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Vladimir Nabokov (Rusia, 1899 - Suiza, 1977) |
Vladimir Nabokov
POEMAS DESDE EL EXILIO
I
RUSIA
¿Qué me importa si te llaman esclava,
mercenaria o simplemente loca?
Brillas…y al mirarte recuerdo la felicidad.
Estos rayos no se ocultarán.
Estabas en mi pasión, en los solemnes sufrimientos,
y en las pausadas miradas femeninas.
En los campos iluminados, fríos y virginales,
nacías con el azul de las flores.
En otoño acompañabas a los llorosos bosquecillos,
en la primavera besabas mis pestañas.
En las sofocantes iglesias repetías con el diácono
las vacías palabras del oficio.
En verano, deslumbrabas con los relámpagos tras los trigales;
en invierno yo veía tu imagen en la escarcha.
Por las noches te inclinabas conmigo sobre las páginas
de los poderosos y musicales libros.
Fuiste y serás. Misteriosamente he sido creado
del brillo y de la bruma de tus nubes.
Cuando la noche sobre mí se baña en estrellas,
escucho tu flameante llamada.
Estás en el corazón, Rusia. Eres el principio y el fin,
estás en el latir de la sangre, en la turbación de los sueños.
¿Y acaso me perderé yo en este siglo sin caminos?
Como siempre me iluminas tú.
Crimea, 1918
II
LA ÚLTIMA CENA
Hora de meditación de la austera cena,
de las profecías de la traición y la separación.
La perla nocturna ilumina
los pétalos de adelfas.
Se reclinaba apóstol sobre apóstol.
– Cristo tiene las manos plateadas –
Con su claridad rezan las velas y por la mesa
se arrastran las mariposas nocturnas.
Crimea, 1918
III
HABITACIÓN DE HOTEL
No es ni una cama ni un banco.
El empapelado amarillo sombrío.
Dos sillas. Un espejo torcido.
Entramos – yo y mi sombra.
Abrimos la ventana con ruido:
un reflejo de luz se desprende hasta el suelo.
Noche exánime. Los perros a lo lejos
rompen el silencio con sus variados ladridos.
Me quedo parado ante la ventana,
y en el cáliz negro del firmamento,
como una gota dorada de miel,
dulcemente brilla la luna.
Sebastopol, 1919
IV
* * *
Estarás conmigo más sencilla y transparente:
sólo me quedas tú.
La casa se ha quemado y derribados los bosquecillos,
donde se ensombrecía mi primavera,
donde los abedules soñaban y el pájaro carpintero
picoteaba en los troncos… Perdí a mi amigo
en la batalla irreparable
y después perdía a mi patria.
Yo flotaba en los sueños con los fantasmas,
en la realidad fornicaba con las pecadoras;
en las montañas disipé mis fantasías
y en los mares perdí las canciones.
Ahora estoy predestinado a sufrir
por el pasado y junto a tu fuego.
Serás más tierna, serás más sincera. Recuerda,
sólo me quedas tú.
12 – 11 – 19
V
JUNTO A LA CHIMENEA
Noche. Con un fino ruido escamoso
las florecientes brasas
abren en la chimenea sombría
sus pétalos de fuego.
Y contemplo, apretando mis sienes.
Los ojos dorados de las ascuas,
y miro, comprendiendo con sorpresa
la voz de mis primeros versos.
Al calor invisible de los Serafines,
reviven las palabras, como las flores:
entiendo poco a poco los signos
de la belleza que me inspiran;
resucito todo lo que he vivido,
lo que por un momento me conmovió:
un tronco de pino ardiendo, enrojecido
en el anochecer de un día de julio…
13 – 3 – 20
VI
* * *
Dedicado a mi madre
Dices a la gente: llegó el momento.
Mañana salgo de viaje.
(Palomas. La hospedería.
Una oxidada tablilla: Rus.)
Dices a Dios: estoy en casa.
(El cementerio. El puente. La curva.)
Habrá un viejo desconocido
en el lugar del roblecillo de la puerta.
Cambridge, 3 – 5 – 20
VII
POSTES TELEGRÁFICOS
De los monótonos postes al borde del camino
los cascabeles de porcelana y seis
ululantes cuerdas.
Resbalan unas tras otras las noticias –
el ruido de infinitas voces, inquietas
y quejumbrosas, se deslizan de un lugar a otro.
Y tú, en los pálidos aledaños del camino,
tú, peregrino, tostado por el sol, descalzo,
retarda el paso y párate con el viento,
escuchando como flota la música.
Zumba y zumba la melancolía de las llanuras,
y cada poste deja caer su larga sombra,
el camino es largo, y tú estás solo…
11 – 5 – 20
VIII
* * *
¡En cautiverio estoy, en cautiverio, en cautiverio!
Sobre el polvoriento antepecho de mi ventana
están las huellas de mis codos. Delante de mí,
una casa se ensombrece. Por un enorme dolor
estoy extenuado… Sobre el tejado, a la espalda
del gótico monstruo desnudo,
como una paloma blanca, duerme La media luna... Estoy
tan triste, tan triste… Contra quién luchar –
no sé. Dios mío. Y a quien ayudar –
no sé tampoco… Se derrama, se derrama la noche
(¡Oh, qué sola estás, dulzura!);
dos voces se esparcen a lo lejos;
la calima de la luna se vierte en las paredes;
dos enamorados se abrazaban en la niebla…
Sí, sobre ellos nos cuentan
los organillos de descolorido recuerdo
y los corazones susurrantes de los libros antiguos.
Enamorados. Entraron en mi callejón
estrecho. Por un instante me pareció
que, bajito, hablaban en ruso.
Cambridge, 31 – 5 – 20
IX
GOLONDRINAS
Cariñoso monje, nosotras
volamos sobre tu monasterio,
y sobre el lago brillante
como plata azulada.
Nos iremos mañana, querido,
en el amanecer soñoliento de septiembre.
En Zaregrad – estaremos al anochecer,
y en Nazareth – al amanecer.
Pero volvemos al norte en abril
y entonces tú, monje enflaquecido,
estarás arrancando el primer muguete
que crece junto a tu puerta;
y no comprendiendo las palabras
pequeñas y ruidosas de los pájaros,
tú nos ve sobre las cruces
de las cúpulas azul turquesa.
10 – 6 – 20
X
ASÍ SERÁ
Con tu canoso perro, que antes
se reía a su manera, mirándome a los ojos,
bajarás en la noche, y la luna, como una lágrima,
se derramará en las flores del último atardecer.
Sobre el libro, en la iluminada blancura nocturnas,
inclina la cabeza, inclina los recuerdos,
acoge, comprende los versos, meditados por mí
en un muelle lejano, bajo la noche estrellada del exilio.
Estarás abatida adivinando
qué susurrante sombra afligía al poeta.
Recordarás los recientes y dulces años,
el bosque dorado y nuestros encuentros junto al arroyo.
Y sonreirás enigmática, y te sentarás
en el musgoso banco en el bosque al caer el día,
y con una brillante rama de aliso acariciarás
al viejo perro, que ya se olvidó de mí.
Cambridge, 11 – 6 – 20
XI
* * *
Yo sin lágrimas
no puedo verte, primavera.
Aquí estoy en el prado,
y lloro con profundo sollozo.
Y tú andas a mi alrededor,
reverdeciendo, susurrando…
¡Ah, de dónde viene,
esta ardiendo tristeza!
Yo mismo no lo entiendo;
sólo sé una cosa:
si de pronto la oropéndola
campanilleara en el bosque,
si de pronto en mis ojos brillara
un muguete mojado,
en ese instante, en el prado,
me moriría, primavera …
1920
XII
EN EL PARAÍSO
¡Hola muerte! – y el acompañante alado,
explicándome, me lleva al paraíso,
pero de repente, verde, picudo,
aparece ante mí un tierno bosquecillo.
Y mudo, en mis radiantes vestiduras,
me lanzaré al bosque y encontraré en él
mi antigua casa terrestre, y como antaño
la puerta romperá a llorar, cuando yo entre.
Hay una nube de vilanos de abril
en mi celeste ventanita,
el sofá de abedul de carelia,
y una familia de mariposas nocturnas bajo el cristal.
Seré de nuevo un poeta terrestre:
en la mesa, un cuaderno abierto…
Si a Dios le cuentan todo esto
Él no me haría ningún reproche.
Cambridge, 1920
XIII
* * *
¿Quién me conducirá
por los baches a casa,
cerca de los grises pantanos
y de los ondulantes trigales?
¿Quién me señalará con la fusta,
volviéndose hacia mí,
entre los abedules y acerolos
la casa reverdecida?
¿Quién me abrirá la puerta?
¿Quién llorará en el zaguán?
Pero ahora – ahora mismo –
¿habrá alguien allí,
que pueda de repente percibir
que por tierras lejanas,
yo ando errante, y canto
al pasado bajo la luna?
Berlín 1921
XIV
* * *
Soñaba contigo tan a menudo, hace tanto tiempo,
mucho años antes de nuestro encuentro,
cuando me sentaba solo y la noche se colaba por la ventana,
y las velas me hacían guiños.
Y hojeaba los libros sobre el amor, sobre la calina en el Neva,
sobre la ternura de las rosas
y el brumoso mar, y reconocía tu imagen
en los versos apasionados y puros.
Los días de mi juventud, embriagadores sueños terrenales,
esos instantes mágicos – sonoros me parecían
tan lamentables, como las moscas que se arrastraban
por el hule, en el brillo ambarino.
Te llamaba y esperaba. Pasaron los años. Yo vagaba
por el declive rocoso de la vida
y en las amargas horas, encontraba tu imagen
en los versos apasionados y puros.
Y ahora, en realidad, has llegado tú, vaporosa,
y recuerdo superticiosamente
cómo las infinitas imágenes de un espejo
te adivinaron con exactitud.
6 – 7 – 21
XV
* * *
De una mirada, un murmullo, una sonrisa
en lo más profundo del alma, a veces,
se inflama una luz temblorosa,
y surge una enorme estrella.
Y vivir no avergüenza ni atormenta,
se aprende el valor de cada instante
y sólo una palabra bastaría,
para explicar todo el universo.
Grunevald, 31 – 7 – 21
XVI
A CASA
¡A la hacienda, queridos! El cochero
con las riendas espantará los tábanos,
y - ¡vayan con Dios! – La alondra se hunde
en el intenso cielo, y el mundo, espléndido,
fresco y luminoso, ha sido lavado
por el reciente aguacero: qué felicidad,
qué fragancia. ¿Qué presagiar?
Todo está claro, muy claro; descubro
todos los secretos de la felicidad; aquí están
el brillo liliáceo del húmedo camino;
a un lado, ya un arbusto de alisio,
ya un sauce; la mancha reluciente
de una hacienda lejana; bosquecillos, trigales
y entre las espigas, las aldizas;
verdes colinas; un meandro indolente
de limoso río tan conocido.
¡Más rápido, queridos! Retumba
el puente bajo los cascos. ¡Más rápido!
Y el corazón se desboca, el corazón desea
volar y adelantar a los caballos.
¡Oh, los rumores, llenos de leyendas!
Más árboles, mi viento
y las lágrimas maravillosas, y una palabra
extraordinaria: ¡a casa!
(1917 – 1922)
XVII
MARIPOSA
(Vanessa Antiopa)
Negro – aterciopelada, con cálidos reflejos de ciruela madura,
una mariposa se ha abierto; entre este terciopelo vivo
dulcemente brilla una línea de granos azul – aldiza
rodeada de flecos, amarillos, como el ondulante centeno.
Se ha posado en el tronco y las dentadas alas tiernas respiran,
ya apretándose hacia la corteza, ya abriéndose hacia los rayos…
¡Oh, cómo se alborozan! ¡qué divinamente tiemblan! Dices:
entre dos amaneceres de color pálido, una noche de ojos azules.
¡Hola! ¡Ah, hola, ensueño de un bosque de abedules del norte!
El temblor y la risa y el amor de mi eterna juventud.
Sí, yo te reconoceré en los Serafines en la maravillosa cita,
reconoceré tus alas y este sagrado arabesco.
(1917 – 1922)
XVIII
¿SABES CUÁL ES MI FE?
¿Escuchas la oropéndola en mi corazón susurrante?
Amo las nubes de la primavera azul,
el divino azúcar sobre la patena que resplandece;
y amo como chorrea la lluvia en el otoño,
y el barro multicolor bajo los arces.
Existen ocasos en los que se desearía llorar,
y otros a los que susurras: espera.
Si amas el viento y las húmedas ramas,
las Divinas estrellas y los Divinos animales,
y si ves en la dulce palabra «Rusia»
sólo la lejanía, la lluvia dorada, inclinándose
y entre el trigo el azul de los ancianos, -
yo te amaré, como amo al grandioso,
al espléndido ruido de los bosques, y a los ocasos,
y a los nubarrones, y a los peludos gusanos de colores;
te amaré porque tú me haces ver
cada grano de polvo en los rayos de la existencia,
le dices al sol agradezco que brilles.
Ésta es toda mi fe.
1922
XIX
PASCUA
A la muerte de mi padre
Veo una nube resplandeciente, el tejado,
brillando a lo lejos como un espejo... Escucho,
como respira la sombra y como gotea la luz…
¿Es posible que tú ya no estés? Has muerto, pero hoy
azulea el húmedo mundo, se acerca la primavera del Señor
que crece e invita… Y tú no estás.
Pero si todos los arroyos de nuevo cantan sobre el milagro,
si el repique, el oro de las gotas de agua
no es una deslumbrante mentira,
sino la temblorosa llamada, el más dulce «resucita»,
el grandioso «florece», - entonces, en esta canción,
en este brillo, ¡tú vives!
1922
XX
SETAS
A la entrada del parque, en las sombras de los días de verano
un banco brilla esperando a alguien.
En la mesita de hierro delante de él
las setas están colocadas para contarlas.
Los pequeñitos, boletos castaño –
como los dedos del pie de un crío
De sus oscuras cunas, una cuidadosa mano
los ha cogido, a lo largo del camino.
Y las setas roja: con agujas, con mocos
en sus sombreros curvos y agujereados;
ellas crecen en la lóbrega humedad,
bajo los jóvenes abetos, en las zanjas.
Y la fila de pardos hongos de los abedules
tan familiares, fragantes, musgosas
las lágrimas del bosque veraniego relucen
en las pintas negras de sus pentáculos.
Pero en el brillante banco – fíjate –
un cesto de mimbre está volcado
y por dentro, está todo él manchado
del zumo lila de los arándanos.
XXI
FINIS
No hay que llorar. Ves, allí – una estrella,
allí – sobre el follaje, a la derecha. ¡Ah, no llores,
te lo ruego! ¿Por dónde iba? Sí, -
por esa estrella sobre la oscuridad del jardín;
en ella viven, quizás… Pero ¡qué te pasa,
otra vez! Mírame, yo estoy muy tranquilo,
absolutamente… Escucha lo siguiente: era un día caluroso,
nosotros íbamos a las colinas, donde las flores rojas...
Pero no. ¿De qué estaba yo hablando? Hay una palabra:
amor, - un verbo perdido: amar… Estas flores
me han estorbado. Tú
debes perdonarme. Pero bueno – otra vez lloras.
¡No son necesarias las lágrimas! ¡Ah! ¿quién nos tortura así?
No hay que recordar, nada es necesario...
Allí fuera – hay una estrella sobre la oscuridad del jardín...
Dime: ¿y si ahora de repente nos despertáramos?
9 – 1 – 23
XXII
SUEÑO
Sabes, sabes, en un síncope – borracho
soñé que en el abismo de la ventana
se elevaba, como una calavera gigante,
de marfil, la luna redonda.
Soñé que en la cama, de través
curvado bajo las sábanas, encabritadas
y tapando con sus crines toda la almohada,
reposaba un caballo negro – satinado.
Y en lo alto – el reloj de la pared, con su pálida
pálida cara de persona,
movía su péndulo de cobre,
arañándome el corazón con su punta.
Mi libro de oniromancia ignora este sueño
enmudeció, sosegado ante la desgracia,
mi libro de sueños, con el separador de anciano
en la página que leíamos juntos.
15 – 1 – 23
XXIII
***
Un día. floreciente y volátil, tras otro,
desaparece en la noche, cuando ya ha muerto
su gigantesco reinado, el helecho
impenetrable, de mi felicidad.
Pero guardados, bajo la tierra despreocupada,
en cada recóndito estrato del corazón
se hallan los fósiles eternos en forma de abanico,
el fantasma de la libélula, el arabesco de la hoja.
24 – 1 – 23
XXIV
HOMENAJE A GUMILEV
Orgulloso y clarividente has muerto, muerto como la Musa, enseñó.
Ahora, en la calma del Elíseo, habla contigo de Pedro el jinete
de bronce, y de los salvajes vientos africanos – Pushkin.
19 – 03 – 23
XXV
A MI PATRIA
Dedicado a mi hermana Elena
A mi alrededor se derrama, cálida,
– extranjera – la sexta primavera.
Mi alma sencilla todavía te espera
adivinándote junto a la ventana del este.
Permíteme recordar el doloroso frescor
de los verdes muguetes, cuando
tu luminoso bosque flota, como un sueño ruidoso
y el viento es como el agua temblorosa.
Permíteme vivir, buscar al Creador en su obra,
buscar la maravilla de la rima y del amor.
No me reproches, en la hora del difícil entusiasmo
que recuerde tus verdes muguete.
El abril extranjero me es dulce como tu sombra.
Mi alma te llama agitadamente,
llama el brillo de tu lluvia y al arco iris,
cuando todo el bosque flota y murmura.
Te elevarás con indecible claridad,
y nuestro encuentro será una creación silenciosa:
me inclinaré y te susurraré: este es mi sencillo regalo,
esta gota de sol en la corona de la poesía.
31 – 3 – 23
XXVI
***
Cuando yo, por la escalera de diamantes,
suba de la vida al umbral del paraíso,
en los hombros, ligeramente atado a un bastón,
llevaré un atillo remendado.
Reconoceré las llaves, el cinturón de piel,
la calva cobriza de San Pedro en la puerta.
Él se dará cuenta de que llevo algo conmigo
y me detendrá y no querrá abrirme.
«Apóstol, le diré, ¡déjame entrar…!
Delante de él, desataré mi Atillo.
dos o tres puestas de sol, un nombre de mujer
y un oscuro puñado de mi tierra natal…
Él, severamente, levantará una ceja canosa,
pero en la palma de su mano, cada pliegue
huele todavía al rocío de Getsemaní,
a las escamas de los peces del Jordán.
Y por eso, sin miedo, sin tristeza,
yo iré, sabiendo que, sonreirá
y me abrirá la puerta, tintineando sus llaves
y entraré al paraíso con mi atillo.
XXVII
ENCUENTRO
«En extraña
intimidad encadenado...»
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Tristeza, y misterio, y placer...
Como si de las tenebrosas tinieblas
de una lenta mascarada
en el borroso puentecillo, aparecieras tú.
La noche se extendía, y flotaban calladamente
en su corriente a terciopelada
El negro perfil de una máscara lobuna
y tus dientes tiernos.
Bajo los castaños, a lo largo del canal,
pasaste, haciendo señas de soslayo;
¿Qué reconoció mi alma en ti
qué tanto me conmoviste?
¿Acaso, en tu momentánea ternura
en él, instantáneo movimiento de tu hombro
reviví la difusa imagen
de otros encuentros irrepetibles?
¿Es posible que una romántica compasión
te hiciera comprender,
qué flecha estremecida
traspasó mis versos?
Yo no sé nada. Extrañamente
los versos palpitan y en ellos, la flecha…
¿Eras tú quizás esa persona anónima,
sincera y esperada?
Pero un resto de tristeza
enturbió nuestra hora estrellada.
La doble línea de tus ojos se volvió noche
tus ojos, sin brillo...
¿Para cuándo? ¿Para qué siglo? Lejos,
yo vago sin rumbo, prestando atención
al movimiento de las estrellas sobre nuestro encuentro...
Pero, y si tú fueras mi destino…
Tristeza, y misterio, y placer,
como una remota oración…
El alma todavía necesita errar,
Pero, y si tú fueras mi destino...
XXVIII
***
San Petersburgo – arabesco en la escarcha,
ex libris del demonio, quizás,
pero tan maravillosa... desapareciste, y ahora
no puedo comprenderte ni olvidarte.
Mi Pushkin en la pálida noche, en verano,
explicaba a su Olenina estos reflejos,
y en este canto se halla
la atravesada sombra de los días futuros.
Y ahora queda el balbuceo de los curiosos,
las cenizas, la desnudez, el roer de las ratas
en las bibliotecas de granito;
y tú desapareciste, San Petersburgo
y me entristece el verso de pómulo saliente
y enronquecido de la Musa borracha,
que, volando a través de la niebla,
llega a mí desde tus espaciosas plazas.
Berlín, 25 – 9 – 23
XXIX
VISIÓN
En los campos nevados a medianoche
soñé con la Madre de todos los abedules,
y alguien – moviendo la escarcha –
suavemente iba hacia ella, llevando algo.
Llevaba sobre el hombro, en su gran tristeza,
a mi Rusia, un ataúd de niño;
y bajo el abedul solitario
hacia el pálido polvo helado
se inclinó con estremecida claridad,
se inclinó, como el humo bajo el viento.
El ataúd con el liviano cuerpo fue enterrado
en la nieve pura y silenciosa.
Y todo el desierto níveo
rezaba, mirando hacia lo alto,
donde flotaban los nubarrones, rozando
con sus finos bordes a la luna.
Entre los brillos fríos de la luna
ya oscilaba, ya de pronto
se encorvaba el desnudo abedul,
y sus sombras aparecían en la nieve
allí sobre la tumba blanca;
se encogían, se enderezaban de pronto,
se quebraban sin esperanzas,
como si fueran las sombras de la Mano Divina.
Y se elevaba, y por la llanura
en la noche se alejaban para siempre
la imagen de Dios, la visión, la escarcha,
sin dejar ningún rastro…
1924
XIX
SAN PETERSBURGO
¡Ven a mí, borrosa Leila!
¡Vuelve, primavera desolada!
El jardín del palacio se abre
a los vendavales pálidos – verdosos.
Las águilas tiemblan por la orilla.
El Neva, perezosamente susurra,
cómo vuela el tiempo. La huella de su codo
dejó Pushkin en el granito.
Leila, cálmate, basta ya,
no llores, primavera de mi pasado.
Sobre la tablilla flotante – fíjate –
yace un pez azulado.
En el pálido cielo de la ciudad de Pedro – la calma,
hay una flotilla de atrevidas brumas,
y en los octogonales topes, todavía
permanece un polvo dorado.
Berlín, 26 – 5 – 24
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