Muchacha con un ternero de Alexey Venetsianov (Rusia, 1789 - 1847) |
Saludos a Mancha de Sol
Autor: Gilberto Aranguren Peraza
El camino se abría largo y estéril a través de las frágiles “Bellas las once” que desmayaban al paso corredor de los niños, quienes entusiasmados, gritaban mientras andaban en la sabana. Delante de ellos iba el Bambi, un belga que siempre acompañaba las jergas de los bribones. Ese día a la orden de Mauricio habían inventado llegar a los potreros, cosa vedada por los padres, ya sea porque era lejos, o porque el camino resultaba peligroso por la diversidad de rastreros que deambulaban a diario, o por la simple razón de evitar que los pingos no estuvieran presentes en las innumerables actividades salvajes que a diario ocurrían en el sector: el sacrificio del ganado, por ejemplo, o la época de los apareamientos lo cual resultaba difícil para algunas vacas o yeguas. La madre siempre estaba pendiente en que los jóvenes no se acercaran a los espacios prohibidos, pero ese día, por razones que ella misma desconocía, los niños escaparon con la pretensión de descubrir lo que se hacía en los potreros.
Jacinto, el padre, había decidido que aún no estaban en la edad para celebrar cualquiera de estas hazañas. Por ello, señaló con autoridad que no permitiría a Mauricio, a Jóvito y a Gonzálo visitas inoportunas al potrero. Aunque siempre, en épocas en que no ocurría ninguna de estas actividades procuraba llevarlos a que conocieran el lugar, pero el mayor había descubierto, en una asustadiza conversación entre Jacinto y su madre, que ese día se llevaría a cabo el sacrificio de varias bestias para ser vendidas al mercado.
Los niños habían visto nacer, un año atrás, a Mancha de Sol. Fue en una mañana lluviosa, cuando despertaron y descubrieron a sus padres organizando el recibimiento en el patio trasero de la casa. El pequeño Jóvito, al observarlo por vez primera, descubrió que la bestia había nacido con una franja anaranjada que rodeaba su lomo y por tal motivo le colocó el nombre que identificaría por siempre al animal.
Desde entonces, Mancha de Sol se convirtió en uno más del grupo. Bambi lo acompañaba y ladraba apenas se separaba de la madre, el auxilio era atendido de inmediato por el trío quienes salían disparado a arrear el animal para hacerlo encontrar con su progenitora. Jacinto veía aquello como una más de las aficiones de los chiquillos, es por eso que decidió no tomar en cuenta el asunto, pero antes las solicitudes, un día tomó a Mancha de Sol y lo arreo hasta el potrero, mientras por la ventana seis ojos curiosos veían al padre desaparecer con el ternero.
Desde entonces decidieron hacerle vigilia para enterarse del paradero del pequeño. Se escondían entre las puertas a escuchar las conversas a ver si de algún modo lograban enterarse. Hasta ese día que el mayor de los tres logró oír el destino de Mancha de Sol.
Sin pensarlo mucho, decidieron asomarse en el potrero para verificar el asunto de manera que pudieran presenciar la fatalidad en manos del padre, quien en compañía de tres jornaleros clavaban una daga en el cuello y los ojos pequeños del ternero se entregaban a mirarlos desde lejos como pidiendo auxilio.
Jacinto dirigía la obra, que para ellos significó el crimen mayúsculo hecho por hombre alguno. Espantados corrieron despabilados hasta la casa, atravesando la misma sabana que minutos antes se había convertido en el espacio macilento que los cobijaba.
Ya en casa, los tres habían decidido elaborar un plan de venganza y exterminio al hombre más criminal que habían conocido. Recordaron, por ejemplo, que Jacinto era temeroso a los sapos, y que ello le originaba un estado catatónico importante.
Cazaron en dos días dieciséis enormes anfibios que colocaron en una habitación con doble cerradura y ventanas enrejadas. Las botas como sebo fueron lanzadas en el medio de la habitación a la espera del dueño.
Fue en la mañana. Jacinto buscaba las botas, y el más menudo le informó el lugar preciso para buscarlo. Al entrar y recoger sus botas sintió que algo apalancaba el cerrojo, quedándose atrapado en medio de una docena de sapos.
Intentó abrir con desespero, gritó lo suficiente, pero su mujer aletargada con una de sus cotidianas actividades, no escuchaba los gritos que se confundían con la algarabía que los tres montaron a propósito de las exclamaciones del padre.
De pronto, los gritos mermaron hasta sentirse sólo un breve gemido de muerte, mientras la algarabía se anulaba con el triunfo extraño de la perversión. A Jacinto lo encontraron sentado apoyándose de la puerta. El veterinario del potrero detectó una muerte motivada por un ataque cardíaco.
Años después, se descubrió en su tumba, ya cuando Mauricio, Jóvito y Gonzalo, sacrificadores expertos de terneros, una nota escrita en un papel amarillento por el tiempo, escondido entre las piedras y protegido de la lluvia, con una letra redonda y grande, que decía el siguiente mensaje: “Saluda de nuestra parte a Mancha de Sol”.
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