CARTA A UN JOVEN POETA
París, 17 de febrero de 1903
Muy estimado señor:
Su carta llegó a mí hace apenas algunos días. Quiero agradecerle su gran
y afectuosa confianza. Apenas puedo hacer más. No puedo profundizar en el
carácter de sus versos, cualquier observación crítica está muy lejos de mí. Con
nada puede uno tocar tan poco una obra de arte como con palabras de críticas:
con ello se llega siempre a mayores o menos malentendidos. Las cosas no son tan
tangibles ni tan susceptibles de ser habladas como nos lo quieren hacer creer
casi siempre. La mayoría de los sucesos no son susceptibles de ser hablados; se
llevan a cabo en un espacio en el que nunca ha entrado las palabras. Y menos
susceptibles de ser habladas que cualquier otra cosa son las obras de arte,
existencias llenas de secretos, cuyas vidas, frente a la nuestra, perecedera,
perduran.
Cuando envíe esta nota sólo debo decirle que sus versos no tienen
carácter propio, pero sí referencias silenciosas y ocultas a lo personal. En
donde siento esto más claramente es en el último poema: Mi alma. Ahí
algo propio quiere convertirse en palabra y forma. Y en el hermoso poema A
Leopardi crece tal vez algún tipo de parentesco con este gigante solitario.
Sin embargo, los poemas no son aún nada en sí mismo, nada independiente, ni el
último, ni el escrito a Leopardi. La bondadosa carta que acompaña a sus versos
no se equivoca al explicarme algunas carencias que sentí, sin poder mencionar,
durante la lectura de sus versos.
Usted pregunta si sus versos son buenos. Me pregunta a mí. Antes ya le
había preguntado a otros. Los manda a revistas. Los compara con otras poesías y
se inquieta si ciertos editores rechazan sus intentos. Bueno (ya que me he
permitido que le aconseje), le pido que renuncie a todo eso. Entre a usted
mismo. Explore la causa de su deseo de escribir; pruebe si ella extiende sus
raíces en lo más profundo de su corazión, admita si usted moriría si se le
prohibiera escribir. Estoante todo: pregúntese en la hora más silenciosa de su
noche: ¿debo escribir? Excave en sí mismo en busca de una respuesta profunda. Y
si oyese un asentimiento, si se encontrara con un fuerte y simple "debo",
construya su vida según esa necesidad; su vida hasta dentro de su más
indiferente e insignificante hora debe convertirse en señal y testimonio de ese
afán. Después acérquese a la naturaleza. Luego intente, como un primer hombre,
contar lo que vey presencia, ama y pierde. No escriba poemas de amor. Evite en
un principio aquellas formas demasiado habituales y comunes: esas son las más
difíciles, pues es necesaria una fuerza grande y madura para producir algo
propio allí donde se acumula una multitud de tradiciones buenas y en parte
brillantes. Por eso, sálvese de los temas generales, diríjase a aquellos que le
ofrece su cotidianidad; describa su tristeza y sus deseos, los pensamientos
pasajeros y su fe en cualquier belleza. Refiera todo esto con sinceridad
profunda, silenciosa, humilde, y utilice para expresarse las cosas de su
entorno, las imágenes de sus sueños y los objetos de sus recuerdos. Si su
cotidianidad le parece pobre, cúlpese de sí mismo, dígase que no es lo
suficientemente poeta para hacer que sus riquezas vengan; pues para los
creadores no hay pobreza ni lugares pobres, comunes. Incluso si estuviera en
una cárcel cuyas paredes no dejaran llegar los ruidos del mundo hasta sus
sentidos, ¿no tendría usted aún su niñez, esa deliciosa, magnifica posesión que
son los recuerdos? Vuelva hacia allá su atención, intente recuperar las
sensaciones hundidas de ese amplio pasado; su personalidad se consolidará, su
soledad se ampliará y se convertirá en una habitación a media luz frente a la
cual pasa, a lo lejos, el ruido de los demás. Y si de este giro hacia su
interior, de este sumergirse en el mundo propio, salen versos, usted no pensará
en preguntar si se trata de buenos versos. Tampoco hará el intento de interesar
a las revistas en estos trabajos; usted verá en ellos su posesión querida
y natural, un trozo y una voz de su vida. Una obra de arte es buena si nace de
la necesidad. En esta característica de su origen está el criterio para su
juicio: no hay ningún otro. Por esto, estimado señor, no sabría darle sino este
consejo: entrar en usted mismo y examinar las profundidades de las que brota su
vida; en esa fuente encontrará la respuesta a la pregunta de sí debe crear.
Admítala como suene, sin interpretarla. Tan vez se demuestre que usted ha sido
llamado a ser artista. Entonces asuma su destino y sopórtelo, con su peso y su
magnitud, sin pedir jamás una recompensa que pudiera venir del exterior. Pues
quien crea debe constituir un mundo para sí mismo y encontrarlo todo en sí
mismo y en la naturaleza a la que se ha integrado.
Sin embargo, tal vez deba usted también, después de este descenso en sí
y en su soledad, renunciar a ser un poeta (es suficiente, como lo he dicho,
sentir que sin escribir sería posible vivir para no deber hacerlo en absoluto).
Pero, incluso si esto sucede, esta introspección que le pido no habrá sido en
vano. De cualquier forma, su vida encontrará, desde ese momento, caminos
propios. Y le deseo, más de lo que puedo decir, que esos caminos sean buenos,
ricos y amplios.
¿Qué más debo decirle? Todo me parece puesto en su lugar. Finalmente,
sólo quisiera aconsejarle crecer seria y silenciosamente a través de su desarrollo,
pues no hay forma más violenta de alterarlo que mirando hacia afuera y
esperando de afuera respuestas a preguntas que sólo puede contestar, tal vez,
su más íntimo sentir en su más silenciosa hora.
Fue una alegría para mí encontrar en su carta el nombre del profesor
Horaceck; guardo para este querido maestro una gran admiración y un agradecimiento
que ha perdurado a través de los años. Hágale saber, por favor, de este
sentimiento mío. Es muy bondadoso al recordarme todavía y yo sé apreciar su
bondad.
Los versos que usted amistosamente me ha confiado se los envío de
vuelta. Y agradezco de nuevo la magnitud y la cordialidad de su confianza, de
la que he intentado hacerme un poco más merecedor de lo que en realidad soy,
como un extraño, a través de esta sincera respuesta, dada según mi mejor saber.
Con toda sumisión e interés,
Rainer María Rilke
VIAREGGIO, CERCA A PISA (ITALIA), ABRIL 5 DE I903
Debe usted perdonarme, querido y estimado señor, que sólo hasta hoy
recuerde agradecido su carta del veinticuatro de febrero: estuve indispuesto
todo el tiempo. No precisamente enfermo, pero afectado por una debilidad gripal
que me incapacitaba para cualquier cosa. Y finalmente, en vista de que no
quería ceder, vine a este mar sureño cuya benevolencia ya me ayudó una vez.
Pero todavía no estoy sano, me cuesta trabajo escribir y por eso debe usted
tomar estas escasas líneas como si fueran más.
Naturalmente debe usted saber que me alegraré con cada nueva carta y
debe ser indulgente frente a la respuesta, que tal vez con frecuencia lo deje
con las manos vacías; porque en el fondo, y precisamente en las cosas más
profundas e importantes, estamos indeciblemente solos. Y para que nos podamos
aconsejar o, por mucho ayudar, muchas cosas deben ocurrir, muchas resultar, una
constelación completa de eventos debe coincidir para lograrlo por una vez.
(...) Hoy quería decirle sólo dos cosas más: la ironía. No se deje
dominar por ella, especialmente en los momentos no creativos. En los momentos
creativos úsela como un medio más para aprehender la vida. Usada puramente, es también pura. Y no debe ser motivo
de vergüenza. Si su trato con ella es muy cercano, tema la creciente confianza
que le brinda: y diríjase hacia los temas grandes y serios frente a los cuales
se vuelve pequeña e indefensa. Busque la profundidad de las cosas: hasta allá
nunca llega la ironía: y cuando usted se acerque así al borde de lo grande,
pruebe simultáneamente si esta forma de interpretación surge de una necesidad
de su ser. Pues bajo la influencia de las cosas serias ella le sobrará (si es
algo accidental) o. de lo contrario, (si en realidad le pertenece
intrínsecamente) tomará fuerza como una herramienta seria y se alistará en la fila
de los medios con los cuales usted deberá dar forma a su arte.
Y lo segundo que quería contarle hoy es esto: De todos mis libros, sólo
unos pocos me son imprescindibles y dos están incluso siempre con mis cosas,
donde también estoy yo. También están aquí alrededor mío: la Biblia y los
libros del gran poeta danés Jens Peter Jacobsen. Se me ocurre preguntarme si
usted conoce su trabajo. Lo puede conseguir fácilmente, ya que una parte de él
fue publicada en Reclams Universal-Bibliothek en una buena traducción.
Consígase el librito Seis Novelas de J.
P. Jacobsen y su novela Niels Lyhne
y empiece la novela llamada Mogens, la primera del primer volumen. Un mundo
vendrá a usted: la dicha, la riqueza, la grandeza incomprensible de un mundo.
Viva durante un tiempo en estos libros, aprenda de ellos lo que le parezca
digno de ser aprendido, pero, sobre todo, ámelos. Ese amor le será
correspondido mil y mil veces y, de cualquier forma en que se dé su vida, él
marchará a través del tejido de su ser como uno de los hilos más importantes
entre todos los hilos de sus experiencias, desengaños y alegrías.
Si debo decir de quién he aprendido algo acerca de la esencia del crear,
acerca de su profundidad y eternidad, sólo puedo mencionar dos nombres: el de
Jacobsen, el gran, gran poeta, y el de Auguste Rodin, el escultor, que no tiene
igual entre todos los artistas que hoy viven.
¡Y todo el éxito para sus caminos! ¡Y todo el éxito para sus proyectos!
Suyo,
Rainer María Rilke
VIAREGGIO, CERCA DE PISA (ITALIA), 23 DE ABRIL DE I9O3
Usted querido y estimado señor, me ha proporcionado gran alegría con su
carta de Pascua: ella decía cosas buenas de usted, y la forma en que habló
acerca del arte grande y amado de Jacobsen me mostró que no fallé al guiar su
vida y sus múltiples preguntas hacia esa plenitud.
Pues bien, ahora se abrirá a usted Niels Lyhne, un libro de las glorias
y de las profundidades: cuanto más uno lo lee, más parece contenerlo todo,
desde el aroma sutil de la vida hasta el sabor lleno, grande, de sus más
pesados frutos. Allí no hay nada que no haya sido entendido, (...) y el destino
mismo es como una trama milagrosa y amplia en la que cada hilo es conducido y
colocado junto a otro por una mano infinitamente tierna, y sostenido y llevado
por cientos de hilos más.
Usted experimentará una gran alegría al leer este libro por primera vez
y pasará a través de sus incontables sorpresas como en un nuevo sueño. Y le
puedo decir que más tarde también, una y otra vez, uno recorre esos libros como
el mismo sorprendido de antes y que ellos no pierden nada de su maravilloso
poder ni abandonan nada de la fantasía con que cubre al lector la primera
vez.
Uno solamente los goza cada vez más, está cada más agradecido con
ellos, y se vuelve de alguna manera mejor y más sencillo al observar; más
profundo en su fe en la vida, y en la vida más feliz y más grande.
Y luego debe usted leer el maravilloso libro del destino y de los deseos
de Marie Grubbe y las cartas de Jacobsen, sus diarios y sus fragmentos y,
finalmente, sus versos los cuales, a pesar de estar traducidos mediocremente,
viven en infinitos tonos. Al respecto le aconsejaría comprar, eventualmente, la
hermosa publicación de las obras completas de Jacobsen, que contiene todo esto.
Apareció en tres tomos y bien traducida por Eugen Diederichs en Leipzig y.
hasta donde sé. cada tomo cuesta sólo cinco o seis marcos.
En su opinión acerca de Aquí debería haber rosas... (obra de
incomparable finura y forma) tiene usted razón de manera inviolable al estar en
contra de quien escribió la introducción. Y hágase aquí el ruego: lea usted tan
pocos escritos de crítica estética como le sea posible – son, bien sea,
consideraciones de partido que se han anquilosado y han perdido sentido en su
dureza inerte, o hábiles juegos de palabras, según los cuales gana hoy un punto
de vista y mañana el opuesto-. Las obras de arte son de una soledad infinita y
no hay nada que se acerque menos a ellas que la crítica. Sólo el amor puede
aprehenderlas y retenerlas y ser justo frente a ellas. Dé siempre la razón a
usted mismo y a su sentimiento frente a cualquiera de tales explicaciones,
discusiones o introducciones. Si usted no tuviera razón, el crecimiento natural
de su vida interior lo conducirá lentamente y con el tiempo, a otros juicios.
Permita que sus juicios se desarrollen de manera propia, tranquilos e
inalterados. Este desarrollo, como cualquier progres. debe venir de lo
profundo y no puede ser acosado ni acelerado por nada. Todo se trata de gestar
y después parir. Dejar que cada impresión y cada germen de un sentimiento
maduren en la oscuridad, en lo indecible, en lo desconocido, en lo inalcanzable
para el propio entendimiento, y aguardar con profunda humildad y paciencia la
hora del parto de una nueva lucidez: sólo esto significa vivir artísticamente,
tanto en el intelecto como en la acción creadora.
Aquí no existe el medir con el tiempo, aquí no cuentan los años y diez
años son nada. Ser artista significa no calcular ni contar; madurar como el
árbol, que no empuja su savia y permanece confiado bajo las tormentas de la
primavera sin miedo a no ver un verano más. El verano sí llega. Pero sólo para
los pacientes que están ahí como si la eternidad estuviera frente a ellos, así
de despreocupadamente plácidos y amplios. Eso lo aprendo día a día, lo aprendo
con dolor al cual agradezco (y con el dolor estoy agradecido): ¡la paciencia lo
es todo!
Richard Dehmel: Me pasa con sus libros (y dicho sea de paso, también con
las personas que conozco superficialmente) que cuando encuentro una de sus
páginas hermosas, me asusta pensar en la siguiente, que puede alterarlo todo de
nuevo y convertir lo encantador en indigno. Usted lo ha caracterizado bien con
la frase "vivir y componer en celo". Y, efectivamente, la
vivencia artística se encuentra tan increíblemente cerca de lo sexual, de su
dolor y de su placer, que en realidad los dos fenómenos son solo diferentes
formas de una misma ansiedad y dicha. Y si en vez de celo se pudiera decir
sexo, sexo en el sentido grande, amplio, puro, no sospechoso por causa de
errores eclesiásticos, su arte sería muy grande e infinitamente importante. Su
fuerza poética es grande y, como un instinto primitivo, fuerte; tiene ritmos
propios y desconsiderados y brota de él como de las montañas.
Pero parece que esta fuerza no siempre es totalmente sincera y sin
afectación. (¡Esa es también una de las pruebas más difíciles para el que cree:
debe ser siempre ignorante, inconsciente de sus mejores virtudes, si no quiere
quitarles su ingenuidad y su virginidad!). Y entonces, cuando ella, estruendosa
por entre su ser, llega hasta lo sexual, no encuentra a un hombre tan puro como
lo necesitaría. No hay allí un mundo sexual totalmente maduro y genuino, hay un
mundo sexual que es insuficientemente humano, que es solamente masculino, que
es celo, embriaguez y perturbación, y que está cargado con todos los viejos
prejuicios y orgullos con los que el hombre ha desfigurado y llenado al amor.
Porque ama sólo como hombre, no como ser humano, por eso su percepción de lo
sexual es algo estrecha, aparentemente salvaje, hostil, temporal, perecedera,
que reduce su arte y lo hace ambiguo y dudoso. Éste no es inmaculado, lo trazan
el tiempo y la pasión, y poco de él durará y subsistirá. (¡Sin embargo, la
mayoría del arte es así!). Pero, a pesar de esto, uno puede alegrarse
profundamente gracias a aquello que le es grande, sólo que es necesario no
perderse en él y no volverse seguidor de aquel mundo Dehmelsiano infinitamente
temeroso, lleno de adulterio y confusión, alejado de los verdaderos destinos
que hacen sufrir más que estas turbiedades temporales, pero que dan más
oportunidad para la grandeza y más valor para la eternidad.
Con respecto a mis libros, preferiría mandarle todos aquellos que lo
puedan alegrar. Pero soy muy pobre y desde el momento en que aparecen
publicados ya no me pertenecen. Yo mismo no los puedo comprar -ni darlos, como
con frecuencia quiero hacerlo, a quien les prodigaría afecto-.
Por eso he copiado para usted en una hoja los (y editoriales) de mis
últimos libros (de los más recientes: en total he publicado ya doce o trece), y
debo dejarle a usted, querido señor, la tarea de encargar eventualmente algunos
de ellos.
Sé que mis libros están a gusto con usted. ; Viva plenamente!
Rainer María Rilke
ACTUALMENTE EN WORPSWEDE, CERCA
A BREMEN, l6
DE JULIO DE I903
Hace cerca de diez días
dejé París, verdaderamente adolorido y cansado, y vine a una gran planicie nórdica,
cuya amplitud y sosiego y cielo deben reponerme. Pero llegué con una larga
lluvia que sólo hasta hoy quiere descorrerse
sobre la tierra intranquila y ondulada; y hago uso de este primer instante de
claridad para saludarlo, querido señor.
Muy
querido señor Kappus: dejé una carta suya sin respuesta durante mucho tiempo,
no por haberla olvidado; al contrario; era de esa clase de cartas que uno
vuelve a leer cuando la encuentra entre las demás, y lo reconocí a usted en
ella como desde muy cerca. Era la carta del dos de mayo y usted, seguramente,
se acuerda de ella. Cuando la leo, como ahora, en el gran silencio de esta
lejanía, me conmueve su hermosa preocupación por la vida, más aún porque yo ya
la sentí en París, donde todo resuena y se desvanece de manera diferente por el
excesivo ruido que hace temblar las cosas. Aquí, rodeado por una tierra
impetuosa por donde pasan los vientos marinos, aquí siento que ningún hombre
puede responder a las preguntas y sentimientos que tienen vida propia en lo
profundo de su ser, pues los mejores en las palabras también se equivocan
cuando quieren dar a entender lo más sutil y casi indecible. Creo, sin embargo,
que esas preguntas no han de quedar sin solución si usted se mantiene cercano a
cosas similares a aquéllas sobre las que mis ojos reposan ahora. Si usted se
apoya en la naturaleza, en lo simple en ella, en lo pequeño, en lo escasamente
visible, que puede convertirse de repente en grande e
inconmensurable; si usted tiene ese amor hacia lo insignificante y de la
forma más sencilla busca, como un sirviente, ganar la confianza de aquello que
parece pobre, entonces todo le será más fácil, unitario y de alguna manera más
conciliador; tal vez no para el intelecto, que se detiene, sorprendido, pero sí
para la más íntima conciencia, para la vigilia y para el conocimiento. Usted es
tan joven, está tan lejos de cualquier comienzo, y yo quiero pedirle, tanto como
me sea posible, que tenga paciencia frente a todo lo no resuelto en su corazón
y que intente querer a las preguntas mismas como a habitaciones cerradas
y a libros escritos en un idioma muy extraño. No busque ahora las respuestas,
que no le pueden ser dadas porque no las podría vivir. Y se trata de vivirlo
todo. Ahora viva usted las preguntas. Tal vez viva la respuesta más tarde, por
fin, sin darse cuenta, en un día lejano. Tal vez lleve usted consigo la
posibilidad de formar y moldear como una manera especialmente espiritual y pura
de vivir; edúquese para eso – pero asuma con gran confianza aquello que llegue,
y si viene sólo de su voluntad, de alguna necesidad de su interior, tómelo
sobre sí y no odie nada-. El sexo es difícil; sí. Pero es lo difícil lo que nos
ha sido encargado, casi todo lo importante es difícil, y todo es importante.
Si reconoce sólo eso y llega a conquistar, desde usted, desde su talento
y a su manera, a partir de su experiencia e infancia y fuerza, un
comportamiento totalmente propio hacia el sexo (no influido por la convención
ni por la tradición), no debe temer más perderse ni volverse indigno de su
mejor posesión.
la tierra, sin la concertación mil veces ocurrida de los animales y las
cosas – y su gozo es tan indescriptiblemente bello y rico porque está lleno de El
placer corporal es una vivencia sensorial no diferente del simple observar o de
la simple sensación con la que la lengua percibe una fruta bella; es una
experiencia grande, infinita, que nos es dada, un conocimiento del mundo, la
fuente y el brillo de todo conocimiento. Y que lo acojamos no es malo; malo es
que casi todos abusan de esa experiencia y la desperdician y la ponen como estímulo
en las horas cansadas de sus vidas, como dispersión en vez de recogimiento
hacia puntos culminantes. La humanidad también ha transformado la comida: la
necesidad de un lado, el exceso del otro, han enlodado la claridad de este
recurso, y de la misma manera se han vuelto turbias todas las profundas y
sencillas necesidades básicas en las que la vida se renueva. Pero el individuo
puede aclararlas para sí y vivirlas claramente (y si no el individuo, que es
demasiado dependiente, sí el solitario). Él puede recordar que toda la belleza
en los animales y en las plantas es una forma tranquila y duradera del amor y
del deseo, y puede verlos, pacientes y solícitos juntándose y reproduciéndose y
creciendo – no por placer físico, no por sufrimiento físico -, inclinándose
ante necesidades que son más grandes que el placer y más poderosas que la
voluntad y la resistencia. Oh, si el hombre recibiera más humildemente, cargara
con más seriedad, tolerara, sintiera el peso de este misterio del que está
lleno el mundo hasta en su más pequeña cosa, en vez de tomarlo a la ligera. Si
fuera respetuoso con su fertilidad, que es sólo una, así parezca espiritual o
corporal; pues también la creación espiritual se origina en lo físico, es un
ser con ello y es sólo como una repetición más silenciosa, más encantadora y
más eterna de la voluptuosidad corporal. "La idea de ser creador, de
fecundar, de formar", no es nada sin la gran ratificación y realización
que la precedió en recuerdos heredados de fecundaciones y engendramientos de
millones – En el pensamiento de un creador reviven miles de noches de amor olvidadas
y lo satisfacen con grandeza y altura. Y los que se encuentran y se entrelazan
en las noches, en un placer que arrulla, hacen un trabajo importante y
coleccionan dulzuras, profundidad y fuerza para la canción de algún poeta
venidero que se levantará para hablar de placeres inefables. Y de esta forma llaman
al futuro; y si yerran y se abrazan a tientas, el futuro también llega, una
nueva persona se alza y sobre el fundamento del azar, que aquí parece
realizado, despierta la ley con la que un espermatozoide capaz de enfrentar la
resistencia, fuerte, se abre camino hacia el óvulo, que lo atrae abiertamente.
No se deje usted confundir por lo superficial; en las profundidades todo se
vuelve ley. Y quienes viven el misterio mal y falsamente (y son muchos), lo
pierden sólo para sí mismos y lo siguen pasando como una carta cerrada, sin
saberlo. Y no se extravíe en la multiplicidad de los nombres y en la complejidad
de los casos. Tal vez hay en todos una maternidad como deseo común. La belleza
de una virgen, de un ser que (como usted tan bellamente dice) "aún no ha
producido nada", es la maternidad que se presiente y se prepara, teme y
anhela. Y la belleza de la madre es maternidad que sirve, y en la anciana es un
gran recuerdo. Y también en el hombre hay maternidad, me parece, corporal y
espiritual; su fecundar es, también, una forma de engendrar, y de engendrar se
trata cuando él crea desde su caudal interior. Y tal vez los sexos están más
emparentados de lo que uno cree, y la gran renovación del mundo consistirá tal
vez en que el hombre y la mujer, liberados de todos los sentimientos errados y
de los rechazos, no se busquen como opuestos sino como hermanos y vecinos, y se
unan como personas para, sencilla, seria y pacientemente, cargar juntos
con el pesado sexo que les ha sido impuesto.
Pero todo lo que tal vez algún día les sea posible a muchos, puede
prepararlo y construirlo ya el solitario con sus manos, que se equivocan menos.
Por eso, querido señor, ame su soledad y cargue con el dolor que ella le causa
con sonoras recriminaciones. Pues quienes están cerca de usted están lejos,
dice usted, y eso muestra que empieza a haber amplitud alrededor suyo. Y si su
cercanía está lejos, su lejanía está ya bajo las estrellas y es muy grande;
alégrese de su crecimiento, en el que no puede llevar a nadie consigo, y sea
bondadoso con aquellos que se quedan atrás, y esté seguro y tranquilo frente a
ellos, y no los moleste con sus dudas y no los asuste con su confianza ni con
su alegría, la cual no podrían comprender. Búsquese para con ellos una
compañía simple y fiel que no debe cambiar necesariamente si usted mismo cambia
y cambia; ame en ellos a la vida en una forma extraña y sea tolerante con las
personas que envejecen, que temen a esa soledad en la que usted confía. Evite
aportar más materia al drama que está siempre tendido entre padres e hijos; en
eso se gasta mucha fuerza de los hijos y se consume el amor de los viejos, que
hace efecto y da calor, incluso sin comprender. No exija consejos de ellos y no
cuente con su comprensión; ¡pero crea en un amor que es conservado para usted
como una herencia y confíe en que en este amor hay una fuerza y una bendición
de los que usted no necesita salirse para ir muy lejos!
Es bueno que usted desemboque en primer lugar en un trabajo que lo haga
independiente y que lo ubique por completo en usted mismo en todos los
sentidos. Aguarde pacientemente para ver si su vida interior se siente limitada
por la forma de este trabajo. Yo lo considero muy difícil y exigente ya que está
cargado de grandes convenciones y no deja espacio para una interpretación
personal de sus tareas. Pero su soledad le será, también en medio de circunstancias
muy extrañas, apoyo y patria, y a partir de ella encontrará usted todos sus caminos.
Todos mis deseos están dispuestos a acompañarlo y mi confianza está con
usted.
Suyo
Rainer María Rilke
Bien por publicar esta célebre carta de Rilke, y en general por el resto del blog, que voy a hacer de mis favoritos. Saludos.
ResponderEliminarHola Esteban. Gracias por acercárte al blog y en espaecial a Rilke. Mis saludos fraternos desde Los Teques, Venezuela. Por estas cosas vale la pena continuar trabajando en él, y que bueno que este espacio sea parte de tu interés. Mis saludos fraternos.
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