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Tomás Tranströmer (Suecia, 1931 - 2015) |
Tomás Tranströmer
Poemas de Tañidos y Huellas
(1966)
De un diario africano
En los cuadros del pintor callejero congolés
las siluetas se mueven finas como insectos, extraída
su energía humana.
Es el difícil pasaje entre dos maneras de vivir.
El que ha llegado tiene un largo trecho por andar.
Un joven encontró al extranjero que se había perdido
entre las chozas.
No supo si quería tenerlo como amigo o como
objeto de chantaje.
La duda lo inquietó. Se separaron confundidos.
Los europeos se mantienen por lo general cerca del coche, como
si fuese la Mamá.
Las cigarras suenan fuertes, como maquinillas de afeitar.
El coche conduce a casa.
Pronto llega la agradable oscuridad que se ocupa de
la ropa sucia. Duerme.
El que ha llegado tiene un largo trecho por andar.
Tal vez ayude una línea de pájaros migratorios hecha de
apretones de manos.
Tal vez ayude liberar la verdad de los libros.
Continuar es necesario.
El estudiante lee en las noches, lee y lee para liberarse
y después del examen se transforma en un escalón para el próximo.
Un pasaje difícil.
El que ha llegado tiene un largo trecho por andar.
Soledad
I
Aquí estuve a punto de perecer una tarde de febrero.
El coche resbaló de lado en el hielo, avanzó
por la senda contraria. Los coches enfrentados
– sus focos – se acercaron.
Mi nombre, mis bolsillos, mi trabajo
se liberaron y quedaron silenciosos atrás,
cada vez más lejos. Yo era anónimo
como un muchacho en un patio de colegio rodeado de enemigos.
El tráfico contrario tenía luces poderosas.
Me iluminaban mientras yo conducía y conducía
en un terror transparente que fluyó como clara de huevo.
Los segundos crecieron – en ellos se podía encontrar lugar –,
se hicieron grandes como pabellones de hospital.
Uno podía casi detenerse
y respirar un instante
antes de ser destruido.
Entonces apareció un apoyo: un grano de arena que ayudó
a un maravilloso golpe de viento. El coche se soltó
y reptó rápido a través de la ruta.
Un poste fue golpeado y quebrado – un tono claro –
voló en la oscuridad.
Hasta que llegó la calma. Yo seguía en el asiento
y vi que alguien llegaba entre la nevisca
para ver qué había sido de mí.
II
He andado por ahí largo tiempo
en los helados campos de Óstgötland.
No se veía a nadie por ningún lado.
En otras partes del mundo
hay quienes nacen, viven, mueren
en continuo tumulto.
Ser siempre visible – vivir
en un enjambre de ojos –
debe de dar una expresión particular al rostro.
El rostro cubierto de arcilla.
El murmullo sube y baja
mientras ellos se reparten entre sí
el cielo, las sombras, los granos de arena.
Necesito estar solo
diez minutos por la mañana
y diez minutos por la noche.
– Sin programa.
Todos hacen cola hacia todos.
Muchos.
Uno.
En los suburbios del trabajo
En medio del trabajo
salvajemente empezamos a añorar el salvaje verdor,
el Desierto mismo, solo atravesado
por la delgada civilización de los postes telefónicos.
*
La luna Tiempo Libre gira en torno al planeta Trabajo
con su masa y su peso. – Así quieren que sea.
Camino a casa, la tierra aguza el oído.
El mundo subterráneo nos escucha por la brizna de hierba.
*
También en este día de trabajo hay una quietud privada.
Como una comarca humosa por donde pasa un canal:
el barco se muestra de pronto en medio de tráfico
o se desliza desde atrás la fábrica: un peregrino blanco.
*
Un domingo paso por una obra en construcción sin pintar
que está frente a una superficie gris de agua.
Está a medio hacer. El árbol tiene el mismo color claro
de la piel del bañista.
*
Aparte de las lámparas, la noche de septiembre es totalmente negra.
Cuando los ojos se acostumbraban, aclara un poco
sobre la tierra donde grandes caracoles se deslizan
y los hongos son tan innumerables como las estrellas.
Espacios abiertos y cerrados
Un hombre palpa el mundo con su profesión como si ella fuese un guante.
Descansa un instante en medio del día; ya ha dejado los guantes
sobre el anaquel.
Allí crecen de pronto, se ensanchan
y oscurecen toda la casa desde adentro.
La casa oscurecida está en medio de los vientos primaverales.
«Amnistía», el susurro va en la hierba: «Amnistía».
Un muchacho corre con una invisible soga que va oblicua hacia el cielo,
donde su sueño salvaje del futuro vuela como una cometa,
más grande que el suburbio.
Más lejos, se ve desde una altura la azul, interminable alfombra
de corteza
donde las sombras de las nubes
están quietas.
No, avanzan volando.
Un artista en el norte
Yo Edvard Grieg, me movía como un hombre libre entre hombres,
bromeaba habitualmente, leía los periódicos, viajaba y marchaba.
Yo dirigía la orquesta.
El auditorio con sus lámparas temblaba de triunfo como balsa del ferrocarril
en el momento de atracar.
Me transporté hasta aquí para ser corneado por el silencio.
Mi cabaña de trabajo es pequeña.
El piano de cola está aquí tan apretado como la golondrina
bajo la teja.
En general, los bellos acantilados a pique callan.
No hay ningún pasaje
pero hay una compuerta que a veces se abre
y una peculiar luz que mana directamente del duende.
¡Disminuir!
Y los golpes de martillo en la montaña llegaron
llegaron
llegaron
llegaron una noche de primavera a nuestra habitación
disfrazados de latidos de corazón.
El año anterior a mi muerte, enviaré cuatro salmos para rastrear
a Dios.
Pero es empieza aquí.
Una canción de aquello que está cerca.
Lo que está cerca.
Campos de batalla dentro de nosotros
donde los Huesos de los Muertos
luchan para volverse vivos.
En lo libre
1
Laberinto del otoño tardío.
En la entrada del bosque, tirada una botella vacía.
Entrar. El boque es silencioso: locales abandonados, en esta
época del año.
Solo algunos pocos sonidos: como si alguien transportarse ramas
cuidadosamente, con tenacillas,
o una bisagra que gime levemente dentro de un grueso tronco.
La escarcha ha echado el aliento en los hongos y se han encogido.
Parecen objetos y prendas de desaparecidos, que se encuentran.
Ahora llega el anochecer. Se trata de alcanzar a salir
y volver a ver los puntos de orientación: el instrumento herrumbrado
en el barbecho
y la casa al otro lado del lago, un cuadrado marrón rojizo,
fuerte como un dado de caldo.
2
Una carta de América me puso en movimiento: me llevó,
una noche luminosa de junio, hacia vacías calles del suburbio,
entre barrios recién nacidos, sin memoria, fríos como planos.
La carta en el bolsillo. Condenada, furiosa caminata,
como una intercesión.
Entre vosotros, el mal y el bien tienen realmente rostro.
Lo que entre nosotros es más una lucha entre raíces, cifras,
resplandores.
Los que son mensajeros de la muerte no eluden la luz del día.
Ellos gobiernan desde pisos de vidrio. Hormiguean en la canícula.
Se inclinan sobre la barra y voltean la cabeza.
Lejos, me detengo frente a una de las nuevas fachadas.
Muchas ventanas que fluyen hasta ser una sola.
La luz del cielo nocturno es allí atrapada y el paseo de las
copas de los árboles
es un lago espejeante sin olas, levantado en las noches de verano.
La violencia se siente irreal
por un breve instante.
3
El sol quema. El avión va a baja altura
y proyecta una sombra en forma de gran cruz que anda veloz
sobre la tierra.
Un hombre está en el campo cavando.
Llega la sombra.
Durante milésima de segundo está en el medio de la cruz.
He visto cruces que cuelgan en frescas bóvedas de la iglesia.
A veces parecen vistas instantáneas
de algo que se mueve rápidamente.
Música lenta
El edificio está cerrado. El sol entra por las ventanas
y calienta la parte superior de los escritorios
que son tan fuertes como para cargar el peso del destino del hombre.
Estamos afuera hoy, junto a la extensa y ancha ladera.
Muchos llevan ropas oscuras. Uno puede estar al sol y cerrar los ojos
y sentir cómo es soplado lentamente hacia adelante.
Rara vez vengo hasta el agua. Pero ahora estoy aquí,
entre grandes piedras con espaldas pacíficas.
Piedras que lentamente han caminado hacia atrás desde las olas.
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