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| Jotaele Andrade (Argentina, 1974) |
Ante la inquietante pregunta del poeta argentino, Rolando Revagliatti:
¿En los universos de qué artistas te agradaría perderte (o encontrarte)? O bien, ¿a qué artistas elegirías para que te incluyeran en cuáles de sus obras como personaje o de algún otro modo?
JOTAELE ANDRADE
responde...
Es singular esta invitación de perderse (o encontrarse) para alguien que prefiere andar libremente. Incluso de sí mismo. Sin embargo, creo que el arte que uno pueda entregar al mundo ya está imbuido de otredades. Como si fueran materias constitutivas que hacen activar nuestra propia creación las obras y algunas vidas que creemos heroicas ayudan a construir nuestras visiones poéticas que levantan poemas, canciones, trazos, infiernos o paraísos personales.
Tanto de mi asombro al conocer la obra del Bosco, de Remedios Varo como del llanto al concluir Kim, hay en mi escritura, así como también el zumbido cantarino que escuché en la poesía de María Mercedes Carranza o la voz hueco de Raúl Gómez Jattin con su carga de mango herido por el sol. O las canciones de Los Redondos agitando su flema lunar sobre los huesos de los fantasmas sociales. O la música y la artistitud vital de Juan Gabriel. Ecos de Olga Orozco, de las historietas de la editorial Columba, de las series japonesas, de la ciencia ficción de Bradbury, tan poética.
Podría rastrear tantísimos componentes dentro de mi escritura hechos de estados alterados por el asombro, la felicidad y la congoja, el deseo de decir o escribir esas mismas cosas asombrosas: la marea del Torotumbo, el río secreto que va por las piedras arguedianas, la flor corrosiva que crece en los poemas de Eunice Odio, el verso de la flor de batatilla que siempre irrumpe en lo que escribo, siempre abierta en la sombra.
Son tantos e incontables. Como incontables las visiones que rompieron la piedra para que salte el agua de la idea hacia su curso artístico: aquella paloma que chocó contra un escaparate publicitario, aquella otra toda gris, en una mañana neblinosa que escarbando en su ala sacó una pluma blanquísima, el perro que una noche vi haciendo rodar una bolsa con basura, el mar que una tarde fue un espejo plateado y quieto, inaceptablemente quieto, la bolsa negra de residuos que el viento hacía sonar como un corazón en las ramas de un árbol enjuto.
Pero podría decir que, aunque estoy dentro del algún modo, el universo lorqueano es donde me gusta andar, perdido y reencontrado, resonar en sus canciones y suites: “Limonar, / mi amor niño, mi amor/ sin báculo y sin rosa.” y “La estrella/ nueva/ quiere azular/ la sombra”. En su viaje a la desmesurada New York: “mientras la sangre los seguía con un balido de cordero.”. Recuerdo ver el Prendimiento y muerte de Antoñito, el camborio, su mano arrojando limones hasta volver las aguas de oro. Podría decir que estoy dentro del asombroso, trágico, bello mundo de Lorca. No sólo en su obra escrita. También su vida como una obra de arte comprometida no sólo con la belleza abstracta, desgarrada en la noche por el fascismo. Sí, haber sido dicho por su voz de la que no hay registro, de esta manera:
“Si el
cielo fuera un niño pequeñito,
los jazmines tendrían mitad de noche oscura”
copyrigth@jotaeleandrade

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