Fotografía

Fotografía: Marisol Zurita Aguilera. Isla de Chiloé. Chile.

Walt Whitman

Walt Whitman (Nueva York, 1819  - Nueva Jersey, 1892)





CANTO A MÍ MISMO

En la 1.a edición (1855) los poemas aparecían sin título. En la 1.' edición (1856) apareció con el título «Poema de Walt Whitman, Americano», y en la 3ª  edición (1860), «Walt Whitman» Así hasta la de 1881, en que aparece con el título que ha llegado hasta nuestros días.

Traducción: José Luis Chamosa y Rosa Rabadán

Me canto a mí mismo,
y lo que yo acepto tú aceptarás,
pues cada átomo de mí también es parte de ti.                             

Paseo e invito a mi alma,
paseo a mi aire y me inclino... a observar una brizna de hierba de verano.

Las casas y sus habitaciones están llenas de perfumes... los anaqueles están atestados de perfumes, respiro la fragancia, y la reconozco y me gusta, los vapores me embriagarían, pero no los dejaré.

La atmósfera no es un perfume... no tiene regusto a los vapores... no tiene olor, está siempre en mi boca... me tiene prendado,
iré a la orilla cerca del bosque y me quitaré la ropa y me quedaré desnudo, sólo pienso en entrar en contacto con ella.

El hálito de mi propio aliento, ecos, ondulaciones y murmullos susurrados... raíz de amaranto, hilo de seda, horquilla y vid,
mi respiración e inspiración... los latidos de mi corazón... la circulación de la sangre y del aire por mis pulmones,
el aroma de hojas verdes y de hojas secas, y de la costa
y de las rocas marinas de colores oscuros, y del heno en el pajar,
el sonido de las palabras graves de mi voz... palabras libres
en los remolinos del viento, unos pocos besos fugaces... unos abrazos... un estrecharse, el juego de sol y sombra en los árboles al agitarse las ramas suavemente,
el placer bien en la soledad o en el bullicio de la muchedumbre, o en campos y colinas,
el sentirse bien... el trino del mediodía... mi canto al levantarme y encontrarme con el sol.

¿Crees que mil acres es mucho? ¿Crees que la tierra es mucho?
¿Tanto tiempo has necesitado para aprender a leer? ¿Te has llegado a sentir tan orgulloso como para entender los poemas?

Quédate conmigo este día y esta noche y tendrás el origen
de todos los poemas, tendrás lo bueno de la tierra y del sol... quedan millones de
soles,
no volverás a experimentar las cosas de segunda o de tercera mano... ni verás con los ojos de los muertos... ni te alimentarás de espectros en los libros,
tampoco verás a través de mis ojos, ni conocerás las cosas a través mío,
oirás a todos y discernirás por ti mismo.

He oído lo que hablaban los que estaban hablando... el habla del principio y del fin, pero no hablo ni del principio ni del fin.
Nunca hubo más comienzo que ahora, ni más juventud o vejez que hay ahora; y nunca habrá más perfección que hay ahora, ni más cielo ni infierno que hay ahora.

Anhelo, anhelo, anhelo,
siempre el anhelo procreador del mundo.

De lo borroso surgen opuestos iguales... siempre sustancia e incremento,
siempre un tejido de identidad... siempre distinción... siempre un linaje de vida.

Elaborar no vale... sabios e iletrados saben que es así.

Seguros como lo más seguro... enhiestos como cortados a plomo, bien atados, reforzados en las vigas, fuertes como un toro, afectuosos, altaneros, eléctricos, estamos este misterio y yo.

Clara y dulce es mi alma... y claro y dulce es todo lo que no es mi alma.
Si falta uno faltan los dos... y lo que no se ve se prueba por lo que se ve, hasta que deja de verse y así es a su vez probado.

Mostrando lo mejor y separándolo de lo peor, cada generación ofende a las demás,
conociendo la perfecta propiedad y equilibrio de las cosas, mientras polemizan guardo silencio y voy a bañarme y a admirarme.

Bienvenido cada uno de mis órganos y atributos, y los de todo hombre bueno y limpio, ni una pulgada ni la parte más ínfima de una pulgada es despreciable, y ninguna ha de ser menos conocida que el resto.

Me siento satisfecho... veo, bailo, río, canto; mientras Dios se vuelve un amoroso compañero de cama y duerme a mi lado toda la noche y muy junto al despuntar
el día, y me deja canastas cubiertas de paños blancos que llenan la casa con su abundancia, ¿he de postergar mi aceptación y mi consciencia y gritar a mis ojos,
para que dejen de mirar camino abajo y arriba, y sin dilación cuenten y calculen al céntimo, los exactos contenidos de una, y los exactos contenidos de dos, y qué va primero?

Me rodean paseantes y curiosos,
gente que encuentro... efecto que sobre mí tiene mi vida anterior... del barrio y de la ciudad en que vivo... del país,
las últimas noticias... descubrimientos, inventos, sociedades... autores viejos y nuevos,
mi comida, ropa, colegas, aspecto, negocio, saludos, obligaciones,
la indiferencia real o fingida de un hombre o mujer a los que quiero,
la enfermedad de uno de mis padres —o mía... o una mala acción... o la pérdida o falta de dinero... o las depresiones o las euforias,
vienen a mí de día o de noche y se van otra vez,
pero no son mi Yo mismo.

Aparte de todo este tira y afloja está lo que soy, está divertido, complaciente, compasivo, ocioso, unitario, mira hacia abajo, está de pie, reposa el brazo sobre un apoyo inmaterial, mira curioso con la cabeza ladeada lo que viene a continuación,
formando parte al mismo tiempo del juego y fuera de él, observándolo e investigándolo.

Veo retrospectivamente los días en que me afanaba entre la
niebla con lingüistas y polemistas, no tengo engaños ni pruebas... lo constato y espero.
Creo en ti mi alma... el otro que yo soy no debe humillarse ante ti,
y tú no debes humillarte ante el otro.

Descansa conmigo en la hierba... suelta el freno de tu garganta, ni palabras, ni música ni poesía quiero... ni historia ni discurso, ni siquiera los mejores, sólo me gusta el murmullo, el susurro de tu voz templada.

Me viene a la memoria cómo estábamos recostados en junio, una mañana tan clara de verano;
apoyaste la cabeza entre mis caderas y te volviste lentamente hacia mí,
y me entreabriste la camisa en el pecho, y heriste con la lengua mi corazón desnudo,
y me tocaste la barba, y me sujetaste los pies.
Presto surgieron y me inundaron la paz y el gozo y la sabiduría que van más allá de todo arte y razonamiento terrenos;
y sé que la mano de Dios guía mi mano,
y sé que el espíritu de Dios es el guía de mi espíritu,
y que todos los hombres que han existido también son mis
hermanos... y todas las mujeres mis hermanas y amantes, y que un soporte básico de la creación es el amor; y que son innumerables las hojas lozanas o marchitas en los campos,
y las hormigas pardas en sus pequeñas madrigueras bajo tierra,
y las marcas mohosas de las cercas, y los montones de piedras, y el saúco y el verlasco y la hierba carmín.

Un niño me preguntó, ¿Qué es la hierba? mientras me la mostraba a manos llenas; ¿cómo podría contestarle?... lo ignoro tanto como él.

Puede que sea el estandarte de mi talante, tejido con el verde de la esperanza.
O puede que sea el pañuelo de Dios, un regalo perfumado, recuerdo que han dejado caer a propio intento,
con las iniciales del dueño en las esquinas, para que las veamos y nos preguntemos, ¿De quién?

O puede que la hierba sea ella misma un niño... el vástago que brota de la vegetación.
O puede que sea un jeroglífico uniforme, y tiene significado, brotando lo mismo en espacio grande y pequeño,
creciendo entre negros como entre blancos,
canadiense, virginiano, congresista, negro, les doy por igual,
los acepto por igual.

Y ahora me parece que es el hermoso pelo sin cortar de las tumbas.

Te trataré con delicadeza hierba rizada, puede ser que surjas del pecho de hombres jóvenes, puede que si los hubiera conocido los habría querido; puede que seas de viejos y de mujeres, y de los hijos pronto retirados del regazo de sus madres,
y aquí eres el regazo de las madres.
Esta hierba es muy oscura para ser de las cabezas blancas
de madres viejas, más oscura que las barbas descoloridas de los viejos, demasiado oscura para venir de debajo de los rojizos velos
del paladar.

¡Advierto después de todo tantas lenguas que hablan!
Y advierto que no por nada vienen del cielo de la boca.

Ojalá pudiera traducir lo que me dejan conocer de los hombres y mujeres jóvenes muertos,
y lo que me dejan conocer de los viejos y de las madres, y de los niños arrebatados antes de tiempo de sus regazos.

¿Qué piensas que ha sido de los hombres jóvenes y viejos? ¿Y qué piensas que ha sido de las mujeres y de los niños?

Están vivos y están bien en algún sitio;
hasta el retoño más pequeño es muestra de que en realidad no hay muerte,
y si alguna vez la hubo fue por delante de la vida, y no espera al final para detenerla,
y dejó de existir en el momento en que apareció la vida.

Todo progresa y se expande... y nada se destruye, y morir es distinto de lo que todo el mundo suponía, y más afortunado.

¿Hay alguien que haya supuesto que es afortunado haber nacido?
Me apresuro a informarle de que es igual de afortunado morir, y yo bien lo sé.

Experimento la muerte con el que muere, y el nacimiento con el niño al que acaban de limpiar... y no soy sólo lo que está entre mi sombrero y las botas,
y examino objetos multiformes, no hay dos iguales, y todos son buenos,
la tierra es buena, y las estrellas son buenas, y todos sus satélites son buenos.

No soy una tierra ni satélite de una tierra, soy el colega y compañero de la gente, todos igual de inmortales e insondables que yo mismo; ellos no saben cuan inmortales, pero yo sí lo sé.
Cada especie para sí y para los suyos... para mí la mía macho y hembra,
para mí todos los que han sido muchachos y quieren a las mujeres,
para mí el hombre que es orgulloso y que siente cómo duele ser desairado,
para mí la novia y la solterona... para mí las madres y las madres de madres,
para mí los labios que han sonreído, los ojos que han derramado lágrimas,
para mí los niños y los que han engendrado niños.

¿Quién ha de temer a la unión?
Muéstrate como eres... para mí no eres culpable, ni estás
pasado ni eres prescindible, veo a través del lienzo y de la guinga si lo eres o no, y siempre estoy cerca, persistente, codicioso, incansable...
y no te puedes librar de mí.

El pequeño duerme en la cuna,
levanto el mosquitero y lo observo un buen rato, y en silencio espanto las moscas con la mano.

El chaval y la chica de cara roja se separan al subir la colina, los observo desde la cima.

El suicida yace inerte en el suelo ensangrentado de la habitación.
Se ha acabado... vi personalmente el cadáver... allí estaba la pistola.

El ruido de la calle... las llantas de los carros y el barro de las suelas y la charla de los que pasean,
el ómnibus pesado, el conductor con el pulgar interrogante, el ruido metálico de las herraduras de los caballos sobre el
suelo de granito, el carnaval de trineos, el repiqueteo y las risas que resuenan
y las bolas de nieve; los vivas a los famosos... la furia de las turbas enardecidas, el golpear de las cortinas de la camilla —el enfermo dentro,
lo llevan al hospital, el encuentro de los enemigos, el insulto inmediato, los golpes y la caída,
la muchedumbre excitada —el policía con su placa abriéndose paso hasta el centro del grupo; las piedras impasibles que reciben y devuelven tantos ecos,
las almas que van de un lado para otro... ¿son invisibles cuando hasta el átomo más pequeño de las piedras es visible?
¡qué lamentos de los glotones o de los hambrientos que caen en las losas insolados o con estertores!,
¡qué gemidos de las mujeres que se ponen de parto, vuelven a casa deprisa y dan a luz!,
¡qué lenguaje vivo y enterrado está siempre resonando en el aire!... ¡qué aullidos ahogados por la vergüenza!,
arrestos de delincuentes, desaires, proposiciones de amores adúlteros,
respuestas positivas, rechazos con gesto despectivo, me importan ellos o sus ecos... vuelvo a ellos una y otra vez.

Los portones del granero están abiertos y listos,
la hierba seca de la estación de la cosecha hincha el carro
que avanza lento, la luz brillante juega con el marrón, el gris y el verde que se
entremezclan,
los brazados se añaden al montón que crece: estoy ahí... ayudo... vine tumbado encima de la carga, sentía las sacudidas suaves... una pierna apoyada en la otra, salto desde las vigas, y se me llenan las manos de trébol y fleo,
y me revuelco y se me enreda el pelo con las pajas.

Solo, en lo agreste y en las montañas voy a cazar, vago sin rumbo sorprendido de mi propia alegría y agilidad,
al anochecer busco un lugar seguro para pasar la noche, enciendo un fuego y cocino lo que acabo de cazar, me quedo profundamente dormido sobre las hojas que he preparado, mi perro y la escopeta a mi lado.

El clíper yanqui navega con los tres sobrejuanetes... corta la espuma y el viento,
mis ojos vislumbran tierra... me inclino a proa o grito alegre desde cubierta.

Los barqueros y marisqueros se levantaron temprano y pararon a recogerme,
me metí las perneras en las botas y me fui con ellos y lo pasé bien,
deberías haber estado con nosotros aquel día en torno a la olla del guisado.

Presencié la boda del trampero al aire libre en el oeste... la novia era una india,
su padre y los amigos del novio estaban sentados cerca con las piernas cruzadas y fumando en silencio... llevaban mocasines y se cubrían las espaldas con mantas grandes y gruesas;

en una loma estaba sentado el trampero... vestido básicamente con pieles... la barba poblada y los rizos del pelo le cubrían el cuello,
una mano apoyada en el rifle... con la otra sujetaba firme la muñeca de la india,
ella tenía pestañas largas... la cabeza descubierta... las trenzas, gruesas y largas, le bajaban por el cuerpo bien formado hasta los pies.

El esclavo fugitivo llegó hasta mi casa y se detuvo fuera, advertí su presencia por el crujir de las ramas en la leñera, por la puerta medio abierta de la cocina lo vi, débil, cojeante, me llegué hasta el tronco en donde estaba sentado, le hice
entrar y lo tranquilicé, y traje agua y llené una tina para su cuerpo sudoroso y sus
pies heridos,
y le di una habitación a la que se entraba por la mía, y le di
ropa corriente y limpia, y puedo recordar perfectamente bien sus ojos huidizos y su
sensación de incomodidad, y puedo recordar ponerle emplastos en las llagas del cuello y los tobillos;
pasó conmigo una semana hasta que estuvo recuperado y pasó al norte,
lo hacía sentarse conmigo a la mesa... la escopeta apoyada en una esquina.

Veintiocho hombres jóvenes se bañan en la costa, veintiocho hombres jóvenes, y todos tan amigos, veintiocho años de vida femenina, y todos tan solos.

De ella es la hermosa casa que se levanta en la orilla, se esconde guapa y elegantemente vestida detrás de las persianas de la ventana.

¿Cuál de los jóvenes le gusta más?
El menos atractivo de todos es hermoso para ella.

¿Adonde se dirige, señora? Porque yo la veo, allí chapotea en el agua, sin embargo está absolutamente quieta en la habitación.

Bailando y riendo se acercaba por la playa el bañista número veintinueve, los otros no la veían, pero ella sí y le encantaban.

Las barbas de los jóvenes brillaban húmedas, escurría el
agua por sus largos cabellos, pequeños regueros se deslizaban por sus cuerpos.

También una mano invisible se deslizó por sus cuerpos, bajaba temblorosa por las sienes y costados.

Los jóvenes flotan de espaldas, los vientres blancos tensos al sol... no preguntan quién se aferra a ellos, no saben quién resopla y se inclina arqueado, no piensan a quién empapan con sus salpicaduras.

El chico de la carnicería se quita el mandil de matar, o afila el cuchillo en el puesto del mercado,
paso el tiempo escuchando sus gracias descaradas y viéndolo bailar ora lento ora acelerado.
Herreros de pecho sucio y velludo rodean el yunque,
cada uno con su mazo... están todos fuera... hace mucho calor al fuego.

Desde el umbral cubierto de ceniza sigo sus movimientos, el ágil movimiento de las cinturas casa bien con los brazos voluminosos,
se elevan los martillos a lo alto —tan lentos en lo alto —tan
certeros en lo alto, no se apresuran, cada hombre golpea donde debe.

El negro sujeta con firmeza las riendas de los cuatro caballos... el bloque oscila más abajo colgado de la cadena que lo sujeta,
el negro que conduce el enorme carro de la cantera... alto y firme se yergue con una pierna apoyada en la viga,
la camisa azul suelta en la cintura deja ver el ancho cuello y el pecho,
su mirada es calma y está llena de autoridad... echa hacia atrás el ala del sombrero y despeja la frente,
el sol cae sobre el pelo rizado y el bigote... cae sobre el negro de sus miembros pulidos y perfectos.

Contemplo al bello gigante y lo quiero... y no me detengo ahí,
me voy, también, con el tiro.

En mí el que acaricia la vida adonde quiera que se mueva... girando hacia adelante o hacia atrás, inclinándome ante nichos apartados o más nuevos.

Bueyes que hacéis sonar el yugo o que os detenéis a la sombra, ¿qué queréis decir con la mirada?
Me parece a mí que más que toda la letra impresa que he leído en la vida.

Mi paso asusta al pato y a la pata salvajes en mi deambular distante y de todo el día,
juntos levantan el vuelo, lentamente hacen un círculo alrededor.

... Creo en esas intenciones aladas,
e identifico al amarillo rojizo y al blanco que juegan en mi interior,
y considero que el verde y el violeta y el copete emplumado tienen un sentido;
y no llamo a la tortuga inútil porque no sea otra cosa,
y el sinsonte de la ciénaga nunca estudió solfeo, sin embargo su trino para mí es bueno,
y el porte de la yegua baya espanta la tontería que hay en mí.

El ganso salvaje conduce la bandada en medio de la fría noche,
grazna, y me alcanza el sonido aquí abajo como una invitación;
puede que el listo piense que no tiene sentido, pero yo escucho con más atención,
encuentro su sitio y sentido allí arriba en el cielo de noviembre.

El alce de cascos afilados del norte, el gato en el umbral de
la casa, el paro, el perrito de la pradera, la carnada de la cerda que gruñe cuando le tiran de las tetas, la pollada de la pava, y la pava misma con las alas medio
abiertas,
veo en ellos y en mí mismo la misma antigua ley.

La presión de mi pie en la tierra hace aflorar mil y una emociones,
se burlan de mis mejores intentos de contarlas.

Estoy enamorado de crecer al aire libre, de los hombres que viven entre el ganado o de los que saborean el mar o los bosques,
de los que hacen barcos y de los que los guían, de los que empuñan el hacha o la maza, de los que conducen caballos, puedo comer y dormir con ellos una semana sí y otra también.

Lo que es más corriente y más barato y más cercano y más fácil soy Yo,
Yo corriendo mis riesgos, gastando para conseguir enormes beneficios,
adornándome para entregarme al primero que me tome, no pidiendo al cielo que se someta a mi buena voluntad, derramándola siempre con liberalidad.

La contralto de voz pura canta desde el coro,
el carpintero alisa la tabla... la lengua de la garlopa silba por la ruda ruta ascendente,
los chicos solteros y casados vuelven corriendo a casa a la cena de acción de gracias,
el piloto sujeta firme el pinzote, jala con brazo fuerte, el marinero está de pie en el bote, listo para el encuentro, lanza y arpón están dispuestos,
el cazador de patos camina silencioso, dando zancadas con cautela,
los diáconos, con las manos cruzadas, son ordenados ante el altar,
la hilandera retrocede y avanza al ritmo del zumbido de la gran rueda,
el granjero se detiene ante las cercas el domingo y observa
la avena y el centeno,
llevan al loco al manicomio por fin, un caso sin remedio,
nunca volverá a dormir como lo hiciera en el moisés en la habitación de su madre;
el oficial tipógrafo de cabeza gris y cara afilada trabaja con su caja,
masca tabaco, se le nubla la vista al leer el manuscrito; los miembros deformes están sujetos a la mesa de disección;
lo que cortan cae, horrible, en un cubo;
la cuarterona es vendida en subasta... el borracho cabecea junto a la estufa del bar,
el maquinista se remanga... el policía hace la ronda... el portero apunta quién pasa,
el hombre joven conduce el transporte expreso... lo quiero aunque no sé quién es;
el mestizo se ata los botines para participar en la carrera,
en el oeste el tiro al pavo atrae a jóvenes y viejos...
unos se apoyan en los rifles, otros se sientan en los troncos,
de entre la muchedumbre se abre paso el tirador, se aposta y apunta;
los grupos de inmigrantes recién llegados se amontonan en
el muelle o en el embarcadero, los negros cavan en el campo de caña, el capataz los vigila desde el caballo;
el clarín resuena en el salón de baile, corren los hombres por sus parejas, los bailarines se hacen una reverencia; el muchacho, acostado en el ático techado con madera de cedro, está despierto y escucha la música de la lluvia,
el de Michigan pone trampas en la torrentera que ayuda a henchir al Hurón,
el reformador sube a la tribuna, parlotea pomposo con acento nasal,
el grupo vuelve de la excursión, cierra la fila el negrito, que carga con la diana bien acribillada,
la india, envuelta en un manto ribeteado de amarillo, vende mocasines y bolsas de abalorios,
el experto se pasea medio ladeado por la galería con los ojos entornados,
los marineros de cubierta amarran el vapor, colocan la pasarela para los pasajeros que desembarcan,
la hermana menor sujeta la madeja, la hermana mayor hace el ovillo y se detiene de vez en cuando a deshacer los nudos,
la que lleva un año de casada se está recuperando, feliz, hace una semana que dio a luz a su primer hijo,
la muchacha yanqui de cabello arreglado está a la máquina de coser o trabaja en la fábrica textil,
la que ha cumplido los nueve meses está en la sala de partos, su debilidad y los dolores aumentan;
el adoquinador se apoya en las asas del pisón —el lápiz del periodista vuela sobre el bloc de notas — el cartelista escribe en rojo y dorado,
el chico del canal corre por el camino de sirga — el contable cuenta en su escritorio — el zapatero encera el bramante,
el director marca el ritmo a la banda y todos los músicos le siguen,
el niño es bautizado —el converso hace su profesión de fe, los barcos de la regata se extienden por la bahía... ¡cómo brillan las velas blancas!,
el arriero atiende a las reses, silba a las que se apartan, el buhonero suda con la carga al hombro— el comprador
regatea hasta el último céntimo, cámara y placa están listas, la señora ha de posar para el daguerrotipo,
la novia alisa el vestido blanco, el minutero del reloj se mueve despacio,
el fumador de opio se echa con la cabeza rígida y los labios apenas abiertos,
la prostituta arrastra el mantón, salta el sombrero sobre el cuello nervioso lleno de granos,
la gente se ríe de sus juramentos vulgares, los hombres se mofan de ella y se pasan guiños,
(¡Desgraciada! no me dan risa tus juramentos ni hago mofa de ti.)
el Presidente celebra reunión de gabinete, lo rodean los ministros,
por los soportales pasean cinco mujeres amigas cogidas del brazo;
la tripulación del pesquero apila en la bodega capas y capas de platijas,
el de Misuri cruza la llanura acarreando su ganado y mercancía,
el cobrador recorre el tren —advierte de su presencia haciendo sonar la calderilla para el cambio,
los carpinteros se ocupan de la carpintería, los tejadores del tejado, los albañiles piden masa,
en fila de a uno con el capazo al hombro caminan los peones;
estación tras estación se reúne una muchedumbre indescriptible... es el cuatro de julio... ¡qué de salvas de cañón y de fusilería!
estación tras estación el labrador labra y el segador siega y la simiente cae en la tierra;
en los lagos el pescador de lucios atiende y aguarda al borde del agujero en la superficie helada, abundan los tocones alrededor del claro, el pionero golpea
fuerte con el hacha,
los balseros atracan al anochecer cerca de las choperas o las pacanas,
los cazadores de mapaches recorren la región del río Colorado, o la que drena el Tennessee, o la del Arkansas,
las antorchas brillan en la oscuridad que cubre el Chattahoochee o el Altamahaw;
los patriarcas se sientan a cenar rodeados de hijos y nietos y biznietos,
entre paredes de adobe, en tiendas de lona, descansan cazadores y tramperos al final de una jornada de trabajo.
La ciudad duerme y el campo duerme,
los vivos duermen su tiempo... los muertos duermen su tiempo,
el esposo anciano duerme junto a su mujer y el esposo joven duerme junto a su mujer; y éstos y todos se dirigen a mí y yo me dirijo a ellos, y lo que es ser parte de ellos más o menos lo soy.

Soy de viejos y de jóvenes, de los necios y de los sabios, sin importarme los demás, siempre importándome tanto los demás,
tan maternal como paternal, tan niño como hombre,
repleto de la materia que es tosca, y repleto de la materia que es delicada,
uno de la gran nación, la nación de muchas naciones —lo mismo la más pequeña que la más grande,
un sureño tanto como un norteño, un colono calmo y hospitalario,
un yanqui con mi propio destino... listo para comerciar... mis articulaciones las más flexibles de la tierra y las más resistentes de la tierra,
uno de Kentucky caminando por el valle del Elkhorn con polainas de cuero de ciervo, un barquero de los lagos o las bahías o las costas... uno de Indiana, de Wisconsin, de Ohio,
de Luisiana o de Georgia, acostumbrado a las dunas y los pinos,
a mis anchas con botas para la nieve del Canadá o en el monte, o con los pescadores de Terranova,
a mis anchas en los botes para el hielo, navegando con los demás y virando,
a mis anchas en las montañas de Vermont o en los bosques de Maine o en un rancho de Tejas,
camarada de los californianos... camarada de los hombres libres del noroeste, enamorado de las grandes extensiones,
camarada de los balseros y los carboneros —camarada de todos los que se dan la mano e invitan a comer y beber;
aprendiz con el más simple, maestro del más reflexivo,
un novicio que comienza a conocer miríadas de estaciones,
de cada color, ocupación y posición, de cada casta y religión,
no sólo del Nuevo Mundo sino también de África, Europa o Asía
... un salvaje errabundo,
granjero, bracero o artista... caballero, marinero, amante o cuáquero,
prisionero, chulo, camorrista, abogado, médico o cura.

Aguanto todo mejor que mi propia diversidad,
y respiro el aire y dejo mucho tras de mí,
y no soy presuntuoso y estoy en mi lugar.

La polilla y las huevas están en su lugar,
los soles que veo y los soles que no puedo ver están en su lugar,
lo tangible está en su lugar y lo intangible está en su lugar.

Estos son los pensamientos de todos los hombres de todas las épocas de todo lugar, no son producto de mi invención,
si no son tan tuyos como míos no son nada o casi nada,
si no abarcan todas las cosas no son casi nada,
si no son el dilema y la solución al dilema no son nada,
si no están tan cerca como lejos no son nada.

Esta es la hierba que crece dondequiera que hay tierra y hay agua,
este es el aire que baña el globo.

Este es el aliento de las leyes y las canciones y la conducta, esta es el agua insabora de las almas... este es el verdadero sustento,
lo es para los analfabetos... lo es para los jueces del tribunal supremo... lo es para el congreso federal para los congresos estatales,
lo es para las comunas admirables de los hombres de letras y para los compositores y cantantes y profesores e ingenieros y sabios,
lo es para las innumerables razas de trabajadores y granjeros y hombres de mar.

Este es el resonar de mil claros clarines y el gritar del flautín y el vibrar de los triángulos.

No sólo toco una marcha para los vencedores... toco grandes marchas para los conquistados y los caídos.

¿Te han dicho que era bueno vencer? Digo, también, que es bueno caer... las batallas se pierden con el mismo espíritu con que se ganan.

Hago sonar tambores triunfales por los muertos... hago sonar con mis boquillas la música más fuerte y alegre en su honor,
vivas a los que han fracasado, y a los que se les hundieron los barcos en el mar, y a los que se hundieron en el mar con ellos,
y a todos los generales que perdieron batallas, y a todos los héroes vencidos y a todos los héroes desconocidos tan heroicos como los más grandes héroes conocidos.
Esta es la comida tan agradablemente dispuesta... esta es la comida y la bebida para el hambre natural,
lo es para los pérfidos así como para los justos... a todos los convoco,
no toleraré que ni uno solo sea menospreciado o excluido, la mantenida y el gorrón y el ladrón están aquí invitados...
el esclavo de labios gruesos está invitado... el sifilítico está invitado,
no ha de haber diferencia entre ellos y los demás.

Esta es la presión de una mano tímida... este es el ondular y el olor del pelo,
este es el contacto de mis labios con los tuyos... este es el murmullo del anhelo,
esta es la lejana profundidad y altura que refleja mi propio rostro,
esta es la reflexiva fusión de mí mismo y nuevamente la salida.

¿Adivinas en mí un propósito oculto?
Pues bien, lo tengo... porque lo tiene la lluvia de abril, y la mica en la roca.

¿Consideras que voy a resultar sorprendente?
¿Sorprende la luz del día? ¿o el zorzal tempranero gorjeando en los bosques? ¿Sorprendo yo más que ellos?
En este momento digo cosas en confidencia,
no podría decírselo a todo el mundo pero te lo diré a ti.

¡Quién anda ahí! ¿anhelante, tosco, místico, desnudo?
¿Cómo es que obtengo energía de la carne que como?

Después de todo ¿qué es un hombre? ¿qué soy yo? ¿y qué eres tú?
Todo lo que señalo como mío tú lo complementarás con lo tuyo,
de otro modo sería tiempo perdido escucharme.

Yo no lloriqueo por los que lloriquean por todo, que los meses están vacíos y la tierra no es más que cieno y suciedad,
que la vida no es más que engaño y embuste, y nada queda al final más que crespón gastado y lágrimas.

Gimoteando y como si fuera medicina para enfermos ...la conformidad llega hasta su extremo,
llevo el sombrero como quiero en casa o en la calle.

¿He de rezar? ¿he de reverenciar y ser ceremonioso?

He investigado la tierra y analizado hasta lo más pequeño, y me he informado con doctores y calculado hasta el final y he descubierto que no hay grasa más sabrosa que la que está pegada a mis huesos.

En todo el mundo me veo a mí mismo, en nadie más ni en nadie ni un ápice menos, y lo bueno o lo malo que digo de mí lo digo de ellos.
Y sé que soy sólido y sano,
hacia mí fluyen los objetos convergentes del universo sin cesar,
todos están escritos para mí, y debo comprender lo que significa lo escrito.

Y sé que soy inmortal,
sé que este círculo mío no puede ser recorrido por el compás de un carpintero,
sé que no me desvaneceré como el rizo que traza un niño con un tizón en la noche.

Sé que soy venerable,
no incordio a mi espíritu para que se justifique a sí mismo o para que sea comprendido,
veo que las leyes básicas nunca piden disculpas,
creo que, después de todo, no soy más altivo que la casa en donde vivo.

Existo como soy, eso es bastante,
si nadie más en el mundo es consciente de ello, me doy por satisfecho,
y si todos y cada uno son conscientes de ello, me doy por satisfecho.

Un mundo es consciente, y para mí el más grande, y ese soy yo,
y si llego a tener lo que me corresponde hoy o dentro de diez mil o diez millones de años,
lo recibo hoy con alegría, o con la misma alegría lo espero.

Mi cimiento está grabado y cincelado en granito,
me río de lo que llamáis muerte,
y conozco la extensión del tiempo.
Soy el poeta del cuerpo,
y soy el poeta del alma.

Los placeres del cielo están conmigo, y las penas del infierno están conmigo,
los primeros los planto y multiplico en mí... los segundos los traduzco a un nuevo idioma.

Soy el poeta de la mujer lo mismo que del hombre, y digo que es tan importante ser una mujer como ser un hombre,
y digo que no hay nada más importante que la madre de hombres.

Canto un canto nuevo de expansión o de orgullo,
bastantes sometimientos y menosprecios hemos tenido ya, yo demuestro que el tamaño es sólo cuestión de crecimiento.

¿Has superado a los demás? ¿Eres el presidente?
Es una menudencia... todos llegarán hasta ese punto y lo superarán.

Soy el que camina con la noche joven que va creciendo;
grito a la tierra y al mar medio poseídos por la noche.

¡Acércate bien noche de pecho desnudo! ¡acércate bien noche nutricia y magnética! ¡Noche de vientos del sur! ¡noche de pocas estrellas inmensas!
¡Noche tranquila que dormitas! ¡loca noche desnuda de verano!

¡Sonríe, tierra voluptuosa de hálito fresco!
¡Tierra de los árboles líquidos que duermen!
¡Tierra del ocaso que se ha ido! ¡tierra de las cumbres brumosas de las montañas!
¡Tierra del rezumar vitreo de la luna llena apenas teñida de azul!
¡Tierra de las luces y sombras que motean la corriente del río!
¡Tierra del límpido gris de las nubes más brillantes y luminosas por mi ser!
¡Tierra recortada y abrupta! ¡tierra henchida de manzanos en flor!
¡Sonríe, que tu amante se acerca!

¡Pródiga! ¡me has dado amor!... ¡por ello yo te doy amor!
¡Amor apasionado, inexpresable!

¡Fuerza impulsora que a mí te aferras y a la que yo me aferró!
Nos herimos uno al otro como el novio y la novia se hieren uno al otro.
¡Mar! me entrego a ti también... creo adivinar lo que quieres decir,
contemplo desde la playa tus dedos curvados que me llaman,
creo que te niegas a retroceder sin sentirme;
hemos de tener un encuentro... me desvisto... llévame lejos
adonde no se divise la tierra, acógeme suave... acúname en un sueño de olas, golpéame con tu humedad amorosa... puedo corresponderte.

¡Mar de extensas marejadas!
¡Mar que respiras en bocanadas amplias y convulsivas! ¡Mar de la sal de la vida! ¡Mar de sepulturas no cavadas y siempre listas!
¡que silbas y acumulas tormentas! ¡mar caprichoso y melindroso!
soy un todo contigo... yo también soy de una fase y de todas las fases.

Que compartes influjo y reflujo... que ensalzas el enfrentamiento y la reconciliación,
que ensalzas a los amantes y a los que duermen en brazos del otro.

Soy el que testimonia simpatía;
¿he de hacer la lista de las cosas que hay en la casa y olvidarme de la casa que las contiene?

Soy el poeta del sentido común y de lo demostrable y de la inmortalidad;
y no soy sólo el poeta de la bondad... no renuncio a ser,
también, el poeta de la perversidad.
Lociones y navajas para los petimetres... para mí pecas y una barba hirsuta.

¿Qué tanto parlotear sobre vicio y sobre virtud?
Me impulsa el mal, y me impulsa la transformación del mal... no tomo partido,
mi talante no es el del que saca defectos o el del que nunca está de acuerdo,
humedezco las raíces de todo lo que existe.

¿Temiste que fuera una escrófula el resultado de tan rotunda preñez?
¿Llegaste a intuir que las leyes celestes todavía han de ser reelaboradas y rectificadas?

Me adelanto a decir que lo que hacemos es correcto y lo que afirmamos es correcto... y que algo es sólo la mena de lo correcto,
testigos de nosotros... hay equilibrio en una postura y en la opuesta,
una doctrina flexible es una ayuda tan eficaz como una firme,
los pensamientos y hechos del presente nuestro acicate y primer impulso.

Este minuto que me llega después de millones y millones, no lo hay mejor aquí y ahora.

Lo que funcionó bien en el pasado o funciona bien hoy no es tan sorprendente,
lo sorprendente es cómo siempre puede haber un miserable o un no creyente.

¡Permanente desplegarse de palabras de toda época!
y la mía una palabra de la moderna... una palabra en esencia.

Una palabra de la fe que nunca duda,
tan buena en una ocasión como en otra... aquí o de aquí en adelante es lo mismo para mí.

Una palabra de realidad... imbuida de materialismo de principio a fin.

¡Viva la ciencia positiva! ¡larga vida a la demostración exacta!
Trae siempreviva y mézclala con cedro y ramas de lilos;
éste es lexicógrafo o químico... éste hizo una gramática de los antiguos jeroglíficos,
estos marineros navegaron por desconocidos mares procelosos,
éste es geólogo y éste trabaja con el escalpelo y éste es matemático.

Caballeros, os doy la bienvenida y os doy y estrecho la mano,
los hechos son útiles y reales... no son mi morada... por ellos entro a una parte de la morada.

Soy menos el que recuerda propiedad y cualidades que el
que recuerda la vida, y salgo a la luz pública por mi propio interés y por el de
otros,
y tengo en poco a ambiguos y castrados, y estoy a favor de
hombres y mujeres plenamente dotados, y toco el gong de la revuelta y me reúno con los fugitivos y
los que traman y conspiran.

Walt Whitman, americano, uno de los bárbaros, un universo,
desordenadamente carnal y sensual... comiendo, bebiendo y engendrando,
no soy un sentimental... no estoy por encima de los hombres y mujeres ni vivo aparte de ellos... no más modesto que inmodesto.
¡Quitad los cerrojos de las puertas!
¡Quitad las puertas de las jambas!

Quienquiera que rebaja a otro me rebaja a mí... y todo lo que se hace o se dice vuelve finalmente a mí,
y yo también devuelvo todo lo que hago o digo.

De mí la inspiración brota y brota... de mí la corriente y la guía.

Digo la contraseña primitiva... doy la señal de la democracia;
¡Por Dios! no aceptaré nada de lo que todos los demás no puedan tener su contrapartida en condiciones de igualdad.

De mí brotan muchas voces largo tiempo calladas,
las voces de las interminables generaciones de esclavos,
las voces de las prostitutas y de los deformes,
las voces de los enfermos y de los desesperados, y de ladrones y los enanos,
las voces de ciclos de preparación y crecimiento,
y de los hilos que conectan las estrellas —y del seno materno, y de la esencia de la paternidad,
y de los derechos de los que están oprimidos por los demás,
de lo trivial y uniforme y simple y menospreciado,
de la niebla en el aire y de los escarabajos que hacen rodar bolas de estiércol.

De mí brotan voces prohibidas,
voces de sexos y deseos... voces veladas, y yo les quito el velo,
voces indecentes que clarifico y transfiguro.
No hago gestos de silencio,
tengo la misma sensibilidad para el vientre que para la cabeza o el corazón,
la cópula no es para mí más fétida que la muerte.

Creo en la carne y en los apetitos,
ver, oír y sentir son milagros y cada parte y fragmento de mí es un milagro.

Soy divino en mi interior y en mi exterior, y hago santo todo lo que toco y todo lo que me toca;
el olor de estas axilas es un aroma más delicado que la oración,
esta cabeza es más que iglesias o biblias o credos5.

Si adoro alguna cosa en particular habrá de ser algo de la sustancia de mi cuerpo;
molde translúcido de mí tú serás,
salientes sombríos y descansos, firme cuchilla masculina, tú serás,
todo lo que sirva a mi labranza, tú serás,
tú mi sangre viva, tu corriente lechosa pálidos restos de mi vida;
pecho que te estrechas contra otros pechos tú serás,
mi cerebro tus ocultas circunvoluciones,
raíz de ácoro húmedo, agachadiza tímida, nido de resguardados huevos gemelos, serás tú,
mezcla de heno enredado de pelo, barba y músculo serás tú,
savia de arce que gotea, fibra de trigo varonil, serás tú;
sol tan generoso serás tú,
vapores que iluminan y oscurecen mi cara serás tú,
arroyos sudorosos y rocíos serás tú,
vientos de suaves genitales que cosquillean al rozarme serás tú,
anchos campos musculosos, ramas de encina, amoroso paseante de mis caminos ondulantes, serás tú,
manos que he tomado, cara que he besado, ser mortal que he tocado, serás tú.

Estoy prendado de mí mismo... hay tanto de mi ser y tan suculento,
cada momento y todo lo que ocurre me hacen estremecer de alegría.

No puedo explicar cómo giran mis tobillos... ni cuál es la causa de mi deseo más sutil,
ni cuál es la causa de la amistad que transmito... ni cuál es la causa de la amistad que recibo.

Cómo llegar hasta mi umbral no puede explicarse... me detengo a considerar si realmente existe,
que coma y beba es espectáculo suficiente para los grandes autores y escuelas,
un dondiego de día en la ventana me satisface más que la metafísica de los libros.

¡Contemplar el amanecer!
La luz liviana disuelve las inmensas sombras diáfanas, el aire me sabe bien.

Masas del mundo que se mueve en inocentes cabriolas, que se elevan en silencio, que desprenden frescor,
que se mueven a toda prisa hacia arriba y hacia abajo.

Algo que no puedo ver levanta astas libidinosas, mares de jugo brillante inundan el cielo.

La tierra sostenida por el cielo... el cierre diario de su unión, el reto que se levanta por el este en ese momento por encima de mi cabeza, el sarcasmo burlón, ¡mira quién es el que manda!

Deslumbrador y tremendo, con qué rapidez me mataría el amanecer,
si no pudiera ahora y siempre desprenderme de él.

También nosotros ascendemos deslumbrantes y tremendos como el sol,
creamos el nuestro alma mía en la tranquilidad y el frescor al romper el día.

Mi voz persigue lo que los ojos no pueden alcanzar,
con el movimiento de mi lengua abarco mundos y volúmenes de mundos.
El habla es gemela de la vista... no es susceptible de ser medida.

Me provoca constantemente,
me dice sarcástica, Walt, ya sabes bastante... ¿por qué, entonces, no lo sueltas?

Venga, no me dejaré tentar... tienes demasiada confianza en las palabras.
¿Es que no sabes cómo están plegados por dentro los brotes?
esperan en la sombra protegidos por la escarcha,
la tierra retrocede ante mis gritos proféticos,
yo sustrato de las causas las equilibro al final,
mi saber mis partes vitales... manteniéndose al tanto del significado de las cosas,
felicidad... que quienquiera que me oiga pueda salir en su busca en este día.

Te niego mi mérito final... me niego a desprenderme de lo mejor que soy.

Abarca mundos pero nunca intentes abarcarme a mí,
ahogo tu charla más ruidosa sólo con mirarte.

Escribir y hablar no me justifican,
la plenitud de la prueba y de todo lo demás lo llevo en mi cara,
con el silencio de mis labios desconcierto al más escéptico.

Creo que no haré otra cosa durante un largo tiempo más que escuchar,
y acumular lo que oiga en mi interior... y dejar que los sonidos actúen en mi favor.

Oigo las exhibiciones musicales de los pájaros... el bullicio del trigo que crece... el chisporroteo de las llamas... el crujir de la leña al hacer la comida.

Oigo el sonido de la voz humana... un sonido que quiero, oigo todos los sonidos según son empleados para cada función... sonidos en la ciudad y sonidos fuera de la ciudad... sonidos del día y de la noche;
jóvenes conversadores para los que les gustan... el recitativo de pescaderos y de fruteros... la risa rotunda de los trabajadores cuando comen,
el bajo airado de las amistades contrariadas... los tonos débiles de los enfermos,
el juez que se ase rígido a la mesa mientras sus labios temblorosos pronuncian la sentencia de muerte,
el canto de los estibadores al descargar los barcos en los muelles... el estribillo de los que levan las anclas;
el sonar de las alarmas... el grito de fuego... el zumbido de las máquinas que funcionan veloces y de los coches de bomberos con campanilleos premonitorios y luces de colores,
la sirena de vapor... el pesado traqueteo del tren y los vagones que se acercan; la marcha lenta que tocan de noche al frente del desfile, van a velar a algún difunto... los mástiles aparecen ornados con un velo negro.

Oigo el violonchelo o la queja del corazón del hombre, y oigo la trompeta o el eco del ocaso.

Oigo el coro... es una ópera importante... ¡esto sí que es música!

Un tenor grande y fresco como la creación me llena, la voz mana de la boca perfectamente redonda y me llena todo entero.

Oigo a la diestra soprano... me hace temblar con la intensidad de mi abrazo amoroso;
la orquesta me hace dar giros más amplios que los de Urano,
me arranca pasiones sin nombre del pecho,
me produce ahogos profundos del más intenso horror,
me arrastra al mar... camino ligero descalzo... las olas perezosas me lamen los pies, a la intemperie... me lacera el granizo cruel y envenenado, impregnado de morfina edulcorada... siento en la garganta las garras de la muerte,
me liberan otra vez para que sienta el enigma de enigmas, y lo que llamamos Existir.

Existir en cualquier forma, ¿qué es eso?
Si no existiera nada más evolucionado la almeja y su dura concha serían suficientes.

La mía no es una concha dura,
tan pronto me pongo en movimiento o me detengo hay encargados
de tomar todo objeto y hacerlo atravesarme sin daño.

Me limito a moverme, apretar, tocar con los dedos y me basta,
tocar con mi cuerpo a alguien es todo lo que puedo aguantar.

¿Es, pues, esto un tacto?... adquiriendo una nueva identidad al estremecerme,
las llamas y el éter me corren por las venas,
mi extremo traidor penetrando y empujando para ayudarles,
mi carne y mi sangre descargando el rayo, para golpear lo que no es casi distinto a mí,
en todas partes lascivos incitadores que me ponen rígidos los miembros,
exprimiendo la ubre de mi corazón hasta la última gota,
licenciosos para conmigo, no aceptando una negativa,
arrancándome lo mejor de mí como único objetivo,
desabrochándome la ropa y sujetándome por la cintura,
engañándome en mi confusión con la tranquilidad de la luz del sol y de las pasturas,
desplazando sin rubor a los sentidos amigos,
urdieron una trama para hacer un cambio con el tacto, e ir a pastar en mis límites,
sin ninguna consideración, sin respetar mi fortaleza que se desvanecía ni mi enojo,
buscando el resto de la manada para gozarla un rato,
y reunirse todos al final en un promontorio y mortificarme.

Los centinelas dejan sin custodia hasta la última parte de mí,
me han dejado desamparado en manos de un intruso rojo,
todos se llegan al promontorio a ser testigos y ayudar en contra mía.

Me entregan los traidores;
hablo sin pensar... he perdido el sentido... yo y nadie más soy el traidor más grande,
yo mismo fui el primero al promontorio... mis propias manos me llevaron allí.

¡Tú, tacto infame! ¿qué estás haciendo?... se me hace un nudo en la garganta;
 ¡abre las compuertas! eres demasiado para mí.

¡Ciego tacto amoroso que te rebelas! ¡Tacto cubierto y encapotado de dientes afilados!
¿Te causó dolor dejarme así?
Marcha a la que sigue las huellas la llegada... pago perpetuo de un préstamo perpetuo,
lluvia copiosa que cae, y recompensa más copiosa después.

Los brotes prenden y crecen... se yerguen junto al bordillo prolíficos y vitales,
proyectan paisajes masculinos crecidos por entero, dorados.

Todas las verdades esperan en todas las cosas,
no aceleran su propia revelación ni la impiden,
no necesitan los fórceps del médico,
lo insignificante es para mí tan grande como cualquier otra cosa,
¿qué es más o menos importante que un contacto?

La lógica y los sermones nunca convencen,
la humedad de la noche se mete muy dentro de mi alma.

Sólo lo que es prueba de sí mismo ante cada hombre y mujer es así,
sólo lo que nadie niega es así.

Un minuto y una gota de mí tranquilizan mi mente;
creo que los terrones empapados se convertirán en amantes y lámparas,
y un compendio de compendios es la carne de un hombre y una mujer,
y una cumbre y una flor en él es el sentimiento que sienten por el otro,
y han de multiplicarse sin límites a partir de esa enseñanza
hasta que sea el origen de todas las cosas, y hasta que todos nos agraden, y nosotros a ellos.

Creo que una hoja de hierba no es menos que el trabajo de las estrellas,
y que la hormiga es igual de perfecta, y un grano de arena, y el huevo del chochín,
y que la rana arbórea es una obra maestra de las más grandes,
y que la zarzamora podría servir de adorno en los salones del cielo,
y que la articulación más minúscula de mi mano deja en ridículo a toda maquinaria,
y que la vaca pastando con la cabeza gacha es superior a cualquier estatua,
y un ratón es milagro suficiente para pasmar a infinitos no creyentes,
y podría venir todas las tardes de mi vida a contemplar a la hija del granjero preparar el té y los bizcochos.

Creo que estoy hecho en parte de neis y carbón y musgo de largos hilos y frutas y granos y raíces comestibles,
y que estoy decorado con cuadrúpedos y pájaros por todas partes,
y que me he alejado de lo que ha quedado atrás por buenas razones,
y que puedo hacer que cualquier cosa se acerque otra vez cuando lo desee.

En vano la prisa o la reserva,
en vano las rocas plutónicas envían su calor antiguo a mi encuentro,
en vano el mastodonte se oculta bajo sus propios huesos polvorientos,
en vano los objetos se yerguen a lo lejos y asumen infinidad de formas,
en vano el océano se asienta en depresiones y los grandes monstruos se agazapan,
en vano el águila busca su hogar en el cielo,
 en vano la culebra se desliza entre ramas y troncos,
en vano el alce se adentra por los senderos ocultos de los bosques,
en vano el alca de pico afilado nada hacia el norte hasta el Labrador,
yo sigo sin demora... subo hasta el nido en la fisura del acantilado.

Creo que podría pensarlo y vivir durante un tiempo con los animales... son tan plácidos y reservados,
a veces me paro y me paso medio día contemplándolos.

No sudan ni se quejan de su situación,
no se quedan despiertos en la oscuridad y lloran por sus pecados,
no me hastían con discusiones sobre sus deberes para con Dios,
ni uno sólo está insatisfecho... ni uno sólo está obsesionado con la manía de tener cosas,
ni uno sólo se arrodilla ante otro ni ante los de su linaje que vivieron hace miles de años,
ni uno sólo en toda la tierra es respetable ni industrioso.

De esa manera me muestran sus relaciones conmigo y yo los acepto;
me traen señales de mí mismo... demuestran claramente que las poseen.

No sé de dónde han sacado esas señales,
puede que haya pasado por ese camino sin advertirlo hace mucho tiempo y las haya dejado caer descuidado,
marchando sin mirar atrás, entonces y ahora y siempre, recogiendo y mostrando más cada vez y con velocidad, infinitas y de todas clases y semejantes a éstas;
sin prestar demasiada atención a los que me traen mis recuerdos,
escogiendo uno de aquí para que sea mi amigo,
decidiendo ir con él como hermanos.

La belleza imponente de un semental, lleno de vigor y sensible a mis caricias,
de frente alta y ancha entre las orejas,
de miembros brillantes y flexibles, barriendo el suelo con la cola,
de ojos separados y chispeantes de malicia... orejas finamente cortadas y nerviosas.

Las narices se le dilatan... aprieto bien los talones... los miembros bien hechos tiemblan de placer... damos una vuelta veloces y volvemos.
No te he usado más que un momento y ya te abandono, corcel... y no necesito tus carreras y puedo galopar más deprisa,
y yo mismo de pie o sentado voy más rápido que tú.

¡Viento veloz! ¡espacio! ¡alma mía! Ahora sé que es verdad lo que intuí;
lo que intuí cuando estaba echado en la hierba,
lo que intuí cuando estaba solo en la cama... y nuevamente mientras caminaba por la playa bajo la pálida luz de las estrellas de la mañana.

Mis ataduras y lastres me abandonan... viajo... navego... los codos apoyados en los huecos del mar,
rodeo las sierras... mis manos cubren continentes, me muevo con la vista.

Junto a las casas cuadradas de la ciudad... en cabañas de troncos, o acampado con los leñadores,
por las huellas de la carretera... por la seca quebrada y el cauce del riachuelo,
cultivando mis cebollas y mis zanahorias y nabos... cruzando la sabana... por los senderos de los bosques,
explorando... buscando oro... marcando los árboles de una tierra recién comprada,
con la arena caliente quemándome hasta los tobillos... tirando de mi bote por los bajíos río abajo;
por donde la pantera se mueve de un sitio para otro acechante por la rama... por donde el ciervo se enfrenta furioso con el cazador,
por donde la serpiente de cascabel se extiende al sol en toda su fláccida longitud sobre una roca... por donde la nutria se alimenta de peces,
por donde el caimán de recias escamas duerme en el recodo,
por donde el oso negro está buscando raíces o miel... por donde el castor compacta el barro con su cola aplastada;
sobre la caña de azúcar que crece... sobre los algodonales... sobre el arroz en el humedal;
sobre la granja de tejado aguzado con tierra acumulada y estilizados brotes creciendo en los canalones;
sobre el caqui del oeste... sobre el maíz de hoja larga y el delicado lino de flor azul;
sobre el alforfón blanco y pardo, zumbando y vibrando allí con los demás,
sobre el verde oscuro del centeno al ondular y cambiar de color con el viento; escalando montañas... subiendo con cuidado... asiéndome de las ramas bajas quebradizas,
caminando por el sendero trazado en la hierba y marcado en las hojas de los matorrales;
por donde la codorniz silba entre el bosque y el trigal,
por donde el murciélago vuela en los atardeceres de julio... por donde el gran escarabajo dorado cae en la oscuridad;
por donde los mayales se oyen golpear rítmicamente en el suelo del granero,
por donde el arroyo brota de entre las raíces del árbol viejo y corre hasta el prado,
por donde está el ganado, que espanta las moscas con el movimiento tembloroso de la piel,
por donde cuelga la estopilla en la cocina y los morillos se asientan sobre la piedra del hogar y caen las telarañas en festones de las vigas;
por donde baten los martillos pilones... por donde la prensa hace rugir sus cilindros;
por donde quiera que late el corazón humano con terribles espasmos saltando del pecho;
por donde el globo con forma de pera está flotando en lo alto... flotando en él yo mismo y mirando hacia abajo tranquilamente;
por donde jalan de la cestilla salvavidas por la cuerda... por donde el calor incuba los huevos de color verde pálido en la arena rizada,
por donde la ballena nada con sus crías y nunca las deja atrás,
por donde el vapor navega marcando su estela con un largo penacho de humo,
por donde la aleta del tiburón se recorta fuera del agua como una cuchilla negra,
por donde el bergantín, medio quemado, cabalga sobre corrientes ignoradas,
por donde las conchas crecen en la cubierta legamosa, y los muertos se pudren más abajo;
por donde la bandera de las barras y estrellas flamea al frente de los regimientos;
al acercarme a Manhattan, por la isla alargada,
debajo del Niágara, mientras cae la catarata como un velo sobre mi rostro;
en un umbral... en el apeadero de dura madera que hay fuera,
en la pista de carreras, o disfrutando de las meriendas o de los bailes o de un buen partido de béisbol,
en fiestas sólo de hombres con bromas groseras y excesos irónicos y haciendo el burro y bebiendo y riendo a carcajadas,
en el lagar de la sidra, probando el dulzor de la pulpa marrón... sorbiendo el zumo con una pajita,
mondando las manzanas, pidiendo besos por toda la fruta madura que encuentro,
en asambleas y fiestas en la playa y reuniones amistosas y desgranando maíz y construyendo casas;
por donde el sinsonte canta con gorjeos melodiosos y cacarea y grita y llora,
por donde el almiar se alza en el patio del granero y los tallos secos están desparramados por el suelo y la vaca de cría espera en el cobertizo,
por donde el toro avanza para cumplir con su función de macho y el caballo a la yegua y el gallo persigue a la gallina,
por donde las terneras pastan y los gansos picotean la comida con sacudidas breves;
por donde las sombras del oscurecer se van alargando por la pradera infinita y solitaria,
por donde los rebaños de búfalos se van extendiendo y dispersando millas y millas, cercanos y lejanos;
por donde brilla trémulo el colibrí... por donde el cuello del longevo cisne se curva y ondula;
por donde vuela la gaviota en los rompientes y ríe su risa casi humana;
por donde se alinean las colmenas sobre un banco gris en el jardín medio escondidas por las altas hierbas;
por donde las perdices de cuello negro descansan en un hueco en la tierra del que sólo asoman las cabezas;
por donde los coches fúnebres pasan por los arcos de las puertas de un cementerio;
por donde los lobos de invierno aúllan entre restos de nieve y árboles con carámbanos;
por donde la garza de copete amarillo se acerca a la orilla de la laguna de noche y se alimenta de cangrejillos;
por donde el chapoteo de los que nadan y se zambullen refresca el calor del mediodía;
por donde el saltamontes hace sonar su caramillo en el nogal sobre el pozo;
por huertos de cidras y pepinos de hojas orladas de plata,
por la salina o el naranjal... o bajo los cónicos abetos;
en el gimnasio... en el bar encortinado... en la oficina o en la sala de reunión;
a gusto con los nativos y a gusto con los extranjeros... a gusto con lo nuevo y lo viejo,
a gusto con las mujeres, lo mismo con las feas que con las guapas,
a gusto con la cuáquera cuando se quita la cofia y habla cantarina,
a gusto con las canciones sencillas del coro de la iglesia encalada,
a gusto con las fervorosas palabras del sudoroso predicador metodista, o de cualquier predicador... que contempla serio a sus seguidores;
mirando escaparates en Broadway toda la tarde... apretando la nariz contra el grueso cristal,
paseándome esa misma tarde con la cara vuelta hacia el cielo;
rodeando con los brazos a dos amigos y yo en el medio;
volviendo a casa con el chico del despoblado... cabalgando tras él al caer el día;
lejos de los poblados estudiando las huellas de las patas de los animales o las huellas de los mocasines;
junto al catre del hospital dándole limonada a un paciente con fiebre,
junto al cadáver en el ataúd cuando todo está en silencio, observando a la luz de una vela;
de viaje a todos los puertos para comerciar y en busca de aventura;
corriendo con la muchedumbre moderna, tan vehemente y voluble como cualquiera,
enfadado con el que odio, dispuesto en mi locura a acuchillarlo;
solo a medianoche en el patio trasero, hace tiempo que mis pensamientos me han dejado,
caminando por las colinas de Judea con el dios hermoso y considerado a mi lado;
corriendo por el espacio... corriendo entre el cielo y las estrellas,
corriendo entre los siete satélites y el ancho anillo y el diámetro de ochenta mil millas,
corriendo con los meteoros con estelas... arrojando bolas de fuego como los demás,
llevando la criatura creciente que lleva a su propia madre llena en la barriga;
rabiando gozando planeando amando advirtiendo,
retrocediendo y llenando, apareciendo y desapareciendo,
camino día y noche por esas sendas.

Visito las huertas de Dios y miro el producto esférico,
y miro quintillones que están maduros y miro quintillones verdes.

Vuelo el vuelo del alma vagarosa y absorbente,
mi ruta corre por debajo de los sondeos de las plomadas.

Me sirvo de lo material y de lo inmaterial,
no hay guardia que me pueda impedir el paso, ni ley que me deje fuera.

Echo el ancla de mi barco durante un rato solamente,
mis mensajeros parten de continuo o me traen sus respuestas.

Voy a cazar pieles polares y focas... saltando simas con un bastón de afilada punta... aferrándome a masas inestables, quebradizas y azules.

Me subo al cangrejo del trinquete... ocupo mi sitio en la torreta del vigía tarde en la noche... navegamos por el ártico... hay luz suficiente,
por la clara atmósfera miro alrededor la belleza asombrosa,
las masas de hielo, enormes, me adelantan y yo las adelanto... el paisaje es igual en todas direcciones,
las montañas de cimas blancas apuntan en la distancia... dejo volar mis pensamientos hacia ellas;
estamos a punto de llegar a un campo de batalla en el que pronto nos vamos a enfrentar,
pasamos por las avanzadas de los campamentos... pasamos con pies quedos y precaución;
o estamos entrando en los arrabales de una vasta ciudad en ruinas... con más bloques y edificios destruidos que cualesquiera de las ciudades vivas de la tierra.

Soy un compañero libre... paso la noche al sereno junto a las hogueras del invasor.

Echo al novio de la cama y me quedo con la novia,
y la estrecho toda la noche contra mis muslos y mis labios.

Mi voz es la voz de la esposa, el chillido junto a la barandilla de la escalera,
suben el cuerpo de mi hombre goteando y ahogado.

Comprendo los grandes corazones de los héroes,
el valor de los tiempos presentes y de todos los tiempos;
cómo el capitán vio los restos del vapor atestado de gente y sin timón, y la muerte persiguiéndolo de cerca sin cesar en la tormenta,
cómo trabajó sin descanso y no retrocedió ni un centímetro, y no abandonó su puesto ni de día ni de noche,
y escribió en grandes letras en una pizarra, Tened ánimo, No os abandonaremos;
cómo salvó por fin al grupo que iba a la deriva,
qué aspecto tenían las delgadas mujeres en vestimentas sueltas cuando subieron al bote desde el borde mismo de las tumbas que las esperaban,
qué aspecto tenían los niños silenciosos y avejentados, y los enfermos rescatados y los hombres sin afeitar de labios apretados;
todo esto lo trago y sabe bien... me gusta y se vuelve mío,
yo soy el hombre... lo padecí... estuve allí.

El desdén y la tranquilidad de los mártires,
la madre condenada por brujería y quemada con madera seca, y sus niños mirando; el esclavo perseguido por los perros que flaquea en la carrera y se apoya en la cerca, resoplando y cubierto de sudor,
los calambres que le hieren como agujas en las piernas y el cuello,
el cartucho asesino y las balas,
todas estas cosas las siento o las soy.

Soy el esclavo perseguido... me estremezco con las mordeduras de los perros,
el infierno y la desesperación se apoderan de mí... los tiradores tiran una y otra vez,
me aferró a los postes de la cerca... gotea la sangre mezclada con el sudor de la piel,
caigo sobre las hierbas y las piedras,
los jinetes espolean a los caballos renuentes y me persiguen de cerca,
se ríen de mí en mis oídos que me zumban... me golpean con saña en la cabeza con los mangos de los látigos.

Las agonías son uno de mis vestidos;
no le pregunto al herido cómo se siente... yo mismo me vuelvo el herido,
el corazón se me pone lívido cuando me apoyo en un bastón y observo.

Soy el bombero aplastado con el esternón roto... me han enterrado bajo sus escombros las paredes al caer,
respiraba el calor y el humo... oía los gritos estentóreos de mis compañeros,
oía el repiqueteo distante de los picos y palas;
han apartado las vigas... me levantan con cuidado.

Con mi camisa roja respiro el aire de la noche... soy la causa del murmullo que todo lo invade,
después de todo no me duele nada, estoy agotado pero no tan mal,
blancos y hermosos los rostros que me rodean... las cabezas sin los cascos,
la multitud de rodillas se difumina con la luz de las antorchas.

Distantes y muertos resucitan,
se muestran como la esfera o se mueven como mis agujas... y yo mismo soy el reloj. Soy un viejo artillero, y hablo del bombardeo de un fuerte... y estoy allí otra vez.

Otra vez la diana de los tambores... otra vez el cañón atacante y los morteros y los obuses,
otra vez los atacados responden con su cañón.

Tomo parte en ello... veo y oigo todo,
los gritos y las maldiciones y el estruendo... los aplausos por los tiros atinados,
la ambulancia que pasa lentamente y deja una estela de gotas rojas,
los obreros que buscan desperfectos para hacer las reparaciones que no pueden esperar,
el caer de las granadas por el techo agujereado... la explosión que se abre en abanico,
el zumbar de miembros cabezas piedra madera y hierro por el aire.

Otra vez gorgotea la boca de mi general que se muere... agita con furia la mano,
lucha con el coágulo por respirar... No os preocupéis por mí... preocupaos de las trincheras.

No hablo de la caída de El Álamo... ni uno sólo escapó para hablar de la caída de El Álamo,
los ciento cincuenta siguen mudos en El Álamo.

Oíd ahora el relato de un amanecer negro como el azabache, oíd del asesinato a sangre fría de cuatrocientos doce hombres jóvenes.

En retirada se habían apostado en un hueco cuadrado con sus mochilas por parapeto,
novecientas vidas del enemigo que les rodeaba y superaba nueve veces en número fue el precio que le hicieron pagar por adelantado,
su coronel estaba herido y la munición agotada,
entablaron negociaciones para una capitulación honrosa, recibieron garantía por escrito, entregaron las armas y volvieron prisioneros de guerra.
Eran la gloria de la estirpe de los «rangers»,
imbatibles a caballo, con el rifle, cantando, comiendo o cortejando,
grandes, turbulentos, valientes, de buena presencia, generosos, orgullosos y afectuosos,
con barba, quemados por el sol, vestidos a la manera informal de los cazadores, ninguno pasaba de treinta años.

El segundo domingo por la mañana los sacaron en pelotones y los masacraron... era una hermosa mañana de comienzos del verano,
la faena empezó a las cinco y sobre las ocho estaba acabada.

Ninguno obedeció la orden de arrodillarse,
unos intentaron una huida loca e inútil... otros se quedaron quietos, clavados,
unos pocos cayeron al instante, de un tiro en la sien o en el corazón... los vivos y los muertos yacían juntos,
los mutilados y desfigurados se revolcaban por la tierra... los que iban llegando los veían;
algunos medio muertos intentaban huir,
los despachaban a bayonetazos o con las culatas de los mosquetes;
un chaval que aún no había cumplido los diecisiete se agarró a su asesino y no lo soltó hasta que otros dos llegaron en su ayuda,
los tres quedaron con la ropa hecha jirones y cubierta de sangre del chico.

A las once empezaron a quemar los cuerpos;
y ese es el relato del asesinato de los cuatrocientos doce jóvenes,
y ese fue un amanecer negro como el azabache.

¿Leíste en los libros del mar lo del combate de la fragata a la vieja usanza?
¿Sabes quién venció a la luz de la luna y de las estrellas?

Nuestro enemigo no se escondía en su barco, os digo, tenía coraje inglés, y no lo hay más férreo ni más auténtico, ni lo hubo ni jamás lo habrá;
llegó al caer la tarde, atacándonos con furor.

Trabamos combate... las vergas se enredaron... el cañón se rozaba,
mi capitán las aseguró con su propia mano.

Habíamos recibido varios disparos de dieciocho libras debajo de la línea de flotación,
en la cubierta inferior dos cañones habían explotado al primer disparo, matando a los que estaban cerca y haciendo volar todo en mil pedazos.

Las diez de la noche y la luna llena brillaba y las vías de agua aumentaban y la noticia de que ya había cinco pies de agua,
el contramaestre liberaba a los prisioneros confinados en la bodega para que se salvaran si podían.

Los centinelas impedían ahora el paso a la santabárbara, veían tantas caras extrañas que no sabían en quién confiar.

Nuestra fragata estaba ardiendo... los otros preguntaban si nos rendíamos, arriábamos bandera y cesaba la lucha.

Me reí con satisfacción cuando oí la voz de mi pequeño capitán,
no arriamos nuestra bandera, les gritó muy dignamente, nosotros no hemos hecho más que empezar a luchar.

Sólo tres cañones estaban en servicio,
con uno el propio capitán apuntó al palo mayor enemigo,
los otros dos bien provistos de metralla hicieron enmudecer a la fusilería y arrasaron las cubiertas.

Sólo las cofas secundaron los disparos de esta pequeña batería, sobre todo la mayor,
todos se comportaron con valor durante la acción.

Ni un momento de descanso,
las bombas no daban abasto a achicar el agua... el fuego avanzaba hacia el polvorín,
volaron una de las bombas... era opinión general que nos
hundíamos.
Sereno seguía el pequeño capitán,
no se daba prisa... ni subía ni bajaba el tono de voz,
nos alumbraban más su ojos que los faroles de combate.

A eso de medianoche, a la luz de la luna se nos rindieron.

En medio de la noche relajada y tranquila
dos grandes cascos inmóviles en el seno de la oscuridad,
nuestro navío lleno de impactos se hundía lentamente... hicimos preparativos para trasladarnos al que habíamos conquistado,
el capitán desde el alcázar daba órdenes con sangre fría y el rostro blanco como una sábana,
cerca de él el cadáver del muchacho que servía en la cabina,
el rostro de un viejo marinero difunto de largo cabello blanco y patillas primorosamente rizadas,
las llamas a pesar de todo lo que se hizo brillaban por debajo y por encima de la cubierta,
las voces roncas de los dos o tres oficiales todavía aptos para el servicio,
informes masas de cuerpos y cuerpos por aquí y por allá... jirones de carne en mástiles y vergas,
cordajes cortados y los aparejos oscilando... el leve golpear del suave oleaje,
cañones negros e impasibles, y restos de paquetes de pólvora, y el olor penetrante,
suaves bocanadas de brisa de mar... aromas de hierba y juncos y campos cerca de la costa... mensajes de muerte a cargo de los supervivientes,
el silbido del cuchillo del cirujano y los dientes que roen de la sierra,
los jadeos, sonidos ahogados, el gotear de la sangre... el grito repentino lacerante, el largo lamento monótono que se va extinguiendo poco a poco,
así fue... irreparable.

¡Dios! ¡Mi obsesión se adueña de mí!
Lo que el rebelde dijo con alegría al ajustar su garganta al nudo de la horca,
lo que el salvaje dijo en el estrado con las cuencas de los ojos vacías, de la boca le brotaban amenazas y desafíos,
lo que sorprende al viajero que llega a la cripta del monte Vernon,

Lo que sorprende al viajero que llega a la cripta del monte Vernon, lo que serena al muchacho de Brooklyn cuando mira las orillas de Wallabout y recuerda los barcos prisión,
lo que quemó las encías del inglés en Saratoga cuando rindió sus tropas,
éstos se vuelven míos y yo todos, pero ellos son insignificantes,
me convierto en tantas cosas como quiero.

Me convierto en cualquier presencia o certidumbre de humanidad aquí,
y me veo en prisión bajo la apariencia de otro hombre,
y siento el dolor sordo y continuo.

Por mí los guardianes de los presos se echan al hombro la carabina y montan guardia,
es a mí a quien dejan salir por la mañana y encierran por la noche.

Ningún rebelde va esposado a prisión sin que yo sea esposado a él y camine a su lado,
allí soy menos el chistoso y más el silencioso al que le transpiran los labios crispados.

Ningún joven es apresado por hurto sin que yo vaya con él y también me juzguen y sentencien.

Ningún paciente de cólera está próximo a exhalar el último suspiro sin que yo esté también próximo a exhalar el último suspiro,
mi rostro está ceniciento, mis tendones se retuercen... la gente se aparta de mí.

Los pedigüeños se encaman en mí, y yo me encarno en ellos, alargo el sombrero y me siento, avergonzado, a pedir limosna.

Salgo de todo esto en éxtasis, y me muevo con la gravitación real,
el girar y girar es natural en mí.

De algún modo me he quedado sin sentido. ¡Apartaos!
Dadme un poco de tiempo para que mi cabeza se recupere del golpe y del amodorramiento y los sueños y los bostezos,
me descubro a mí mismo a punto de cometer un error habitual.

¡Si pudiera olvidar a los escarnecedores y los insultos!
¡Si pudiera olvidar las lágrimas que caían y los golpes de las cachiporras y los martillos!
¡Si pudiera mirar desde fuera mi propia crucifixión y sangrienta coronación!

Recuerdo... Vuelvo a la escena,
la tumba de roca multiplica lo que le ha sido confiado a ella... o a cualquier otra tumba,
los cadáveres se levantan... las heridas curan... las ataduras desatan.

Marcho adelante lleno de poder supremo, parte de una procesión interminable de gente corriente,
pasamos por los caminos de Ohio y Massachusetts y Virginia y Wisconsin y Nueva York y Nueva Orleans y Texas y Montreal y San Francisco y Charleston y Savannah y México,
por el interior y por la costa y por las fronteras... y atravesamos las fronteras.
Nuestras prontas órdenes se dirigen a todos los rincones de la tierra,
las flores que llevamos en los sombreros son el fruto de dos mil años.

Discípulos os saludo,
veo cómo os acercáis en innumerables grupos... veo cómo os comprendéis a vosotros mismos y a mí,
y sé que aquellos que tienen ojos son divinos, y que los ciegos y los cojos son también divinos,
y que mis pasos se arrastran tras los vuestros y sin embargo van delante de ellos,
y soy consciente de que no estoy con vosotros más de lo que estoy con todos.

El amistoso y accesible salvaje ¿Quién es?
¿Espera por la civilización o ya ha pasado por ella y la domina?

¿Es un hombre del suroeste que ha crecido al aire libre? ¿Es canadiense?
¿Es de las tierras del Misisipí? ¿O de Iowa, Oregón o California? ¿O de las montañas? ¿O de las praderas o de los bosques? ¿O del mar?

Allí donde va los hombres y las mujeres le aceptan y le desean,
desean agradarle y que les toque y les hable y se quede con ellos.

Comportamiento libre como copos de nieve... palabras tan simples como la hierba... cabeza despeinada y risa e ingenuidad;
pies que caminan lentamente y rasgos ordinarios, y modales y efluvios ordinarios, descienden bajo nuevas formas de la punta de sus dedos, están en el aire con el olor de su cuerpo o aliento... emanan de sus ojos.

Sol arrogante no necesito tu calor... acuéstate,
tú sólo iluminas superficies... yo penetro en las superficies y también en las profundidades.

¡Tierra! Parece que buscas algo en mis manos, ¡dime vieja presumida! ¿Qué quieres?

¡Hombre o mujer! Os diría cuánto me gustáis, pero no puedo,
y os diría lo que hay en mí y lo que hay en vosotros, pero no puedo,
y os diría los anhelos que tengo... el pulso de mis noches y mis días.

¡Mirad! Yo no doy conferencias o pequeñas limosnas,
lo que doy lo doy de mí mismo.

Oye tú, impotente, de rodillas flojas, quítate la bufanda para que te insufle valor,
extiende las manos y levanta las solapas de los bolsillos,
no has de negarme... yo exijo... Tengo riquezas en abundancia y para regalar,
y todo lo que tengo lo doy.

No pregunto quién eres... eso no me importa,
no puedes hacer nada ni ser nada más que lo que yo quiera.

Me inclino hacia el trabajador de los algodonales o el limpiador de letrinas... en su mejilla derecha deposito el beso fraternal,
y en mi alma juro que nunca le negaré.

En las mujeres aptas para la concepción engendro niños más grandes y más ágiles,
en este día arrojo el germen de repúblicas mucho más arrogantes.

Hacia cualquiera que se muere... allá me apresuro y giro el pomo de la puerta, vuelvo las sábanas hacia los pies de la cama,
y hago que el médico y el sacerdote se vayan a casa.

Cojo al hombre que se cae... le levanto con voluntad sin resistencia.
¡Oh desdichado! Aquí tienes mi cuello,
¡por Dios que no te caerás! Carga todo tu peso sobre mí.

Prolongo tu vida con formidable hálito... te mantengo a flote; lleno todos los cuartos de la casa con una fuerza armada... de amantes míos, espantatumbas:
¡duerme! Ellos y yo haremos guardia toda la noche;
ni la duda ni la muerte se atreverán a ponerte un dedo encima,
te he abrazado y desde ahora eres sólo mío,
y cuando te levantes por la mañana hallarás que lo que te digo es así.

Yo soy aquel que trae ayuda a los enfermos que jadean tumbados boca arriba,
y para los hombres fuertes y sanos traigo una ayuda aún más necesaria.

He oído lo que se ha dicho del universo,
lo he oído y oído varios miles de años;
está bastante bien para lo que es... ¿pero eso es todo?

Vengo a aumentar y a adjudicarme, al comienzo ofrezco más que los viejos mercaderes cautelosos,
lo más que ofrecen por la humanidad y la eternidad es menos que un chorro de mi líquido seminal,
 tomo las dimensiones exactas de Jehová y las guardo,
litografío a Cronos y a Zeus su hijo, y a Hércules su nieto, compro dibujos de Osiris y de Isis y de Belo y Brahma y Adonai,
en mi carpeta coloco a Manitú solo, a Alá en una hoja y el crucifijo grabado,
Con Odín, y Mexitli el de repulsiva faz, y todos los ídolos e imágenes,
honestamente los tomo por lo que valen, ni un centavo más,
admito que tuviesen vida y que hicieran el trabajo en su momento, Admito que llevasen insectos como si fuesen para pájaros aún sin pluma que ahora han de levantarse y volar y cantar por sí mismos,
acepto los burdos dibujos deificantes para mejor completarlos en mí mismo... y regalarlos generosamente a cada hombre y mujer que vea,
descubro tanto o más en un constructor que construye una casa,
declamo más para aquel que con las mangas arremangadas trabaja con el mazo y el cincel;
nada tengo que objetar a las revelaciones singulares... considero una voluta de humo o un pelo en el dorso de mi mano tan extraordinarios como cualquier revelación;
aquellos que se encaraman a los coches de bomberos y a las escalas de cuerda son más para mí que los dioses de las guerras antiguas,
presto atención a sus voces que resuenan en medio del estrépito de la destrucción,
sus miembros musculosos pasan sin sufrir daño por encima de las vigas carbonizadas... sus frentes blancas enteras e indemnes salen de entre las llamas;
junto a la mujer del obrero que tiene a su bebé al pecho intercedo por todos los nacidos;
tres guadañas silban en fila en la cosecha manejadas por tres ángeles fornidos con la camisa colgando por fuera de los pantalones,
el posadero pelirrojo de dientes irregulares que redime sus pecados pasados y futuros;
que vende todo lo que posee y viaja a pie para pagar a los abogados de su hermano y acompañarle cuando le juzguen por estafa:
lo que se sembró con generosidad en el terreno a mi alrededor, que no bastó para llenarlo;
el toro y el escarabajo que nunca fueron adorados lo bastante,
el estiércol y la suciedad son más admirables de lo que se pensaba,
lo sobrenatural no tiene importancia... yo mismo aguardo el día en que seré uno de los supremos,
se acerca para mí el día en que seré tan bueno como los mejores y tan prodigioso,
creo que cuando lo sea no me halagará demasiado recibir elogios del pulpito o de la imprenta;
¡por mis partes vitales! ¡Que ya soy un creador!
¡Aquí y ahora me aplico al seno emboscado de las sombras!

... Una llamada en medio de la multitud,
Mi propia voz, rotunda, arrolladora y definitiva.

Venid hijos,
venid chicos y chicas, y mis mujeres y parientes y allegados,
ahora el intérprete exhibe su energía.... ha terminado ya el preludio con la sección de viento.

¡Acordes escritos con facilidad para dedos ágiles! Siento el rasgueo de vuestra culminación y consumación.

Mi cabeza gira sobre el cuello,
la música sigue, pero no viene del órgano... la gente me rodea, pero no son mis parientes.

Siempre el suelo duro y firme,
siempre los que comen y los que beben... siempre el sol que sale y que se pone... siempre el aire y las mareas incesantes,
siempre yo y mis vecinos, estimulantes y perversos y reales,
siempre el mismo viejo dilema inexplicable... siempre ese pulgar inquisitivo, ese soplo de inquietud y ansiedad,
siempre el sonido de desaprobación del hostigador hasta que averiguamos dónde se esconde el taimado y le obligamos a salir;
siempre el amor... siempre el líquido sollozante de la vida,
siempre el vendaje bajo la barbilla... siempre los soportes de la muerte.

Caminan por aquí y por allí con monedas en los ojos,
se sirven con generosidad de los cerebros para satisfacer la voracidad del estómago,
compran, aceptan o venden entradas, pero nunca van al festín;
muchos sudan y aran y trillan, y después reciben como pago la paja,
unos pocos ociosos poseen, y reclaman siempre el trigo.

Esto es la ciudad.... y yo soy un ciudadano;
lo que interesa al resto me interesa a mí... la política, las iglesias, los periódicos, las escuelas,
las asociaciones de caridad, las mejoras, los bancos, los aranceles, los barcos de vapor, las fábricas, los mercados,
los valores y los depósitos y los bienes inmuebles y los bienes muebles.

Los que aquí gastan el tiempo y charlan vestidos de frac... soy consciente de quiénes son.... y no son gusanos o pulgas,
reconozco a mis iguales bajo el disfraz de las lenguas afiladas y los trajes elegantes.

El más débil y el más anodino son inmortales como yo,
lo que yo diga y haga lo mismo les espera a ellos,
todo pensamiento que en mí se debate también se debate en ellos.

Conozco mi propio egotismo perfectamente,
y conozco mis palabras omnívoras, y no puedo decir menos,
e iría a buscarte, quienquiera que seas, para que estés a mi mismo nivel.

Mis palabras son palabras de un interrogatorio, para indicar la realidad;
este libro impreso y encuadernado... pero ¿y el impresor y el chico de la imprenta?
Las capitulaciones y el contrato de matrimonio... pero ¿y el cuerpo y la mente del novio?... ¿y los de la novia?
El panorama del mar... pero ¿y el mar en sí?
Las fotografías bien tomadas... pero ¿tu mujer o tu amigo/a tangibles y sólidos en tus brazos?
La flota de barcos de la naviera y todos los adelantos modernos... pero ¿el oficio y el valor del almirante?
La vajilla y el menú y los muebles... pero ¿el anfitrión y la anfitriona, y la mirada de sus ojos?
El cielo allá arriba... sin embargo ¿aquí o en la puerta de al lado o al otro lado de la calle?
Los santos y los sabios de la historia... pero ¿y tú?
Los sermones y las creencias y la teología... pero ¿y el cerebro humano, y lo que llamamos razón, y lo que llamamos amor, y lo que llamamos vida?

No os desprecio sacerdotes;
mi fe es la mayor y la menor de las fes,
comprende todos los cultos antiguos y modernos, y todos los que hay entre los antiguos y los modernos,
cree que volveré a la tierra dentro de cinco mil años,
espera respuestas de los oráculos... honra a los dioses... saluda al sol,
hace un fetiche de la primera roca o tocón... convoca14 un sortilegio con palillos en el círculo del obi;
ayuda al lama o al brahmán a disponer las lámparas de los ídolos,
aún baila por las calles en una procesión fálica, ensimismado y austero en los bosques, un gimnosofista,
bebe hidromiel de un cráneo vaciado... admira los Sastras y los Vedas, obedece el Corán,
camina por el teucali manchado de la sangre que gotea de la piedra y del cuchillo, tocando el tambor de piel de serpiente;
acepta los evangelios, acepta al que fue crucificado, sabe sin lugar a dudas que es divino,
se arrodilla en la misa, se pone en pie en las plegarias de los puritanos, se sienta pacientemente en un banco de la iglesia,
chilla y echa espuma en mis ataques de locura, espera cual muerta hasta que mi espíritu me despierta;
mira hacia delante en el asfalto y en el campo, y fuera del asfalto y del campo,
pertenece a los que son motor del circuito de los circuitos.

Pertenezco a ese grupo centrípeto y centrífugo,
me vuelvo y hablo como un hombre que deja encargos antes de un viaje.

Pusilánimes abatidos, tristes y excluidos,
frívolos resentidos melancólicos enfadados afectados desalentados ateos,
os conozco a todos, y conozco las preguntas no formuladas, por experiencia las conozco.

¡Cómo chapotean las colas de las ballenas!
¡Cómo se agitan, rápidas como el rayo, con espasmos y chorros de sangre!

Tranquilizaos sangrientas colas de dubitativos y tristes melancólicos,
tomo mi lugar entre vosotros tanto como entre otros;
el pasado os empuja a vosotros y a mí y a todos de la misma manera,
y la noche es para vosotros y para mí y para todos, y lo que aún está por probar y lo que vendrá después es para vosotros y para mí y para todos.

No sé lo que está por probar y lo que vendrá después,
pero sé que es seguro y está vivo, y será suficiente.

Cada uno que pasa es tenido en cuenta, y cada uno que se detiene es tenido en cuenta, y ni uno sólo puede faltar.

No puede faltar el joven que murió y fue enterrado,
ni la joven que murió y enterraron a su lado,
ni el pequeño que se asomó a la puerta, se retiró y nunca más volvió a ser visto,
ni el anciano que ha vivido sin razón, y que lo siente con una amargura peor que la hiél,
ni el tuberculoso del asilo, consumido por la enfermedad y el alcohol,
ni los innumerables asesinados y arruinados... los brutales kobongo, considerados la hez de la humanidad,
ni las medusas que se limitan a flotar con la boca abierta para que la comida se cuele dentro,
ni ninguna cosa en la tierra, o en las más antiguas tumbas de la tierra,
ni nada en las miríadas de esferas, ni en una de las miríadas de miríadas que las pueblan,
ni el presente, ni la más insignificante muestra de lo conocido.

Es hora de que me explique... pongámonos de pie.

De lo conocido me despojo... me lanzo con todos los hombres y mujeres hacia el futuro, hacia lo desconocido.

El reloj marca el instante... pero ¿qué indica la eternidad?

La eternidad está en pantanos sin fondo... los cubos se llenan constantemente,
se vacían una y otra vez y se agotan.

Hasta ahora hemos agotado trillones de inviernos y de veranos;
quedan trillones por delante, y trillones por venir.

Los nacimientos nos han traído riquezas y variedad,
y otros nacimientos nos traerán riquezas y variedad.

No llamo a uno más grande y a otro más pequeño,
el que llena sü" tiempo y su lugar es igual a cualquier otro.

¿Ha sido la humanidad cruel o celosa contigo, hermano mío o hermana mía?
Lo siento por ti... no ha sido cruel o celosa conmigo;
todo ha sido amable conmigo... No tengo motivos de queja. ¿Por qué habría de quejarme?

Soy un cúmulo de logros, y encierro multitud de cosas por lograr.

Mis pies tocan el peldaño más alto de la escalera,
en cada peldaño, montones de épocas, y montones mayores entre los escalones,
todos los inferiores se han recorrido a su tiempo; y aún sigo subiendo y subiendo.

Peldaño tras peldaño se inclinan los fantasmas tras de mí, abajo a lo lejos veo la primera inmensa Nada, el vaho de los orificios nasales de la muerte,
sé que ya estuve allí... esperé siempre sin ser visto,
y dormía cuando Dios me llevaba por la niebla letárgica,
y me tomé mi tiempo... y no sufrí daño del fétido carbono.

Largo tiempo me abrazaron... largo, largo tiempo.

Inmensos han sido los preparativos para mi llegada,
leales y amistosos los brazos que me ayudaron.

Los ciclos llevaron mi cuna, remando y remando como alegres barqueros;
para hacerme sitio las estrellas se alejaron de sus órbitas,
enviaron su influjo para cuidar de lo que habría de sostenerme.

Antes de que naciera de mi madre, me guiaron generaciones,
mi embrión nunca estuvo aletargado... nada podía oprimirlo
por él la nebulosa se convirtió en un astro... los estratos largos y lentos se apilaron para que descansara en ellos... una vegetación inmensa le proporcionó alimento,
saurios monstruosos lo transportaron en sus fauces y lo depositaron con cuidado.

Todas las fuerzas se han venido empleando para completarme y deleitarme,
ahora estoy en pie en este lugar con mi alma.

¡Época de juventud! ¡Elasticidad siempre puesta a prueba! ¡Madurez equilibrada y rica y plena!

¡Mis amantes me asfixian!
Me oprimen los labios, y se amontonan en los poros de mi piel,
me empujan por las calles y los locales públicos... vienen a mí desnudos por la noche,
me gritan ¡Eh! por el día desde las piedras del río... mientras se balancean y gorjean sobre mi cabeza,
me llaman por mi nombre desde los macizos de flores o las vides o la maleza,
o cuando nado en el baño... o bebo agua de la bomba de la esquina... o cuando cae el telón en la ópera... o cuando miro el rostro de una mujer en el tren;
aparecen a cada momento de mi vida,
besan mi cuerpo con besos suaves y balsámicos,
me pasan en silencio puñados de sus corazones y me los dan para que los haga míos.

¡Vejez que avanzas magnífica! ¡Gracia inefable de los días finales!
Todas las edades se proclaman a sí mismas... proclaman lo que procede de ellas y lo que las sigue,
y el silencio oscuro proclama tanto como ellas.

Por la noche abro la ventana y veo los sistemas salpicados a lo lejos,
y todos los que veo, multiplicados hasta donde puedo descifrar, no llegan más que a rozar el borde de los sistemas aún más lejanos.

Se extienden más y más, y siguen expandiéndose,
hacia fuera y hacia fuera y siempre hacia fuera.

Mi sol tiene su sol, y a su alrededor gira obediente,
con sus compañeros forma un grupo de circuito superior,
y siguen grupos mayores, que convierten en motas a los más grandes que tienen dentro.

Nada se detiene y nada se detendrá jamás;
si tú y yo y los mundos y todo bajo o sobre sus superficies, y toda la vida tangible, se redujesen de nuevo en este momento a una pálida masa informe, a la larga de nada serviría,
sin duda acabaríamos de nuevo donde ahora estamos,
y sin duda iríamos más allá, y más y más allá.

Unos cuantos cuatrillones de eras, unos cuantos octillones de leguas cúbicas, no ponen en peligro la expansión, ni la impacientan,
sólo son partes... nada es más que una parte.

Mira siempre la lejanía... hay un espacio infinito ahí fuera, cuenta siempre lo más posible... hay tiempo infinito por ahí.
Nuestra cita está fijada... Dios estará allí y esperará hasta que lleguemos.

Sé que tengo lo mejor del tiempo y del espacio, y que nunca he sido juzgado, y que nunca seré juzgado.

Recorro un camino interminable,
mis señas son un capote impermeable y zapatos fuertes y un cayado cortado en el bosque;
ningún amigo mío descansa en mi silla,
no tengo silla, ni iglesia ni filosofía;
no llevo a nadie a la mesa o a la biblioteca o a la bolsa,
pero a cada uno de vosotros, hombre o mujer, os llevo a lo alto de un cerro,
mi mano izquierda os sujeta por la cintura,
mi mano derecha señala paisajes y continentes, y un camino corriente.

Ni yo, ni ninguna otra persona puede recorrer ese camino por ti,
has de recorrerlo tú mismo.

No está lejos... está a tu alcance,
tal vez hayas estado caminando por él desde que naciste, y no lo sabías,
tal vez esté en todas partes, en el agua y en la tierra.

Carga al hombro tus pertenencias, y yo cargaré las mías, y démonos prisa;
ciudades admirables y naciones libres buscaremos al caminar.

Si te cansas, dame las dos cargas, y apoya la mano en mi cadera,
y a su debido tiempo me devolverás el mismo servicio;
porque una vez que salgamos ya nunca más descansaremos.

Hoy antes del alba subí a una colina y miré el cielo estrellado,
y le dije a mi espíritu: cuando lleguemos a poseer esos mundos y el placer y el conocimiento de todo lo que en ellos hay, ¿estaremos entonces complacidos y satisfechos?
Y mi espíritu dijo: No, sólo habremos alcanzado ese nivel para seguir y continuar más allá.

Tú también me haces preguntas, y te oigo;
respondo que no puedo responder... has de averiguarlo por ti mismo.

Siéntate un rato caminante,
aquí tienes bollos para comer y aquí tienes leche para beber,
pero tan pronto como duermas y te pongas ropas limpias te daré un beso de despedida y abriré la puerta para que salgas de aquí.

Hace ya bastante que sueñas sueños despreciables,
ahora te quito la venda de los ojos,
has de habituarte al brillo de la luz y de cada momento de tu vida.

Hace ya tiempo que pasabas, temeroso, asido a una tabla, cerca de la orilla,
ahora quiero que seas un valiente nadador,
que te zambullas en medio del mar y que subas de nuevo a la superficie y me hagas señas y grites, y que riendo, batas el agua con tus cabellos.

Soy el maestro de los atletas,
aquel que a mi lado desarrolla un pecho más ancho que el mío da fe de la anchura del mío,
aquel que más honra mi estilo es el que aprende con él cómo destruir al maestro.

El muchacho al que amo lo mismo se convertirá en un hombre no gracias a favores ajenos, sino por propio derecho,
deshonesto, más que virtuoso, por conformismo o por miedo,
cariñoso con su novia, disfruta con una chuleta,
el amor no correspondido o un desaire le duelen más que una herida,
jinete y luchador de primera, el primero en dar en el blanco, en gobernar un esquife, en cantar una canción o tocar el banjo,
prefiere las cicatrices y los rostros picados de viruela a todos los atildados y a los que huyen del sol.

Enseño a que os apartéis de mí, pero ¿quién puede apartarse de mí?
A partir de este momento te seguiré, seas quien seas;
mis palabras te zumbarán en los oídos hasta que las comprendas.

No digo estas cosas por un dólar, o para llenar el tiempo mientras espero por la barca;
eres tú que hablas tanto como yo... actúo como tu lengua,
la tenías atada en tu boca... en la mía comienza a soltarse.

Juro que nunca mencionaré el amor o la muerte en una casa, y juro que nunca me expondré ante nadie, sólo ante aquel o aquella que se quede solo conmigo al aire libre.

Si quieres entenderme vete a las montañas o a la orilla del mar,
el mosquito más cercano es una explicación y una gota o el movimiento de las olas una clave,
el mazo el remo el serrucho secundan mis palabras.

Ni los espacios cerrados ni las escuelas me dicen nada, pero los incultos y los niños sí.

El joven trabajador me es más cercano... me conoce muy bien,
el leñador que se lleva el hacha y la cantimplora me llevará con él todo el día,
el chico de la granja que ara el campo se alegra al oír mi voz,
en navíos que navegan mis palabras han de navegar... voy con los pescadores y los marinos, y les amo,
con mi rostro rozo el rostro del cazador cuando se acuesta solo en su manta,
al conductor que piensa en mí no le importa el traqueteo de su carruaje,
la madre joven y la madre vieja me comprenderán,
la muchacha y la esposa dejan la aguja un momento y se olvidan de dónde están, ellas y todos continuarán lo que les he dicho.

He dicho que el alma no es más que el cuerpo,
y he dicho que el cuerpo no es más que el alma,
y nada, ni Dios, es más grande para uno que uno mismo,
y quien camina un trecho sin amor camina hacia su propio funeral envuelto en un sudario,
y yo o tú, que no tenemos ni un centavo, podríamos comprar lo mejor de la tierra,
y mirar con un ojo o mostrar una habichuela en su vaina confunde la sabiduría de todos los tiempos,
y no hay oficio o profesión en que un joven no pueda convertirse en héroe,
y no hay objeto tan blando que no pueda servir de eje para las ruedas del universo,
y cualquier hombre o mujer permanecerá sereno y orgulloso ante un millón de universos.

Y yo digo a la humanidad: No seáis curiosos acerca de Dios,
porque yo que soy curioso acerca de todos no soy curioso acerca de Dios,
ninguna disposición de palabras puede expresar cuan en paz estoy con Dios y con la muerte.

Oigo y veo a Dios en todos los objetos, pero no entiendo a Dios lo más mínimo,
ni entiendo que pueda existir alguien más admirable que yo.

¿Por qué habría de desear ver a Dios mejor que le veo hoy?
Veo algo de Dios a cada hora de las veinticuatro, y a cada momento,
en los rostros de hombres y mujeres veo a Dios, y en mi propio rostro en el espejo; encuentro cartas de Dios tiradas en la calle, y cada una está firmada con el nombre de Dios,
y las dejo donde están, porque sé que otras llegarán con puntualidad por siempre y siempre.

Y en cuanto a ti, muerte, y tu amargo abrazo de mortalidad... es inútil que intentéis alarmarme.

A su trabajo sin inmutarse llega el partero,
veo la mano experimentada que presiona recibe sujeta,
me inclino junto al umbral de las exquisitas puertas flexibles... observo la salida, y observo el alivio y la pérdida de líquidos.

Y en cuanto a ti cadáver creo que eres un buen abono, pero eso no me ofende,
huelo las rosas blancas de dulce fragancia que crecen,
toco los sépalos del cáliz.... Toco los pulidos pechos de los melones.

Y en cuanto a ti, vida, creo que eres lo que queda de muchas muertes,
sin duda yo mismo he muerto ya diez mil veces.

Os oigo susurrar ahí oh estrellas del cielo,
oh soles.... oh hierba de las tumbas.... oh sempiternos traslados y ascensos... si vosotros no decís nada ¿cómo puedo yo decir algo?

De la turbia charca del bosque otoñal,
de la luna que desciende los peldaños del crepúsculo susurrante,
caed, chispas del día y del ocaso... caed sobre los tallos negros que se pudren en el mantillo,
caed sobre el quejumbroso farfullar de las ramas secas.

Asciendo desde la luna... asciendo desde la noche,
y advierto que el resplandor fantasmal son los rayos del sol que se reflejan,
y de las cuestiones grandes o pequeñas voy a dar a lo estable y central.

Hay algo en mí... no sé qué es... pero sé que está en mí.

Alterado y sudoroso... quieto y fresco se vuelve mi cuerpo; duermo... duermo largo tiempo.

No lo conozco... no tiene nombre... es una palabra no pronunciada,
no está en ningún diccionario ni en ninguna expresión ni símbolo.

Gira sobre algo más que la tierra sobre la que yo giro,
para ese algo la creación es el amigo cuyo abrazo me despierta.

Tal vez yo podría decir más... ¡Perspectivas! Abogo por mis hermanos y hermanas.

¿Veis oh mis hermanos y hermanas?
No es ni el caos ni la muerte... es forma y unión y plan... es la vida eterna... es la felicidad.

El pasado y el presente se marchitan... Los he llenado y los he vaciado,
y procedo a llenar mi siguiente etapa del futuro.

¡Tú que escuchas ahí arriba!... ¿Qué tienes que confiarme?
Mírame a la cara mientras olfateo la llegada furtiva de la noche,
habla con sinceridad, nadie más te oye, y sólo me quedaré un minuto más.

¿Me contradigo?
Pues muy bien.... Me contradigo;
soy inmenso... contengo multitudes.

Me concentro en los que están cerca... Espero en el umbral de la puerta.

¿Quién ha terminado su día de trabajo y pronto habrá acabado su cena?
¿Quién desea pasear conmigo?

¿Hablarás antes de que me vaya? ¿Lo harás cuando ya sea demasiado tarde?

El halcón moteado se abalanza sobre mí y me acusa... se queja de mi cotorreo y mi holgazanería.

Tampoco yo estoy domesticado... yo también soy indescifrable,
hago sonar mi grito bárbaro sobre los techos del mundo.

La última ráfaga del día se reserva para mí,
lanza mi imagen tras el resto, tan precisa como cualquier otra, a la selva sombría,
me atrae hacia la niebla y la oscuridad.

Me alejo como viento... Agito mis rizos blancos al sol fugitivo,
distribuyo mi carne en remolinos y la arrastro en delicados jirones.
Me lego al lodo para surgir de la hierba que amo,
si quieres verme de nuevo búscame bajo las suelas de tus zapatos.

Difícilmente sabrás quién soy o lo que quiero decir, pero sin embargo, seré fuente de salud para ti, y filtraré y fortaleceré tu sangre.

Si no me encuentras al principio no te desanimes,
si me pierdes en un lugar busca en otro,
me detendré en algún lugar a esperar por ti.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Inquietud

Adiós, a nuestro poeta JUAN CALZADILLA

  Juan Calzadilla (Venezuela, 1930 - 1925)   La Isla Inquieta se une al duelo que embarga a las letras venezolana con la partida del estimad...

Entradas Inquietantes

Poesía Inquietante

Itinerario. LIbro de Poesía. De: Gilberto Aranguren Peraza

Itinerario. LIbro de Poesía. De: Gilberto Aranguren Peraza
En nuestro día a día, perdemos de vista las cosas sencillas de la vida, el autor Gilberto Aranguren, a través del género poético, construye imágenes que conforman la interioridad de su mundo, le da importancia a cada aspecto de su vida y elige con cuidado aquello que le parece valioso y que pueda marcar totalmente la diferencia, él sabe que hay un mundo en su interior invisible para los demás y que cada evento exterior representa una ventana a su interior, ¡sus poemas son su reflejo!

LIBRO ITINERARIO

Si deseas acceder a la compra del Libro ITINERARIO, ya sea en papel o en e-Pub puedes hacerlo haciendo uso del siguiente link:

Libro: Los ruidos de la Casa

Libro: Los ruidos de la Casa
La casa es un tejido de ruidos

Los ruidos de la casa

LOS RUIDOS DE LA CASA es una mirada íntima de los sonidos detectados por el espíritu como residencia suprema de los sentidos, en especial del sentido auditivo, el cual se afina para escuchar los sonidos que están dentro y que asoman el vínculo entre lo estético y la intangibilidad del alma. Las imágenes estremecidas por los ruidos se manifiestan y se van haciendo parte del cuerpo consolidando y convirtiendo la casa estremecida con los sonidos de Dios, en un canto donde el amor deja al dedo enredado en los hilos del mantel. Las imágenes del ruido, la casa, los fantasmas, la cama, la puerta, son un todo, son uno en la vida del espíritu del autor. “En mi casa hay miles de jarrones un perro llorón por las noches una sonrisa pegada en la pared izquierda una almohada en el salón de nieve y un cuarto de estrellas lleno de grillos.”

Prosas Inquietantes

Libro de Cuentos: Un Ojo en la Luciérnaga

Libro de Cuentos: Un Ojo en la Luciérnaga
Autor: Gilberto Aranguren Peraza

Libro: Un Ojo en la Luciérnaga

“Un ojo en la luciérnaga” es un libro que reúne diez cuentos del escritor venezolano Gilberto Aranguren Pedraza, escritos desde su exquisito inconsciente colectivo popular y el folklore centroamericano y una pluma creativa que delata su talento, oficio y años de escritura, le permite desarrollar relatos enigmáticos bien armados, con toda la picardía, el misterio y la ironía que caracterizan a la actual narrativa latinoamericana y obviamente la suya. Los protagonistas en sus cuentos, escapan muchas veces al papel del héroe urbano, la opulencia del novio o la elite post colonial que disfrutan algunas familias republicanas en nuestras ciudades mestizas, sino más bien los enfoca en aquellos muchas veces relegados a un segundo nivel del hilo dramático de nuestra realidad cotidiana, a esa América morena del bullying, las crisis familiares, la pobreza escondida por el estado o las trifulcas sociales y políticas, que al final nos hablan de una realidad actual en el continente. Personajes entremezclados en lo más bajo del lumpen y/o las andanzas infantiles pueblerinas a veces inocentes y otras que rallan en el morbo de los mitos del campo o marginales, convierten a este libro en un entretenido encuentro con el pasado y presente latinoamericano, que además descansa en el rico lenguaje del autor, su vocabulario y acento caribeño y el aleteo de su luciérnaga bien domada. Los editores A quienes quieran adquirir un ejemplar de "Un ojo en la luciérnaga", escribir a editorialletraclara@gmail.com o enviar mensaje por interno. Valor $12.000.- más gastos de envíos o por pagar en destino vía Starken.

Libro: PANDORA. Todo está escodido en el baúl

Libro: PANDORA. Todo está escodido en el baúl
PANDORA. Todo está escodido en el baúl

Libro: PANDORA. Todo está escodido en el baúl

Pandora es un viaje a la oscuridad guardada en el pasado, donde el alma, como baúl, esconde los retratos de cada evento vivido. Un pasado tanto verdadero como imaginario, que se va revelando en cada una de sus páginas y textos. Es el encuentro con la memoria que a veces es guardada como reliquia en una caja y cuando se destapa salen de ella un sinfín de recuerdos atrapados y singularizados, porque son propios del autor quien sin miedo se atreve a compartir. Son como pequeñas franjas de sombras que se arrastran en las faldas de la niñez del autor, quien los va revelando uno a uno con un estilo propio, a veces trágico y en otras sarcástico. Es un libro escrito desde la defensa de la autonomía, porque en él se ofrecen verdades incómodas que se pierden en la memoria, por el simple hecho de olvidar por olvidar. Pero no, aquí se trata de recordar para olvidar y de dar paso a los sentimientos más genuinos y bondadosos del ser humano. Escrito con una poesía que tiende a ser conversacional y reflexiva, matiz que hace de Pandora un libro diferente y auténtico.