Tomas Tranströmer (Suecia, 1931 - 2015)
Poemas de
EL CIELO A MEDIO HACER
de Tomas Tranströmer
(1962)
LA PAREJA
Apagan la lámpara y la pantalla blanca relumbra
un instante antes de desaparecer
como una pastilla en un vaso de oscuridad. Luego sube.
Las paredes del hotel brotan en la oscuridad del cielo.
Los movimientos del amor han amainado y ellos duermen
paro sus más secretos pensamientos se encuentran
como se encuentran dos colores, fundiéndose el uno en el otro,
en el papel mojado de una pintura escolar.
Está oscuro y callado. Pero la ciudad se ha acercado
esta noche. Con ventanas a oscuras. Las casas han venido.
En apretada espera están, muy cerca.
Una muchedumbre con rostros inexpresivos.
EL ÁRBOL Y LA NUBE
Un árbol anda de aquí para allá bajo la lluvia,
de prisa, ante nosotros, en lo gris derramándose.
Lleva un recado. Saca vida de la lluvia
como un mirlo en un jardín de frutales.
Cuando la lluvia cesa, el árbol se detiene.
Se vislumbra derecho, quieto en noches claras,
en espera, como nosotros, del instante
en que los copos de nieve florezcan en el espacio.
CARA A CARA
En febrero lo vivo estaba inmóvil.
Los pájaros preferían no volar y el alma
rozaba en el paisaje como un barco
roza en el muelle al cual está amarrado.
Los árboles daban su espalda hacia aquí.
El grosor de la nieve se medía con pajas muertas.
Envejecían las huellas de pasos sobre el hielo.
Bajo un toldo se consumía el lenguaje.
Un día llegó algo hasta la ventana.
El trabajo se detuvo, yo levanté la vista.
Los colores ardían. Todo se dio la vuelta.
La tierra y yo dimos un salto el uno hacia el otro.
EL TAÑIDO
Y el tordo sopló en los huesos de los muertos con su canción.
Estábamos bajo un árbol sintiendo que el tiempo se hundía
y hundía.
El cementerio y el patio de la escuela se encontraron
y ensancharon el uno en el otro como dos corrientes
en el mar.
El tañido de las campanas de la iglesia ascendió impulsado
por la suave palanca del planeador.
Dejaron un silencio aún más enorme en la tierra
y los pasos calmos de un árbol, los pasos calmos de un árbol.
EL VIAJE
En la estación de metro.
Una apretura entre carteles
en una luz fija, muerta.
El tren vino y llevó
rostros y portafolios.
La próxima: Oscuridad. Íbamos sentados
como estatuas en los vagones
que se descolgaban en las cavernas.
Obligación, sueños, obligación.
En estaciones bajo el nivel del mar
se vendían las Noticias de la Oscuridad.
Había gente en movimiento, triste,
silenciosa bajo los relojes.
El tren llevó consigo
abrigos y almas.
Miradas en todas direcciones
en el viaje a través de la montaña.
Ningún cambio por ahora.
Pero más cerca de la superficie empezaron
a zumbar los abejorros de la libertad.
Bajamos a la tierra.
La tierra aleteó
una vez y se quedó inmóvil
bajo nosotros, extendida y verde.
Espigas volaron
sobre los andenes.
¡Última estación! Acompañé a los otros
más allá de la estación terminal.
¿Cuántos éramos? Cuatro,
cinco, no muchos más.
Casas, caminos, nubes,
ensenadas azules, montañas
abrieron sus ventanas.
DO MAYOR
Cuando bajó a la calle después del encuentro amoroso
remolineaba nieve en el aire.
El invierno había llegado
mientras yacían juntos.
La noche lucía blanca.
Él iba rápido, por la alegría.
Toda la ciudad se inclinaba.
La sonrisa de los que pasaban
– todos sonreían tras los cuellos subidos.
¡Todo era libre!
Y todas las interrogaciones empezaron a cantar la existencia
de Dios.
Eso le pareció.
Liberada, una música
se fue por la nieve remolineante
a largos pasos.
Todo en dirección al Do.
Una brújula temblorosa apuntando hacia el Do.
Una hora por encima del dolor.
¡Era fácil!
Todos sonreían tras los cuellos subidos.
CUANDO VOLVIMOS A VER LAS ISLAS
Cuando el barco se acerca, allá lejos,
viene un golpe de lluvia y lo ciega.
Las bolas de mercurio se estremecen en el agua.
Lo gris azulado se tiende.
El mar está también en las cabañas.
Una estría en la oscuridad de la entrada.
Pasos pesados en el piso de arriba
y baúles con sonrisas recién planchadas.
Una orquesta hindú de ollas de cobre.
Un bebé con los ojos en marejada.
(La lluvia empieza a desaparecer.
El humo de unos pasos tambaleantes
en el aire sobre los techos).
Aquí sigue algo más
que es mayor que los sueños.
La costa con la choza de alisos.
Un cartel con la leyenda CABLES.
El viejo brezal alumbra
a alguien que viene volando.
Tras las rocas, ricas parcelas,
y el espantapájaro, nuestro centinela,
que llama a los colores hacia sí.
Un asombro siempre luminoso
cuando la isla extiende una mano
y me arranca de la tristeza.
DESDE LA MONTAÑA
Estoy en la montaña y veo la ensenada.
Los barcos descansan sobre la superficie del verano.
«Somos sonámbulos. Lunas vagabundas.»
Eso dicen las velas blancas.
«Nos deslizamos por una casa dormida.
Abrimos las puertas lentamente.
Nos asomamos a la libertad.»
Eso dicen las velas blancas.
Un día vi navegar los deseos del mundo.
Todos, el mismo rumbo – una sola flota.
«Ahora estamos dispersos. Séquito de nadie.»
Eso dicen las velas blancas.
EL PALACIO
Entramos. Una sala enorme
vacía y callada. El área de su suelo:
pista de patinaje abandonada.
Toda puerta cerrada. El aire gris.
Cuadros en las paredes. Se veían
bullir imágenes sin vida, escudos, platillos
de balanza, peces, figuras luchando
en un mundo sordomundo, al otro lado.
Una escultura se exponía en el vacío:
solo, en medio de la sala, un caballo.
Pero al principio no lo percibimos,
por la sala vacía deslumbrados.
Más tenue que el susurro de un molusco
se oían de la ciudad ruidos y voces
dando vueltas en la sala desierta,
murmurando y en busca de un poder,
y también otra cosa. Algo oscuro
se instaló en los cinco umbrales
de nuestros sentidos, sin traspasarlos.
Fluyó la arena en los cristales mudos.
Era la hora de moverse. Caminamos
hacia el caballo. Era gigantesco,
como hierro, negro. Imagen del poder
que quedó a la muerte de los príncipes.
El caballo habló: «Yo soy el Único.
A mi jinete, Vaciedad, derribé.
Este es mi establo. Crezco lentamente.
Del silencio de aquí yo me alimento.»
SYROS
En el puerto de Syros había barcos de cargas abandonados,
esperando
Proa junto a proa junto a proa. Amarrados desde hace años.
CAPE RION, Monrovia.
KRITOS, Andros.
SCOTIA, Panamá.
Cuadros oscuros en el agua, alguien los descolgó.
Como juguetes de nuestra infancia que se han hecho gigantes
y nos acusan
por lo que nunca fuimos.
XELATROS, Pireus.
CASSIOPEJA, Monrovia.
El mar ha terminado de leerlos.
Pero la vez primera que vinimos a Syros – era de noche –
vimos proa junto a proa a la luz de la luna y pensamos:
¡Qué flota poderosa, magníficos transportes!
UNA OSCURA SILUETA NADADORA
Sobre una prehistórica pintura
en una roca del Sahara:
una oscura silueta nadadora
en un antiguo río que es joven.
Sin armas ni estrategia,
ni en calma ni en acción,
y separado de su propia sombra:
ella se desliza por el fondo de la corriente.
Él luchó para liberarse
de una adormecida imagen verde
para alcanzar por fin la orilla
y hacerse uno con su propia sombra.
LAMENTO
Él dejó la pluma.
Quedó quieta en la mesa.
Quedó quieta en el vacío.
Él dejó la pluma.
¡Demasiado lo que no se puede escribir ni callar!
Está paralizado por algo que sucede muy lejos
aunque la maravillosa mochila late como un corazón.
Afuera, es el comienzo del verano.
Del verdor llegan silbidos – ¿personas ó pájaros?
Y cerezos en flor dan palmadas a los camiones que llegaron
a casa.
Pasan semanas.
Se hace lentamente noche.
Las polillas en la ventana:
pequeños, pálidos telegramas del mundo.
A CIELO A MEDIO HACER
El desaliento interrumpe su curso.
La angustia interrumpe su curso.
El buitre interrumpe su vuelo.
La luz tenaz se derrama,
hasta los fantasmas se toman un trago.
Y nuestros cuadros se hacen visibles,
nuestros rojos animales de los talleres de la Edad del Hielo.
Todo comienza a dar vueltas.
A centenares andamos al sol.
Cada persona es una puerta entreabierta
que lleva a una habitación para todos.
La tierra infinita bajo nosotros.
El agua brilla entre los árboles.
La laguna es una ventana a la tierra.
UNA NOCHE DE INVIERNO
La tormenta acerca su boca a la casa
y sopla buscando tono.
Yo duermo inquieto, doy vueltas, leo
con los ojos cerrados el texto de la tormenta
Pero los ojos del niño son grandes en la oscuridad
y la tormenta, ella gime para el niño.
A ambos les gustan las lámparas oscilantes.
Ambos están a mitad de camino del lenguaje
La tormenta tiene manos y alas infantiles.
La caravana se desboca hacia Laponia.
Y la casa siente la constelación de clavos
que mantiene unidas las paredes.
La noche está calma sobre nuestro piso
(donde todos los pasos que han resonado
descansan como hojas caídas en un estanque)
¡pero afuera la noche es salvaje!
Sobre el mundo anda una tormenta más seria.
Pone su boca en nuestra alma
y sopla buscando tono. Tememos
que la tormenta nos sople hasta vaciarnos.
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