Fotografía

Fotografía: Marisol Zurita Aguilera. Isla de Chiloé. Chile.

Poemas: de Victor del Árbol

 

 

 

Víctor del Árbol (España, 1968)

 

Poemas de Víctor del Árbol

 

UN HOMBRE VALIENTE

 

De ti recuerdo mi recuerdo,
hermano,
la mirada guiñada
y la sonrisa del diastema;
esa risa tuya sin huesos
que siempre tenía hambre de pan.
Tus historias interminables y tus manos de molino,
las hormigas que corrían por tus pupilas al contar.

Todo quería ser poeta en ti
y te inventaste la biografía
en tu lado de la pared
con malditos,
los cantantes de cantina
y las muñequeras con clavos de punta roma,
porque tú, hermano, nunca supiste dañar.

Te tatuaste la piel con dolores de antes,
barones rojos y flores del mal,
botas militares y tejanos de mercadillo,
pitillos robados de padre,
para princesas de falda corta
en el patio de la escuela.

Querías ser algo
parecido a lo que eras
pero no lo sabías.

Luego llegaron las perolas de arroz blanco
en el parque de Los Pajaritos, ¿te acuerdas?
Ya no eras un niño
pero todavía querías galopar
el caballo de la furia
los viernes por la tarde
cuando en los bolsillos los puños,
un par de colillas y el número al que llamar
por si en un mal túnel
te rompía la vida.

Dejaste que tus cejas marcaran tu ira.
Te crecieron aretes de pirata
y cuchillos en la lengua
aunque tu mirada seguía
en el tiempo
de juegos
en las aguas del Ter.

Te volviste del color que trae la desgracia,
la frente apoyada en el ladrillo
y la tristeza en los tronos
del callejón.
Trampas sin salida
y los jaguares no te dejaban en paz.

Oficiaste el olvido,
la muerte a mano propia,
la resurrección de vez en cuando,
un verso de púas para enrocar el corazón,
una frase en la ventanilla del autobús.

Pateabas las piedras,
despejabas el camino a tu epitafio.
Sin gloria, harto de héroes
de cerveza caliente y de hachís culero,
de novela barata y barrotes en el puerto.

Y entonces lanzaste el grito que rompió el cielo
en la gasolinera de tu ruina:
te abriste el pecho,
metiste la mano dentro,
rezumaste el veneno verde
hasta la amarga locura,
te ataste con cadenas a la mazmorra del cielo bajo
y juraste morir
para nacer de nuevo.

Fuiste el hombre más valiente que jamás he conocido.

 

POR SI ACASO

Habrá que empezar por algo,
me digo,
un juego de manos
o el artificio perfecto
para el pirómano.

En el ojo de cristal estalla
el resplandor
de una verdad posible,
una vida cosida
con papel verde
de cometa.

Yo no entiendo de sujeto y predicado,
ni te cuento de complementos
directos,
si va primero el significante
y detrás el significado.

No divorcio palabras con los dedos,
no soy alejandrino ni profeta,
ni gallo cantamañanas.
Y si me quemas, a la hoguera conmigo.

Fui el último de la fila,
el de los pájaros de barro,
el que nunca levantaba la mano.
Un fraude, decían.
Un espejo rayado.

Materiales orgánicos, entonces,
allá vamos:
las emociones,
arrugas de corazones indolentes
en este tiempo sin preámbulos.

Las palabras en parpadeos,
aire que se parte,
agua en la tierra,
sarmientos sin raíces.
Y, a veces, algo nuevo.

¿No dicen que anudamos el mismo universo?
Qué puedo saber yo,
acaso amasemos el mismo silencio.

Esta mi sublevación
antes de que el gusano se quede
lo que quede.
Antes de que el verso
se vuelva cadáver
y, luego, se pudra.
Será antes del último arrebato
triste y esforzado.

Me joden los años tachados,
me mortifican los días sin aliento,
las grutas lunares,
el limonero seco
y el hierro en la cruz.

Aquí no hay volcán desatado,
no hay Poeta.
No hay urgencias pueriles
ni lluvia de tatuajes.

Que pequen solos los amantes si se quieren.
Que se destruyan las consonantes si se odian.
Que se salven los justos y sus corderos.
Que se condenen los culpables con sus besos.

Que se vuelva vientre quien quiera parir,
o sabio quien sabe lo que no sabe…

Ya me he cansado de perder o ganar.

Por eso ahora.
Por eso aquí.
Por eso tú.
Por si acaso.

 

EL PINTOR

Exponía el pintor su evidencia
con su carga de apatía
a las seis de la tarde.
Decían sus cuadros gritados
que pintaba porque le entristecía la fealdad,
quien arrastra los pies
sin ganas de volar,
un perro que hurga
el despojo.
No tenía otra explicación
esa paleta enloquecida,
como no sea que le dolían
las cosas rotas
y las vidas incompletas.
Pintaba el pintor lo imperfecto
porque nada hay más insoportable
que soportar
este mundo perfecto.

 

EL RINOCERONTE BLANCO

Hace muchos años conocí
un rinoceronte blanco
de esos que abundan en nuestras calles
con su corte de pájaros.
Lo encontré al girar
mi esquina escrita
donde se lee lo que te espera
pero no se puede borrar.

Eran esos días de glorias
en los balcones
y bombonas de butano,
de calzoncillos en los tendederos
y reinas acodadas,
de quemaduras de cigarrillo en el pantalón
y quioscos prohibidos.
Tardes noches
de cremalleras rotas.

Tenía el rinoceronte lo que tienen todos
los émulos:
el ojo de cristal,
el cuerno del hechicero
y orejas de duende.
Y claro, esa sonrisa de vendedor de biblias.

A cinco pesetas el sueño;

a veinte, las pesadillas.

Por cincuenta, un alma;

por cien, una condena.

 

Caían los diecisiete
como las bombas sobre Hiroshima:
hongos perfectos vistos desde arriba
y Rosendo en la serpentina
del escote de mi Cleopatra
egipcia de peluca y varices prematuras,
falso cuero y peor entraña.

Territorio propicio para rendiciones íntimas,
las paredes pintadas con esperanzas colibrí,
la música perdida de Medina Azahara
en muros sin adobe
muy a lo lejos.

Tenía el rinoceronte blanco la pajarita negra
y mi número de la suerte.
Sierpes azules debajo de la piel,
heridas de suburbio,
cuartillas en el bolsillo trasero
y el deseo de algo por lo que morir.

Una jaula pintada en el aire
fueron los ochenta
cuando el rinoceronte blanco enseñaba
su diente de marfil
y las rosas eran verdes.
Los diecisiete, los treinta
y la vida se marchó sin mí.

En un sucio váter del barrio sur
se lee el epitafio de un cazador:
«Yo conocí al rinoceronte blanco y él me conoció a mí».

 

A MEDIAS

No quiero contenerme en un miedo
ni encerrarme en una excusa.
No quiero sino ser palabra.
Más aún, ser nada.
Entender desde dentro
lo que corre en los hilos dorados.

Mirada y sentir.
Silencio que a todas partes viaja.
Verga de fuego, hierro el hielo.
Ninfo y santo a lomos del asno.

Que arda lo que no sirve.
Que muera lo muerto.

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Pandora es un viaje a la oscuridad guardada en el pasado, donde el alma, como baúl, esconde los retratos de cada evento vivido. Un pasado tanto verdadero como imaginario, que se va revelando en cada una de sus páginas y textos. Es el encuentro con la memoria que a veces es guardada como reliquia en una caja y cuando se destapa salen de ella un sinfín de recuerdos atrapados y singularizados, porque son propios del autor quien sin miedo se atreve a compartir. Son como pequeñas franjas de sombras que se arrastran en las faldas de la niñez del autor, quien los va revelando uno a uno con un estilo propio, a veces trágico y en otras sarcástico. Es un libro escrito desde la defensa de la autonomía, porque en él se ofrecen verdades incómodas que se pierden en la memoria, por el simple hecho de olvidar por olvidar. Pero no, aquí se trata de recordar para olvidar y de dar paso a los sentimientos más genuinos y bondadosos del ser humano. Escrito con una poesía que tiende a ser conversacional y reflexiva, matiz que hace de Pandora un libro diferente y auténtico.