Marta Elena Crespo Pedroza (Venezuela, 1953) |
Marta Elena Crespo Pedroza
El secreto de Lucho
Lucho se desperezó en la cama cuan larguirucho era, abrió la boca todo lo que pudo al bostezar, tanto, tanto, que la quijada le sonó.
—¡Lucho, levántate que tienes que ir a la escuela mijito!
Este era el peor momento del día, porque a Lucho no le interesaba ir a la escuela. Era una diaria pelea, y de alguna manera se le escabullía a su mamá.
A Lucho le interesaban otras cosas, como ayudar a cargar el bagazo de la caña de azúcar, que reposaba en un galpón dividido en varias partes, una para cada día de la semana; y que posteriormente sería convertido en combustible para cocinar el jugo de la caña para llevar al temple, y luego colocarlo en los moldes de madera para que saliera el papelón. ¡Eso sí era sabroso! Allí se reunía con personas mayores, se sentía feliz, al terminar de ayudar salía a cazar lagartijas, o iba a bañarse en el río, o simplemente acostarse sobre la hierba a mirar las caprichosas formas que toman las nubes allá arriba, en el cielo. ¡Qué deliciosa era su vida en San Pedro! ¡Si no fuese por el martirio de la escuela! ¡Más rico el campo!
También le gustaba compartir con sus amigos Caito y Cori. Caito era a quien más cerca tenía pues iba a trabajar diariamente. Cori era su amigo desde siempre, aun cuando él le llevaba cuatro años. Juntos habían vivido aventuras que recordarían siempre, mientras crecían y el tiempo iba transformando la rutinaria vida en aquellas tierras de la hacienda san Pedro, de Guarenas, y de sus pobladores.
Una mañana todo cambió, Lucho conoció a una niña, la más hermosa que jamás había visto; era alta, morena, de ojos muy brillantes y negros. Tanto le brillaban y tan negros eran que Lucho quedó encandilado desde muy adentro, desde su corazón de muchacho de campo, entrando a la adolescencia. La luz de sus ojos oscuros le entró por sus pupilas aguarapadas, y no podía ver más que hacia adentro, recordándola.
Entonces, curioso, le preguntó a Cori, que pulía un cachito. * detalle elaborado con una parte del fruto del árbol de Jabillo.
—¿De dónde es esa muchacha?
—Ella es de Caracas —respondió Cori—, es mi prima. Mi papa la invitó hoy a conocer San Pedro. Se llama Verona —dijo y siguió con su labor tranquilamente.
Los días siguientes don Pedro trajo a sus hijos y a Verona a jugar, a cantar, a comer frutos y a reírse de todo cuanto ocurría. Verona disfrutó de cada paseo.
Por supuesto que Lucho participó de estas alegres jornadas, y puso su empeño en explicarle algunas partes del interesante proceso de fabricación del papelón. Los rincones más bonitos de la hacienda, el caserío donde vivían los trabajadores, el río Guarenas, que atravesaba la hacienda, la capillita en honor al Santo Patrón, y hasta le contó que allí hubo un milagro.
—Lucho, mañana regreso a Caracas, pero te mandaré cartas para contarte cómo estoy. Espero que me respondas.
¡Zas! El grupo de amigos, entre quienes estaba Cori, sonrió discretamente, nadie dijo que Lucho no sabía leer ni escribir.
Verona y Lucho se despidieron hasta el próximo año.
—¡Te escribiré siempre! —dijo ella.
A partir de ese día, Lucho asistió a clases diariamente, y en Navidad, cuando Verona le envió una hermosa tarjeta de felicitación, Lucho la pudo leer y le respondió con otra que decía:
Feliz Navidad y Próspero año 1957 querida Verona. De Lucho.
El secreto de Lucho. Colección: «Te cuento a Guarenas» (2017- 2021).
©Marta Elena Crespo
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