Fotografía

Fotografía: Marisol Zurita Aguilera. Isla de Chiloé. Chile.

miércoles, 16 de diciembre de 2020

El “Mártir del Calvario” no es Clase “A”

 

Jesús en el arrabal de George Rouault (Francia, 1871 - 1958)

 El “Mártir del Calvario” no es Clase “A”

 

Por: Gilberto Aranguren Peraza

 

Durante muchos miércoles santos, después de visitar al Nazareno de San Pablo todos vestiditos de morados, mi madre y mi hermana llegaban apuradas a lavar la casa, la ropa y a preparar la comida del jueves y viernes santo. Mi hermana lavaba los pisos de la sala y del comedor, mientras mamá preparaba el pastel de pescado con papas y suficiente salsa de tomate y ajíes. Al terminar de limpiar, mi hermana se iniciaba con las hallaquitas de maíz, para entonces mis hermanos habían pasado la mañana entera cocinando y moliendo el grano. Mi hermana se disponía con el cuchillo y cortaba con rapidez el pimentón y los ajíes de todos los colores, y majaba cabecitas de ajos que unía a la sal para amasar varios kilos de masa, que luego de ser bien ultrajada, tomaba un trozo multicolor y preparaba un bojotico en el hueco de su mano derecha, para guardarlo con celo en una cuna hecha con hojas de maíz que envolvía y amarraba en un extremo y en el centro formando un ocho; por último, las  hundía en agua hervida durante una hora.

Luego de ser cocidas, las hallaquitas eran colgadas en el tendedero o se dejaban en una bandeja grande en el fregadero del patio, ahí se escurrían y se enfriaban, quedándose hasta el viernes santo o mejor dicho hasta que se acabaran, porque todo lo que comíamos durante los días santos se acompañaba con hallaquitas. Mi mamá y mi hermana preparaban más de cincuenta bollos para la familia.

Mi madre preparaba la torta de pan y en algunos casos la de plátano con queso, el dulce de arroz con leche y el inolvidable dulce de lechosa. Lo cierto era que la tarde del miércoles santo se llenaba de aromas y sabores. Al finalizar el día sahumereaban la casa con la mirra, el estoraque y los palitos de canela, todos comprados en los alrededores de la Basílica de Santa Teresa en el Silencio de Caracas. Aquellos aromas brindaban una ternura a la tarde, y pasado el día quedaba esperar el jueves santo con su tranquilidad y buen calorcito.

En la mañana del jueves santo mi hermana abría el periódico que guardaba del día anterior para ver las carteleras de cine y entonces, al igual que el año anterior, nos decía a mi sobrina y a mí que debíamos bañarnos y vestirnos porque esa tarde era de cine, de igual modo mi madre se vestía elegante para asistir a la visita de los siete templos. Eran dos días de una jornada diferente. Ya pasado un poco el almuerzo salíamos todos, un grupo se dirigía a los templos del centro de la ciudad y nosotros tres: mi hermana, mi sobrina y yo al cine Diana que quedaba justo después de la Plaza Capuchinos en la avenida San Martín, cerca de la esquina de Los Angelitos.  

El cine estaba al frente de otro cine llamado El Royal. Era un cine como los de antes: con un famoso patio, el palco y el exclusivo. Mi hermana procuraba cancelar el lado exclusivo que no costaba más allá de un medio más que la entrada de patio, y desde ahí, durante varios años seguidos, fuimos testigos del Mártir de Calvario con un actor español de nombre Enrique Rambal. Lo impactante de la película era lo parsimonioso que era el Jesús de Nazareth: un hombre sumamente tranquilo, con una voz suave, serena y calculada, y unos discípulos que se conocían por completo cada uno de los Evangelios porque repetían textualmente cada una de las frases de estos libros sagrados.

Me llamaba poderosamente la atención ver cómo caminaba ese Jesús: avanzaba con lentitud y hablaba con la misma, y a mitad de la película los diálogos desaparecían por completo convirtiéndose en un eterno monólogo en la voz pausada de Rambal.

Fueron varios años seguidos de visita al Diana para ver al Mártir del Calvario, lo bueno de todo eran las golosinas ante de entrar al cine. Los bolsillos iban repletos de chocolates, caramelos, no faltaban los salvavidas, los ping pon, las cotufas. Mi hermana se compraba su cajetilla de cigarro y pasaba las dos horas de cine prendiendo cada veinte minutos un cigarrillo, al igual que ella se veían luces por todas las salas y un humo que al principio mareaba, pero luego se convertía en la verdadera iniciación al cigarro. Yo aprendí a fumar en el cine, no me queda la menor duda de eso.  

Me acuerdo que durante mucho tiempo me quedó grabado el escenario de la película, yo no sé por qué, pero siempre pensé que la escenografía era muy parecida a la de los pesebres que se hacen en la Navidad en conmemoración al nacimiento del Niño Dios; lo cierto es que los personajes se me parecían a los muñequitos que mi mamá colocaba en el pesebre, eso me causaba mucha impresión. Pero, por otra parte, me impactaba el sufrimiento de Jesús: los latigazos que le daban al pobre y lo terrible que era cuando le colocaban la corona de espinas en la frente. Mi hermana siempre terminaba llorando y llegaba a casa diciendo que el actor de la película era bellísimo… por supuesto yo con la boca abierta nunca entendí aquello.

Prácticamente me conocía el guión de la película, la vi durante cinco años seguidos y todos los años eran los mismos golpes, los mismos latigazos, los mismos gritos y las mismas caras de la María Magdalena y de la Virgen María al pie de la cruz, todo eso valía la pena por las golosinas y la fiesta que representaba el salir de casa a pasear. Una cosa me llamó la atención durante muchos años y es que la censura en los cines me impedían entrar a ver las películas de Clase B, mucho menos las de C y D porque todas eran violentas y de escenas con sexo evidente. Pero cinco años aguanté cómo le caían a golpes a un hombre, cómo le clavaban grandes clavos en sus manos, cómo le introducían una lanza por su costado y cómo sufrían un sinnúmero de mujeres por él, pero - “esa película era Clase A, porque trataba de la vida del hijo de Dios” – esa fue la respuesta que me dio mi hermana años después.        

domingo, 13 de diciembre de 2020

Cercanía del verano

Pintura de Henri de Braekeleer (Bélgica, 1840 - 1888)

 

 

Autor: Gilberto Aranguren Peraza 


Después de haber visitado el parque 

en medio de celebraciones

tortas y helados, todos con

tapabocas de malhechores

llegamos a casa y empezamos

la faena de desinfección: limpieza de

las manos y pies

alcohol

luego el baño con agua y jabón.

 

Hoy el confinamiento continúa

cierra bien  

coloca la tranca

atraviésala a todo lo ancho

de la puerta, recuerda

el virus es un espíritu indeseado

con cuerpo de pelota

despidámonos del mundo

miremos por la ventana

a través del cristal del talismán

colgado entre las cortinas

porque con su luz espantamos

a los fantasmas. 

lunes, 7 de diciembre de 2020

Nacimiento

 

Después de nacer de August Allebé (Países Bajos, 1838 - 1927)

Autor: Gilberto Aranguren Peraza

 

No te irrites

cuando lo haces

huyen

de la habitación las historias

aun no contadas. Esas

escondidas a la vuelta de tus cabellos

tan lacios como los de mi padre.

 

Pones los ojos como paraparas

cuando pronuncio tu fantástico

nombre

sustantivo cobijado en mis manos

y convertido en playa

 

en un ir y venir

sin cálculo alguno

sin privilegios del día

 

son preguntas dejadas en la mesa

con respuestas pegadas en la pared

 

mientras recogemos el polvo del piso

nos vemos las caras

sabiendo lo frágil de nuestras

penas

pero recordando aquel día cuando

llegaste desnudo

y te abracé

para luego salir con lágrimas en los ojos

a tomarme una cerveza bien fría

para apaciguar

todo el temor

ocasionado por tu presencia.

Inquietud

Sesión III (06 de octubre de 2016)

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Poesía Inquietante

Itinerario. LIbro de Poesía. De: Gilberto Aranguren Peraza

Itinerario. LIbro de Poesía. De: Gilberto Aranguren Peraza
En nuestro día a día, perdemos de vista las cosas sencillas de la vida, el autor Gilberto Aranguren, a través del género poético, construye imágenes que conforman la interioridad de su mundo, le da importancia a cada aspecto de su vida y elige con cuidado aquello que le parece valioso y que pueda marcar totalmente la diferencia, él sabe que hay un mundo en su interior invisible para los demás y que cada evento exterior representa una ventana a su interior, ¡sus poemas son su reflejo!

LIBRO ITINERARIO

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Libro: Los ruidos de la Casa

Libro: Los ruidos de la Casa
La casa es un tejido de ruidos

Los ruidos de la casa

LOS RUIDOS DE LA CASA es una mirada íntima de los sonidos detectados por el espíritu como residencia suprema de los sentidos, en especial del sentido auditivo, el cual se afina para escuchar los sonidos que están dentro y que asoman el vínculo entre lo estético y la intangibilidad del alma. Las imágenes estremecidas por los ruidos se manifiestan y se van haciendo parte del cuerpo consolidando y convirtiendo la casa estremecida con los sonidos de Dios, en un canto donde el amor deja al dedo enredado en los hilos del mantel. Las imágenes del ruido, la casa, los fantasmas, la cama, la puerta, son un todo, son uno en la vida del espíritu del autor. “En mi casa hay miles de jarrones un perro llorón por las noches una sonrisa pegada en la pared izquierda una almohada en el salón de nieve y un cuarto de estrellas lleno de grillos.”