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Hombre y monstruos de Bill Jacklin (Reino Unido, 1943) |
El rejo
Autor: Gilberto Aranguren Peraza
Su
hermano escapó una noche para ir a ver la Lucha Libre Americana en casa del “Morocho”, quien recibía a los chiquillos
del barrio y los sentaba en el piso, ofreciéndoles cotufas que el mismo
preparaba, para luego cobrarles la cómoda cuota de una locha por hora. Tardó en
aparecer, y a la medianoche el reloj del abuelo de la esquina, que sonaba como
si lo hiciera la misma Catedral de la ciudad, daba doce golpes estremecedores;
fue cuando la madre, cansada de que hiciera lo mismo todos los sábados por la
noche, decidió darle la lección: unos azotes con el “rejo” guardado,
celosamente, para esas ocasiones. De pronto, un grito chillón se escuchó en
todo el barrio, la gente, entre sábanas salieron a indagar. Uno a uno fue
acercándose. La madre, la cual escuchó aterrorizada el grito afanoso del hijo,
decidió salir a la calle con el “rejo” en mano dispuesta a darle duro a quién
intentara hacerle daño. Lo encontraron temblando de miedo mirando aterrorizado
hacia un espacio baldío cercano a la casa. La oscuridad impedía visualizar con
exactitud lo que se escondía entre los arbustos, sólo se sabía que ahí estaba.
De modo, que la tragedia del grito se convirtió en el escenario de comentarios,
por lo que fue estrictamente interrogado por los vecinos, quienes espantados,
se hacían la señal de la cruz en virtud de la amenaza y el miedo: - Me acercaba
a la casa cuando escuché a alguien que me llamaba, sentía un silbido que
pronunciaba mi nombre. Miré hacia el lugar de donde creía que salía el ruido y
ahí la vi, sentada entre los arbustos, llamándome. Impresionaba ver la figura,
su color de piel; lo más impactante era la cabellera que casi llegaba al piso.
Comenzó a crecer, a crecer y a crecer hasta llegar hasta lo más alto que pudo,
y de sus ojos salía una mirada angustiosa y de rabia. Era espantoso, mirar cómo
crecía; yo pensaba que ese fuego que salía de sus ojos, y esos enormes dientes
afilados que parecían al del jabalí, iban acabar conmigo… - Relataba la
historia convencido de que se había encontrado a la Sayona en su camino; por
esa noche el rejo fue guardado, celosamente, en el armario. Ahí permaneció hasta
la otra visita a casa del Morocho.