Fotografía

Fotografía: Marisol Zurita Aguilera. Isla de Chiloé. Chile.

Poemas de Martín Barea Mattos

 

Martín Barea Mattos (Uruguay, 1978)


POEMAS de 

Martín Barea Mattos



 

 

La carroña de la carroña

 

¿Te acordás de lo que vimos, hermoso cuaderno esa linda mañana de verano
cuando nos encontramos?
Una carroña nuestra
colorida y asquerosa en la filosa intersección de las esquinas.
Con su tapa levantada,
como un toldo caliente
transpiraba venenos y brazos revolvientes.
Contenía de manera descuidada y cínica
el vientre lleno de gases y el hambre.
El sol pegaba en la mugre
como para cocinarla
devolviendo cada moneda a la naturaleza del hombre
en todo lo que ella para él había trabajado.
El cielo miraba la magnífica antropofagia
como si fuera una flor plástica y carnívora.
El olor era tan fuerte que pensaste
que te ibas a desmayar ahí, en el asfalto.

Arriba del espectáculo podrido revoloteaban las moscas
y salían batallones diseñados
de larvas que se movían como un negocio sucio
en esos abundantes cachos de vida.

Todo se hundía y se hinchaba
como el brillo del orden de las góndolas
como un surtido anual movido por diez dedos,
cuya muerta vida creciera en sí misma.

Y ese mundo hacía un yingle extraño
como el agua empetrolada, el viento con alarmas
o la bala agitada en su lamento rítmico
al golpear de los fideos, el colador.

Se sumaban los bordes. Era como un meta – delirio – virtual.
Como el mamarracho arquitectónico sin fin
de un restorán abandonado por su cheff
antes de apagar la cocina.

Atrás de las bolsas había una rata y detrás una madre con su niña
que tienen en sus ojos la furia
y esperan volver a morder
la rica comida que tuvieron que largar.

¡Y pensar que vas a ser igual que esa basura, querido cuaderno,
que vas a estar igual de desechado y podrido,
vos, el blanco de mis ojos,
vos, el silencio de mi vida,
voz mi bestia, mi pasión!

Así tendrás que ser después del consumo
cuaderno de quejas de mis encantos.
Cuando en la vereda y sobre el asfalto
mueran hombres entre precios.

Sí, mi amor. Contale a los dedos
que van a tener con vos una fiesta de descuentos.
Que guardo el deseo y la oferta divina
de los amores descompuestos.

 

Trabalenguas

 

Consumismo
común ismo
con su mismo
comunismo.

 

Medio ambiente

 

Circo de pulgas.

Mercado de gaviotas.

 

No recuerdo ni cómo ni cuándo ni dónde asesiné a mis padres

 

para ser linyera cualquier día del niño del sol en el mundo solo:
como el futuro en el pasado, posado.
Como rayos sonriendo en la copa de cualquier árbol.
También estoy en el abismo del animal plateado:
el paso del futuro matando tiempo a cada instante.
Como un soplo de viento entre piedras levando el hedor de cangrejos
y en la melodía del río crepita presente el fuego.
Sonrío en las noches que arden las naves de un mal negocio
naufragado por mí y otros delincuentes huérfanos.
Porque no hay tripulación sin esclavos y reos en la factoría.
Soy el cadáver de una familia que naufraga se levanta y camina
como un tesoro sin fortuna hundido en las fosas nasales del mundo:
pesebre apostado en el resumidero de redes residuales de adultos de mierda
que abonan el futuro pensando con ductos.
Hiedo y retro sigo riendo de la plata en el río:
y hago buches de agua de riachuelo
y gárgaras de espuma de champán
que vuelco por la nariz del Amazonas,
cuando acelera Ayrton Sena en el Sena.
Soy el nenúfar del siglo veintiuno,
planta recicladora de basura lanzada al caudal del fabricante:
soy hermoso porque no me ven, si ya no me pueden vender.
Y ahí vengo

 

Susurro de la piel abismal del mar

 

El mar descansaba digiriendo ya su ingesta.
Animal echado
al vaivén del respirar.
Tendido en su pelaje,
flotan enfermos hombres
que han sobrevivido.
Están con piernas desaparecidas en agua,
aferrados a la trama del hálito:
al susurro de esa piel
abismal de mar:
Aquí no hay roca sino agua.
Agua y nada de agua.
Y la marea es el camino. La marea como una mancha desde allá,
desde satélites.
Que serán chatarra, marea y nada de agua.
Si hubiera agua en el agua no moriríamos de sed.
Y, sin embargo
moriremos de nada de agua en el agua.
Porque no hay vaso ni grifo en la marea.
Y no me puedo poner de pie,
a pensar por qué flotamos en la maraña.
Somos pesca plástica en vísceras de gaviota:
gaviota parca, gaviota calavera, gaviota muerta de hambre.
Nosotros,
fabricantes de alimento.
Veo los ojos del pingüino que arde como una madera negra
mientras salta torpe como un mensaje que nunca llega:
veo los ojos del pingüino rodeados por el fuego
que salta sobre la madera para rodear al vidrio del mensaje que nunca llegará.
La marea arrastra el teclado muerto en falanges de textos amputados.
Porque acá no se puede estar ni sentado ni parado:
siquiera hay silencio en la marea.
Sino una hamaca insolada, ultravioleta y cándida como la esperanza.
Todos pelean por gritar tierra a la vista.
Pelean, y algunos sobresalen entre perros y ratas.
Y se abrazan a un huevo.

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LOS RUIDOS DE LA CASA es una mirada íntima de los sonidos detectados por el espíritu como residencia suprema de los sentidos, en especial del sentido auditivo, el cual se afina para escuchar los sonidos que están dentro y que asoman el vínculo entre lo estético y la intangibilidad del alma. Las imágenes estremecidas por los ruidos se manifiestan y se van haciendo parte del cuerpo consolidando y convirtiendo la casa estremecida con los sonidos de Dios, en un canto donde el amor deja al dedo enredado en los hilos del mantel. Las imágenes del ruido, la casa, los fantasmas, la cama, la puerta, son un todo, son uno en la vida del espíritu del autor. “En mi casa hay miles de jarrones un perro llorón por las noches una sonrisa pegada en la pared izquierda una almohada en el salón de nieve y un cuarto de estrellas lleno de grillos.”