledad con los abrazos.

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LOS RUIDOS DE LA CASA es una mirada íntima de los sonidos detectados por el espíritu como residencia suprema de los sentidos, en especial del sentido auditivo, el cual se afina para escuchar los sonidos que están dentro y que asoman el vínculo entre lo estético y la intangibilidad del alma. Las imágenes estremecidas por los ruidos se manifiestan y se van haciendo parte del cuerpo consolidando y convirtiendo la casa estremecida con los sonidos de Dios, en un canto donde el amor deja al dedo enredado en los hilos del mantel. Las imágenes del ruido, la casa, los fantasmas, la cama, la puerta, son un todo, son uno en la vida del espíritu del autor. “En mi casa hay miles de jarrones un perro llorón por las noches una sonrisa pegada en la pared izquierda una almohada en el salón de nieve y un cuarto de estrellas lleno de grillos.”