Poemas de: EL LLAMADO DE LOS GRILLOS
Siempre
esperamos.
Miramos
los objetos brillantes,
suspendemos
la misión inacabada
y
esperamos.
Salimos
a los balcones
vemos
el asfalto e imaginamos
los
regresos de quien nunca partió.
Escribimos
en el aire
en
los ojos de la muñeca del viandante
en
las cajas ausentes que rara vez tocamos.
Recorremos
el pasillo de la unión
decimos
no lo olvidaremos
y
escribimos.
Las
palabras de viajes sin asideros son crípticas.
Son
piezas de mármol que no podemos espejear.
Es
por la esperanza y prueba de lo posible
que
amo el pájaro que no sabe volar
el
que fue incubado sin los espacios.
Una
sombra de hormigas cubre las hojas.
El
cuaderno tropieza
rechina,
se escurre, brilla
y
curvo los días con escudo de plata
para
que reverdezcan las palabras.
Para
tenerla
una
nervada nuez
verdes
botas vaqueras
o
un orificio
donde
escarbar con un lápiz la pared.
En
el partir
el
ritmo no permite
en
un viaje, ni en dos
asolarla
los truenos.
Tres
acciones para verla.
Estar
sin miedo, callar.
Bocetar
el deseo, callar.
Y
ser en el esplendor callando.
Dónde
la prenda de la entrega
la
que testimonie.
En
la otra esquina
el
maniquí de arena inamovible
sabe.
Hago
promesas en los espacios
y
es el punto de fuga
el
más blanco.
Atrapa
una realidad en signos.
El
vértigo del hundimiento es el amor
y
están los ojos el cuerpo
como
testigos.
Todo
es desaparición.
Las
palabras ofrecen banderillas y vidrios rotos.
Estás
en la calle pena
la
que no cree en hechizos
donde
el olor perfora
y
la hora cae en forma de moneda.
Internalizas
un comienzo que se expande.
Una
proyección iluminada.
Tomas
la distancia entre la muerte y el nacer
y
la senda son dos líneas que se derraman.
El
nombre que te llevas
deja
atrás la casa de fuego.
Las
saetas que te hincan
te
hacen invisible
en
un atlas aprendido.
El
deseo es la voz exfoliada de los peces
en
el idioma de las cuevas.
Canta
en el balanceo de las hierbas
y
se encama entre ellas.
Sopla
en los ruidos
y
se sitúa en el silencio vulnerable
Está
hecho de un grito que no deja.
No
me iré por el camino de la nada a traer palabras.
Extenderé
el otro brazo a lo inasible
mientras
el árbol me sostiene.
No
sumergiré el pensamiento ciego
en
un significado donde el sentir arrebuja
y
parte los relojes para llevarnos.
¿Cuándo
fue la última vez
que
dejé el halo en el cristal
y
con el índice descubrí la montaña,
el
violeta de las calles
y
sentí arrebujar
amor
por la vida?
N
o vayas ahora. Lo que hay de aire
forma
oleaje de grillos que abren puertas.
Si
las violetas te mantuvieran sola
tendrías
la mesa de pétalos.
Tendrías
la que no diste
y
te quemó las manos.
La
casa es de oro.
Es
de cicatriz.
De
agua de viento
de
corazón de abismo
ecosistema
de expresión.
Deslave.
Silba
y me penetro
y
el adentro es todo el universo.
Me
come y bebe.
Extrañeza
que me hace porosa
ausente.
Sin
alas trasvasa el cielo.
Tiene
paisajes por oídos
hombros
intensos.
Sin
ellas penetra espacios
y
arde
y
escampa.
Con
esta pluma hago una guirnalda
para
el día de la fiesta.
Estaremos
todos. Veremos volar
el
colibrí de Elizabeth,
nos
acordaremos.
Manos
de trigo, cuerpo de pan,
¿vendrá
su voz? Vendrá.
Con
esta pluma sostengo entre faroles
banderolas
para el encuentro.
Turpial
sin ojos
carretera
imprecisa
los
mismos olores
el
mismo calor de retoño que huye
el
mismo lugar donde bebe la luz
el
sentido que se pronuncia.
En
la ciudad tizne el lagarto ocelado
habitual
de los callejones ciegos
asalta
la distracción con huella intempestiva.
Muerde
el costado de tu pensar
y
afecta el pelaje blanco de tu silencio
Otra
vez su fauce en él mismo te convierte.
Te
arroja a sus ritmos, a sus atados
de
oraciones y plumas. Se roe en tu piedra.
En
la cópula una pequeña brasa se oscurece.
Despiertas
tras el ojo cerrado.
Un
tajo caliente te convierte en crisálida.
La
constelación pinta en tu boca
los
deseos de espacios.
Nocturna
o crepuscular
cuando
venga el hambre
cargarás
tus prisiones y abrirás su follajes.
Todo
grita.
Sin
que ellos sepan
las
calles están llenas de pájaros
grises
y sin ojos
que
tropiezan entre sí.
En
los columpios del alba
no
dejes que el agua caiga.
El
viento barre la ciudad.
El
vacío es una niña que sonríe.
Se
abre de palmo,
se
levanta.
He
encontrado tras los vidrios, centinelas.
Hombres
friccionados en la resistencia del asfalto.
Voluntades
frenando angustia en las rodillas.
Cuerpos
que avanzan al huracán.
Les
abrirán el costado con la espuela
y
nadie moverá nada.
Esconderse
debajo de la mesa
piernas
abrazadas.
Sin
tocar el resplandor,
la
laguna del piso.
Sin
ofrecer un borde,
disfrutando
un vacío.
Tomando
la casa
quieta
desprevenida.
Bochornoso
rosado.
Rostro
blanco de pecas desleídas.
Ridiculizas
todo.
En
tu memoria pálida
deformas
los recuerdos
llevándolos
a nada.
Augura
el grillo.
Mientras
canta la copa se llena
la
gota del vino y el pájaro.
Ésta
no es la última habitación.
Prendo
calas blancas
y
veo caer la tarde
en
lo permanecido.
Callando
rece quítame intemperie.
Quiero
lumbre.
Un
colchón para dormir,
un
paño para envolverme.
Algo
que parezca un cuarto.
Un
espacio que me dé
la
calidez a las dos de la tarde
cualquier
día en casa de mamá.
Espántame
de los cañaverales
los
desiertos son más dulces.
Haz
que corran los tordos
que
no miren por mi hombro
que
no sepan lo que amo.
Dame
río, música clara
de
mí no la escalera.
Los
huecos negros
no
tienen fondo,
cerca
poseen atracción al vacío.
Repaso
cada piedra,
cada
manifestación,
donde
se cante lo libre
para
que no muera.
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