Fotografía

Fotografía: Marisol Zurita Aguilera. Isla de Chiloé. Chile.

Héctor Vera


FLOR Y PIEDRA SEDUCENTE


Son ejercicios

MIran al blanco
la penumbra encendida

Hurgan en los poros de la ausencia
matices de luz y silencio.

De la abertura húmeda salta secreta 
la primera complexión gutural.

Alguno detiene el esfuerzo de un acento
Lo mide
Lo confirma

Cerca
Rayonean 

El minutero alza su voz de alto

Ahora el rito de la escucha.




Ito


Aún
sol en el recuerdo

Su movimiento de orejas
como separadas del cuerpo
 La espada que decía engullir,
lo que creíamos
sin un dejo de duda

La parada de mano, ágil como gato levitante

El ocultamiento de la moneda por el cigarrillo
en un instante, el inesperado
Los puntos negros
sobre la semiesfera roja de la nuez
para que un coquito cante
el cumpleaños a la niña

La talla
La forja del mágico aparato

Así
su personaje
En su honor ahora todas las funciones


a mi padre, H. V. 



DEVINO
¿En qué se parece el vino a un ala?
A mi padre,
que llevaba el color del vino en los ojos

La gota, la última, derramó su aliento

la exhalación
le cayó al costado del cuello,
un rojo intenso chocolate

Su gota de cerveza, de la que aún aprendo
en la gota de vino que a su recuerdo
bebo

La gota,
una cepa cualquiera
que era mi padre
su voz que resuena
en caída
desde la botella
ésta, de la vida

que revienta
a la playa del alma
el corcho, su sonido vacío
de nunca más



El escribiente

Alguien lleva el cuaderno de notas, donde trasiega una angustia de siglos, la minuta del espectáculo

En alfabeto fenicio, las primeras páginas del versificador, el misterio

Algunas hojas desprenden su jeroglífico: la estela egipcia gotea aún resplandor y hasta un vértice de pirámide, la palabra destila su olor antiguo de piedra ermita, con su alarido cuando siembra arena al yugo de la noche

Todo canta

Todo se anota

Del hondo silbido de tiempo, la memoria. La ausencia que pareciera susurrar la nada, sí se escucha y atormenta

A veces el vocablo gráfica: el bisonte cabalga la pradera de pared en la caverna y el hombre que le da caza no detiene su asombro de milenio

 La palabra dolor, en Mi Bemol, un rumor de lluvia. El árbol que amaneció caído, lleva también registro de lamento. El color verde, hace verdor en la palabra verde, en la última lengua retorcida que muere

El oficio: hilvanar la consonante, enhebrar la vocal, atar al pájaro como herencia

 Temprano se inventó ese ruido, caligrama sangre, que como témpano nunca procuró desuso

Todavía hoy el martillo que tercamente pronuncia la huella

La palabra, el umbral de la nada, por eso el escribiente.

Un magnum para mí



El heladero agita su campana, la tintinea sin parar hace milenios, yo pido el mío

Retumban tambores. Un sabor remoto. La música de una fiesta primigenia. Grito de guerra que no para, se escucha a cada esquina del barrio

Salutaciones somos. Te multiplicaste, sobre siglos y otros, el dominó de aberraciones. Un nombre propio cae, el tuyo, dulce y frío, desde el sorbete antiguo de un mármol que te celebra: la historia

Sobre cada ciudad fundada a tu paso te replicas, eco en los vértices del minarete de esta Babel, la bola del congelado que habitamos, la que aún así, rota

Tu asalto feroz sobre Bucéfalo contra el paquidermo, allá donde el mundo termina, bronce recuerdo, cinta de film o juguete de regalo envuelto como caja feliz, una cuña que asombra y deleita, porque la pompa de la hazaña nos divierte, flor y piedra seducente, derretida "sobre nuestras almas, que alzamos como barquilla, al brindis: Salve Alejandro, milenios al cobijo de tu sombra

Aún resuenas: tu arrogancia, tu megalomanía, tu arrasamiento cultural, tu transculturación impuesta a pellizcos, la estupidez de los que en vorágine te siguieron a lanza y arco

Un tiempo que no fue criba, prestó su agujero impenetrable, su paleta, su toping, su capita chocolate y fuiste el transeúnte de las estaciones, así el misterio que no hubo de borrarte. Cada niño sigue conociendo de tu canto, la sonrisa resuelta a la luz de una bengala, humano signo tuyo que adentro, sembrado en las tripas, llevamos

Porque nos sabemos inferiores, requerimos de los dioses, sus odios, sus helados.



Rendija de seducción


Ancla hendida de tu ser
mi ojo atado

sujeto a ti
curva insinuada del hambre 


herida tú, de mi ansia





A la arena


A veces el arte consiste
en saltar



precipitadamente



al círculo de las dudas 
con el león



porque el fuego ha de configurarnos
en fuego


 




Chaplin

la palabra

vino corriendo
desde el arco negro de tu ceja

de tu ojo negro saltó una vocal

en tu gesto cándido todos los alfabetos todos los gritos

la flor blanca que te sostiene
aún perfuma la tarde

pintada está tu silueta todavía

bajo el sombrero de paja detrás de un estrecho bigote

en calma


Chaplin  


Ojo Errante




Errabundos
el mirar escudriña con un sueño bajo el párpado,
hacen la reverencia
Ella increpa una,
y una vez más trae en su talega
a escondidas
el libro sagrado de los fotógrafos
el guante de seda que resbala su poema en la vocal negra
el cofre de pájaros y delirios
o al hombre caja con el corazón de todos

Despliega la marea
Voz palabra
Voz silencio escucha susurro del propio peso
Voz irreverencia ritornello

En el círculo del templo
huérfano, el monje también come del caramelo de jengibre

Reman
Se descalzan en la isla Frotan el libro escogido
y siguen por la ranura de un poema el destino
Un loco arranca las páginas amarillas
Otra lee en el surco rayado del disco, tararea La donna é mobile
Rezan al santo Bambino
Esculpen una sirena, la siguen embebidos de soledad
Acompañan a la marinera en su acto capital de resurrección,
mano a la visera saludan al capitán, lo lloran
Toman el sorbo amargo de un café de Arabia
gota a gota beben el saudade de la Leyenda de Gilgamesh

Despiertan y ruedan la escena junto a la muñeca de Reverón
el leproso limpia entoces la lágrima a los ojos de Edipo
Lacan les promete un verso que no llega. 








Héctor Vera es un poeta comprometido no sólo con la palabra, si no con la musicalidad que cada una de ella pueda ofrecer a los oídos de sus lectores. Es un poeta a cabalidad, definitivamente. Destaca en su poesía una fuerza reiterada de ternura y compromiso con aquellas voces que no son escuchadas por la serie de interferencias sociales y humanas. Es un poeta que busca expresar el dolor y la alegría de la gente sencilla. Su poesía está repleta de insinuaciones y referencias políticas, ecológicas, sociales, humanas, culturales, en fin, repleta de vida y sensaciones que sólo una persona como Héctor Vera sabe transmitir con su personalidad y sus deseos enormes de ver un mundo diferente al que vivimos. Es un poeta con una vida experencial dotada de energía cósmica y nuclear. Es un poeta de mundo.



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LOS RUIDOS DE LA CASA es una mirada íntima de los sonidos detectados por el espíritu como residencia suprema de los sentidos, en especial del sentido auditivo, el cual se afina para escuchar los sonidos que están dentro y que asoman el vínculo entre lo estético y la intangibilidad del alma. Las imágenes estremecidas por los ruidos se manifiestan y se van haciendo parte del cuerpo consolidando y convirtiendo la casa estremecida con los sonidos de Dios, en un canto donde el amor deja al dedo enredado en los hilos del mantel. Las imágenes del ruido, la casa, los fantasmas, la cama, la puerta, son un todo, son uno en la vida del espíritu del autor. “En mi casa hay miles de jarrones un perro llorón por las noches una sonrisa pegada en la pared izquierda una almohada en el salón de nieve y un cuarto de estrellas lleno de grillos.”