Fotografía

Fotografía: Marisol Zurita Aguilera. Isla de Chiloé. Chile.

Cuentos: Tres deseos de Saile Pagán Cantres

 

Saile Pagán Cantres (Puerto Rico, 1987)

Tres deseos

Saile Pagán Cantres 

 

Entró y se sentó en la barra. La vellonera, con sus opacas luces en colores, comenzaba a tocar en ese momento una canción del Gran Combo y llenaba el ambiente de una festividad artificial. Pidió la cerveza más barata y comenzó a beberla con lentitud. El olor amargo y pesado siempre le había resultado molesto, por lo tanto, intentaba sorber buches pequeños mientras aguantaba la respiración. Miró a su alrededor y examinó con la vista a los otros cinco clientes que rondaban el local. Los martes no eran días activos, el único incentivo de los que allí se encontraban era el precio extremadamente módico de las bebidas. Dos hombres jugaban billar a la luz de una bombilla titilante, cada golpe seco de las esferas provocaba la celebración de los espectadores medio tomados. Él acostumbraba esperar que algún individuo pasado en tragos se sentara a su lado para poder hablar. Solo alguien borracho podría entender su historia. Esperó durante media hora, pero nadie vino a beber junto a él. Sacó dos pesetas del bolsillo y las colocó sobre la barra. No le quedaba mucho dinero para pagar un licor más caro.

Llegó a su apartamento con la tonada de salsa zumbándole en la cabeza. Prendió todas las bombillas, como acostumbraba. Cada pared estaba cubierta por espejos que hacían ver el espacio más grande y menos solitario. Sus reflejos caminaban junto a él haciéndole compañía en la habitación. Miraba la lámpara sobre el televisor. A pesar de los tres mil años que habían pasado, el metal conservaba su brillo. Extrañaba tener amo. Al contrario de muchos otros de su especie, él no buscaba la libertad. Eso solo significaba una cosa: estar solo.

Al no tener amo, sus poderes y los de la lámpara disminuían. Las riquezas que había acumulado con el pasar de los años iban menguando con rapidez. Durante las últimas décadas se había mudado en múltiples ocasiones en busca de hogares más económicos donde pudiera acomodar su soledad. El permanecer dentro de la lámpara era realmente la última opción.

Le disgustaba cada vez que tenía que ir a las casas de empeño a cambiar algún collar de oro por dinero. Sus joyas eran regalos de antiguos amos satisfechos que luego de cumplidos sus tres deseos buscaban la manera de agasajar a su genio. Las túnicas de seda púrpura con bordados en hilo de oro blanco y las pantuflas con suelas de plata fue lo primero que vendió. Luego le siguieron los vasos incrustados de rubíes y zafiros, los anillos de marfil, las estatuas del dios Buda enchapadas en oro, los broches de perlas negras; todo desaparecía y en su lugar solo quedaban hojas vulgares de papel verde con rostros de presidentes muertos. Todo se iba convirtiendo en un recuerdo avinagrado.

El último amo que tuvo había muerto cincuenta años atrás. Se llamaba William y vivió con él por un largo periodo. El viejo guardó su último deseo para su lecho de muerte, pero al final pidió algo que él no podía realizar. Murió con la decepción de saber que después de toda la vida alocada que había llevado, el genio no podía enviarlo al cielo con un deseo. Desde aquella vez nadie había frotado la lámpara, ya la gente no creía. Una vez había puesto un anuncio en el periódico diciendo que buscaba amo, pero solo llamaron algunas mujeres cuarentonas con ideas inexactas de lo que aquello significaba.

En las últimas semanas había tenido el deseo particular de que su vecina, una muchacha joven y sola con tres hijos pequeños, encontrara la lámpara; también tenía interés en la pareja de ancianos que vivía en el cuarto piso. Otra opción era el hombre del 3B, que recientemente se había divorciado de su esposa y declarado en bancarrota. Cualquiera de ellos podría ser un buen amo.

Un día se colocó en medio del pasillo, dentro de su lámpara, para ver si alguien se interesaba. Minutos después se encontraba de camino al zafacón. Había pensado en escribir una nota que dijera “Frótame”, pero no podía obligar el deseo, la lámpara sabría y no respondería el llamado. Amaba su lámpara, pero le molestaba su terquedad y silencio perpetuo. Reflexionó, meditó, elaboró planes simples y algunos más complejos, pero todos terminaban esfumándose. Concluyó que el mundo, aparentemente, no lo necesitaba. El hombre se había convertido en un ser autosuficiente, así que elaboró un nuevo plan. Cumpliría los últimos tres deseos de su carrera.

Reunió las riquezas que le quedaban, que eran más de las que él había calculado, las metió todas en un bulto y se dirigió a la casa de empeño al final de la calle. Dejó caer sobre el mostrador joyas del siglo pasado, figuras y utensilios finos. Sabía que obtenía menos dinero en estos sitios, pero a la vez le hacían menos preguntas. Recogió todos los billetes, que luego llegarían a nuevos dueños, y los acomodó dentro del bulto.

El genio dejó todo en orden y se dirigió en la noche hacia la playa con su lámpara en mano. Hubiese querido presenciar el momento en que sus vecinos abrieran los sobres llenos de dinero que les había dejado frente a las puertas.

Observó por largo rato el ir y venir de las olas que le bañaban los pies desnudos. El salitre le comenzaba a pesar en las pestañas. Esperó que subiera la marea y se colocó dentro de su lámpara; pasaron unas horas antes de sentir que se encontraba flotando. En la madrugada la lámpara se hundía en el agua fría y obscura. La humanidad había enviado otro genio al olvido.

FIN

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LOS RUIDOS DE LA CASA es una mirada íntima de los sonidos detectados por el espíritu como residencia suprema de los sentidos, en especial del sentido auditivo, el cual se afina para escuchar los sonidos que están dentro y que asoman el vínculo entre lo estético y la intangibilidad del alma. Las imágenes estremecidas por los ruidos se manifiestan y se van haciendo parte del cuerpo consolidando y convirtiendo la casa estremecida con los sonidos de Dios, en un canto donde el amor deja al dedo enredado en los hilos del mantel. Las imágenes del ruido, la casa, los fantasmas, la cama, la puerta, son un todo, son uno en la vida del espíritu del autor. “En mi casa hay miles de jarrones un perro llorón por las noches una sonrisa pegada en la pared izquierda una almohada en el salón de nieve y un cuarto de estrellas lleno de grillos.”