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Walt Whitman (Nueva York, 1819 - Nueva Jersey, 1892) |
CANTO A
MÍ MISMO
En la 1.a
edición (1855) los poemas aparecían sin título. En la 1.' edición (1856)
apareció con el título «Poema de Walt Whitman, Americano», y en la 3ª edición (1860), «Walt Whitman» Así hasta la de
1881, en que aparece con el título que ha llegado hasta nuestros días.
Traducción: José Luis Chamosa y Rosa
Rabadán
Me canto a mí mismo,
y lo que yo acepto tú aceptarás,
pues cada
átomo de mí también es parte de ti.
Paseo e invito a mi alma,
paseo a mi aire y me inclino... a
observar una brizna de hierba de verano.
Las casas y sus habitaciones están
llenas de perfumes... los anaqueles están atestados de perfumes, respiro la
fragancia, y la reconozco y me gusta, los vapores me embriagarían, pero no los
dejaré.
La atmósfera no es un perfume... no
tiene regusto a los vapores... no tiene olor, está siempre en mi boca... me
tiene prendado,
iré a la orilla cerca del bosque y me
quitaré la ropa y me quedaré desnudo, sólo pienso en entrar en contacto con
ella.
El hálito de mi propio aliento, ecos,
ondulaciones y murmullos susurrados... raíz de amaranto, hilo de seda,
horquilla y vid,
mi respiración e inspiración... los
latidos de mi corazón... la circulación de la sangre y del aire por mis
pulmones,
el aroma de hojas verdes y de hojas
secas, y de la costa
y de las rocas marinas de colores oscuros,
y del heno en el pajar,
el sonido de las palabras graves de mi
voz... palabras libres
en los remolinos del viento, unos pocos
besos fugaces... unos abrazos... un estrecharse, el juego de sol y sombra en
los árboles al agitarse las ramas suavemente,
el placer bien en la soledad o en el
bullicio de la muchedumbre, o en campos y colinas,
el sentirse bien... el trino del
mediodía... mi canto al levantarme y encontrarme con el sol.
¿Crees que mil acres es mucho? ¿Crees
que la tierra es mucho?
¿Tanto tiempo has necesitado para
aprender a leer? ¿Te has llegado a sentir tan orgulloso como para entender los
poemas?
Quédate conmigo este día y esta noche y
tendrás el origen
de todos los poemas, tendrás lo bueno
de la tierra y del sol... quedan millones de
soles,
no volverás a experimentar las cosas de
segunda o de tercera mano... ni verás con los ojos de los muertos... ni te
alimentarás de espectros en los libros,
tampoco verás a través de mis ojos, ni
conocerás las cosas a través mío,
oirás a todos y discernirás por ti
mismo.
He oído lo que hablaban los que estaban
hablando... el habla del principio y del fin, pero no hablo ni del principio ni
del fin.
Nunca hubo más comienzo que ahora, ni
más juventud o vejez que hay ahora; y nunca habrá más perfección que hay ahora,
ni más cielo ni infierno que hay ahora.
Anhelo, anhelo, anhelo,
siempre el anhelo procreador del mundo.
De lo borroso surgen opuestos
iguales... siempre sustancia e incremento,
siempre un tejido de identidad...
siempre distinción... siempre un linaje de vida.
Elaborar no vale... sabios e iletrados
saben que es así.
Seguros como lo más seguro... enhiestos
como cortados a plomo, bien atados, reforzados en las vigas, fuertes como un
toro, afectuosos, altaneros, eléctricos, estamos este misterio y yo.
Clara y dulce es mi alma... y claro y
dulce es todo lo que no es mi alma.
Si falta uno faltan los dos... y lo que
no se ve se prueba por lo que se ve, hasta que deja de verse y así es a su vez
probado.
Mostrando lo mejor y separándolo de lo
peor, cada generación ofende a las demás,
conociendo la perfecta propiedad y
equilibrio de las cosas, mientras polemizan guardo silencio y voy a bañarme y a
admirarme.
Bienvenido cada uno de mis órganos y
atributos, y los de todo hombre bueno y limpio, ni una pulgada ni la parte más
ínfima de una pulgada es despreciable, y ninguna ha de ser menos conocida que
el resto.
Me siento satisfecho... veo, bailo,
río, canto; mientras Dios se vuelve un amoroso compañero de cama y duerme a mi
lado toda la noche y muy junto al despuntar
el día, y me deja canastas cubiertas de
paños blancos que llenan la casa con su abundancia, ¿he de postergar mi
aceptación y mi consciencia y gritar a mis ojos,
para que dejen de mirar camino abajo y
arriba, y sin dilación cuenten y calculen al céntimo, los exactos contenidos de
una, y los exactos contenidos de dos, y qué va primero?
Me rodean paseantes y curiosos,
gente que encuentro... efecto que sobre
mí tiene mi vida anterior... del barrio y de la ciudad en que vivo... del país,
las últimas noticias...
descubrimientos, inventos, sociedades... autores viejos y nuevos,
mi comida, ropa, colegas, aspecto,
negocio, saludos, obligaciones,
la indiferencia real o fingida de un
hombre o mujer a los que quiero,
la enfermedad de uno de mis padres —o
mía... o una mala acción... o la pérdida o falta de dinero... o las depresiones
o las euforias,
vienen a mí de día o de noche y se van
otra vez,
pero no son mi Yo mismo.
Aparte de todo este tira y afloja está
lo que soy, está divertido, complaciente, compasivo, ocioso, unitario, mira
hacia abajo, está de pie, reposa el brazo sobre un apoyo inmaterial, mira
curioso con la cabeza ladeada lo que viene a continuación,
formando parte al mismo tiempo del
juego y fuera de él, observándolo e investigándolo.
Veo retrospectivamente los días en que
me afanaba entre la
niebla con lingüistas y polemistas, no
tengo engaños ni pruebas... lo constato y espero.
Creo en ti mi alma... el otro que yo
soy no debe humillarse ante ti,
y tú no debes humillarte ante el otro.
Descansa conmigo en la hierba... suelta
el freno de tu garganta, ni palabras, ni música ni poesía quiero... ni historia
ni discurso, ni siquiera los mejores, sólo me gusta el murmullo, el susurro de
tu voz templada.
Me viene a la memoria cómo estábamos recostados
en junio, una mañana tan clara de verano;
apoyaste la cabeza entre mis caderas y
te volviste lentamente hacia mí,
y me entreabriste la camisa en el
pecho, y heriste con la lengua mi corazón desnudo,
y me tocaste la barba, y me sujetaste
los pies.
Presto surgieron y me inundaron la paz
y el gozo y la sabiduría que van más allá de todo arte y razonamiento terrenos;
y sé que la mano de Dios guía mi mano,
y sé que el espíritu de Dios es el guía
de mi espíritu,
y que todos los hombres que han
existido también son mis
hermanos... y todas las mujeres mis
hermanas y amantes, y que un soporte básico de la creación es el amor; y que
son innumerables las hojas lozanas o marchitas en los campos,
y las hormigas pardas en sus pequeñas
madrigueras bajo tierra,
y las marcas mohosas de las cercas, y
los montones de piedras, y el saúco y el verlasco y la hierba carmín.
Un niño me preguntó, ¿Qué es la hierba?
mientras me la mostraba a manos llenas; ¿cómo podría contestarle?... lo ignoro
tanto como él.
Puede que sea el estandarte de mi
talante, tejido con el verde de la esperanza.
O puede que sea el pañuelo de Dios, un
regalo perfumado, recuerdo que han dejado caer a propio intento,
con las iniciales del dueño en las
esquinas, para que las veamos y nos preguntemos, ¿De quién?
O puede que la hierba sea ella misma un
niño... el vástago que brota de la vegetación.
O puede que sea un jeroglífico
uniforme, y tiene significado, brotando lo mismo en espacio grande y pequeño,
creciendo entre negros como entre
blancos,
canadiense, virginiano, congresista,
negro, les doy por igual,
los acepto por igual.
Y ahora me parece que es el hermoso
pelo sin cortar de las tumbas.
Te trataré con delicadeza hierba
rizada, puede ser que surjas del pecho de hombres jóvenes, puede que si los hubiera
conocido los habría querido; puede que seas de viejos y de mujeres, y de los
hijos pronto retirados del regazo de sus madres,
y aquí eres el regazo de las madres.
Esta hierba es muy oscura para ser de
las cabezas blancas
de madres viejas, más oscura que las
barbas descoloridas de los viejos, demasiado oscura para venir de debajo de los
rojizos velos
del paladar.
¡Advierto después de todo tantas
lenguas que hablan!
Y advierto que no por nada vienen del
cielo de la boca.
Ojalá pudiera traducir lo que me dejan
conocer de los hombres y mujeres jóvenes muertos,
y lo que me dejan conocer de los viejos
y de las madres, y de los niños arrebatados antes de tiempo de sus regazos.
¿Qué piensas que ha sido de los hombres
jóvenes y viejos? ¿Y qué piensas que ha sido de las mujeres y de los niños?
Están vivos y están bien en algún
sitio;
hasta el retoño más pequeño es muestra
de que en realidad no hay muerte,
y si alguna vez la hubo fue por delante
de la vida, y no espera al final para detenerla,
y dejó de existir en el momento en que
apareció la vida.
Todo progresa y se expande... y nada se
destruye, y morir es distinto de lo que todo el mundo suponía, y más
afortunado.
¿Hay alguien que haya supuesto que es
afortunado haber nacido?
Me apresuro a informarle de que es
igual de afortunado morir, y yo bien lo sé.
Experimento la muerte con el que muere,
y el nacimiento con el niño al que acaban de limpiar... y no soy sólo lo que
está entre mi sombrero y las botas,
y examino objetos multiformes, no hay
dos iguales, y todos son buenos,
la tierra es buena, y las estrellas son
buenas, y todos sus satélites son buenos.
No soy una tierra ni satélite de una
tierra, soy el colega y compañero de la gente, todos igual de inmortales e
insondables que yo mismo; ellos no saben cuan inmortales, pero yo sí lo sé.
Cada especie para sí y para los
suyos... para mí la mía macho y hembra,
para mí todos los que han sido
muchachos y quieren a las mujeres,
para mí el hombre que es orgulloso y
que siente cómo duele ser desairado,
para mí la novia y la solterona... para
mí las madres y las madres de madres,
para mí los labios que han sonreído,
los ojos que han derramado lágrimas,
para mí los niños y los que han
engendrado niños.
¿Quién ha de temer a la unión?
Muéstrate como eres... para mí no eres
culpable, ni estás
pasado ni eres prescindible, veo a
través del lienzo y de la guinga si lo eres o no, y siempre estoy cerca,
persistente, codicioso, incansable...
y no te puedes librar de mí.
El pequeño duerme en la cuna,
levanto el mosquitero y lo observo un
buen rato, y en silencio espanto las moscas con la mano.
El chaval y la chica de cara roja se
separan al subir la colina, los observo desde la cima.
El suicida yace inerte en el suelo
ensangrentado de la habitación.
Se ha acabado... vi personalmente el
cadáver... allí estaba la pistola.
El ruido de la calle... las llantas de
los carros y el barro de las suelas y la charla de los que pasean,
el ómnibus pesado, el conductor con el
pulgar interrogante, el ruido metálico de las herraduras de los caballos sobre
el
suelo de granito, el carnaval de
trineos, el repiqueteo y las risas que resuenan
y las bolas de nieve; los vivas a los
famosos... la furia de las turbas enardecidas, el golpear de las cortinas de la
camilla —el enfermo dentro,
lo llevan al hospital, el encuentro de
los enemigos, el insulto inmediato, los golpes y la caída,
la muchedumbre excitada —el policía con
su placa abriéndose paso hasta el centro del grupo; las piedras impasibles que
reciben y devuelven tantos ecos,
las almas que van de un lado para
otro... ¿son invisibles cuando hasta el átomo más pequeño de las piedras es
visible?
¡qué lamentos de los glotones o de los
hambrientos que caen en las losas insolados o con estertores!,
¡qué gemidos de las mujeres que se
ponen de parto, vuelven a casa deprisa y dan a luz!,
¡qué lenguaje vivo y enterrado está
siempre resonando en el aire!... ¡qué aullidos ahogados por la vergüenza!,
arrestos de delincuentes, desaires,
proposiciones de amores adúlteros,
respuestas positivas, rechazos con
gesto despectivo, me importan ellos o sus ecos... vuelvo a ellos una y otra
vez.
Los portones del granero están abiertos
y listos,
la hierba seca de la estación de la
cosecha hincha el carro
que avanza lento, la luz brillante
juega con el marrón, el gris y el verde que se
entremezclan,
los brazados se añaden al montón que
crece: estoy ahí... ayudo... vine tumbado encima de la carga, sentía las
sacudidas suaves... una pierna apoyada en la otra, salto desde las vigas, y se
me llenan las manos de trébol y fleo,
y me revuelco y se me enreda el pelo
con las pajas.
Solo, en lo agreste y en las montañas
voy a cazar, vago sin rumbo sorprendido de mi propia alegría y agilidad,
al anochecer busco un lugar seguro para
pasar la noche, enciendo un fuego y cocino lo que acabo de cazar, me quedo
profundamente dormido sobre las hojas que he preparado, mi perro y la escopeta
a mi lado.
El clíper yanqui navega con los tres
sobrejuanetes... corta la espuma y el viento,
mis ojos vislumbran tierra... me
inclino a proa o grito alegre desde cubierta.
Los barqueros y marisqueros se
levantaron temprano y pararon a recogerme,
me metí las perneras en las botas y me
fui con ellos y lo pasé bien,
deberías haber estado con nosotros
aquel día en torno a la olla del guisado.
Presencié la boda del trampero al aire
libre en el oeste... la novia era una india,
su padre y los amigos del novio estaban
sentados cerca con las piernas cruzadas y fumando en silencio... llevaban mocasines
y se cubrían las espaldas con mantas grandes y gruesas;
en una loma estaba sentado el
trampero... vestido básicamente con pieles... la barba poblada y los rizos del
pelo le cubrían el cuello,
una mano apoyada en el rifle... con la
otra sujetaba firme la muñeca de la india,
ella tenía pestañas largas... la cabeza
descubierta... las trenzas, gruesas y largas, le bajaban por el cuerpo bien
formado hasta los pies.
El esclavo fugitivo llegó hasta mi casa
y se detuvo fuera, advertí su presencia por el crujir de las ramas en la
leñera, por la puerta medio abierta de la cocina lo vi, débil, cojeante, me
llegué hasta el tronco en donde estaba sentado, le hice
entrar y lo tranquilicé, y traje agua y
llené una tina para su cuerpo sudoroso y sus
pies heridos,
y le di una habitación a la que se
entraba por la mía, y le di
ropa corriente y limpia, y puedo
recordar perfectamente bien sus ojos huidizos y su
sensación de incomodidad, y puedo
recordar ponerle emplastos en las llagas del cuello y los tobillos;
pasó conmigo una semana hasta que
estuvo recuperado y pasó al norte,
lo hacía sentarse conmigo a la mesa...
la escopeta apoyada en una esquina.
Veintiocho hombres jóvenes se bañan en
la costa, veintiocho hombres jóvenes, y todos tan amigos, veintiocho años de
vida femenina, y todos tan solos.
De ella es la hermosa casa que se
levanta en la orilla, se esconde guapa y elegantemente vestida detrás de las
persianas de la ventana.
¿Cuál de los jóvenes le gusta más?
El menos atractivo de todos es hermoso
para ella.
¿Adonde se dirige, señora? Porque yo la
veo, allí chapotea en el agua, sin embargo está absolutamente quieta en la
habitación.
Bailando y riendo se acercaba por la
playa el bañista número veintinueve, los otros no la veían, pero ella sí y le
encantaban.
Las barbas de los jóvenes brillaban
húmedas, escurría el
agua por sus largos cabellos, pequeños
regueros se deslizaban por sus cuerpos.
También una mano invisible se deslizó
por sus cuerpos, bajaba temblorosa por las sienes y costados.
Los jóvenes flotan de espaldas, los
vientres blancos tensos al sol... no preguntan quién se aferra a ellos, no
saben quién resopla y se inclina arqueado, no piensan a quién empapan con sus
salpicaduras.
El chico de la carnicería se quita el
mandil de matar, o afila el cuchillo en el puesto del mercado,
paso el tiempo escuchando sus gracias
descaradas y viéndolo bailar ora lento ora acelerado.
Herreros de pecho sucio y velludo
rodean el yunque,
cada uno con su mazo... están todos
fuera... hace mucho calor al fuego.
Desde el umbral cubierto de ceniza sigo
sus movimientos, el ágil movimiento de las cinturas casa bien con los brazos
voluminosos,
se elevan los martillos a lo alto —tan
lentos en lo alto —tan
certeros en lo alto, no se apresuran,
cada hombre golpea donde debe.
El negro sujeta con firmeza las riendas
de los cuatro caballos... el bloque oscila más abajo colgado de la cadena que
lo sujeta,
el negro que conduce el enorme carro de
la cantera... alto y firme se yergue con una pierna apoyada en la viga,
la camisa azul suelta en la cintura
deja ver el ancho cuello y el pecho,
su mirada es calma y está llena de
autoridad... echa hacia atrás el ala del sombrero y despeja la frente,
el sol cae sobre el pelo rizado y el
bigote... cae sobre el negro de sus miembros pulidos y perfectos.
Contemplo al bello gigante y lo
quiero... y no me detengo ahí,
me voy, también, con el tiro.
En mí el que acaricia la vida adonde
quiera que se mueva... girando hacia adelante o hacia atrás, inclinándome ante
nichos apartados o más nuevos.
Bueyes que hacéis sonar el yugo o que
os detenéis a la sombra, ¿qué queréis decir con la mirada?
Me parece a mí que más que toda la
letra impresa que he leído en la vida.
Mi paso asusta al pato y a la pata
salvajes en mi deambular distante y de todo el día,
juntos levantan el vuelo, lentamente
hacen un círculo alrededor.
... Creo en esas intenciones aladas,
e identifico al amarillo rojizo y al
blanco que juegan en mi interior,
y considero que el verde y el violeta y
el copete emplumado tienen un sentido;
y no llamo a la tortuga inútil porque
no sea otra cosa,
y el sinsonte de la ciénaga nunca
estudió solfeo, sin embargo su trino para mí es bueno,
y el porte de la yegua baya espanta la
tontería que hay en mí.
El ganso salvaje conduce la bandada en
medio de la fría noche,
grazna, y me alcanza el sonido aquí
abajo como una invitación;
puede que el listo piense que no tiene
sentido, pero yo escucho con más atención,
encuentro su sitio y sentido allí
arriba en el cielo de noviembre.
El alce de cascos afilados del norte,
el gato en el umbral de
la casa, el paro, el perrito de la
pradera, la carnada de la cerda que gruñe cuando le tiran de las tetas, la
pollada de la pava, y la pava misma con las alas medio
abiertas,
veo en ellos y en mí mismo la misma
antigua ley.
La presión de mi pie en la tierra hace
aflorar mil y una emociones,
se burlan de mis mejores intentos de
contarlas.
Estoy enamorado de crecer al aire
libre, de los hombres que viven entre el ganado o de los que saborean el mar o
los bosques,
de los que hacen barcos y de los que
los guían, de los que empuñan el hacha o la maza, de los que conducen caballos,
puedo comer y dormir con ellos una semana sí y otra también.
Lo que es más corriente y más barato y
más cercano y más fácil soy Yo,
Yo corriendo mis riesgos, gastando para
conseguir enormes beneficios,
adornándome para entregarme al primero
que me tome, no pidiendo al cielo que se someta a mi buena voluntad,
derramándola siempre con liberalidad.
La contralto de voz pura canta desde el
coro,
el carpintero alisa la tabla... la
lengua de la garlopa silba por la ruda ruta ascendente,
los chicos solteros y casados vuelven
corriendo a casa a la cena de acción de gracias,
el piloto sujeta firme el pinzote, jala
con brazo fuerte, el marinero está de pie en el bote, listo para el encuentro,
lanza y arpón están dispuestos,
el cazador de patos camina silencioso,
dando zancadas con cautela,
los diáconos, con las manos cruzadas,
son ordenados ante el altar,
la hilandera retrocede y avanza al
ritmo del zumbido de la gran rueda,
el granjero se detiene ante las cercas
el domingo y observa
la avena y el centeno,
llevan al loco al manicomio por fin, un
caso sin remedio,
nunca volverá a dormir como lo hiciera
en el moisés en la habitación de su madre;
el oficial tipógrafo de cabeza gris y
cara afilada trabaja con su caja,
masca tabaco, se le nubla la vista al
leer el manuscrito; los miembros deformes están sujetos a la mesa de disección;
lo que cortan cae, horrible, en un
cubo;
la cuarterona es vendida en subasta...
el borracho cabecea junto a la estufa del bar,
el maquinista se remanga... el policía
hace la ronda... el portero apunta quién pasa,
el hombre joven conduce el transporte
expreso... lo quiero aunque no sé quién es;
el mestizo se ata los botines para
participar en la carrera,
en el oeste el tiro al pavo atrae a
jóvenes y viejos...
unos se apoyan en los rifles, otros se
sientan en los troncos,
de entre la muchedumbre se abre paso el
tirador, se aposta y apunta;
los grupos de inmigrantes recién
llegados se amontonan en
el muelle o en el embarcadero, los
negros cavan en el campo de caña, el capataz los vigila desde el caballo;
el clarín resuena en el salón de baile,
corren los hombres por sus parejas, los bailarines se hacen una reverencia; el
muchacho, acostado en el ático techado con madera de cedro, está despierto y
escucha la música de la lluvia,
el de Michigan pone trampas en la
torrentera que ayuda a henchir al Hurón,
el reformador sube a la tribuna,
parlotea pomposo con acento nasal,
el grupo vuelve de la excursión, cierra
la fila el negrito, que carga con la diana bien acribillada,
la india, envuelta en un manto
ribeteado de amarillo, vende mocasines y bolsas de abalorios,
el experto se pasea medio ladeado por
la galería con los ojos entornados,
los marineros de cubierta amarran el
vapor, colocan la pasarela para los pasajeros que desembarcan,
la hermana menor sujeta la madeja, la
hermana mayor hace el ovillo y se detiene de vez en cuando a deshacer los
nudos,
la que lleva un año de casada se está
recuperando, feliz, hace una semana que dio a luz a su primer hijo,
la muchacha yanqui de cabello arreglado
está a la máquina de coser o trabaja en la fábrica textil,
la que ha cumplido los nueve meses está
en la sala de partos, su debilidad y los dolores aumentan;
el adoquinador se apoya en las asas del
pisón —el lápiz del periodista vuela sobre el bloc de notas — el cartelista
escribe en rojo y dorado,
el chico del canal corre por el camino
de sirga — el contable cuenta en su escritorio — el zapatero encera el
bramante,
el director marca el ritmo a la banda y
todos los músicos le siguen,
el niño es bautizado —el converso hace
su profesión de fe, los barcos de la regata se extienden por la bahía... ¡cómo brillan
las velas blancas!,
el arriero atiende a las reses, silba a
las que se apartan, el buhonero suda con la carga al hombro— el comprador
regatea hasta el último céntimo, cámara
y placa están listas, la señora ha de posar para el daguerrotipo,
la novia alisa el vestido blanco, el
minutero del reloj se mueve despacio,
el fumador de opio se echa con la
cabeza rígida y los labios apenas abiertos,
la prostituta arrastra el mantón, salta
el sombrero sobre el cuello nervioso lleno de granos,
la gente se ríe de sus juramentos
vulgares, los hombres se mofan de ella y se pasan guiños,
(¡Desgraciada! no me dan risa tus
juramentos ni hago mofa de ti.)
el Presidente celebra reunión de
gabinete, lo rodean los ministros,
por los soportales pasean cinco mujeres
amigas cogidas del brazo;
la tripulación del pesquero apila en la
bodega capas y capas de platijas,
el de Misuri cruza la llanura acarreando
su ganado y mercancía,
el cobrador recorre el tren —advierte
de su presencia haciendo sonar la calderilla para el cambio,
los carpinteros se ocupan de la
carpintería, los tejadores del tejado, los albañiles piden masa,
en fila de a uno con el capazo al
hombro caminan los peones;
estación tras estación se reúne una
muchedumbre indescriptible... es el cuatro de julio... ¡qué de salvas de cañón
y de fusilería!
estación tras estación el labrador
labra y el segador siega y la simiente cae en la tierra;
en los lagos el pescador de lucios
atiende y aguarda al borde del agujero en la superficie helada, abundan los
tocones alrededor del claro, el pionero golpea
fuerte con el hacha,
los balseros atracan al anochecer cerca
de las choperas o las pacanas,
los cazadores de mapaches recorren la
región del río Colorado, o la que drena el Tennessee, o la del Arkansas,
las antorchas brillan en la oscuridad
que cubre el Chattahoochee o el Altamahaw;
los patriarcas se sientan a cenar
rodeados de hijos y nietos y biznietos,
entre paredes de adobe, en tiendas de
lona, descansan cazadores y tramperos al final de una jornada de trabajo.
La ciudad duerme y el campo duerme,
los vivos duermen su tiempo... los
muertos duermen su tiempo,
el esposo anciano duerme junto a su
mujer y el esposo joven duerme junto a su mujer; y éstos y todos se dirigen a
mí y yo me dirijo a ellos, y lo que es ser parte de ellos más o menos lo soy.
Soy de viejos y de jóvenes, de los
necios y de los sabios, sin importarme los demás, siempre importándome tanto
los demás,
tan maternal como paternal, tan niño
como hombre,
repleto de la materia que es tosca, y
repleto de la materia que es delicada,
uno de la gran nación, la nación de
muchas naciones —lo mismo la más pequeña que la más grande,
un sureño tanto como un norteño, un
colono calmo y hospitalario,
un yanqui con mi propio destino...
listo para comerciar... mis articulaciones las más flexibles de la tierra y las
más resistentes de la tierra,
uno de Kentucky caminando por el valle
del Elkhorn con polainas de cuero de ciervo, un barquero de los lagos o las
bahías o las costas... uno de Indiana, de Wisconsin, de Ohio,
de Luisiana o de Georgia, acostumbrado
a las dunas y los pinos,
a mis anchas con botas para la nieve
del Canadá o en el monte, o con los pescadores de Terranova,
a mis anchas en los botes para el
hielo, navegando con los demás y virando,
a mis anchas en las montañas de Vermont
o en los bosques de Maine o en un rancho de Tejas,
camarada de los californianos...
camarada de los hombres libres del noroeste, enamorado de las grandes
extensiones,
camarada de los balseros y los
carboneros —camarada de todos los que se dan la mano e invitan a comer y beber;
aprendiz con el más simple, maestro del
más reflexivo,
un novicio que comienza a conocer
miríadas de estaciones,
de cada color, ocupación y posición, de
cada casta y religión,
no sólo del Nuevo Mundo sino también de
África, Europa o Asía
... un salvaje errabundo,
granjero, bracero o artista...
caballero, marinero, amante o cuáquero,
prisionero, chulo, camorrista, abogado,
médico o cura.
Aguanto todo mejor que mi propia
diversidad,
y respiro el aire y dejo mucho tras de
mí,
y no soy presuntuoso y estoy en mi
lugar.
La polilla y las huevas están en su
lugar,
los soles que veo y los soles que no
puedo ver están en su lugar,
lo tangible está en su lugar y lo
intangible está en su lugar.
Estos son los pensamientos de todos los
hombres de todas las épocas de todo lugar, no son producto de mi invención,
si no son tan tuyos como míos no son
nada o casi nada,
si no abarcan todas las cosas no son
casi nada,
si no son el dilema y la solución al
dilema no son nada,
si no están tan cerca como lejos no son
nada.
Esta es la hierba que crece dondequiera
que hay tierra y hay agua,
este es el aire que baña el globo.
Este es el aliento de las leyes y las
canciones y la conducta, esta es el agua insabora de las almas... este es el
verdadero sustento,
lo es para los analfabetos... lo es
para los jueces del tribunal supremo... lo es para el congreso federal para los
congresos estatales,
lo es para las comunas admirables de
los hombres de letras y para los compositores y cantantes y profesores e
ingenieros y sabios,
lo es para las innumerables razas de
trabajadores y granjeros y hombres de mar.
Este es el resonar de mil claros
clarines y el gritar del flautín y el vibrar de los triángulos.
No sólo toco una marcha para los
vencedores... toco grandes marchas para los conquistados y los caídos.
¿Te han dicho que era bueno vencer?
Digo, también, que es bueno caer... las batallas se pierden con el mismo
espíritu con que se ganan.
Hago sonar tambores triunfales por los
muertos... hago sonar con mis boquillas la música más fuerte y alegre en su
honor,
vivas a los que han fracasado, y a los
que se les hundieron los barcos en el mar, y a los que se hundieron en el mar
con ellos,
y a todos los generales que perdieron
batallas, y a todos los héroes vencidos y a todos los héroes desconocidos tan
heroicos como los más grandes héroes conocidos.
Esta es la comida tan agradablemente
dispuesta... esta es la comida y la bebida para el hambre natural,
lo es para los pérfidos así como para
los justos... a todos los convoco,
no toleraré que ni uno solo sea
menospreciado o excluido, la mantenida y el gorrón y el ladrón están aquí
invitados...
el esclavo de labios gruesos está
invitado... el sifilítico está invitado,
no ha de haber diferencia entre ellos y
los demás.
Esta es la presión de una mano
tímida... este es el ondular y el olor del pelo,
este es el contacto de mis labios con
los tuyos... este es el murmullo del anhelo,
esta es la lejana profundidad y altura
que refleja mi propio rostro,
esta es la reflexiva fusión de mí mismo
y nuevamente la salida.
¿Adivinas en mí un propósito oculto?
Pues bien, lo tengo... porque lo tiene
la lluvia de abril, y la mica en la roca.
¿Consideras que voy a resultar
sorprendente?
¿Sorprende la luz del día? ¿o el zorzal
tempranero gorjeando en los bosques? ¿Sorprendo yo más que ellos?
En este momento digo cosas en
confidencia,
no podría decírselo a todo el mundo
pero te lo diré a ti.
¡Quién anda ahí! ¿anhelante, tosco,
místico, desnudo?
¿Cómo es que obtengo energía de la
carne que como?
Después de todo ¿qué es un hombre? ¿qué
soy yo? ¿y qué eres tú?
Todo lo que señalo como mío tú lo
complementarás con lo tuyo,
de otro modo sería tiempo perdido
escucharme.
Yo no lloriqueo por los que lloriquean
por todo, que los meses están vacíos y la tierra no es más que cieno y
suciedad,
que la vida no es más que engaño y
embuste, y nada queda al final más que crespón gastado y lágrimas.
Gimoteando y como si fuera medicina
para enfermos ...la conformidad llega hasta su extremo,
llevo el sombrero como quiero en casa o
en la calle.
¿He de rezar? ¿he de reverenciar y ser
ceremonioso?
He investigado la tierra y analizado
hasta lo más pequeño, y me he informado con doctores y calculado hasta el final
y he descubierto que no hay grasa más sabrosa que la que está pegada a mis
huesos.
En todo el mundo me veo a mí mismo, en
nadie más ni en nadie ni un ápice menos, y lo bueno o lo malo que digo de mí lo
digo de ellos.
Y sé que soy sólido y sano,
hacia mí fluyen los objetos
convergentes del universo sin cesar,
todos están escritos para mí, y debo
comprender lo que significa lo escrito.
Y sé que soy inmortal,
sé que este círculo mío no puede ser
recorrido por el compás de un carpintero,
sé que no me desvaneceré como el rizo
que traza un niño con un tizón en la noche.
Sé que soy venerable,
no incordio a mi espíritu para que se
justifique a sí mismo o para que sea comprendido,
veo que las leyes básicas nunca piden
disculpas,
creo que, después de todo, no soy más
altivo que la casa en donde vivo.
Existo como soy, eso es bastante,
si nadie más en el mundo es consciente
de ello, me doy por satisfecho,
y si todos y cada uno son conscientes
de ello, me doy por satisfecho.
Un mundo es consciente, y para mí el
más grande, y ese soy yo,
y si llego a tener lo que me
corresponde hoy o dentro de diez mil o diez millones de años,
lo recibo hoy con alegría, o con la
misma alegría lo espero.
Mi cimiento está grabado y cincelado en
granito,
me río de lo que llamáis muerte,
y conozco la extensión del tiempo.
Soy el poeta del cuerpo,
y soy el poeta del alma.
Los placeres del cielo están conmigo, y
las penas del infierno están conmigo,
los primeros los planto y multiplico en
mí... los segundos los traduzco a un nuevo idioma.
Soy el poeta de la mujer lo mismo que
del hombre, y digo que es tan importante ser una mujer como ser un hombre,
y digo que no hay nada más importante
que la madre de hombres.
Canto un canto nuevo de expansión o de
orgullo,
bastantes sometimientos y menosprecios
hemos tenido ya, yo demuestro que el tamaño es sólo cuestión de crecimiento.
¿Has superado a los demás? ¿Eres el
presidente?
Es una menudencia... todos llegarán
hasta ese punto y lo superarán.
Soy el que camina con la noche joven
que va creciendo;
grito a la tierra y al mar medio
poseídos por la noche.
¡Acércate bien noche de pecho desnudo!
¡acércate bien noche nutricia y magnética! ¡Noche de vientos del sur! ¡noche de
pocas estrellas inmensas!
¡Noche tranquila que dormitas! ¡loca
noche desnuda de verano!
¡Sonríe, tierra voluptuosa de hálito
fresco!
¡Tierra de los árboles líquidos que
duermen!
¡Tierra del ocaso que se ha ido!
¡tierra de las cumbres brumosas de las montañas!
¡Tierra del rezumar vitreo de la luna
llena apenas teñida de azul!
¡Tierra de las luces y sombras que
motean la corriente del río!
¡Tierra del límpido gris de las nubes
más brillantes y luminosas por mi ser!
¡Tierra recortada y abrupta! ¡tierra
henchida de manzanos en flor!
¡Sonríe, que tu amante se acerca!
¡Pródiga! ¡me has dado amor!... ¡por
ello yo te doy amor!
¡Amor apasionado, inexpresable!
¡Fuerza impulsora que a mí te aferras y
a la que yo me aferró!
Nos herimos uno al otro como el novio y
la novia se hieren uno al otro.
¡Mar! me entrego a ti también... creo
adivinar lo que quieres decir,
contemplo desde la playa tus dedos
curvados que me llaman,
creo que te niegas a retroceder sin
sentirme;
hemos de tener un encuentro... me desvisto...
llévame lejos
adonde no se divise la tierra, acógeme
suave... acúname en un sueño de olas, golpéame con tu humedad amorosa... puedo
corresponderte.
¡Mar de extensas marejadas!
¡Mar que respiras en bocanadas amplias
y convulsivas! ¡Mar de la sal de la vida! ¡Mar de sepulturas no cavadas y
siempre listas!
¡que silbas y acumulas tormentas! ¡mar
caprichoso y melindroso!
soy un todo contigo... yo también soy
de una fase y de todas las fases.
Que compartes influjo y reflujo... que
ensalzas el enfrentamiento y la reconciliación,
que ensalzas a los amantes y a los que
duermen en brazos del otro.
Soy el que testimonia simpatía;
¿he de hacer la lista de las cosas que
hay en la casa y olvidarme de la casa que las contiene?
Soy el poeta del sentido común y de lo
demostrable y de la inmortalidad;
y no soy sólo el poeta de la bondad...
no renuncio a ser,
también, el poeta de la perversidad.
Lociones y navajas para los
petimetres... para mí pecas y una barba hirsuta.
¿Qué tanto parlotear sobre vicio y
sobre virtud?
Me impulsa el mal, y me impulsa la
transformación del mal... no tomo partido,
mi talante no es el del que saca
defectos o el del que nunca está de acuerdo,
humedezco las raíces de todo lo que
existe.
¿Temiste que fuera una escrófula el
resultado de tan rotunda preñez?
¿Llegaste a intuir que las leyes
celestes todavía han de ser reelaboradas y rectificadas?
Me adelanto a decir que lo que hacemos
es correcto y lo que afirmamos es correcto... y que algo es sólo la mena de lo
correcto,
testigos de nosotros... hay equilibrio
en una postura y en la opuesta,
una doctrina flexible es una ayuda tan
eficaz como una firme,
los pensamientos y hechos del presente
nuestro acicate y primer impulso.
Este minuto que me llega después de
millones y millones, no lo hay mejor aquí y ahora.
Lo que funcionó bien en el pasado o
funciona bien hoy no es tan sorprendente,
lo sorprendente es cómo siempre puede
haber un miserable o un no creyente.
¡Permanente desplegarse de palabras de
toda época!
y la mía una palabra de la moderna...
una palabra en esencia.
Una palabra de la fe que nunca duda,
tan buena en una ocasión como en
otra... aquí o de aquí en adelante es lo mismo para mí.
Una palabra de realidad... imbuida de
materialismo de principio a fin.
¡Viva la ciencia positiva! ¡larga vida
a la demostración exacta!
Trae siempreviva y mézclala con cedro y
ramas de lilos;
éste es lexicógrafo o químico... éste
hizo una gramática de los antiguos jeroglíficos,
estos marineros navegaron por
desconocidos mares procelosos,
éste es geólogo y éste trabaja con el
escalpelo y éste es matemático.
Caballeros, os doy la bienvenida y os
doy y estrecho la mano,
los hechos son útiles y reales... no
son mi morada... por ellos entro a una parte de la morada.
Soy menos el que recuerda propiedad y
cualidades que el
que recuerda la vida, y salgo a la luz
pública por mi propio interés y por el de
otros,
y tengo en poco a ambiguos y castrados,
y estoy a favor de
hombres y mujeres plenamente dotados, y
toco el gong de la revuelta y me reúno con los fugitivos y
los que traman y conspiran.
Walt Whitman, americano, uno de los
bárbaros, un universo,
desordenadamente carnal y sensual...
comiendo, bebiendo y engendrando,
no soy un sentimental... no estoy por
encima de los hombres y mujeres ni vivo aparte de ellos... no más modesto que
inmodesto.
¡Quitad los cerrojos de las puertas!
¡Quitad las puertas de las jambas!
Quienquiera que rebaja a otro me rebaja
a mí... y todo lo que se hace o se dice vuelve finalmente a mí,
y yo también devuelvo todo lo que hago
o digo.
De mí la inspiración brota y brota...
de mí la corriente y la guía.
Digo la contraseña primitiva... doy la
señal de la democracia;
¡Por Dios! no aceptaré nada de lo que
todos los demás no puedan tener su contrapartida en condiciones de igualdad.
De mí brotan muchas voces largo tiempo
calladas,
las voces de las interminables
generaciones de esclavos,
las voces de las prostitutas y de los
deformes,
las voces de los enfermos y de los
desesperados, y de ladrones y los enanos,
las voces de ciclos de preparación y
crecimiento,
y de los hilos que conectan las
estrellas —y del seno materno, y de la esencia de la paternidad,
y de los derechos de los que están
oprimidos por los demás,
de lo trivial y uniforme y simple y
menospreciado,
de la niebla en el aire y de los
escarabajos que hacen rodar bolas de estiércol.
De mí brotan voces prohibidas,
voces de sexos y deseos... voces
veladas, y yo les quito el velo,
voces indecentes que clarifico y
transfiguro.
No hago gestos de silencio,
tengo la misma sensibilidad para el
vientre que para la cabeza o el corazón,
la cópula no es para mí más fétida que
la muerte.
Creo en la carne y en los apetitos,
ver, oír y sentir son milagros y cada
parte y fragmento de mí es un milagro.
Soy divino en mi interior y en mi
exterior, y hago santo todo lo que toco y todo lo que me toca;
el olor de estas axilas es un aroma más
delicado que la oración,
esta cabeza es más que iglesias o
biblias o credos5.
Si adoro alguna cosa en particular
habrá de ser algo de la sustancia de mi cuerpo;
molde translúcido de mí tú serás,
salientes sombríos y descansos, firme
cuchilla masculina, tú serás,
todo lo que sirva a mi labranza, tú
serás,
tú mi sangre viva, tu corriente lechosa
pálidos restos de mi vida;
pecho que te estrechas contra otros
pechos tú serás,
mi cerebro tus ocultas
circunvoluciones,
raíz de ácoro húmedo, agachadiza
tímida, nido de resguardados huevos gemelos, serás tú,
mezcla de heno enredado de pelo, barba
y músculo serás tú,
savia de arce que gotea, fibra de trigo
varonil, serás tú;
sol tan generoso serás tú,
vapores que iluminan y oscurecen mi
cara serás tú,
arroyos sudorosos y rocíos serás tú,
vientos de suaves genitales que
cosquillean al rozarme serás tú,
anchos campos musculosos, ramas de
encina, amoroso paseante de mis caminos ondulantes, serás tú,
manos que he tomado, cara que he
besado, ser mortal que he tocado, serás tú.
Estoy prendado de mí mismo... hay tanto
de mi ser y tan suculento,
cada momento y todo lo que ocurre me
hacen estremecer de alegría.
No puedo explicar cómo giran mis
tobillos... ni cuál es la causa de mi deseo más sutil,
ni cuál es la causa de la amistad que
transmito... ni cuál es la causa de la amistad que recibo.
Cómo llegar hasta mi umbral no puede
explicarse... me detengo a considerar si realmente existe,
que coma y beba es espectáculo
suficiente para los grandes autores y escuelas,
un dondiego de día en la ventana me
satisface más que la metafísica de los libros.
¡Contemplar el amanecer!
La luz liviana disuelve las inmensas
sombras diáfanas, el aire me sabe bien.
Masas del mundo que se mueve en
inocentes cabriolas, que se elevan en silencio, que desprenden frescor,
que se mueven a toda prisa hacia arriba
y hacia abajo.
Algo que no puedo ver levanta astas
libidinosas, mares de jugo brillante inundan el cielo.
La tierra sostenida por el cielo... el
cierre diario de su unión, el reto que se levanta por el este en ese momento
por encima de mi cabeza, el sarcasmo burlón, ¡mira quién es el que manda!
Deslumbrador y tremendo, con qué rapidez
me mataría el amanecer,
si no pudiera ahora y siempre
desprenderme de él.
También nosotros ascendemos
deslumbrantes y tremendos como el sol,
creamos el nuestro alma mía en la
tranquilidad y el frescor al romper el día.
Mi voz persigue lo que los ojos no
pueden alcanzar,
con el movimiento de mi lengua abarco
mundos y volúmenes de mundos.
El habla es gemela de la vista... no es
susceptible de ser medida.
Me provoca constantemente,
me dice sarcástica, Walt, ya sabes
bastante... ¿por qué, entonces, no lo sueltas?
Venga, no me dejaré tentar... tienes
demasiada confianza en las palabras.
¿Es que no sabes cómo están plegados
por dentro los brotes?
esperan en la sombra protegidos por la
escarcha,
la tierra retrocede ante mis gritos
proféticos,
yo sustrato de las causas las equilibro
al final,
mi saber mis partes vitales...
manteniéndose al tanto del significado de las cosas,
felicidad... que quienquiera que me
oiga pueda salir en su busca en este día.
Te niego mi mérito final... me niego a
desprenderme de lo mejor que soy.
Abarca mundos pero nunca intentes
abarcarme a mí,
ahogo tu charla más ruidosa sólo con
mirarte.
Escribir y hablar no me justifican,
la plenitud de la prueba y de todo lo
demás lo llevo en mi cara,
con el silencio de mis labios
desconcierto al más escéptico.
Creo que no haré otra cosa durante un
largo tiempo más que escuchar,
y acumular lo que oiga en mi
interior... y dejar que los sonidos actúen en mi favor.
Oigo las exhibiciones musicales de los
pájaros... el bullicio del trigo que crece... el chisporroteo de las llamas...
el crujir de la leña al hacer la comida.
Oigo el sonido de la voz humana... un
sonido que quiero, oigo todos los sonidos según son empleados para cada
función... sonidos en la ciudad y sonidos fuera de la ciudad... sonidos del día
y de la noche;
jóvenes conversadores para los que les
gustan... el recitativo de pescaderos y de fruteros... la risa rotunda de los
trabajadores cuando comen,
el bajo airado de las amistades
contrariadas... los tonos débiles de los enfermos,
el juez que se ase rígido a la mesa
mientras sus labios temblorosos pronuncian la sentencia de muerte,
el canto de los estibadores al
descargar los barcos en los muelles... el estribillo de los que levan las
anclas;
el sonar de las alarmas... el grito de
fuego... el zumbido de las máquinas que funcionan veloces y de los coches de
bomberos con campanilleos premonitorios y luces de colores,
la sirena de vapor... el pesado
traqueteo del tren y los vagones que se acercan; la marcha lenta que tocan de
noche al frente del desfile, van a velar a algún difunto... los mástiles
aparecen ornados con un velo negro.
Oigo el violonchelo o la queja del
corazón del hombre, y oigo la trompeta o el eco del ocaso.
Oigo el coro... es una ópera
importante... ¡esto sí que es música!
Un tenor grande y fresco como la
creación me llena, la voz mana de la boca perfectamente redonda y me llena todo
entero.
Oigo a la diestra soprano... me hace
temblar con la intensidad de mi abrazo amoroso;
la orquesta me hace dar giros más
amplios que los de Urano,
me arranca pasiones sin nombre del
pecho,
me produce ahogos profundos del más
intenso horror,
me arrastra al mar... camino ligero
descalzo... las olas perezosas me lamen los pies, a la intemperie... me lacera
el granizo cruel y envenenado, impregnado de morfina edulcorada... siento en la
garganta las garras de la muerte,
me liberan otra vez para que sienta el
enigma de enigmas, y lo que llamamos Existir.
Existir en cualquier forma, ¿qué es
eso?
Si no existiera nada más evolucionado
la almeja y su dura concha serían suficientes.
La mía no es una concha dura,
tan pronto me pongo en movimiento o me
detengo hay encargados
de tomar todo objeto y hacerlo
atravesarme sin daño.
Me limito a moverme, apretar, tocar con
los dedos y me basta,
tocar con mi cuerpo a alguien es todo
lo que puedo aguantar.
¿Es, pues, esto un tacto?...
adquiriendo una nueva identidad al estremecerme,
las llamas y el éter me corren por las
venas,
mi extremo traidor penetrando y
empujando para ayudarles,
mi carne y mi sangre descargando el
rayo, para golpear lo que no es casi distinto a mí,
en todas partes lascivos incitadores
que me ponen rígidos los miembros,
exprimiendo la ubre de mi corazón hasta
la última gota,
licenciosos para conmigo, no aceptando
una negativa,
arrancándome lo mejor de mí como único
objetivo,
desabrochándome la ropa y sujetándome
por la cintura,
engañándome en mi confusión con la
tranquilidad de la luz del sol y de las pasturas,
desplazando sin rubor a los sentidos
amigos,
urdieron una trama para hacer un cambio
con el tacto, e ir a pastar en mis límites,
sin ninguna consideración, sin respetar
mi fortaleza que se desvanecía ni mi enojo,
buscando el resto de la manada para
gozarla un rato,
y reunirse todos al final en un
promontorio y mortificarme.
Los centinelas dejan sin custodia hasta
la última parte de mí,
me han dejado desamparado en manos de
un intruso rojo,
todos se llegan al promontorio a ser
testigos y ayudar en contra mía.
Me entregan los traidores;
hablo sin pensar... he perdido el
sentido... yo y nadie más soy el traidor más grande,
yo mismo fui el primero al
promontorio... mis propias manos me llevaron allí.
¡Tú, tacto infame! ¿qué estás
haciendo?... se me hace un nudo en la garganta;
¡abre las compuertas! eres demasiado para mí.
¡Ciego tacto amoroso que te rebelas!
¡Tacto cubierto y encapotado de dientes afilados!
¿Te causó dolor dejarme así?
Marcha a la que sigue las huellas la
llegada... pago perpetuo de un préstamo perpetuo,
lluvia copiosa que cae, y recompensa
más copiosa después.
Los brotes prenden y crecen... se
yerguen junto al bordillo prolíficos y vitales,
proyectan paisajes masculinos crecidos
por entero, dorados.
Todas las verdades esperan en todas las
cosas,
no aceleran su propia revelación ni la
impiden,
no necesitan los fórceps del médico,
lo insignificante es para mí tan grande
como cualquier otra cosa,
¿qué es más o menos importante que un
contacto?
La lógica y los sermones nunca
convencen,
la humedad de la noche se mete muy
dentro de mi alma.
Sólo lo que es prueba de sí mismo ante
cada hombre y mujer es así,
sólo lo que nadie niega es así.
Un minuto y una gota de mí tranquilizan
mi mente;
creo que los terrones empapados se
convertirán en amantes y lámparas,
y un compendio de compendios es la
carne de un hombre y una mujer,
y una cumbre y una flor en él es el
sentimiento que sienten por el otro,
y han de multiplicarse sin límites a
partir de esa enseñanza
hasta que sea el origen de todas las
cosas, y hasta que todos nos agraden, y nosotros a ellos.
Creo que una hoja de hierba no es menos
que el trabajo de las estrellas,
y que la hormiga es igual de perfecta,
y un grano de arena, y el huevo del chochín,
y que la rana arbórea es una obra
maestra de las más grandes,
y que la zarzamora podría servir de
adorno en los salones del cielo,
y que la articulación más minúscula de
mi mano deja en ridículo a toda maquinaria,
y que la vaca pastando con la cabeza
gacha es superior a cualquier estatua,
y un ratón es milagro suficiente para
pasmar a infinitos no creyentes,
y podría venir todas las tardes de mi
vida a contemplar a la hija del granjero preparar el té y los bizcochos.
Creo que estoy hecho en parte de neis y
carbón y musgo de largos hilos y frutas y granos y raíces comestibles,
y que estoy decorado con cuadrúpedos y
pájaros por todas partes,
y que me he alejado de lo que ha
quedado atrás por buenas razones,
y que puedo hacer que cualquier cosa se
acerque otra vez cuando lo desee.
En vano la prisa o la reserva,
en vano las rocas plutónicas envían su
calor antiguo a mi encuentro,
en vano el mastodonte se oculta bajo
sus propios huesos polvorientos,
en vano los objetos se yerguen a lo
lejos y asumen infinidad de formas,
en vano el océano se asienta en
depresiones y los grandes monstruos se agazapan,
en vano el águila busca su hogar en el
cielo,
en vano la culebra se desliza entre ramas y
troncos,
en vano el alce se adentra por los
senderos ocultos de los bosques,
en vano el alca de pico afilado nada
hacia el norte hasta el Labrador,
yo sigo sin demora... subo hasta el
nido en la fisura del acantilado.
Creo que podría pensarlo y vivir
durante un tiempo con los animales... son tan plácidos y reservados,
a veces me paro y me paso medio día
contemplándolos.
No sudan ni se quejan de su situación,
no se quedan despiertos en la oscuridad
y lloran por sus pecados,
no me hastían con discusiones sobre sus
deberes para con Dios,
ni uno sólo está insatisfecho... ni uno
sólo está obsesionado con la manía de tener cosas,
ni uno sólo se arrodilla ante otro ni
ante los de su linaje que vivieron hace miles de años,
ni uno sólo en toda la tierra es
respetable ni industrioso.
De esa manera me muestran sus
relaciones conmigo y yo los acepto;
me traen señales de mí mismo...
demuestran claramente que las poseen.
No sé de dónde han sacado esas señales,
puede que haya pasado por ese camino
sin advertirlo hace mucho tiempo y las haya dejado caer descuidado,
marchando sin mirar atrás, entonces y
ahora y siempre, recogiendo y mostrando más cada vez y con velocidad, infinitas
y de todas clases y semejantes a éstas;
sin prestar demasiada atención a los
que me traen mis recuerdos,
escogiendo uno de aquí para que sea mi
amigo,
decidiendo ir con él como hermanos.
La belleza imponente de un semental,
lleno de vigor y sensible a mis caricias,
de frente alta y ancha entre las
orejas,
de miembros brillantes y flexibles,
barriendo el suelo con la cola,
de ojos separados y chispeantes de
malicia... orejas finamente cortadas y nerviosas.
Las narices se le dilatan... aprieto
bien los talones... los miembros bien hechos tiemblan de placer... damos una
vuelta veloces y volvemos.
No te he usado más que un momento y ya
te abandono, corcel... y no necesito tus carreras y puedo galopar más deprisa,
y yo mismo de pie o sentado voy más
rápido que tú.
¡Viento veloz! ¡espacio! ¡alma mía!
Ahora sé que es verdad lo que intuí;
lo que intuí cuando estaba echado en la
hierba,
lo que intuí cuando estaba solo en la
cama... y nuevamente mientras caminaba por la playa bajo la pálida luz de las estrellas
de la mañana.
Mis ataduras y lastres me abandonan...
viajo... navego... los codos apoyados en los huecos del mar,
rodeo las sierras... mis manos cubren
continentes, me muevo con la vista.
Junto a las casas cuadradas de la
ciudad... en cabañas de troncos, o acampado con los leñadores,
por las huellas de la carretera... por
la seca quebrada y el cauce del riachuelo,
cultivando mis cebollas y mis
zanahorias y nabos... cruzando la sabana... por los senderos de los bosques,
explorando... buscando oro... marcando
los árboles de una tierra recién comprada,
con la arena caliente quemándome hasta
los tobillos... tirando de mi bote por los bajíos río abajo;
por donde la pantera se mueve de un
sitio para otro acechante por la rama... por donde el ciervo se enfrenta
furioso con el cazador,
por donde la serpiente de cascabel se
extiende al sol en toda su fláccida longitud sobre una roca... por donde la
nutria se alimenta de peces,
por donde el caimán de recias escamas
duerme en el recodo,
por donde el oso negro está buscando
raíces o miel... por donde el castor compacta el barro con su cola aplastada;
sobre la caña de azúcar que crece...
sobre los algodonales... sobre el arroz en el humedal;
sobre la granja de tejado aguzado con
tierra acumulada y estilizados brotes creciendo en los canalones;
sobre el caqui del oeste... sobre el
maíz de hoja larga y el delicado lino de flor azul;
sobre el alforfón blanco y pardo,
zumbando y vibrando allí con los demás,
sobre el verde oscuro del centeno al
ondular y cambiar de color con el viento; escalando montañas... subiendo con
cuidado... asiéndome de las ramas bajas quebradizas,
caminando por el sendero trazado en la
hierba y marcado en las hojas de los matorrales;
por donde la codorniz silba entre el
bosque y el trigal,
por donde el murciélago vuela en los
atardeceres de julio... por donde el gran escarabajo dorado cae en la
oscuridad;
por donde los mayales se oyen golpear
rítmicamente en el suelo del granero,
por donde el arroyo brota de entre las
raíces del árbol viejo y corre hasta el prado,
por donde está el ganado, que espanta
las moscas con el movimiento tembloroso de la piel,
por donde cuelga la estopilla en la
cocina y los morillos se asientan sobre la piedra del hogar y caen las
telarañas en festones de las vigas;
por donde baten los martillos
pilones... por donde la prensa hace rugir sus cilindros;
por donde quiera que late el corazón
humano con terribles espasmos saltando del pecho;
por donde el globo con forma de pera
está flotando en lo alto... flotando en él yo mismo y mirando hacia abajo tranquilamente;
por donde jalan de la cestilla
salvavidas por la cuerda... por donde el calor incuba los huevos de color verde
pálido en la arena rizada,
por donde la ballena nada con sus crías
y nunca las deja atrás,
por donde el vapor navega marcando su
estela con un largo penacho de humo,
por donde la aleta del tiburón se
recorta fuera del agua como una cuchilla negra,
por donde el bergantín, medio quemado,
cabalga sobre corrientes ignoradas,
por donde las conchas crecen en la
cubierta legamosa, y los muertos se pudren más abajo;
por donde la bandera de las barras y
estrellas flamea al frente de los regimientos;
al acercarme a Manhattan, por la isla
alargada,
debajo del Niágara, mientras cae la
catarata como un velo sobre mi rostro;
en un umbral... en el apeadero de dura
madera que hay fuera,
en la pista de carreras, o disfrutando
de las meriendas o de los bailes o de un buen partido de béisbol,
en fiestas sólo de hombres con bromas
groseras y excesos irónicos y haciendo el burro y bebiendo y riendo a
carcajadas,
en el lagar de la sidra, probando el
dulzor de la pulpa marrón... sorbiendo el zumo con una pajita,
mondando las manzanas, pidiendo besos
por toda la fruta madura que encuentro,
en asambleas y fiestas en la playa y
reuniones amistosas y desgranando maíz y construyendo casas;
por donde el sinsonte canta con gorjeos
melodiosos y cacarea y grita y llora,
por donde el almiar se alza en el patio
del granero y los tallos secos están desparramados por el suelo y la vaca de
cría espera en el cobertizo,
por donde el toro avanza para cumplir
con su función de macho y el caballo a la yegua y el gallo persigue a la
gallina,
por donde las terneras pastan y los
gansos picotean la comida con sacudidas breves;
por donde las sombras del oscurecer se
van alargando por la pradera infinita y solitaria,
por donde los rebaños de búfalos se van
extendiendo y dispersando millas y millas, cercanos y lejanos;
por donde brilla trémulo el colibrí...
por donde el cuello del longevo cisne se curva y ondula;
por donde vuela la gaviota en los
rompientes y ríe su risa casi humana;
por donde se alinean las colmenas sobre
un banco gris en el jardín medio escondidas por las altas hierbas;
por donde las perdices de cuello negro
descansan en un hueco en la tierra del que sólo asoman las cabezas;
por donde los coches fúnebres pasan por
los arcos de las puertas de un cementerio;
por donde los lobos de invierno aúllan
entre restos de nieve y árboles con carámbanos;
por donde la garza de copete amarillo
se acerca a la orilla de la laguna de noche y se alimenta de cangrejillos;
por donde el chapoteo de los que nadan
y se zambullen refresca el calor del mediodía;
por donde el saltamontes hace sonar su
caramillo en el nogal sobre el pozo;
por huertos de cidras y pepinos de
hojas orladas de plata,
por la salina o el naranjal... o bajo
los cónicos abetos;
en el gimnasio... en el bar
encortinado... en la oficina o en la sala de reunión;
a gusto con los nativos y a gusto con
los extranjeros... a gusto con lo nuevo y lo viejo,
a gusto con las mujeres, lo mismo con
las feas que con las guapas,
a gusto con la cuáquera cuando se quita
la cofia y habla cantarina,
a gusto con las canciones sencillas del
coro de la iglesia encalada,
a gusto con las fervorosas palabras del
sudoroso predicador metodista, o de cualquier predicador... que contempla serio
a sus seguidores;
mirando escaparates en Broadway toda la
tarde... apretando la nariz contra el grueso cristal,
paseándome esa misma tarde con la cara
vuelta hacia el cielo;
rodeando con los brazos a dos amigos y
yo en el medio;
volviendo a casa con el chico del
despoblado... cabalgando tras él al caer el día;
lejos de los poblados estudiando las
huellas de las patas de los animales o las huellas de los mocasines;
junto al catre del hospital dándole
limonada a un paciente con fiebre,
junto al cadáver en el ataúd cuando
todo está en silencio, observando a la luz de una vela;
de viaje a todos los puertos para
comerciar y en busca de aventura;
corriendo con la muchedumbre moderna,
tan vehemente y voluble como cualquiera,
enfadado con el que odio, dispuesto en
mi locura a acuchillarlo;
solo a medianoche en el patio trasero,
hace tiempo que mis pensamientos me han dejado,
caminando por las colinas de Judea con
el dios hermoso y considerado a mi lado;
corriendo por el espacio... corriendo
entre el cielo y las estrellas,
corriendo entre los siete satélites y
el ancho anillo y el diámetro de ochenta mil millas,
corriendo con los meteoros con
estelas... arrojando bolas de fuego como los demás,
llevando la criatura creciente que
lleva a su propia madre llena en la barriga;
rabiando gozando planeando amando
advirtiendo,
retrocediendo y llenando, apareciendo y
desapareciendo,
camino día y noche por esas sendas.
Visito las huertas de Dios y miro el
producto esférico,
y miro quintillones que están maduros y
miro quintillones verdes.
Vuelo el vuelo del alma vagarosa y
absorbente,
mi ruta corre por debajo de los sondeos
de las plomadas.
Me sirvo de lo material y de lo
inmaterial,
no hay guardia que me pueda impedir el
paso, ni ley que me deje fuera.
Echo el ancla de mi barco durante un
rato solamente,
mis mensajeros parten de continuo o me
traen sus respuestas.
Voy a cazar pieles polares y focas...
saltando simas con un bastón de afilada punta... aferrándome a masas
inestables, quebradizas y azules.
Me subo al cangrejo del trinquete...
ocupo mi sitio en la torreta del vigía tarde en la noche... navegamos por el
ártico... hay luz suficiente,
por la clara atmósfera miro alrededor
la belleza asombrosa,
las masas de hielo, enormes, me
adelantan y yo las adelanto... el paisaje es igual en todas direcciones,
las montañas de cimas blancas apuntan
en la distancia... dejo volar mis pensamientos hacia ellas;
estamos a punto de llegar a un campo de
batalla en el que pronto nos vamos a enfrentar,
pasamos por las avanzadas de los
campamentos... pasamos con pies quedos y precaución;
o estamos entrando en los arrabales de
una vasta ciudad en ruinas... con más bloques y edificios destruidos que
cualesquiera de las ciudades vivas de la tierra.
Soy un compañero libre... paso la noche
al sereno junto a las hogueras del invasor.
Echo al novio de la cama y me quedo con
la novia,
y la estrecho toda la noche contra mis
muslos y mis labios.
Mi voz es la voz de la esposa, el
chillido junto a la barandilla de la escalera,
suben el cuerpo de mi hombre goteando y
ahogado.
Comprendo los grandes corazones de los
héroes,
el valor de los tiempos presentes y de
todos los tiempos;
cómo el capitán vio los restos del
vapor atestado de gente y sin timón, y la muerte persiguiéndolo de cerca sin
cesar en la tormenta,
cómo trabajó sin descanso y no
retrocedió ni un centímetro, y no abandonó su puesto ni de día ni de noche,
y escribió en grandes letras en una
pizarra, Tened ánimo, No os abandonaremos;
cómo salvó por fin al grupo que iba a
la deriva,
qué aspecto tenían las delgadas mujeres
en vestimentas sueltas cuando subieron al bote desde el borde mismo de las
tumbas que las esperaban,
qué aspecto tenían los niños
silenciosos y avejentados, y los enfermos rescatados y los hombres sin afeitar
de labios apretados;
todo esto lo trago y sabe bien... me
gusta y se vuelve mío,
yo soy el hombre... lo padecí... estuve
allí.
El desdén y la tranquilidad de los
mártires,
la madre condenada por brujería y quemada
con madera seca, y sus niños mirando; el esclavo perseguido por los perros que
flaquea en la carrera y se apoya en la cerca, resoplando y cubierto de sudor,
los calambres que le hieren como agujas
en las piernas y el cuello,
el cartucho asesino y las balas,
todas estas cosas las siento o las soy.
Soy el esclavo perseguido... me
estremezco con las mordeduras de los perros,
el infierno y la desesperación se
apoderan de mí... los tiradores tiran una y otra vez,
me aferró a los postes de la cerca...
gotea la sangre mezclada con el sudor de la piel,
caigo sobre las hierbas y las piedras,
los jinetes espolean a los caballos
renuentes y me persiguen de cerca,
se ríen de mí en mis oídos que me
zumban... me golpean con saña en la cabeza con los mangos de los látigos.
Las agonías son uno de mis vestidos;
no le pregunto al herido cómo se
siente... yo mismo me vuelvo el herido,
el corazón se me pone lívido cuando me
apoyo en un bastón y observo.
Soy el bombero aplastado con el
esternón roto... me han enterrado bajo sus escombros las paredes al caer,
respiraba el calor y el humo... oía los
gritos estentóreos de mis compañeros,
oía el repiqueteo distante de los picos
y palas;
han apartado las vigas... me levantan
con cuidado.
Con mi camisa roja respiro el aire de
la noche... soy la causa del murmullo que todo lo invade,
después de todo no me duele nada, estoy
agotado pero no tan mal,
blancos y hermosos los rostros que me
rodean... las cabezas sin los cascos,
la multitud de rodillas se difumina con
la luz de las antorchas.
Distantes y muertos resucitan,
se muestran como la esfera o se mueven
como mis agujas... y yo mismo soy el reloj. Soy un viejo artillero, y hablo del
bombardeo de un fuerte... y estoy allí otra vez.
Otra vez la diana de los tambores...
otra vez el cañón atacante y los morteros y los obuses,
otra vez los atacados responden con su
cañón.
Tomo parte en ello... veo y oigo todo,
los gritos y las maldiciones y el
estruendo... los aplausos por los tiros atinados,
la ambulancia que pasa lentamente y deja
una estela de gotas rojas,
los obreros que buscan desperfectos
para hacer las reparaciones que no pueden esperar,
el caer de las granadas por el techo
agujereado... la explosión que se abre en abanico,
el zumbar de miembros cabezas piedra
madera y hierro por el aire.
Otra vez gorgotea la boca de mi general
que se muere... agita con furia la mano,
lucha con el coágulo por respirar... No
os preocupéis por mí... preocupaos de las trincheras.
No hablo de la caída de El Álamo... ni
uno sólo escapó para hablar de la caída de El Álamo,
los ciento cincuenta siguen mudos en El
Álamo.
Oíd ahora el relato de un amanecer
negro como el azabache, oíd del asesinato a sangre fría de cuatrocientos doce
hombres jóvenes.
En retirada se habían apostado en un
hueco cuadrado con sus mochilas por parapeto,
novecientas vidas del enemigo que les
rodeaba y superaba nueve veces en número fue el precio que le hicieron pagar
por adelantado,
su coronel estaba herido y la munición
agotada,
entablaron negociaciones para una
capitulación honrosa, recibieron garantía por escrito, entregaron las armas y
volvieron prisioneros de guerra.
Eran la gloria de la estirpe de los
«rangers»,
imbatibles a caballo, con el rifle,
cantando, comiendo o cortejando,
grandes, turbulentos, valientes, de buena
presencia, generosos, orgullosos y afectuosos,
con barba, quemados por el sol,
vestidos a la manera informal de los cazadores, ninguno pasaba de treinta años.
El segundo domingo por la mañana los
sacaron en pelotones y los masacraron... era una hermosa mañana de comienzos
del verano,
la faena empezó a las cinco y sobre las
ocho estaba acabada.
Ninguno obedeció la orden de
arrodillarse,
unos intentaron una huida loca e
inútil... otros se quedaron quietos, clavados,
unos pocos cayeron al instante, de un
tiro en la sien o en el corazón... los vivos y los muertos yacían juntos,
los mutilados y desfigurados se
revolcaban por la tierra... los que iban llegando los veían;
algunos medio muertos intentaban huir,
los despachaban a bayonetazos o con las
culatas de los mosquetes;
un chaval que aún no había cumplido los
diecisiete se agarró a su asesino y no lo soltó hasta que otros dos llegaron en
su ayuda,
los tres quedaron con la ropa hecha
jirones y cubierta de sangre del chico.
A las once empezaron a quemar los
cuerpos;
y ese es el relato del asesinato de los
cuatrocientos doce jóvenes,
y ese fue un amanecer negro como el
azabache.
¿Leíste en los libros del mar lo del
combate de la fragata a la vieja usanza?
¿Sabes quién venció a la luz de la luna
y de las estrellas?
Nuestro enemigo no se escondía en su
barco, os digo, tenía coraje inglés, y no lo hay más férreo ni más auténtico, ni
lo hubo ni jamás lo habrá;
llegó al caer la tarde, atacándonos con
furor.
Trabamos combate... las vergas se
enredaron... el cañón se rozaba,
mi capitán las aseguró con su propia
mano.
Habíamos recibido varios disparos de
dieciocho libras debajo de la línea de flotación,
en la cubierta inferior dos cañones
habían explotado al primer disparo, matando a los que estaban cerca y haciendo
volar todo en mil pedazos.
Las diez de la noche y la luna llena
brillaba y las vías de agua aumentaban y la noticia de que ya había cinco pies
de agua,
el contramaestre liberaba a los
prisioneros confinados en la bodega para que se salvaran si podían.
Los centinelas impedían ahora el paso a
la santabárbara, veían tantas caras extrañas que no sabían en quién confiar.
Nuestra fragata estaba ardiendo... los
otros preguntaban si nos rendíamos, arriábamos bandera y cesaba la lucha.
Me reí con satisfacción cuando oí la
voz de mi pequeño capitán,
no arriamos nuestra bandera, les gritó
muy dignamente, nosotros no hemos hecho más que empezar a luchar.
Sólo tres cañones estaban en servicio,
con uno el propio capitán apuntó al
palo mayor enemigo,
los otros dos bien provistos de
metralla hicieron enmudecer a la fusilería y arrasaron las cubiertas.
Sólo las cofas secundaron los disparos
de esta pequeña batería, sobre todo la mayor,
todos se comportaron con valor durante
la acción.
Ni un momento de descanso,
las bombas no daban abasto a achicar el
agua... el fuego avanzaba hacia el polvorín,
volaron una de las bombas... era
opinión general que nos
hundíamos.
Sereno seguía el pequeño capitán,
no se daba prisa... ni subía ni bajaba
el tono de voz,
nos alumbraban más su ojos que los
faroles de combate.
A eso de medianoche, a la luz de la
luna se nos rindieron.
En medio de la noche relajada y
tranquila
dos grandes cascos inmóviles en el seno
de la oscuridad,
nuestro navío lleno de impactos se
hundía lentamente... hicimos preparativos para trasladarnos al que habíamos
conquistado,
el capitán desde el alcázar daba
órdenes con sangre fría y el rostro blanco como una sábana,
cerca de él el cadáver del muchacho que
servía en la cabina,
el rostro de un viejo marinero difunto
de largo cabello blanco y patillas primorosamente rizadas,
las llamas a pesar de todo lo que se
hizo brillaban por debajo y por encima de la cubierta,
las voces roncas de los dos o tres
oficiales todavía aptos para el servicio,
informes masas de cuerpos y cuerpos por
aquí y por allá... jirones de carne en mástiles y vergas,
cordajes cortados y los aparejos
oscilando... el leve golpear del suave oleaje,
cañones negros e impasibles, y restos
de paquetes de pólvora, y el olor penetrante,
suaves bocanadas de brisa de mar...
aromas de hierba y juncos y campos cerca de la costa... mensajes de muerte a
cargo de los supervivientes,
el silbido del cuchillo del cirujano y
los dientes que roen de la sierra,
los jadeos, sonidos ahogados, el gotear
de la sangre... el grito repentino lacerante, el largo lamento monótono que se
va extinguiendo poco a poco,
así fue... irreparable.
¡Dios! ¡Mi obsesión se adueña de mí!
Lo que el rebelde dijo con alegría al
ajustar su garganta al nudo de la horca,
lo que el salvaje dijo en el estrado
con las cuencas de los ojos vacías, de la boca le brotaban amenazas y desafíos,
lo que sorprende al viajero que llega a
la cripta del monte Vernon,
Lo que sorprende al viajero que llega a
la cripta del monte Vernon, lo que serena al muchacho de Brooklyn cuando mira
las orillas de Wallabout y recuerda los barcos prisión,
lo que quemó las encías del inglés en
Saratoga cuando rindió sus tropas,
éstos se vuelven míos y yo todos, pero
ellos son insignificantes,
me convierto en tantas cosas como
quiero.
Me convierto en cualquier presencia o
certidumbre de humanidad aquí,
y me veo en prisión bajo la apariencia
de otro hombre,
y siento el dolor sordo y continuo.
Por mí los guardianes de los presos se
echan al hombro la carabina y montan guardia,
es a mí a quien dejan salir por la
mañana y encierran por la noche.
Ningún rebelde va esposado a prisión
sin que yo sea esposado a él y camine a su lado,
allí soy menos el chistoso y más el
silencioso al que le transpiran los labios crispados.
Ningún joven es apresado por hurto sin
que yo vaya con él y también me juzguen y sentencien.
Ningún paciente de cólera está próximo
a exhalar el último suspiro sin que yo esté también próximo a exhalar el último
suspiro,
mi rostro está ceniciento, mis tendones
se retuercen... la gente se aparta de mí.
Los pedigüeños se encaman en mí, y yo
me encarno en ellos, alargo el sombrero y me siento, avergonzado, a pedir
limosna.
Salgo de todo esto en éxtasis, y me
muevo con la gravitación real,
el girar y girar es natural en mí.
De algún modo me he quedado sin
sentido. ¡Apartaos!
Dadme un poco de tiempo para que mi
cabeza se recupere del golpe y del amodorramiento y los sueños y los bostezos,
me descubro a mí mismo a punto de
cometer un error habitual.
¡Si pudiera olvidar a los
escarnecedores y los insultos!
¡Si pudiera olvidar las lágrimas que
caían y los golpes de las cachiporras y los martillos!
¡Si pudiera mirar desde fuera mi propia
crucifixión y sangrienta coronación!
Recuerdo... Vuelvo a la escena,
la tumba de roca multiplica lo que le
ha sido confiado a ella... o a cualquier otra tumba,
los cadáveres se levantan... las
heridas curan... las ataduras desatan.
Marcho adelante lleno de poder supremo,
parte de una procesión interminable de gente corriente,
pasamos por los caminos de Ohio y
Massachusetts y Virginia y Wisconsin y Nueva York y Nueva Orleans y Texas y
Montreal y San Francisco y Charleston y Savannah y México,
por el interior y por la costa y por
las fronteras... y atravesamos las fronteras.
Nuestras prontas órdenes se dirigen a
todos los rincones de la tierra,
las flores que llevamos en los
sombreros son el fruto de dos mil años.
Discípulos os saludo,
veo cómo os acercáis en innumerables
grupos... veo cómo os comprendéis a vosotros mismos y a mí,
y sé que aquellos que tienen ojos son
divinos, y que los ciegos y los cojos son también divinos,
y que mis pasos se arrastran tras los
vuestros y sin embargo van delante de ellos,
y soy consciente de que no estoy con
vosotros más de lo que estoy con todos.
El amistoso y accesible salvaje ¿Quién
es?
¿Espera por la civilización o ya ha
pasado por ella y la domina?
¿Es un hombre del suroeste que ha
crecido al aire libre? ¿Es canadiense?
¿Es de las tierras del Misisipí? ¿O de
Iowa, Oregón o California? ¿O de las montañas? ¿O de las praderas o de los
bosques? ¿O del mar?
Allí donde va los hombres y las mujeres
le aceptan y le desean,
desean agradarle y que les toque y les
hable y se quede con ellos.
Comportamiento libre como copos de
nieve... palabras tan simples como la hierba... cabeza despeinada y risa e
ingenuidad;
pies que caminan lentamente y rasgos
ordinarios, y modales y efluvios ordinarios, descienden bajo nuevas formas de
la punta de sus dedos, están en el aire con el olor de su cuerpo o aliento...
emanan de sus ojos.
Sol arrogante no necesito tu calor...
acuéstate,
tú sólo iluminas superficies... yo
penetro en las superficies y también en las profundidades.
¡Tierra! Parece que buscas algo en mis
manos, ¡dime vieja presumida! ¿Qué quieres?
¡Hombre o mujer! Os diría cuánto me
gustáis, pero no puedo,
y os diría lo que hay en mí y lo que
hay en vosotros, pero no puedo,
y os diría los anhelos que tengo... el
pulso de mis noches y mis días.
¡Mirad! Yo no doy conferencias o
pequeñas limosnas,
lo que doy lo doy de mí mismo.
Oye tú, impotente, de rodillas flojas,
quítate la bufanda para que te insufle valor,
extiende las manos y levanta las
solapas de los bolsillos,
no has de negarme... yo exijo... Tengo
riquezas en abundancia y para regalar,
y todo lo que tengo lo doy.
No pregunto quién eres... eso no me
importa,
no puedes hacer nada ni ser nada más
que lo que yo quiera.
Me inclino hacia el trabajador de los
algodonales o el limpiador de letrinas... en su mejilla derecha deposito el
beso fraternal,
y en mi alma juro que nunca le negaré.
En las mujeres aptas para la concepción
engendro niños más grandes y más ágiles,
en este día arrojo el germen de
repúblicas mucho más arrogantes.
Hacia cualquiera que se muere... allá
me apresuro y giro el pomo de la puerta, vuelvo las sábanas hacia los pies de
la cama,
y hago que el médico y el sacerdote se
vayan a casa.
Cojo al hombre que se cae... le levanto
con voluntad sin resistencia.
¡Oh desdichado! Aquí tienes mi cuello,
¡por Dios que no te caerás! Carga todo
tu peso sobre mí.
Prolongo tu vida con formidable
hálito... te mantengo a flote; lleno todos los cuartos de la casa con una
fuerza armada... de amantes míos, espantatumbas:
¡duerme! Ellos y yo haremos guardia
toda la noche;
ni la duda ni la muerte se atreverán a
ponerte un dedo encima,
te he abrazado y desde ahora eres sólo
mío,
y cuando te levantes por la mañana
hallarás que lo que te digo es así.
Yo soy aquel que trae ayuda a los
enfermos que jadean tumbados boca arriba,
y para los hombres fuertes y sanos
traigo una ayuda aún más necesaria.
He oído lo que se ha dicho del
universo,
lo he oído y oído varios miles de años;
está bastante bien para lo que es...
¿pero eso es todo?
Vengo a aumentar y a adjudicarme, al
comienzo ofrezco más que los viejos mercaderes cautelosos,
lo más que ofrecen por la humanidad y
la eternidad es menos que un chorro de mi líquido seminal,
tomo las dimensiones exactas de Jehová y las
guardo,
litografío a Cronos y a Zeus su hijo, y
a Hércules su nieto, compro dibujos de Osiris y de Isis y de Belo y Brahma y
Adonai,
en mi carpeta coloco a Manitú solo, a
Alá en una hoja y el crucifijo grabado,
Con Odín, y Mexitli el de repulsiva
faz, y todos los ídolos e imágenes,
honestamente los tomo por lo que valen,
ni un centavo más,
admito que tuviesen vida y que hicieran
el trabajo en su momento, Admito que llevasen insectos como si fuesen para
pájaros aún sin pluma que ahora han de levantarse y volar y cantar por sí
mismos,
acepto los burdos dibujos deificantes
para mejor completarlos en mí mismo... y regalarlos generosamente a cada hombre
y mujer que vea,
descubro tanto o más en un constructor
que construye una casa,
declamo más para aquel que con las
mangas arremangadas trabaja con el mazo y el cincel;
nada tengo que objetar a las revelaciones
singulares... considero una voluta de humo o un pelo en el dorso de mi mano tan
extraordinarios como cualquier revelación;
aquellos que se encaraman a los coches
de bomberos y a las escalas de cuerda son más para mí que los dioses de las
guerras antiguas,
presto atención a sus voces que
resuenan en medio del estrépito de la destrucción,
sus miembros musculosos pasan sin
sufrir daño por encima de las vigas carbonizadas... sus frentes blancas enteras
e indemnes salen de entre las llamas;
junto a la mujer del obrero que tiene a
su bebé al pecho intercedo por todos los nacidos;
tres guadañas silban en fila en la
cosecha manejadas por tres ángeles fornidos con la camisa colgando por fuera de
los pantalones,
el posadero pelirrojo de dientes
irregulares que redime sus pecados pasados y futuros;
que vende todo lo que posee y viaja a
pie para pagar a los abogados de su hermano y acompañarle cuando le juzguen por
estafa:
lo que se sembró con generosidad en el
terreno a mi alrededor, que no bastó para llenarlo;
el toro y el escarabajo que nunca
fueron adorados lo bastante,
el estiércol y la suciedad son más
admirables de lo que se pensaba,
lo sobrenatural no tiene importancia...
yo mismo aguardo el día en que seré uno de los supremos,
se acerca para mí el día en que seré
tan bueno como los mejores y tan prodigioso,
creo que cuando lo sea no me halagará
demasiado recibir elogios del pulpito o de la imprenta;
¡por mis partes vitales! ¡Que ya soy un
creador!
¡Aquí y ahora me aplico al seno
emboscado de las sombras!
... Una llamada en medio de la
multitud,
Mi propia voz, rotunda, arrolladora y
definitiva.
Venid hijos,
venid chicos y chicas, y mis mujeres y
parientes y allegados,
ahora el intérprete exhibe su
energía.... ha terminado ya el preludio con la sección de viento.
¡Acordes escritos con facilidad para
dedos ágiles! Siento el rasgueo de vuestra culminación y consumación.
Mi cabeza gira sobre el cuello,
la música sigue, pero no viene del
órgano... la gente me rodea, pero no son mis parientes.
Siempre el suelo duro y firme,
siempre los que comen y los que
beben... siempre el sol que sale y que se pone... siempre el aire y las mareas
incesantes,
siempre yo y mis vecinos, estimulantes
y perversos y reales,
siempre el mismo viejo dilema
inexplicable... siempre ese pulgar inquisitivo, ese soplo de inquietud y
ansiedad,
siempre el sonido de desaprobación del
hostigador hasta que averiguamos dónde se esconde el taimado y le obligamos a
salir;
siempre el amor... siempre el líquido
sollozante de la vida,
siempre el vendaje bajo la barbilla...
siempre los soportes de la muerte.
Caminan por aquí y por allí con monedas
en los ojos,
se sirven con generosidad de los
cerebros para satisfacer la voracidad del estómago,
compran, aceptan o venden entradas,
pero nunca van al festín;
muchos sudan y aran y trillan, y
después reciben como pago la paja,
unos pocos ociosos poseen, y reclaman
siempre el trigo.
Esto es la ciudad.... y yo soy un
ciudadano;
lo que interesa al resto me interesa a
mí... la política, las iglesias, los periódicos, las escuelas,
las asociaciones de caridad, las
mejoras, los bancos, los aranceles, los barcos de vapor, las fábricas, los
mercados,
los valores y los depósitos y los
bienes inmuebles y los bienes muebles.
Los que aquí gastan el tiempo y charlan
vestidos de frac... soy consciente de quiénes son.... y no son gusanos o
pulgas,
reconozco a mis iguales bajo el disfraz
de las lenguas afiladas y los trajes elegantes.
El más débil y el más anodino son
inmortales como yo,
lo que yo diga y haga lo mismo les espera
a ellos,
todo pensamiento que en mí se debate
también se debate en ellos.
Conozco mi propio egotismo
perfectamente,
y conozco mis palabras omnívoras, y no
puedo decir menos,
e iría a buscarte, quienquiera que
seas, para que estés a mi mismo nivel.
Mis palabras son palabras de un
interrogatorio, para indicar la realidad;
este libro impreso y encuadernado...
pero ¿y el impresor y el chico de la imprenta?
Las capitulaciones y el contrato de
matrimonio... pero ¿y el cuerpo y la mente del novio?... ¿y los de la novia?
El panorama del mar... pero ¿y el mar
en sí?
Las fotografías bien tomadas... pero
¿tu mujer o tu amigo/a tangibles y sólidos en tus brazos?
La flota de barcos de la naviera y
todos los adelantos modernos... pero ¿el oficio y el valor del almirante?
La vajilla y el menú y los muebles...
pero ¿el anfitrión y la anfitriona, y la mirada de sus ojos?
El cielo allá arriba... sin embargo
¿aquí o en la puerta de al lado o al otro lado de la calle?
Los santos y los sabios de la historia...
pero ¿y tú?
Los sermones y las creencias y la
teología... pero ¿y el cerebro humano, y lo que llamamos razón, y lo que
llamamos amor, y lo que llamamos vida?
No os desprecio sacerdotes;
mi fe es la mayor y la menor de las
fes,
comprende todos los cultos antiguos y
modernos, y todos los que hay entre los antiguos y los modernos,
cree que volveré a la tierra dentro de
cinco mil años,
espera respuestas de los oráculos...
honra a los dioses... saluda al sol,
hace un fetiche de la primera roca o
tocón... convoca14 un sortilegio con palillos en el círculo del obi;
ayuda al lama o al brahmán a disponer
las lámparas de los ídolos,
aún baila por las calles en una
procesión fálica, ensimismado y austero en los bosques, un gimnosofista,
bebe hidromiel de un cráneo vaciado...
admira los Sastras y los Vedas, obedece el Corán,
camina por el teucali manchado de la
sangre que gotea de la piedra y del cuchillo, tocando el tambor de piel de
serpiente;
acepta los evangelios, acepta al que
fue crucificado, sabe sin lugar a dudas que es divino,
se arrodilla en la misa, se pone en pie
en las plegarias de los puritanos, se sienta pacientemente en un banco de la
iglesia,
chilla y echa espuma en mis ataques de
locura, espera cual muerta hasta que mi espíritu me despierta;
mira hacia delante en el asfalto y en
el campo, y fuera del asfalto y del campo,
pertenece a los que son motor del
circuito de los circuitos.
Pertenezco a ese grupo centrípeto y
centrífugo,
me vuelvo y hablo como un hombre que
deja encargos antes de un viaje.
Pusilánimes abatidos, tristes y
excluidos,
frívolos resentidos melancólicos
enfadados afectados desalentados ateos,
os conozco a todos, y conozco las
preguntas no formuladas, por experiencia las conozco.
¡Cómo chapotean las colas de las
ballenas!
¡Cómo se agitan, rápidas como el rayo,
con espasmos y chorros de sangre!
Tranquilizaos sangrientas colas de
dubitativos y tristes melancólicos,
tomo mi lugar entre vosotros tanto como
entre otros;
el pasado os empuja a vosotros y a mí y
a todos de la misma manera,
y la noche es para vosotros y para mí y
para todos, y lo que aún está por probar y lo que vendrá después es para
vosotros y para mí y para todos.
No sé lo que está por probar y lo que
vendrá después,
pero sé que es seguro y está vivo, y
será suficiente.
Cada uno que pasa es tenido en cuenta,
y cada uno que se detiene es tenido en cuenta, y ni uno sólo puede faltar.
No puede faltar el joven que murió y
fue enterrado,
ni la joven que murió y enterraron a su
lado,
ni el pequeño que se asomó a la puerta,
se retiró y nunca más volvió a ser visto,
ni el anciano que ha vivido sin razón,
y que lo siente con una amargura peor que la hiél,
ni el tuberculoso del asilo, consumido
por la enfermedad y el alcohol,
ni los innumerables asesinados y
arruinados... los brutales kobongo, considerados la hez de la humanidad,
ni las medusas que se limitan a flotar
con la boca abierta para que la comida se cuele dentro,
ni ninguna cosa en la tierra, o en las
más antiguas tumbas de la tierra,
ni nada en las miríadas de esferas, ni
en una de las miríadas de miríadas que las pueblan,
ni el presente, ni la más
insignificante muestra de lo conocido.
Es hora de que me explique...
pongámonos de pie.
De lo conocido me despojo... me lanzo
con todos los hombres y mujeres hacia el futuro, hacia lo desconocido.
El reloj marca el instante... pero ¿qué
indica la eternidad?
La eternidad está en pantanos sin fondo...
los cubos se llenan constantemente,
se vacían una y otra vez y se agotan.
Hasta ahora hemos agotado trillones de
inviernos y de veranos;
quedan trillones por delante, y
trillones por venir.
Los nacimientos nos han traído riquezas
y variedad,
y otros nacimientos nos traerán
riquezas y variedad.
No llamo a uno más grande y a otro más
pequeño,
el que llena sü" tiempo y su lugar
es igual a cualquier otro.
¿Ha sido la humanidad cruel o celosa
contigo, hermano mío o hermana mía?
Lo siento por ti... no ha sido cruel o
celosa conmigo;
todo ha sido amable conmigo... No tengo
motivos de queja. ¿Por qué habría de quejarme?
Soy un cúmulo de logros, y encierro
multitud de cosas por lograr.
Mis pies tocan el peldaño más alto de
la escalera,
en cada peldaño, montones de épocas, y
montones mayores entre los escalones,
todos los inferiores se han recorrido a
su tiempo; y aún sigo subiendo y subiendo.
Peldaño tras peldaño se inclinan los
fantasmas tras de mí, abajo a lo lejos veo la primera inmensa Nada, el vaho de los
orificios nasales de la muerte,
sé que ya estuve allí... esperé siempre
sin ser visto,
y dormía cuando Dios me llevaba por la
niebla letárgica,
y me tomé mi tiempo... y no sufrí daño
del fétido carbono.
Largo tiempo me abrazaron... largo,
largo tiempo.
Inmensos han sido los preparativos para
mi llegada,
leales y amistosos los brazos que me
ayudaron.
Los ciclos llevaron mi cuna, remando y
remando como alegres barqueros;
para hacerme sitio las estrellas se
alejaron de sus órbitas,
enviaron su influjo para cuidar de lo
que habría de sostenerme.
Antes de que naciera de mi madre, me
guiaron generaciones,
mi embrión nunca estuvo aletargado...
nada podía oprimirlo
por él la nebulosa se convirtió en un
astro... los estratos largos y lentos se apilaron para que descansara en
ellos... una vegetación inmensa le proporcionó alimento,
saurios monstruosos lo transportaron en
sus fauces y lo depositaron con cuidado.
Todas las fuerzas se han venido empleando
para completarme y deleitarme,
ahora estoy en pie en este lugar con mi
alma.
¡Época de juventud! ¡Elasticidad
siempre puesta a prueba! ¡Madurez equilibrada y rica y plena!
¡Mis amantes me asfixian!
Me oprimen los labios, y se amontonan
en los poros de mi piel,
me empujan por las calles y los locales
públicos... vienen a mí desnudos por la noche,
me gritan ¡Eh! por el día desde las
piedras del río... mientras se balancean y gorjean sobre mi cabeza,
me llaman por mi nombre desde los
macizos de flores o las vides o la maleza,
o cuando nado en el baño... o bebo agua
de la bomba de la esquina... o cuando cae el telón en la ópera... o cuando miro
el rostro de una mujer en el tren;
aparecen a cada momento de mi vida,
besan mi cuerpo con besos suaves y
balsámicos,
me pasan en silencio puñados de sus
corazones y me los dan para que los haga míos.
¡Vejez que avanzas magnífica! ¡Gracia
inefable de los días finales!
Todas las edades se proclaman a sí
mismas... proclaman lo que procede de ellas y lo que las sigue,
y el silencio oscuro proclama tanto
como ellas.
Por la noche abro la ventana y veo los
sistemas salpicados a lo lejos,
y todos los que veo, multiplicados
hasta donde puedo descifrar, no llegan más que a rozar el borde de los sistemas
aún más lejanos.
Se extienden más y más, y siguen
expandiéndose,
hacia fuera y hacia fuera y siempre
hacia fuera.
Mi sol tiene su sol, y a su alrededor
gira obediente,
con sus compañeros forma un grupo de
circuito superior,
y siguen grupos mayores, que convierten
en motas a los más grandes que tienen dentro.
Nada se detiene y nada se detendrá
jamás;
si tú y yo y los mundos y todo bajo o
sobre sus superficies, y toda la vida tangible, se redujesen de nuevo en este
momento a una pálida masa informe, a la larga de nada serviría,
sin duda acabaríamos de nuevo donde
ahora estamos,
y sin duda iríamos más allá, y más y
más allá.
Unos cuantos cuatrillones de eras, unos
cuantos octillones de leguas cúbicas, no ponen en peligro la expansión, ni la
impacientan,
sólo son partes... nada es más que una
parte.
Mira siempre la lejanía... hay un
espacio infinito ahí fuera, cuenta siempre lo más posible... hay tiempo
infinito por ahí.
Nuestra cita está fijada... Dios estará
allí y esperará hasta que lleguemos.
Sé que tengo lo mejor del tiempo y del
espacio, y que nunca he sido juzgado, y que nunca seré juzgado.
Recorro un camino interminable,
mis señas son un capote impermeable y
zapatos fuertes y un cayado cortado en el bosque;
ningún amigo mío descansa en mi silla,
no tengo silla, ni iglesia ni
filosofía;
no llevo a nadie a la mesa o a la
biblioteca o a la bolsa,
pero a cada uno de vosotros, hombre o
mujer, os llevo a lo alto de un cerro,
mi mano izquierda os sujeta por la
cintura,
mi mano derecha señala paisajes y continentes,
y un camino corriente.
Ni yo, ni ninguna otra persona puede
recorrer ese camino por ti,
has de recorrerlo tú mismo.
No está lejos... está a tu alcance,
tal vez hayas estado caminando por él
desde que naciste, y no lo sabías,
tal vez esté en todas partes, en el
agua y en la tierra.
Carga al hombro tus pertenencias, y yo
cargaré las mías, y démonos prisa;
ciudades admirables y naciones libres
buscaremos al caminar.
Si te cansas, dame las dos cargas, y
apoya la mano en mi cadera,
y a su debido tiempo me devolverás el
mismo servicio;
porque una vez que salgamos ya nunca
más descansaremos.
Hoy antes del alba subí a una colina y
miré el cielo estrellado,
y le dije a mi espíritu: cuando
lleguemos a poseer esos mundos y el placer y el conocimiento de todo lo que en
ellos hay, ¿estaremos entonces complacidos y satisfechos?
Y mi espíritu dijo: No, sólo habremos
alcanzado ese nivel para seguir y continuar más allá.
Tú también me haces preguntas, y te
oigo;
respondo que no puedo responder... has
de averiguarlo por ti mismo.
Siéntate un rato caminante,
aquí tienes bollos para comer y aquí
tienes leche para beber,
pero tan pronto como duermas y te
pongas ropas limpias te daré un beso de despedida y abriré la puerta para que
salgas de aquí.
Hace ya bastante que sueñas sueños
despreciables,
ahora te quito la venda de los ojos,
has de habituarte al brillo de la luz y
de cada momento de tu vida.
Hace ya tiempo que pasabas, temeroso,
asido a una tabla, cerca de la orilla,
ahora quiero que seas un valiente
nadador,
que te zambullas en medio del mar y que
subas de nuevo a la superficie y me hagas señas y grites, y que riendo, batas
el agua con tus cabellos.
Soy el maestro de los atletas,
aquel que a mi lado desarrolla un pecho
más ancho que el mío da fe de la anchura del mío,
aquel que más honra mi estilo es el que
aprende con él cómo destruir al maestro.
El muchacho al que amo lo mismo se
convertirá en un hombre no gracias a favores ajenos, sino por propio derecho,
deshonesto, más que virtuoso, por
conformismo o por miedo,
cariñoso con su novia, disfruta con una
chuleta,
el amor no correspondido o un desaire
le duelen más que una herida,
jinete y luchador de primera, el
primero en dar en el blanco, en gobernar un esquife, en cantar una canción o
tocar el banjo,
prefiere las cicatrices y los rostros
picados de viruela a todos los atildados y a los que huyen del sol.
Enseño a que os apartéis de mí, pero
¿quién puede apartarse de mí?
A partir de este momento te seguiré,
seas quien seas;
mis palabras te zumbarán en los oídos
hasta que las comprendas.
No digo estas cosas por un dólar, o
para llenar el tiempo mientras espero por la barca;
eres tú que hablas tanto como yo...
actúo como tu lengua,
la tenías atada en tu boca... en la mía
comienza a soltarse.
Juro que nunca mencionaré el amor o la
muerte en una casa, y juro que nunca me expondré ante nadie, sólo ante aquel o
aquella que se quede solo conmigo al aire libre.
Si quieres entenderme vete a las
montañas o a la orilla del mar,
el mosquito más cercano es una
explicación y una gota o el movimiento de las olas una clave,
el mazo el remo el serrucho secundan
mis palabras.
Ni los espacios cerrados ni las
escuelas me dicen nada, pero los incultos y los niños sí.
El joven trabajador me es más
cercano... me conoce muy bien,
el leñador que se lleva el hacha y la
cantimplora me llevará con él todo el día,
el chico de la granja que ara el campo
se alegra al oír mi voz,
en navíos que navegan mis palabras han
de navegar... voy con los pescadores y los marinos, y les amo,
con mi rostro rozo el rostro del
cazador cuando se acuesta solo en su manta,
al conductor que piensa en mí no le
importa el traqueteo de su carruaje,
la madre joven y la madre vieja me
comprenderán,
la muchacha y la esposa dejan la aguja
un momento y se olvidan de dónde están, ellas y todos continuarán lo que les he
dicho.
He dicho que el alma no es más que el
cuerpo,
y he dicho que el cuerpo no es más que
el alma,
y nada, ni Dios, es más grande para uno
que uno mismo,
y quien camina un trecho sin amor
camina hacia su propio funeral envuelto en un sudario,
y yo o tú, que no tenemos ni un
centavo, podríamos comprar lo mejor de la tierra,
y mirar con un ojo o mostrar una
habichuela en su vaina confunde la sabiduría de todos los tiempos,
y no hay oficio o profesión en que un
joven no pueda convertirse en héroe,
y no hay objeto tan blando que no pueda
servir de eje para las ruedas del universo,
y cualquier hombre o mujer permanecerá
sereno y orgulloso ante un millón de universos.
Y yo digo a la humanidad: No seáis
curiosos acerca de Dios,
porque yo que soy curioso acerca de
todos no soy curioso acerca de Dios,
ninguna disposición de palabras puede
expresar cuan en paz estoy con Dios y con la muerte.
Oigo y veo a Dios en todos los objetos,
pero no entiendo a Dios lo más mínimo,
ni entiendo que pueda existir alguien
más admirable que yo.
¿Por qué habría de desear ver a Dios
mejor que le veo hoy?
Veo algo de Dios a cada hora de las
veinticuatro, y a cada momento,
en los rostros de hombres y mujeres veo
a Dios, y en mi propio rostro en el espejo; encuentro cartas de Dios tiradas en
la calle, y cada una está firmada con el nombre de Dios,
y las dejo donde están, porque sé que
otras llegarán con puntualidad por siempre y siempre.
Y en cuanto a ti, muerte, y tu amargo
abrazo de mortalidad... es inútil que intentéis alarmarme.
A su trabajo sin inmutarse llega el
partero,
veo la mano experimentada que presiona
recibe sujeta,
me inclino junto al umbral de las
exquisitas puertas flexibles... observo la salida, y observo el alivio y la
pérdida de líquidos.
Y en cuanto a ti cadáver creo que eres
un buen abono, pero eso no me ofende,
huelo las rosas blancas de dulce
fragancia que crecen,
toco los sépalos del cáliz.... Toco los
pulidos pechos de los melones.
Y en cuanto a ti, vida, creo que eres
lo que queda de muchas muertes,
sin duda yo mismo he muerto ya diez mil
veces.
Os oigo susurrar ahí oh estrellas del
cielo,
oh soles.... oh hierba de las
tumbas.... oh sempiternos traslados y ascensos... si vosotros no decís nada
¿cómo puedo yo decir algo?
De la turbia charca del bosque otoñal,
de la luna que desciende los peldaños
del crepúsculo susurrante,
caed, chispas del día y del ocaso...
caed sobre los tallos negros que se pudren en el mantillo,
caed sobre el quejumbroso farfullar de
las ramas secas.
Asciendo desde la luna... asciendo
desde la noche,
y advierto que el resplandor fantasmal
son los rayos del sol que se reflejan,
y de las cuestiones grandes o pequeñas
voy a dar a lo estable y central.
Hay algo en mí... no sé qué es... pero
sé que está en mí.
Alterado y sudoroso... quieto y fresco
se vuelve mi cuerpo; duermo... duermo largo tiempo.
No lo conozco... no tiene nombre... es
una palabra no pronunciada,
no está en ningún diccionario ni en
ninguna expresión ni símbolo.
Gira sobre algo más que la tierra sobre
la que yo giro,
para ese algo la creación es el amigo
cuyo abrazo me despierta.
Tal vez yo podría decir más...
¡Perspectivas! Abogo por mis hermanos y hermanas.
¿Veis oh mis hermanos y hermanas?
No es ni el caos ni la muerte... es
forma y unión y plan... es la vida eterna... es la felicidad.
El pasado y el presente se marchitan...
Los he llenado y los he vaciado,
y procedo a llenar mi siguiente etapa
del futuro.
¡Tú que escuchas ahí arriba!... ¿Qué
tienes que confiarme?
Mírame a la cara mientras olfateo la
llegada furtiva de la noche,
habla con sinceridad, nadie más te oye,
y sólo me quedaré un minuto más.
¿Me contradigo?
Pues muy bien.... Me contradigo;
soy inmenso... contengo multitudes.
Me concentro en los que están cerca...
Espero en el umbral de la puerta.
¿Quién ha terminado su día de trabajo y
pronto habrá acabado su cena?
¿Quién desea pasear conmigo?
¿Hablarás antes de que me vaya? ¿Lo
harás cuando ya sea demasiado tarde?
El halcón moteado se abalanza sobre mí
y me acusa... se queja de mi cotorreo y mi holgazanería.
Tampoco yo estoy domesticado... yo
también soy indescifrable,
hago sonar mi grito bárbaro sobre los
techos del mundo.
La última ráfaga del día se reserva
para mí,
lanza mi imagen tras el resto, tan
precisa como cualquier otra, a la selva sombría,
me atrae hacia la niebla y la
oscuridad.
Me alejo como viento... Agito mis rizos
blancos al sol fugitivo,
distribuyo mi carne en remolinos y la
arrastro en delicados jirones.
Me lego al lodo para surgir de la
hierba que amo,
si quieres verme de nuevo búscame bajo
las suelas de tus zapatos.
Difícilmente sabrás quién soy o lo que
quiero decir, pero sin embargo, seré fuente de salud para ti, y filtraré y
fortaleceré tu sangre.
Si no me encuentras al principio no te
desanimes,
si me pierdes en un lugar busca en
otro,
me detendré en algún lugar a esperar
por ti.
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