Fotografía

Fotografía: Marisol Zurita Aguilera. Isla de Chiloé. Chile.

Poemas de UNA ISLA de Rafael Cadenas

 

Rafael Cadenas (Venezuela, 1930)

Poemas de  

UNA ISLA

 de

 Rafael Cadenas

 

 

Infeliz bajo la tiranía,

infeliz bajo la república,

en una suspirábamos por la libertad,

en otra por el fin de la corrupción.

 

Czeslaw Milosz,

citado por Octavio Paz

 

 

Hablo de una alta condición, antaño,

entre los trajes, en el reino de girantes claridades.

 

St. John Perse

 

 

Si el poema no nace, pero es real tu vida,

eres su encarnación.

Habitas

en su sombra inconquistable.

Te acompaña

diamante incumplido

 

 

Rememoro

una temporada

esculpida

en ébano

llena

de ofrecimientos,

donde las albas

son frágiles.

 

Altar

de un delta.

 

El agua

se expande

en la memoria.

 

 

Vengo de un reino extraño,

vengo de una isla iluminada,

vengo de los ojos de una mujer.

Desciendo por el día pesadamente.

Música perdida me acompaña.

 

Una pupila cargadora de frutas

se adentra en lo que ve.

 

Mi fortaleza,

mi última línea,

mi frontera con el vacío

ha caído hoy.

 


Sola,

insegura,

apremiante

palabra,

casa sin atavíos.

 

Para ella desearía

la fuerza

de los árboles.

 

 

País mío, quisiera

llevarte

una flor sorprendente.

 

 

Aprendió el secreto de las ciénagas antes de rendirse. El verde incendio extendió sus brazos sobre ella.

Sucumbió a manos de la luna.

Ciudad en fuga, cercada por espesos batallones.

 

 

Escribiste: “Estos muros se hacen transparentes cuando te siento.

Mañana traigo los libros.

Te besa”.

Mi libertad había nacido tras aquellas paredes. El calabozo núm. 3 se extendía como un amanecer. Su día era vasto.

El pobre carcelero se creía libre porque cerraba la reja, pero a través de ti yo era innumerable.

 

 

A un esbirro

 

Rostros deben andar por su café, por sus calles de llanto, por el humo de su cigarrillo.

Han de buscarlo voces, perseguirlo por las frías carreteras.

¡Cuántas puertas rompió vestido de hombre!

¿Cómo halló tanta tiniebla para vencer la zumbante nube de ojos fijos?

Un paisaje insomne que hable para él.

 

 

Perdido follaje.

Caminé en la confusión por viejos muelles, bajo lunas de bauxita, hacia otros brazos.

Pero siempre regresaba, siempre fui presa fácil de conquista.

Indiferente sólo conservé la postura.

 

 

Música entregada en el desastre.

Mis manos han sentido crecimientos.

El amor ya no avanza ahogándose en preguntas.

 

Claridad sin quimera se insinúa, lenta.

 

 

Muelle de enormes llamas.

 

Navíos que viajan al sol,

música de tambores,

sales desencajadas,

niños desnudos,

marineros que descargan plátanos.

Ciudad de corazón de árbol, humedades

temblorosas, juncos que danzan.

La luz golpea mendigos,

divide el mundo en dos memorias.

Mi frente se hunde en la cesta del mediodía.

Soy latido, sonrisa, adoración.

 

 

Piélago como fruta que acerco a mi boca.

Isla, mi respiración, el que desheredaste para que se sostuviera con su memoria, te invoca.

En ti vivió, creció como un beso, enflaqueció frente a la luna, fue conquistado.

Ahora hace ofrendas a cielo abierto, se ahoga sin clave, se sostiene en su naufragio.

Desde entonces es un habitante.

 

 

Con sonidos de selva la bailarina danza en la noche sucia.

Carbón vegetal.

El hálito verde de su cuerpo que gira en un pozo azul salpica

las mesas.

Su risa en la densa luz rasga ojos inseguros.

A la puerta alguien vela.

 

 

Tú que caminas esta noche en la soledad de la calle, vas llena de besos que no has dado.

Del amor ignoras la escritura prodigiosa.

 

Aunque no me conoces, en mi cuerpo tiembla el mismo mar que en tus venas danza.

Recibe mis ojos milenarios, mi cuerpo repetido, el susurro de mi arena.

 

 

Dick, Harry, Cecil. Gira el carrusel

de los amantes en la noche de asfalto.

No importa.

Ellos pasaron, pero tú estás frente a mí,

sólo de ti, de nosotros, puedo dar constancia.

 

 

Luminosas bienvenidas de la tierra.

Cielo plateado, subyugadas colinas, plantaciones

de coco, tren de nubes, olor de viandas.

Alfombra mágica de los labios.

Regia marcha. El camino está lleno

de palmeras grises.

Vamos hacia San Fernando.

Recorreremos la ciudad de madera y su sortilegio

de vívida noche nos encantará.

Tú y yo solos e inmensos levantaremos nuestra rosa

a las tinieblas

arqueadas sobre un cigarrillo.

Las tinieblas dulces.

 

 

Coney Island

 

Rosa de claras risas

que golpea siempre

un mismo jirón de luz

y a un blanco río

de trópico

que duerme

girando,

girando

en la noche

amante.

 

 

Recuerdo el amanecer cuando muy lentamente las cosas

regresaban,

recuerdo el amanecer rodeando el puerto, su débil luz

que nos reunía separándonos,

recuerdo el amanecer cayendo sobre ti, sobre mí,

sobre el patio, la casa de madera, las cercas de zinc,

recuerdo el amanecer cuando se tendía en las cortinas,

las telas adheridas a su rostro, su masa amarilla

en tu voz adormilada,

recuerdo el amanecer en tu cabellera negra tumbada

sobre el lecho o bañándose de ti o dejándote su fragancia,

recuerdo el amanecer al levantarte, ir al mercado, hacer

el desayuno, su derrame en los jardines, las prendas

que traía.

Es otro el amanecer ahora.

 

Armada, la memoria salta de súbito para morder.

 

 

Te extiendes, camino de arena, más suave que la memoria de un ciego.

 

Salimos a recorrer la ciudad.

Tú te tiendes sobre una tibia hojarasca,

Más tarde me encuentras, tocas mi hombro y te vuelves

noche.

 

 

Una urbe áspera sella mi boca.

 

Yo viajo a los espacios transparentes.

Conmigo está tu chal de lana, el viejo fonógrafo que cuidabas tanto,

tus zarcillos con que ibas al mercado, tu pulsera de oro, la vajilla humilde.

El perro que nos despertaba pasa su hocico por mi lecho.

No es magia, sencillamente nada he olvidado a no ser que existo sin ti.

 

 

Fuego burlador de códigos. Encantamos la noche.

Nos posee el momento, nuestro anillo de boda.

Fuera de él sólo hay nombres.

 

 

Tus pies —raíces

de la iglesia

que se apoya

en mis ojos— calzan

un sol

de islas.

 

 

Aquí los días de los amantes tienen una lentitud

antigua

y sus bocas no se vuelven declinantes rescoldos.

 

 

Me despiertas, apagas las lámparas,

traes el día.

 

 

Me entregas olvido,

profundo olvido de terrores,

olvido anonadante,

olvido oscuro.

 

 

Aun la luz que sale al camino desde tu casa me

toca como un cuerpo.

 

 

La noche nos recibe en su gran recinto sólo cuando

todo recuerdo ha sido dejado en la puerta.

 

 

Nos miramos como quienes despiertan.

Estamos en un sitio que no sabemos nombrar.

Nos construimos sobre lo arrasado sin comprender

este auge.

Sólo déjame contemplarte, centro caoba del temblor.

 

 

Mujer, mi suelo, tan real.

 

 

Llegué.

Entonces el mundo corrió a ocultarse en tu cuerpo,

nos albergaron lugares que no existían

y manó el licor de los momentos perdidos.

 

 

Cómo disponías tu cuerpo bajo cúpulas lujuriosas

para la reanudación de la fábula.

 

 

Nadie presagiaba ciudades crueles.

 

 

Fantástico pozo de niño.

Mis ojos creen olvidar y no pueden.

 

Recuento.

No me alcanza la memoria, de maravilla a maravilla.

Cada día es otra invitación,

pero no bastan los nombres

para mostrar la joya preferida de Raleigh.

 

 

I

 

Tristes anales horadan las costas.

 

Días torturados en medio de una ebriedad.

 

Encantamiento que cubre una zozobra.

Me prolongo por veredas sangrantes como dilatado

resto de legión.

 

II

 

Me entrego a estas arenas donde el brillo rescata.

Aquí soy. Sin pensar.

 

III

 

Dones.

Lentos navíos sobre las aguas bruñidas.

Senderos que se esconden en el verdor.

Bungalows, y el acuerdo en la noche que nos

transporta.

 

IV

 

Verdes ilesos.

 

¿Sobrevive aquí el hondo designio?

 

V

 

En esta playa no me pregunto quién soy ni dudo

ni ando a tientas.

 

Claras potestades imperan aquí, ahuyentan ráfagas

de aniquilación, aúnan lo roto.

Inician.

 

VI

 

Rostros sumergidos reaparecen en la oscuridad

del cuarto.

Derrame de ayeres, dádiva inasible, náufragos.

Sin ellos me desprendo de mí.

 

VII

 

Lentitud sagrada. Hemos dejado pasar los días desde

un vasto olvido. Nos anegó la indolencia. Entregamos

las armas. El sitio duró poco.

Desheredados, el lugar se adueñó de nuestra historia.

La volvió espera.

 

VIII

 

La claridad rodea nuestro letargo. Una calma nos encuentra. Las mareas tocan a nuestra puerta para despertarnos.

Juntos somos anteriores a nosotros.

 

Para que nuestros ojos sean claros hay exilios.

 

IX

 

¡Cuánto hemos andado!

Nuestros sentidos se enriquecieron con extrañas

donaciones. Allí la tierra nos permitía ser.

Nuestra memoria, antes adueñada, dejó de escoltarnos.

 

X

 

Contemplo el desatado verde, la danza del mar frente a nuestra casa, la lluvia que lleva la miseria de la ciudad por pasadizos vegetales. Se aproxima la noche en Point Cumana; aún permanece cierta luz, zumo de ocaso. Lejos resuenan barriles metálicos. Se oye un calipso en el follaje rey. No pienso. Se olvida aquí. Es magnífico.

 

 

Fragmentos

 

Escribo

como quien se inclina sobre el cuerpo que ama.

 

 

Vivos como plumajes quedarán estos espacios.

 

 

La que encanta las orillas llega sin más escolta que el deseo.

Hebra que conduce fuera del pensamiento.

 

 

¿Quién presagiaba diásporas, cruentas escrituras,

tierras de castigo?

 

 

El mapa se me antoja un hombre arrodillado

que crece cuando me quedo solo, miro alrededor

y reabro mi memoria.

 

 

La noche habla a las puertas.

 

 

Un canto oscuro estremece la madera.

 

 

No teníamos nada y éramos magníficos.

 

 

Cerca como mi traje,

lejos como un barco después del adiós.

 

 

Quita tu cuerpo del espejo

y

oblígalo a ser nube.

 

 

Tus ojos donde se calman las iras del trópico,

tus ojos habituados a la oscuridad de los follajes,

tus ojos que saben zarpar hacia el exceso

no resisten

la felicidad.

 

 

Penetro

en el sol manchado de tu mirada, la rosa perdida.

 

 

Me has dado el paso con que voy al encantamiento.

 

 

Voluptuosos márgenes persiguen una sombra febril.

 

 

Vengo a espacios llagados,

y en mi boca se entristece el paraíso.

 

 

Los ojos inocentes

reconquistan territorios perdidos.

 

 

Crece sobre cicatrices la rosa de un mediodía

escondido.

 

 

Una mujer me busca entre las hojas,

un hombre sale de tu frente a llevarte.

 

 

El tiempo avienta islas hacia mí, pero he perdido los ases.

En el derrumbe resuenan las aguas.

Una transparencia baña la herida.

 

 

Me conocí a tu lado en la hierba

como puro olvido.

 

 

¿Cómo pude volver la espalda?

¿Cómo pude borrar tan firme escritura?

¿Cómo pude seguir, seguir, desunido, ardiendo?

 

 

You

 

Tú apareces,

tú te desnudas,

tú entras en la luz,

tú despiertas los colores,

tú coronas las aguas,

tú comienzas a recorrer el tiempo como un licor,

tú rematas la más cegadora de las orillas,

tú predices si el mundo seguirá o va a caer,

tú conjuras la tierra para que acompase su ritmo

a tu lentitud de lava,

tú reinas en el centro de esta conflagración

y del primero

al séptimo día

tu cuerpo es un arrogante

palacio

donde vive

el

temblor.

 

 

Crezco

de su desaparición.

 

No quería partir.

Sobre la memoria sólo vive el musgo.

 

Me extravío.

El tiempo me empuja a su mesa salobre.

 

Regreso.

Una mujer nace sin cesar.

“Son dos chelines

para llevarlo a donde quiere.”

Oigan

sólo dos chelines

cuesta la dicha.

 

Ella sale de la espuma,

pero no recuerdo más, nada, la noche en mí.

 

 

Me levanté con las luces del día,

como de niño cuando había viaje en casa.

Sobre mis huellas volaban aves

llenas de sol,

llovizna,

viento.

Resonaron las costas por última vez, me acostumbré

a caminar sin ella y con la sal perdida

construí una torre

llameante.

 

 

 

Hoy hago memoria de tu reino.

Voy contigo a ruidosos mercados donde mujeres de piel cobriza venden hojas, a los muelles atestados

de frutas, a la Savannah donde los amantes encuentran la oscuridad para verse.

Paseo a tu lado por la ciudad, la recorremos como a una feria, estamos otra vez alegres.

 

 

 

Partí de tus brazos sin saber a dónde iba. El barco nos empequeñecía hasta hacernos desaparecer. Con temblor. Ahora no me reconozco. Sólo espero que de mí nazca otro hombre unido. Ojalá pudiera devolverte el resplandor que me entregaste. Te pertenece, pero estoy estancado, estancado como una piedra y no podré buscarte.

 

 

 

Isla

 

¿Te busco a ti o busco mi rostro? Al recordarte me inunda lentamente una quietud animal. La misma de aquel que en el follaje caliente contemplaba las flores de las cercas.

Sólo sé esto: que al evocarte mi extravío cesa, vuelvo a entrar en contacto, soy de nuevo el que mira morosamente

 

 

Despedida

 

Nuestras inscripciones fueron barridas,

nuestros lugares devorados por la arena,

nuestras fiestas convertidas en fogatas

que avientan su ilusorio mediodía.

 

Contemplamos la devastación.

Todas las creaciones de nuestros ojos

se hunden.

Respiramos

separación. El cisma

es nuestro

refugio.

No hay luz que nos enlace

pero una vez

corrió el licor abandonado,

desconocidas fuerzas de unión

manaron para marcar a fuego

toda la vida.

 

Ahora

quiero sentir sobre mí la alianza

que anonadó nuestros rostros.

Devuélveme el fulgor

y los ojos que le pertenecen.

 

El vino se ha eclipsado.

Los días de los amantes también pasan.

Excelencia de lo vivo sobre lo vivido.

 

Costa que se aleja,

puedes

darme el poder

de vivir en otra parte.

 

 

Ausencia

 

Te he buscado, ala de mar, infantil.

Las aguas arrasaron la verde claridad.

Se llevaron la casa que fundé entre indigencias.

Doy vueltas en una ciudad, sin objeto,

como devolviéndome.

 

Perdidas dinastías de los ojos,

por entre duras calles transcurro.

 

Déjame el camino franco hacia el reino

de la frente ofrecida.

 

Mi voz se pierde entre estos veleros

que saben ser sordos.

 

Esplendor que te confundes con la infancia,

renunciaré a los fulgores bebidos.

Sé acariciar el día.

 

¿Quién le creerá a mi habla seca?

 

Yo seguiré en la ciudad, sin validez,

junto a las puertas humilladas.

 

Volveré a ti, prodigioso litoral,

pero no esperes mis ojos.

 

Ahora celebro el advenimiento de la levedad.

 

 

Aún oigo las orillas.

Las olas no golpean solamente la playa.

El viento susurra una antigua historia sin desenlace.

 

 

Años

de enterrar

cartillas,

himnos,

celdas,

anulando

el militante extravío

en un abandono

del que trata de emerger

un hombre

sin cargas.

 

A prueba de espejismos.

 

 

 

Emergimos de una narración para habitar. Antes de ser nosotros, fuimos personajes. Pendíamos de una épica incorpórea. Pensábamos en una edad en que el cielo pasaría por el hueco de una aguja. El pálido pensamiento nos tenía suspendidos sobre la tierra.

Después todos los lugares fueron reinos.

 

 

La destrucción me sitia. Me estanco, en litigio. La claridad se vuelve inútil. Llegué y no llegué. No ando, me desando, en pedazos. Digo estoy y no siento lo que digo. Voy de cerco en cerco. Atestiguo derrumbes. Busco lo que solo no puede encontrarse, y se hace tarde.

 

 

El exiliado deplora las patrias. Rehúye escisiones.

Se encamina hacia el instante.

 

Comienza a ver. Cuanto lo rodea recobra su fuerza.

Las cosas se avivan de día en día.

 

Se adhiere a su cuerpo, buscando el molde antiguo.

Se reconoce enigma. Despide la irrealidad.

 

Ve su cara en el estanque y la olvida.

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