Fotografía

Fotografía: Marisol Zurita Aguilera. Isla de Chiloé. Chile.

Ensayo: La poesía dramática en Federico García Lorca por Carlos Luis Torres Gutiérrez

 

 

 

Federico García Lorca (España, 1898 - 1936)

La poesía dramática en Federico García Lorca

por: Carlos Luis Torres Gutiérrez

 

Publicado el día 18 de diciembre de 2023

en LETRALIA, Sala de Ensayo  

 

 

El hombre que vivió enamorado de la vida”, así era Federico, un poeta que le cantó a todo lo que fuera luz y vida.

La obra de Federico García Lorca es una cascada de sonidos, de ritmos y de imágenes. Su poesía habla de una España visceral que vibró en sus manos, y él, con su voz y su pluma, sorprendió a Granada e hizo temblar al mundo que se vio reflejado en sus palabras.

Nace el 5 de junio de 1898 en una pequeña población de la Vega de Granada, Fuente Vaqueros. Era un pequeño pueblo con iglesia, un campanario, calles estrechas, casas blancas y una fuente en la plaza. “Toda mi infancia es un pueblo de pastores, campos, cielo, soledad. Sencillez, en suma”, afirmó Federico un día. En verdad, en ese escenario nació su poesía, burbujeando en el corazón de un niño campesino que hablaba con las hormigas, con los lagartos, con las caracolas y las cigarras. Un niño que disfrutaba el olor a tierra mojada, reía con cada amanecer y desde sus primeros años llevaba su patria en el corazón. “Amo la tierra, me siento ligado a ella con todas mis emociones. Mis lejanos recuerdos de niño tienen sabor de ella”: ahí está la esencia de sus versos, en la construcción inconsciente de una unidad inseparable entre naturaleza y vida.

 

(Frío, frío,

como el agua del río)

(Caliente, caliente,

como el agua de la fuente)

 

 

El lagarto está llorando

la lagarta está llorando

han perdido sin querer

su anillo de desposados.

 

 

Por el cielo va la luna

con un niño de la mano.

 

Su primera adolescencia transcurre en Granada. Allí quiere ser músico, materializar el ritmo que aprendió al oír el agua de la fuente y al ver llover al caer de la tarde.

Sus interpretaciones de Chopin, Beethoven y Mendelssohn se recuerdan por la maestría con la que aquel muchacho se acercaba al piano, y que tiempo después repitió en el dibujo y la palabra. No sólo interpretó a los clásicos, el piano y la guitarra los utilizó para cantarle al alma del pueblo. Con su profesor de música, don Antonio Segura, buceó en lo más antiguo y enraizado del cancionero popular, en las esencias del cante jondo andaluz. De la música se deslizó poco a poco a la poesía, mezclándolo todo: palabra, canciones, música, recuerdos de infancia y de viajes, dibujos de rápidos trazos. Le buscaba una forma de expresión a su pecho que parecía explotar de excitación. Esto explica por qué García Lorca entendía el arte como unidad, como un todo susceptible de múltiples manifestaciones, como una forma de vivir, de ser él, o mejor, el arte y la vida, en Federico, eran la misma cosa.

A su alma, más grande que el mundo, Granada le queda chica; por ello viaja a Madrid. Ahí en la Residencia de Estudiantes inaugura su amistad con hombres como Luis Buñuel, Salvador Dalí, Rafael Martínez y los poetas Rafael Alberti y Manuel Altolaguirre. Pero sobre todo con Dalí estrechó una gran amistad que le permitió compartir la aventura del arte desde esos dos extremos: la pintura y la poesía. Con Manuel de Falla compartió su pasión primera, la música. Ellos (la virtuosa generación del 27) contribuyeron en la construcción de ese maravilloso escenario artístico que fue la obra de García Lorca: drama-música-poesía-dibujo… y pasión, que no únicamente se muestran en las obras de teatro o en sus libros de poesía, sino también en la manera de vivir, siempre en el límite, con toda la emoción de estar viviendo lo irrepetible, de estar diciendo lo no expresado o de representar con la palabra exacta el sentimiento de alegría o de dolor de un pueblo.

Muestra de lo anterior es su Poema del cante jondo, la pena, la guitarra y la voz desencajada y rota que hace estallar el alma cuando canta el dolor de una tierra tan sagrada como el pueblo que la habita.

Después de este homenaje al pueblo andaluz con Poema del cante jondo vienen dos libros de Canciones; como la mayoría de sus escritos, sólo son publicados años después, pero se conocen por toda España a través de sus presentaciones. En estos dos libros, Federico sigue un camino personal, el de expresarse a sí mismo tal y como es: alegría, y sobre ella, una premonición de su muerte: “Si muero dejad mi balcón abierto”.

El Romancero gitano es, al igual que Poema del cante jondo, el grito de un pueblo que se siente marginal, que expresa todo con la pasión de saber que lo único que posee es la vida. Por ello aquí no está la razón presente como tal, sino un sentimiento que brota por la piel del pueblo gitano y que Federico muestra con el dolor, con la música, con una metáfora que se desliza como el agua entre las rocas, expresando el sufrir, el frío de cuchillos, el grito silencioso, el amor desmedido, la injusticia y el extrañamiento en su propia tierra. En el Romancero Federico nos entrega el corazón gitano en la palma de la mano y sin resistirnos nos quedamos con él, palpitante, sin ataduras, como un susurro, quemándonos la piel.

“Romance sonámbulo”, “La casada infiel”, “Preciosa y el aire” y “Muerte de Antoñito el Camborio” son conocidos como los poemas más representativos del Romancero gitano, el cual tiene un personaje central: la pena, pero como lo dijo él un día, “este personaje, la pena, no tiene nada que ver con la tristeza, ni con el dolor, ni con la desesperación”. Los poemas del Romancero gitano van más allá, trascienden la emoción, llegan a representar lo más profundo del sentimiento de ese reducto de hombres gitanos que se siente “raza maldita” y que la presienten a través de sus propias supersticiones. El poeta aprovecha sus objetos (cuchillos y puñales, naipes y espejos), los enlaza con sus cantos y guitarras, les recuerda sus mitos y leyendas, le da un sentido a esa mezcla descarnada, ese sentido que mágicamente nos queda después de su lectura, también embriagadora.

Poeta en Nueva York no es únicamente el producto de la desolación que siente García Lorca en su corta temporada en esa ciudad; es un canto al hombre marginal, al negro de Harlem que habita una ciudad deshumanizada, es la tragedia del hombre hormiga, reflejo de una ciudad que ha destruido la naturaleza y cuyo aire irrespirable lo ahoga todo: la música, la belleza, el color, la alegría, el amor y, por supuesto, la vida. Poeta en Nueva York es la demostración de la capacidad y grandeza de este hijo de Granada, cuyo sentimiento poético encierra el canto de las más diversas culturas.

 

¡Ay, Harlem disfrazada!

¡Ay, Harlem, amenazada por un gentío

de trajes sin cabeza!

Me llega tu rumor,

me llega tu rumor atravesando

troncos y ascensores.

 

 

Son los cementerios, lo sé, son los cementerios

y el dolor de las cocinas cerradas bajo la arena.

Son los muertos, los faisanes y las

manzanas de otra hora

los que nos empujan en la garganta.

 

Los meses que vive en Nueva York le dan a Federico sensación de tragedia. Una invitación del Instituto Hispano Cubano de Cultura a dictar conferencias y recitales le permite volver a llenar de aire sus pulmones y escribir el texto “El poeta llega a La Habana”, repleto de son y color moreno, pues la alegría está en Cuba, que le parece una mezcla de Cádiz y Granada: “¡Oh, cintura caliente y gota de madera!”, canta mientras le da los últimos toques a dos obras de teatro, El público y Así que pasen cinco años.

La madurez literaria de Federico García Lorca se complementa con su trabajo teatral. Él es el dramaturgo, el director, el músico, el alma de su compañía La Barraca, con la que atraviesa varias veces España entera para representar obras de autores clásicos españoles, incluidos Miguel de Cervantes, Lope de Vega y otras que animaba con impulsos de juglar, de titiritero a la vieja andanza. La zapatera prodigiosa, Bodas de sangre, La casa de Bernarda Alba, Yerma, Mariana Pineda y El público son obras dramáticas de impecable factura, en las que la poesía, la cruda vida de los personajes en acción, configuran un todo armónico.

La muerte lo espera de sorpresa en Granada en 1936. España atravesaba por años difíciles, las ligas fascistas habían asaltado el Palacio de Borbón, Hitler y Benito Mussolini habían respaldado la dictadura franquista y el país se desangraba al comienzo de la guerra civil. Toda España respiraba una sensación de intranquilidad que poco a poco se fue transformando en cansancio y hastío: huelgas generales, asesinatos, atentados, saqueos e incendios, no circulaban taxis ni tranvías, los cafés cerraron sus puertas, sólo quedaron abiertas las panaderías y frente a ellas largas filas de mujeres en busca de alimentos. Federico cantó a los marginados, a los débiles, cantó contra la guardia civil, contra la injusticia.

Él fue una de las primeras víctimas. Fue sacado de la casa de su amigo, el poeta Luis Rosales, en donde se refugió, y es asesinado pocos días después, el 19 de agosto del año 1936. El mundo entero grita por tamaña barbarie y los poetas lloran la partida de uno de los más grandes en toda la historia de España, un hombre que amó sin medida y que sintió como nadie la muerte, a través de su poesía. Al cantor le cantan muchos, de manera poética… Pablo Neruda, en su sentida oda a Federico García Lorca, dice:

 

Por ti pintan de azul los hospitales

y crecen las escuelas y los barrios marítimos

y se pueblan de plumas los ángeles heridos,

y se van volando al cielo los erizos.

 

La metáfora, el alma fundamental de la poesía, logró en García Lorca un lugar especial, su infinitud se crea al unir dos objetos contrapuestos. Ese hilo invisible que los ata rasga al lector, le hace conocer un nuevo idioma, un universo de imágenes no intuido. Por eso nuestra imaginación de lectores tiernos nos invita a compartir con él un espacio donde la vida y el arte sean la misma cosa, donde la niñez sea una constante, donde la alegría brote al tocar una roca, donde el llanto se entremezcla con la lluvia y la muerte sólo sea la oportunidad para la vida al convertirse en palabra, dibujo, música o simplemente una sonrisa.

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LOS RUIDOS DE LA CASA es una mirada íntima de los sonidos detectados por el espíritu como residencia suprema de los sentidos, en especial del sentido auditivo, el cual se afina para escuchar los sonidos que están dentro y que asoman el vínculo entre lo estético y la intangibilidad del alma. Las imágenes estremecidas por los ruidos se manifiestan y se van haciendo parte del cuerpo consolidando y convirtiendo la casa estremecida con los sonidos de Dios, en un canto donde el amor deja al dedo enredado en los hilos del mantel. Las imágenes del ruido, la casa, los fantasmas, la cama, la puerta, son un todo, son uno en la vida del espíritu del autor. “En mi casa hay miles de jarrones un perro llorón por las noches una sonrisa pegada en la pared izquierda una almohada en el salón de nieve y un cuarto de estrellas lleno de grillos.”