Karol Wojtyla (Polonia, 1920 - Ciudad del Vaticano, 2005) |
KAROL WOJTYLA
Poesías
MAGNIFICAT
(El Himno)
Glorifica, alma mía, la Majestad de Dios,
Padre de la bondad y de la gran poesía.
Con ritmo prodigioso mi juventud renueva
y forja mi canción sobre yunque de roble.
En mi alma resuena la gloria del Señor.
Creador bondadoso de la visión angélica.
Apuro hasta los bordes cáliz de rojo vino
en la mesa celeste – tu servidor orante –.
Gracias te rinde, Padre, mi juventud bendita;
tus manos la formaron del corazón de un tilo.
Gloria a Ti, omnipotente. Escultor prodigioso
– mi camino está lleno de abedules, de encinas -;
heme aquí: trigal tierno, soy era bajo el sol:
heme aquí, joven roca sobre el Tatra inclinada.
Bendigo tus trigales – por este y por oeste -,
esparce a manos llenas la semilla en tu tierra,
que se colmen de trigo los campos y ciudades,
y sean nuestros días abierta sementera.
Glorifico tu luz – misterio impenetrable -,
a ti que mi alma encantas con canto primigenio,
que a mis cuerdas envías melodías eternas
y dejas que hunda el rostro en el azul del cielo.
El alma de cántico es la visión de Cristo.
¡Camina, eslavo! ¡Mira los fuegos de San Juan!
Fulge el verdor del roble santo. Vive tu Rey,
se ha convertido en Jefe y Sacerdote del pueblo.
Señor, te glorifico por la serena espera
de las ojivas verdes de los días de abril,
por esta juventud – copa de vino ardiente -,
y el otoño nostálgico que los brezos recuerda.
Doy gracias por el canto, por el gozo y las penas,
por el azul y el oro que nuestras tierras viste,
gracias por la Palabra que los hombres habitan.
Gloria a Ti, que recoges la madurez lograda.
Gloria por el silencio insondable del alma
cuando a nosotros baja la hermosura más alta.
Dios si inclina hacia el harpa, más las palabras fallan,
cual rayos que en la arista del pedernal se rompen.
Fracasa el verbo. Soy como un ángel caído
– mármol que mira al cielo, escultura quebrada;
más en la esbelta línea de sus brazos has puesto
la voluntad de erguirse. Soy uno de estos ángeles.
Te alabo. Padre mío, porque tu eres el puerto
y el alma de mi canto - ¡oh Luz del pensamiento! –
En Ti se inspira el himno de la maternidad,
la palabra cumplida. - ¡Tú todo lo consumas!
Seas bendito, Padre, por el llanto del ángel
sobre el alma que a ciegas lucha con la mentira
– rompe Tú ese amor nuestro por las palabras huecas
que emponzoñan de orgullo el corazón del hombre.
Ando por tus caminos, yo, trovador eslavo,
canto con los pastores la noche de San Juan.
– Más la canción orante, que el Universo abarca,
la dejo ante tu trono. ¡Es solo para Ti!
¡Bendita la canción que vuela hacia la altura!
¡Bendita la simiente que en mi surco ha caído!
Glorifica, alma mía, a quien el terciopelo
puso sobre mis hombros y me vistió de raso.
Bendice al Escultor, ¡oh tú, profeta eslavo!
Señor, dame tu gracia – lucho contra el espanto -.
Glorifica alma mía, canta al Señor tu Dios.
Entona el himno eterno, di: ¡Santo, Santo, Santo!
¡Esta es la canción que se hace poesía!
Púdrase mi semilla en el fondo del surco
que robles y abedules den sombras a mis caminos,
y sean mis cosechas agradables a Dios.
¡Libro de las nostalgias eslavas! Grita y canta
con los resucitados el amor a la vida.
Que virginal y santo mi cancionero sea
y el himno de los hombres - ¡el divino Magnificat!
Cracovia 1039
CANCIÓN SOBRE EL DIOS OCULTO
I
Las orillas llenas de silencio
1.
Las lejanas orillas del silencio comienzan detrás del
umbral.
No podéis pasar por ahí como un pájaro.
Tenéis que deteneros y mirar hacia lo profundo,
hasta que no sepáis el alma del fondo.
Allí ningún verdor podrá llenar la mirada,
no regresarán los ojos fascinados.
Tú creías que la vida te iba a defender de la otra Vida,
abismo insondable.
De esta corriente – tienes que convencerte –
no hay regreso. ¡La eternidad te envuelve!
Hay que luchar siempre. No interrumpir el vuelo,
ir con sencillez hacia la cumbre.
Sin embargo, tú siempre retrocedes antes Aquel
que viene de la otra orilla,
cierras las puertas de tu pequeña casa.
Pero El suaviza sus pasos en el silencio,
y con este silencio acierta en el blanco.
2.
Es un Amigo. Tu memoria vuelve siempre
a aquella mañana invernal.
Desde tantos años lo sabes con seguridad,
y, sin embargo, no puedes salir del asombro.
Inclinado bajo la lámpara, bajo la gavilla
de la luz, sin levantar la cara – que esto nada
importa -,
ya no sabes si es El visto en la lejanía
o debajo de los párpados cerrados.
Está allí. Aquí no hay más temblores,
más que palabras vacías -,
tan sólo te queda una parte de tu asombro
que se convierte en el sentido total de la eternidad.
3.
Cuando quieres recibir la mar en tus pupilas
convertidas en círculos ondulantes,
te parece que van a fundirse en ti todas las
profundidades
y todas las fronteras;
más, cuando con tu pie tocas la ola,
te parece que te invade el Mar entero
trayendo consigo el frío silencio de antes.
¡Ahogarse, ahogarse! Dejaste deslizar por la pendiente
sin sentir siquiera los peldaños
por los cuales bajas tembloroso;
tan sólo eres un alma, el alma de un hombre encerrado
en una pequeña gota
arrastrada por la corriente.
4.
No es así es elemento de la luz.
Cuando la mar con rapidez te oculta
y te absorbe en su profundidad silenciosa –
las luces de las olas danzantes separan sus rayos
verticales
y lentamente calla la mar y viene la claridad asombrosa.
Entonces, de todas las partes
ves tu propia sombra
reflejada en espejos cercanos y lejanos.
¿Cómo te vas a fundir con esta Luz?
Tu transparencia no es suficiente
y la luz de todas partes te acosa.
Entonces – mira hacia tu adentro. Es el Amigo,
apenas una chispa y a la vez claridad plena.
Si tu abrazas esta chispa,
ya no podrás ver nada
y no sabrás que quieres y que El también te quiere.
Ni siquiera sentirás que el mismo Amor te envuelve.
5.
El Amor me lo ha aclarado todo,
el Amor me lo ha solucionado todo,
por eso glorifico el Amor
en cualquier lugar en que se manifieste.
Ya me he convertido en un llanto abierto a la tranquila
avalancha
del agua, en la que no hay turbulencia alguna,
y que tiene algo de la ola tranquila que en la luz se abre
y con esta luz brilla en las hojas plateadas.
Oculto en el silencio, yo – una hoja
liberada del viento,
ya no me preocupo por los días que caen,
porque sé que todos los días irán desapareciendo.
6.
Alguien hace mucho tiempo se inclinaba sobre mí.
La sombra no pesaba sobre mis párpados.
Parecía una luz llena de verdor,
de un verdor sin matices,
el verdor inefable que en la sangre se adentra.
Esta inclinación provechosa, llena a la vez de calor
y de frío,
que se adentra en mí y a la vez me supera,
pasa, pero se convierte en fe – si yo me entrego –
y en plenitud.
Esta inclinación, llena de calor y de frío,
es una callada reciprocidad.
Encerrado en este abrazo – el rostro acariciado -,
viene luego el asombro y el silencio, el silencio
sin palabras,
que nada entiende, que nada juzga –
y en este silencio siento la inclinación de Dios.
7.
Si el Señor se acerca a mí, mi corazón es como flor
que se abre
al calor de un día soleado.
Venga, pues, la luz de lo profundo, del incomprensible
día
y ponga su pie en mi orilla.
Enciéndete no muy cerca del cielo,
pero tampoco lejos.
No olvides, corazón, esta mirada,
en la que la eternidad se espeja.
Inclínate, corazón, inclínate, sol de la ribera,
oscurecido en lo profundo de los ojos,
la flor inalcanzable te espera,
una de las muchísimas rosas.
8.
¿Qué significa que todo lo comprendo cuando no veo
nada,
cuando detrás del horizonte el último pájaro desaparece,
la ola de cristal le envuelve – y yo desciendo,
para hundirme con él en la profundidad cristalina?
Veo menos cuanto más esfuerzo mi vista,
el agua que se vierte bajo el sol
trae más cercano reflejo
cuando la sombra más lejana la separa de la luz –
así también la sombra más lejana separa mi vida.
Así en la oscuridad hay tanta luz
como vida en la rosa abierta,
cuando Dios desciende
a las orillas de mi alma.
9.
Lentamente me despojo del brillo de las palabras,
conduzco los pensamientos, como las sombras
en rebaño,
lentamente todo lo lleno con la nada,
que espera el día de la creación.
Porque quiero abrir el espacio
a tus manos extendidas,
porque quiero acercar la eternidad
para que soples en ella.
No me basta el primer día de la creación,
cada vez deseo una nada mayor,
para someter mi corazón al hálito
de tu Amor.
10.
En este instante me siento lleno de una muerte extraña,
la que se marcha hacia la enorme eternidad,
y toco la hoguera lejana
en la que el jardín profundo se desmaya.
Se mezclaron el instante y la eternidad,
la gota se ha tragado el mar –
el silencio soleado desciende
a lo profundo de esta bahía.
¿Es que la vida es una ola asombrosa, más alta
que la muerte?
El fondo del silencio, la bahía inundada – el pecho
solitario del hombre.
Desde ahí estás navegando hacia el cielo,
y cuando miras hacia abajo desde tu nave
se mezclan en un riachuelo
el murmullo de los niños – y el asombro.
11.
Te adoro, heno oloroso, porque en ti no encuentro
el orgullo de las espigas maduras.
Te adoro heno oloroso, porque acogiste
a la Criatura descalza.
Te adoro, árbol severo, porque ningún reproche se clava
en tus hojas caídas.
Te adoro, árbol severo, porque en su espalda pesabas
en abrazo sangriento.
Te adoro, tenue luz del pan de trigo,
en el cual la eternidad es huésped por un momento,
afluyendo hacia nuestra ribera
por el secreto sendero.
12.
Hasta aquí llegó Dios y se detuvo a un paso de la nada,
tan cerca de nuestra mirada.
A los corazones abiertos, a los corazones sencillos,
les parecía que había desaparecido
en la sombra de las espigas.
Y cuando los discípulos hambrientos desgranaban
el trigo.
El se adentró más entre las espigas.
Aprended de mi manera de ocultarme, queridos.
Donde una vez me oculto, allí siempre permanezco.
Decidnos, espigas esbeltas: ¿no sabéis
dónde se oculta en el trigal?
¿Dónde hay que buscarle? Decidnos,
¿dónde hay que buscarle
en el trigal dorado?
13.
Dios y el universo descansaban en el corazón,
pero el universo se apagaba,
se iba convirtiendo en el canto de la Razón,
en la más baja de las estrellas.
Os voy a contar mi asombro, viejos maestros griegos,
no vale cuidar la vida, siempre tan fugitiva,
hay una Belleza más evidente – oídme, os ruego –,
oculta bajo la sangre viva.
Una migaja de pan es más real que el universo,
más llena de la vida y la Palabra
– canción que cubre como el mar,
- torbellino de sol,
- destierro de Dios.
14.
– Hijo te vas Tú, profundidad imperecedera
en la que he visto absolutamente todo.
– Padre, el amor quiere decir desde ahora:
necesidad de subir a la gloria.
– Hijo, mira cuán cerca de tu resplandor
se encuentran las espigas maduras.
Vendrá un día en que te quitarán tu gloria
y entregaré a la tierra tu esplendor.
– Padre, mira, muy cerca de mi amor
está la mirada mía,
con la que abrazo desde lo eterno
el verde crecer de los días.
Tus manos desprenderás de mis hombros –
- Hijo, conocerás la desolación.
Tu gloria, cuando llegue aquel día,
entregaré a las espigas de la tierra preñada.
– Padre, las manos sueltas de tus hombros
voy a unir al madero, desprovisto de verdor.
Con la tenue luz del trigo impregnaré este brillo
que Tú convertirás en espigas.
– Hijo, cuando te vayas, Amor imperecedero
- ¿quién podrá abrazarte con la corriente más cercana?
– Padre, dejó tu mirada que sube como una bahía
soleada,
elijo los ojos humanos,
elijo los ojos humanos llenos de la luz del trigo.
15.
Estoy ante Ti, miro con estos ojos
en los que se juntan los caminos de las estrellas –
¿Ignoráis, ojos míos, quién vive en vosotros
despojando a Sí mismo y a los astros de la luz infinita?
Saber mucho menos y creer mucho más,
bajar lentamente los párpados ante la luz temblorosa,
luego con la vista rechazar las orillas estrelladas
cuando sobre ellas el día a levantarse espera.
¡Oh Dios cercano!, convierte los ojos cerrados
en ojos ampliamente abiertos –
y el suave soplo del alma, en los pliegues de las rosas,
rodea con el viento impetuoso.
16.
Pienso con frecuencia en el día de la gran aparición,
un día lleno de asombro,
que con la Simplicidad colabora
en la constitución del mundo,
de un mundo intacto
hasta ahora
– y más que hasta ahora.
Es necesario sufrir cada vez con mayor angustia
por aquel día, todavía desconocido,
cuando la infinita Simplicidad todo lo abrazará
con su hálito amoroso.
Llévame, Maestro, a a Efrem y permíteme quedarme
contigo,
donde los silencios de la costa lejana caen
sobre las alas de las aves,
donde el verdor es como una ola profunda,
a la que no han tocado los remos,
como círculos en un agua quieta,
sobre los que no ha caído la sombra del miedo.
Gracias por apartar a mi alma del ruido que embrutece,
por permanecer en ella, amigo y pobre.
Inmenso, ocupas una pequeña celda,
porque tu prefieres los lugares vacíos y despoblados.
Porque eres la Calma, el gran Silencio,
libérame de la voz,
penétrame con el temblor de tu Existencia,
con el temblor del viento en las espigas maduras.
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