Desamparadas y con aires
fantasmales
las voces de la tarde
afligen las cenizas de la
eternidad.
Acarician la lluvia como
amantes
y olvidan la maldad
del secreto de las ánimas
breves
adoradoras del fuego del
pasado.
Los murmullos llevan sin
piedad
sus pieles verdes
entregadas a los bosques con
nidos alegres
olorosos a pómulos de leche
materna
mientras la calma matriz de
las ausencias
asegura las piedras para el
día último
antes de la reconciliación.
¡Van sin rumbo!
parecen torpes
caminos rasgados
de vestiduras y sombras.